Líbano: la solidaridad con las víctimas supera el sectarismo
Israel intenta explotar las divisiones históricas pero la gente pone por delante el sentido de humanidad
La de #DiarioDeLíbano fue una cobertura independiente sostenida por la comunidad de Mundo Abierto
Agradezco a Global Exchange, Social Focus y Manuel Ortiz Escámez por su empuje inicial, y a las personas que han estado contribuyendo con apoyos muy importantes, más allá de su cuantía: Mayté Guzmán Mariscal, José Góngora, Marisol Parrasales, Ximena Santaolalla Abdó y Beatriz Rivas.
También, Martha Barbiaux, Christina Hahn, Anja Hahn, Araceli López, Fernanda Gómez García, Irma Silva, Berenice Núñez González, Marcos Rubio, Oksana Ortega Mikolaeva, Gertrudis Hortensia González Gómez, María Cristina Berberena Rioseco, Alejandra Rodríguez Loredo y tres que no he podido identificar porque el banco no indica sus nombres (incluyendo a alguien que solo escribió “welcome Lebanon, habibi” 😃 ).
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Texto: Témoris Grecko
Fotografía: Manuel Ortiz Escámez.
Subtitulaje de los videos: Hans Leguízamo Romero
Una colaboración de Mundo Abierto con Península 360 y Social Focus.
Beirut y Trípoli, Líbano.
Las tragedias de Líbano son resultado directo de dos infortunados complejos de intereses, rivalidades y discordancias, uno interno y otro de nivel geopolítico.
El segundo es producto de todas las manos extranjeras que acostumbran actuar en este territorio, tan pequeño que apenas equivale a la mitad del de El Salvador pero con valor simbólico y también estratégico: se trata de potencias lejanas como Francia y Estados Unidos, y regionales como Siria, Israel, Irán, Turquía, Egipto, Saudi y Catar, además de movimientos religiosos trasnacionales como los Hermanos Musulmanes, el salafismo de Al Qaida y Estado Islámico, y el chií del “eje de la resistencia”.
El local se estructura (o desestructura, desde otro punto de vista) a partir de las múltiples y profundas fracturas sectarias -religiosas y políticas-, que son precisamente las que le abren las puertas al intervencionismo extranjero y que son producto del diseño mismo del país, impuesto por Francia cuando era el poder colonial, en alianza con solo dos de las cuatro principales comunidades: con cristianos y drusos, en oposición a suníes y chiíes. Cada partido, cada organización tiene armas aunque en la actualidad pocos las muestran, y sus agudas diferencias no solo son entre las distintas sectas (como llaman aquí a todos esos grupos), sino entre las facciones dentro de cada una de ellas.
Israel se ha propuesto explotar estas divisiones, amenazando a unos para forzar nuevas confrontaciones internas, sofocar los escasos avances en la lucha por superar el sectarismo y poner Líbano bajo su hegemonía (lo explicamos en este reportaje sobre cómo durante el conflicto recientemente suspendido usaron el aeropuerto como rehén).
De ahí su enfoque militar central sobre áreas y barrios de mayoría chií: esta comunidad, que es la más pobre del país, conforma el grueso del contingente de un millón 200 mil desplazados. Si a nivel general, 1 de cada 4 habitantes de Líbano fue forzado a dejar su hogar, en el caso chií es la gran mayoría de este grupo.
De esta forma, ante la mirada popular, el concepto “persona desplazada” se hace igual a “chií”. Para algunos, es peligroso porque los misiles israelíes caen donde están los chiíes, así es que mejor no dejarlos acercarse a donde uno vive. Y también porque hay un sector que acusa a Hezbollah, el principal partido chií, de imponerle a Líbano y a las demás sectas una guerra que no es suya, y que en consecuencia juzga que los desplazados chiíes son culpables de su propia desgracia.
Hay mucha gente que no comparte esa actitud y que, por lo contrario, entiende la invasión israelí como una agresión contra el país en general, y ve a los desplazados no como miembros de otra comunidad, sino como compatriotas libaneses que requieren de su solidaridad.
El Skybar, sorprendente… de una manera inesperada
En mis visitas a Líbano en 2009 y 2011, encontré un pequeño bar donde tocaban rock en vinilos, el Torino Express. Acogedor y sencillo, era muy, muy distante a nivel musical, social y hasta político del lugar favorito de los ricos y famosos de Líbano y el Golfo Pérsico: el Skybar, en el flamante paseo marítimo beirutí. Me contaban que, por las mañanas, las multimillonarias princesas árabes de Dubái, Riad o Kuwait llegaban al aeropuerto con sus impenetrables niqabs, que apenas permitían ver sus ojos entre sus lujosas telas negras, y que por la noche hacían cola con minifaldas y blusas ligeras -las largas cabelleras flotando al aire con producidísima libertad- para entrar a ese centro nocturno.
