Netanyahu toma el aeropuerto de Beirut como rehén
Explota las históricas divisiones de los libaneses, amenazándolos con convertir su país en otra Gaza
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Líbano está sufriendo una invasión israelí, con bombardeos devastadores y ataques sorpresa. Para Mundo Abierto, llegamos a Beirut a hacer la cobertura. Puedes seguirla aquí.
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Conversé con Carmen Aristegui sobre las estrategias israelíes para aterrorizar a la población de Líbano y sobre las consecuencias de sus ataques en este país y en Gaza (aquí transcribieron algunas partes). Jueves 21 de noviembre.
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Esta es la versión extendida del reportaje que publiqué en Milenio el 23 de noviembre.
El de Beirut es un aeropuerto rehén. La ha pasado mal a costa de los israelíes, que lo han atacado nada menos que tres veces: en 1968, 64 soldados israelíes destruyeron ahí nada menos que 12 aviones de pasajeros, en represalia por algo que había ocurrido en otro lado, un ataque contra una aeronave israelí en Grecia. Y durante las invasiones de 1982 y de 2006, fuerzas israelíes bombardearon sus pistas. En esta última ocasión, declararon un bloqueo aéreo que duró ocho semanas.
Ahora es diferente: las grandes explosiones se producen en los barrios cercanos, peligrosamente cercanos… pero no en la terminal aérea.
Los libaneses lo toman como una advertencia: el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu les ha señalado que su guerra no es contra ellos, el pueblo, sino contra el partido-milicia Hezbollah. Y les ha exigido enfrentarse a esa organización.
En una charla en un café de Hamra, un bullicioso distrito comercial en el oeste de Beirut, el periodista sirio Yazan al Saadi, radicado por 12 años en esta ciudad, y yo escuchamos una explosión distinta por cercana: no fue en los barrios del sur, los que sufren los mayores ataques, sino en un punto más céntrico. Después supimos que habían destruido la sede de un pequeño partido, el Baath, para asesinar a una figura Hezbollah sin responsabilidades militares: era Mohammed Afif, el jefe de prensa, el que organizaba visitas de periodistas a lugares atacados.
Quizás más importante que el personaje muerto, era el mensaje: lo mataron en Ras al Nabaa, en una zona de clase media alta, cerca de varias embajadas. Es una manera de hacer saber a quienes se sienten a salvo, que probablemente no lo están.
Yazan me explica que el relativo respeto al aeropuerto es visto como una muestra en un sentido doble: tanto de que los israelíes se han puesto límites como de que pueden traspasarlos cuando quieran y atacar a la población en general, si consideran que sus llamados fueron desoídos.
Otra señal de ello son los drones: desde el alba hasta la medianoche, suenan en el cielo los motores de uno o varios de estos aparatos. Los hay silenciosos y además, sus funciones de espionaje se desempeñan normalmente desde grandes alturas. Pero los usan los ruidosos y los hacen volar bajo porque, así, se hacen presentes en la cotidianidad de los habitantes, que sienten que el gran ojo de Israel lo está viendo todo todo el tiempo y puede castigar a quienes abandonen el camino marcado.
Mismo techo, realidades separadas
Desde el exterior, esto es un problema entre países, uno de los cuales invade y bombardea a otro. Pero Líbano es un país extremadamente complejo, con antiguas, profundas e intrincadas fracturas sociales que Israel está tratando de explotar para dividirlo y aislar a sus enemigos directos.
La identidad nacional, para empezar, es secundaria ante otras de carácter religioso e incluso étnico. Lo habitan cuatro grandes sectores religiosos -cristianos, musulmanes suníes, musulmanes chiíes y drusos-, que a su vez tienen divisiones internas, de carácter sectario y también político. La idea de Líbano como entidad política fue imaginada originalmente por cristianos y drusos, pero en el periodo previo a la Segunda Guerra. Mundial, bajo la dominación francesa, estos grupos y París decidieron duplicar el territorio histórico absorbiendo partes de Siria. Y estas áreas estaban pobladas por suníes y chiíes. Así alcanzaron la independencia en 1941. Para algunos, hay libaneses que no deberían ser parte de Líbano, porque en su esencia histórica es cristiano y druso. Para otros, nadie les preguntó cuando incorporaron sus tierras a este país y los hicieron libaneses.
En su libro “Una casa de muchas mansiones”, el historiador Kamal Salibi describe Líbano como una nación cuyas comunidades viven bajo un mismo techo pero habitan realidades separadas.
Esto ya era receta para agudos y prolongados conflictos, como la guerra civil de 1975-90. Pero además, cada grupo miraba y sigue mirando hacia el exterior en busca de ejemplo y respaldo, lo que inevitablemente no ha dejado de atraer injerencias extranjeras: los nacionalistas sirios invitaron una ocupación siria de 29 años (1976-2005); los nacionalistas árabes, la importación de las milicias palestinas que fueron expulsadas de Jordania en 1970, y luego, por los israelíes y masacre a masacre, del mismo Líbano, en 1982; los chiíes, el largo brazo iraní, representado por la poderosa Hezbollah; y los cristianos, las intervenciones imperialistas francesa y estadounidense, además de alianzas de sus facciones de extrema derecha con los israelíes.
