#Análisis. Netanyahu: ¿guerra eterna, guerra externa?
Ataque a consulado iraní traspasó líneas rojas / Israelíes temen represalias directas / Interés personal del primer ministro prima sobre el nacional
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Hoy jueves, la población israelí hizo compras de pánico, vaciando las tiendas de alimentos enlatados, agua y generadores de electricidad, y sacó dinero de los bancos.
Durante casi tres décadas, mayoritariamente respaldó o aceptó ir en la ruta marcada por el primer ministro Benjamin Netanyahu, con vaivenes, dudas y críticas, pero sin tomar otro camino. Su líder los convenció de que estaban protegidos, de que la continuación indefinida del conflicto solo tendría consecuencias para los palestinos, pues las capacidades de espiarlos hasta saber antes que ellos lo que iban a hacer, de detener sus cohetes con el sistema de intercepción Domo de Hierro, y de devolverles cada golpe de manera abrumadoramente desproporcionada y vengativa, garantizaban la seguridad de Israel.
La ofensiva sorpresa de Hamás del 7 de Octubre demostró que esto era falso. En respuesta, fueron a la guerra en Gaza y también en Cisjordania, convencidos de que lo más que le tocaría de ella al territorio israelí serían los escasos cohetes que lograran traspasar la cortina de misiles para causar daños limitados.
Ahora temen que sea mucho peor que eso, que la guerra finalmente sí caiga sobre Israel como una bíblica lluvia de fuego, a raíz ya no del genocidio que están infligiendo sobre la población de Gaza, sino de una provocación inesperada, innecesaria e inexplicable: la violación sangrienta de un principio compartido por todas las partes en conflicto, la inmunidad diplomática, y además, en otro país.
Este lunes 1 de abril, aviones israelíes sobrevolaron la capital de Siria para bombardear el consulado y la residencia del embajador de Irán, para eliminar a un solo objetivo, el militar iraní Mohammad Reza Zahedi, más los daños colaterales, otras 12 personas asesinadas.
Si se tratara del consulado de un país occidental, Washington denunciaría terrorismo.
Como hemos estado explicando en Mundo Abierto, el gobierno israelí realizó en los últimos días una acumulación de transgresiones sobre las transgresiones, para gritarles no al mundo ni a las organizaciones internacionales, a las que desprecia, sino a sus propios aliados y a su sociedad, que no va a escuchar los llamados a dejar de atacar a la población civil y abrirle la puerta al cese al fuego, pues su determinación es continuar la guerra el tiempo que sea necesario… como si fuera eterna.
No son negocios, es personal
Aquí nos falta todavía hablar sobre la “ley Al Jazeera” para prohibir medios críticos, y ya contamos el extermino de los empleados de UNRWA y de los periodistas, la matanza de la harina, la brutal ocupación del hospital Al Shifa y la masacre de los trabajadores de World Central Kitchen, significativa porque se trataba de ciudadanos de los mismos países que más apoyan a Israel, incluidos Estados Unidos y Gran Bretaña: fue un bofetón especialmente rudo.
Pero nada de eso preocupa tanto a los israelíes como el ataque a Irán. Los analistas se preguntan de qué manera podría servirle a Israel, no solo porque representa un nuevo escalón en su desdén por cualquier norma internacional, sino porque transgrede las normas no escritas de lo que llaman “guerra en las sombras” con Irán, el conflicto de baja intensidad y a través de terceros entre los dos países, y porque ha elevado peligrosamente las posibilidades de que se produzca una respuesta superior a todas las que había dado, que a su vez atraería réplicas y podría finalmente provocar la guerra directa, a plena luz y potencialmente devastadora para ambas naciones y todo Medio Oriente.
¿Por qué habría hecho eso el gobierno de Netanyahu? No para avanzar los objetivos de Israel como país, temen los observadores locales, sino por interés personal del primer ministro, que sabe que el fin de la guerra muy probablemente será el de su poder y su carrera (ya pasó a la historia como el dirigente que no impidió el mayor golpe recibido por Israel y la gente pide su renuncia), y el principio de una condena de prisión (hay tres procesos judiciales abiertos en su contra por fraude).
Así como por el fanatismo de sus aliados, los ministros fascistas Itamar Ben Gvir (Seguridad) y Bezalel Smotrich (Finanzas y Cisjordania), convencidos de que esta es la oportunidad de expandir las fronteras para crear una versión del Eretz Yisrael Hashlema, el Gran Israel.
Un interés personal y un fanatismo que (involucrando ya no solo a milicias como Hezbollah en Líbano, las chiíes en Siria y la de la tribu Houthi en Yemen, sino a Irán, un país grande con un ejército profesional) parecen querer transformar también en guerra externa.
¿Cómo se cobrará Irán?
Teherán expresó su furia por el bombardeo y aseguró que hará que Israel pague “un alto precio”. En las calles de ese país, grandes manifestaciones exigen venganza por lo que no fue el peor ataque de parte de los israelíes -la lista es larga- pero sí el más abusivo y humillante, por su despreocupado rompimiento de las mínimas convenciones diplomáticas y militares, tanto las escritas como las tácitas.
Pero no solo se trata de la ira por el daño objetivo, sino preocupación porque el equilibrio entre los dos países -su guerra en las sombras- depende de la fuerza de disuasión que cada uno demuestra, y ahora la iraní quedó sumamente dañada: Teherán necesita restablecerla o resignarse a que la excepción se convierta en la norma.