La verdad es que ni pensé entrar ahí ni me interesaba.
Hace unos días, antes del cese al fuego que empezó el miércoles 27 y con mi compañero Manuel Ortiz, lo hicimos de la manera menos esperada.
Y por si faltara algo: nunca había escuchado hablar tan bien del dueño de un lugar tan pretencioso y clasista como este. Siempre tenemos algo bueno qué descubrir.
Nadia, una maestra de inglés que vivió en Alemania y, hasta hace dos meses, vivía en Dahiye, el barrio chií que es bastión de Hezbollah y que ha sufrido los mayores bombardeos, nos contó que con sus vecinos escaparon de la zona para dormir en coches en las avenidas de Beirut, hasta que un hombre llegó para invitarlos a refugiarse en el Skybar.
No fue una ocupación por la fuerza, de desplazados en desesperación. Ni una decisión de la autoridad por causas de necesidad pública. El fundador y dueño desde 2006, Chafic El Khazen, suspendió indefinidamente las actividades de su club de diversión -su página web todavía invita visitantes- para aliviar el sufrimiento de gente que lo ha perdido todo.
La profesora que además es música, toca una guitarra que le obsequió El Khazen y canta precioso, nos explicó que la administración garantiza la seguridad -tuvimos que identificarnos e informar sobre nuestro propósito antes de que nos pusieran un joven guía que amablemente nos condujo por el lugar-, distribuyó espacios para las familias con cortinas negras para darles algo de privacidad (con cortinas negras para dividirlos y, a manera de camas, los amplios sillones donde antes se acomodaron estrellas árabes, turcas y europeas), busca donaciones para asegurar alimentación e higiene, y además montó en el exterior un lugar para fumar shisha tranquilamente.
Este es el video que grabamos dentro del Skybar.
Nadia nos ayudó a conversar con un par de adolescentes (detrás, el salón improvisado para fumar shisha). Hay personas que los llamarán terroristas, por haber crecido en el bombardeado barrio donde mataron a Hassán Nasrallah, el líder de Hezbollah, o si nos por confesar que quisieran entrar al ejército libanés para defender su país. O ambas cosas, una como agravante de la otra. Juzguen ustedes mismos.
Un shabaab feliz الشباب
Una hora al norte, en Trípoli -otro de esos míticos puertos de la antigua Fenicia-, 35 familias dormían en una escuela primaria. Provenientes de barrios bombardeados de Beirut y de aldeas de la zona fronteriza ocupadas por tropas israelíes, tampoco tenían fecha de salida para regresar a sus hogares. Pero también se convirtieron en foco de encuentro de personas que transforman su deseo de solidarizarse en actividades concretas.
Como Dima Rachrach, una joven directora de arte de una agencia de marketing digital que dedica su tiempo libre a cuidar a los más pequeños y atender varias necesidades de los desplazados, nos dijo que se siente motivada y encauzada al poder ser útil en la terrible crisis que está pasando su país.
Una tarde llegó al lugar a entregar unas donaciones… y se quedó. Así se volvió parte de un grupo de personas que, como ella, se encontró en este esfuerzo común. Y ese “se encontró” va tanto en el sentido de conocerse unos a otros como de conectar con algo dentro de ellos mismos que les da un agradable sentido de comunidad.
Por encima de las viejas y dolorosas divisiones sectarias, debo subrayar.
En el Skybar, Nadia, la profe chií, insistió en señalarnos que Chafic, el dueño del Skybar, es cristiano pero ni eso ni el negocio fueron más importantes que la gente en la emergencia, nada de eso le impidió aproximarse a personas de otra religión a brindarles su ayuda. Nos contó que ni ella ni sus hijos, una chica de 12 años y un muchacho de 14 -que parece de 18-, dejaban de sorprenderse porque estaban durmiendo junto a una barra donde se sirven bebidas alcohólicas. Como me dijo uno de los chicos que los cuidan, “no les abrieron las puertas de la mezquita pero sí les abrimos las del bar”.
En Trípoli, Abu Ali, un hombre de 79 años, nos compartió que las tropas israelíes mataron a 17 miembros de su familia en una invasión anterior, la de 2006. Pese a ello, Dima nos dijo que “es la persona más feliz que conozco”, y él lo certificó: “La tragedia no me destruye, soy un shabaab (الشباب, un joven)”.
En Trípoli, vimos que los desplazados chiíes recibían el apoyo de gente que puede ser suní o cristiana, o simplemente laica. La construcción de una identidad nacional libanesa, que pueda ayudarle a este pueblo a superar las grietas que lo dividen, sin duda se hace así, mirando a las demás personas como iguales, como cercanas, como propias, y permitiéndose sentir ese deseo genuino de abrazarlas y protegerlas.
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