Enfrenten a Hezbollah o los convertimos en Gaza: Netanyahu
En este país tan pequeño, de 5 millones y medio de habitantes (de los que la quinta parte, 1 millón 200 mil, ha tenido que dejar sus hogares a causa de la presión israelí) y 10 mil kilómetros cuadrados de extensión (menor que el estado de Querétaro y la mitad que la República de El Salvador), la enorme fragmentación interna hace que sea muy fácil jugar a divide y vencerás. Algo en lo que Netanyahu es experto.
“Cristianos, drusos, musulmanes -suníes y chiíes-, todos ustedes están sufriendo debido a la inútil guerra de Hezbollah contra Israel”, declaró el 8 de octubre, tras el asesinato del lider chií Hassán Nasrallah en un ataque “de precisión” que mató a unas 300 personas con 80 bombas de 900 kilos, en una zona densamente poblada de Beirut. “Ustedes merecen un Líbano diferente: Un país, una bandera, un pueblo”, continuó.
“Tienen la oportunidad de salvar al Líbano antes de que caiga en el abismo de una larga guerra que conducirá a la destrucción y al sufrimiento como lo que vemos en Gaza”, amenazó, antes de indicarles la forma de evitar el apocalipsis: “Yo les digo, gente de Líbano: Liberen a su país de Hezbollah para que esta guerra pueda terminar”.
Los drones vuelan bajo haciéndose notar, violando diariamente ante los oídos de todos el espacio aéreo libanés, sobre la capital nacional, sin que las autoridades por lo menos se quejen. El ejército libanés se retira ante la invasión, no osa presentar resistencia para que Israel siga considerando que su enemigo es Hezbollah y no el país, y también en silencio se traga sus pérdidas (al menos once soldados, de los más de 3 mil 500 libaneses que han matado las fuerzas israelíes desde el 23 de septiembre, según cifras oficiales).
En las calles, las divisiones se expresan en conflictos. Otra manera de agudizar las divisiones es concentrar los ataques en las zonas y barrios de población chií, que ya antes en general era la de menores recursos y ahora es la que forma el grueso de los desplazados. Hay personas de otras religiones que llaman a no darles cobijo ni ayuda, porque, en su interpretación, los chiíes forman parte del problema, son la base social de Hezbollah y deben pagar por la guerra; y también porque temen que si llegan chiíes, atraerán las bombas.
En este barrio de Hamra, el más importante de Beirut Occidental -que durante la guerra civil fue un bastión de las milicias musulmano-izquierdistas-, numerosos edificios en abandono han sido ocupados por la gente que huye de las zonas bajo bombardeo.
Pero en los de Gemmayzeh y Achrafiyeh, en el Beirut Oriental que en ese conflicto controlaban los falangistas católicos, prácticamente no hay desplazados: las organizaciones cristianas les prohiben entrar.
Entre ambos sectores, la Plaza de los Mártires, escenario en 2019 de grandes manifestaciones para protestar contra el corrupto sistema que reparte el poder político en cuotas para los grupos religiosos (por disposición constitucional, el presidente debe ser cristiano; el primer ministro, suní; y el líder del parlamento, chií; la mitad de los diputados tiene que ser cristiana y la otra mitad, musulmana), es el punto de división que congela una realidad que ni la indignación popular logra transformar.
Líbano para todos
En ruta a Beirut, el 13 de noviembre, yo temía la cancelación o desvío de mi vuelo por el posible cierre de la navegación aérea. Al aterrizar, encontré que se difundían videos grabados solo horas antes, en los que un barrio vecino era bombardeado mientras, atrás, un avión comercial se movía en las pistas.
Un mes antes, el 7 de octubre, habían hecho lo mismo:
Casi sorprendidos de que siga intacto, los libaneses se preguntan cada día si aún funciona el aeropuerto, que es el único civil del país, su principal vía de comunicación con el mundo.
“Si Israel no lo ataca, nos está diciendo que todavía podemos divorciarnos de Hezbollah”, dice en un café de Gemmayzeh Omar Makhlouf, un recién egresado de ciencia política que participó en el movimiento de 2019. “Nos aterra que, si lo destruye, como puede hacer ahora mismo o en cualquier momento, no solo nos deje atrapados ante su invasión, sino encerrados con nosotros mismos… con nuestros agravios históricos” sostiene el joven de 25 años, otro profesional en busca de empleo.
“Y eso no es culpa de Israel”, continúa: “es nuestra y solo nosotros podemos encontrarle remedio, para que las potencias extranjeras dejen de explotar nuestras divisiones y poder ser un buen país, un Líbano para todos”.
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