¿Cómo se cobrará? ¿Sobre alguna legación diplomática israelí? ¿Sobre barcos en mar abierto, compañías o ciudadanos en el extranjero? ¿Sobre intereses judíos en cualquier parte del mundo? ¿O sobre el territorio mismo de Israel, como espejo de las numerosas veces que los israelíes han actuado sobre territorio iraní? ¿Se cumplirán las amenazas de lanzar ataques sobre Israel no solo desde Líbano, Siria, Irak e Irán, sino también desde Jordania, con la que Israel comparte una larga frontera y donde las milicias chiíes iraquíes dicen ser capaces de movilizar a 12 mil combatientes?
Los compatriotas de Netanyahu temen sufrir en casa algo de lo que hacen sufrir a otros en la suya, y lo reflejan abasteciéndose para lo que pueda venir, mientras se preguntan a qué abismo los arroja su propio gobierno.
Para los iraníes y los musulmanes en general, los viernes, que son dedicados tradicionalmente a la oración, suelen ser también el momento para lanzar prédicas indignadas y anunciar o tomar medidas extremas. En esos casos, los llaman “Día de la Ira”. Este, además, es especial: es el Día de Al Quds (de Jerusalén), en el que cada año se celebran eventos de solidaridad con el pueblo palestino, en vísperas del fin del Ramadán.
El vocero militar, Daniel Hagari, salió a decir que todo estaba normal, que no hay alarma ni instrucciones especiales. Pero el alto mando ordenó cancelar todos los permisos de descanso y reforzar las defensas antimisiles; los hospitales se preparan con simulacros para enfrentar llegadas masivas de heridos; las aplicaciones de movilidad, como Google Maps y Waze, fallan porque el ejército está interviniendo las señales de GPS para dificultar ataques aéreos; y pidió descargar el app del Comando de Retaguardia para recibir alertas de llegada de misiles.
Por si quedaban dudas, Netanyahu advirtió hace un momento: “Sabremos defendernos”.
Dilemas en Teherán
Por otro lado, sin embargo… ¿sí va a responder Irán? No es la primera vez que proclama que conocerán su furia… y no pasa nada. Como en noviembre de 2020, cuando asesinaron a Mohsen Fakhrizadeh, jefe del programa nuclear de Irán, en el corazón de Teherán. O en enero de 2018, cuando agentes israelíes se metieron en un almacén en un área industrial de la capital iraní, y tuvieron tiempo suficiente para robarse media tonelada de materiales sobre el mismo programa nuclear, entre papeles y discos compactos, y además pudieron sacarlos del país y trasladarlos a Israel, donde montaron una exposición con ellos, que presentó Netayahu.
Esto, en cuanto a Israel. En abril de 2020, Estados Unidos mató a un héroe iraní, el general Qasem Soleimani, jefe del grupo de élite Fuerza Al Quds, cuando visitaba Irak.
Todas estas operaciones fueron seguidas de amenazas que no se cumplieron. Una primera pregunta es si este asesinato, con sus fuertes agravantes, provocará una respuesta que signifique el abandono de su estrategia del "eje de resistencia", en la que actúa como facilitador, guía, consultor y financiador de Hezbollah y otras milicias, manteniéndose siempre cerca pero antes de la confrontación directa y abierta con Israel.
Otra duda es si Estados Unidos, que tiene frentes abiertos en Ucrania y Gaza, debe mantenerse atento a lo que haga China en Taiwán y a las provocaciones de Kim Jong-Un desde Corea, y además va a unas elecciones muy competidas, podría evitar ser arrastrado a una guerra abierta con Irán.
Los mensajes de molestia de Joe Biden con Netanyahu se han quedado en palabras vacías, sin consecuencia alguna -sigue aprobando multimillonarios envíos de armas a Israel-, pero los analistas israelíes temen que esto cambie en algún momento, que el vaso finalmente se colme y derrame, y esta mañana la Casa Blanca subió un poco el tono al poner por primera vez condiciones (medidas para proteger a los civiles) para que continúe el apoyo estadounidense.
Desde el principio de la guerra de Gaza, Washington y Teherán han sostenido un diálogo indirecto para evitar el escalamiento, mediante mensajes públicos y también a través del sultanato de Omán. Un resultado de ello es que, después de que milicias chiíes en Irak atacaron bases estadounidenses, desde el 14 de febrero ese escenario se ha mantenido en silencio. Igualmente, lograron establecer el marco del enfrentamiento entre Irán y Hezbollah, en el que cada lado pone a prueba los límites de la respuesta del otro sin llegar a lo que, en otras circunstancias, ya sería una guerra total.
Irán, en todo caso, influye en sus aliados pero no los maneja a su arbitrio, como sus enemigos quieren hacer creer para responsabilizarlo por todo lo que hacen. Una guerra total sería probablemente resistida por Hezbollah pero no por Líbano, un país en ruina política y económica, además de física desde la explosión del puerto de Beirut; tendría graves implicaciones para los houthies, que ya han sufrido ataques aéreos importantes; enfrentaría la oposición del rey de Jordania, que no quiere problemas que pongan en riesgo su monarquía; y también del primer ministro de Irak, que se comprometió a asegurar la paz para poder reunirse con Joe Biden, en diez días.
¿Decidirá en cambio la República Islámica sostener su política de darse tiempo para elegir cómo, dónde y cuándo responder? ¿Cómo podría evitar que esto afecte su prestigio internacional y su capacidad de disuasión, ya bastante abollados?
Es posible que mañana viernes, Día de la Ira y Día de Al Quds, se empiece a aclarar el panorama.
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