"¡Fuiste tú, Duarte!": final de la crónica sobre Rubén Espinosa
La esperanza de vida en Gaza se desploma como en ningún otro conflicto
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Contenido:
1- La esperanza de vida en Gaza se desploma como en ningún otro conflicto
Artículo principal:
2- Crónica: "¡Fuiste tú, Duarte!"
Tercera y última parte del texto sobre el fotoperiodista Rubén Espinosa, una de las cinco víctimas de la masacre de la Narvarte, publicada en el libro “No se mata la verdad”, de Témoris Grecko.
Participaciones semanales en mesas de análisis:
Martes en #AstilleroInforma de 2 a 3 de la tarde, hora CDMX (GMT-6).
Miércoles en Periodistas Unidos de 4.30 a 5.30 de la tarde.
Jueves en Rompeviento TV de 10 a 11 de la mañana.
La esperanza de vida en Gaza se desploma como en ningún otro conflicto
Esta gráfica, elaborada por Noah Carl, muestra la evolución de la esperanza de vida en cinco países con conflictos de alta mortalidad.
En el eje de las X (horizontal) indica la temporalidad: años antes y después del inicio del conflicto.
El de las Y (vertical) corresponde a los años que gana o pierde la esperanza de vida.
Antes del 7 de Octubre, Siria registró las peores caídas durante varios años, hasta que se empezó a recuperar.
Hasta que llegó Gaza que, solo en el primer año, vio su esperanza de vida desplomarse 35 años.
Encuentra aquí el artículo original.
Documental “No se mata la verdad”
Este es el tráiler de nuestro documental “No se mata la verdad” (Dir. Coizta Grecko, 2018) en el que presentamos, entre otras historias, la de Rubén Espinosa (en aquel entonces, México era más peligroso para el periodismo que Medio Oriente… hizo falta un genocidio para cambiar la referencia).
Míralo completo en YouTube, aquí.
Artículo principal
“¡Fuiste tú, Duarte!”
Tercera y última parte de la crónica sobre Rubén Espinosa y la masacre de la Narvarte, publicada en mi libro “No se mata la verdad” (HarperCollins, 2020).
Puedes encontrar la primera parte aquí y la segunda aquí.
Por Témoris Grecko
Siento una identificación fuerte con Rubén en varios niveles: admiro su valentía y su honestidad, su condición de ser humano de una sola hoja, el mejor compañero, como a mí me gustaría ser; comparto su visión profunda del periodismo, su desagrado por la veleidad y la renuncia, su pasión por el compromiso con la sociedad; y como en esta ocasión él tuvo que escapar para evitar que lo atraparan, a mí me ha tocado hacerlo otras veces.
Su sensación de estar a punto de perder la jugada me remite, inquietantemente, a la que me absorbió en Irán, a fines de junio de 2009. El gobierno había otorgado visados de prensa casi a todos los que los solicitaron, porque estaba convencido de que las elecciones del día 12 de ese mes serían un paseo para el presidente Mahmud Ahmadinejad –candidato del establishment conservador religioso-, que buscaba la reelección. Quería que el mundo atestiguara su victoria. Pero el opositor reformista Mir Hosein Musavi logró canalizar la urgente demanda de cambio de la población, especialmente de la mayoría de jóvenes que nació después de la revolución islámica de 1979, estaba inspirada por la figura de Barack Obama y generó el poderoso movimiento popular de la “Ola Verde”. Durante cuatro semanas, antes del día clave, recorrí el país y pude observar cómo, poco a poco, desde los bastiones derechistas de Mashhad y Yazd hasta las progresistas Isfahan y Shiraz, la gente venció su temor ante un Estado brutalmente represivo, salió a las calles a hacer campaña y se volcó a las urnas.
Una de las diferencias fundamentales entre muchos corresponsales originarios de economías prósperas y los que venimos de países en desarrollo, es la confianza en las instituciones. Mis colegas de Europa y Canadá, e incluso de Estados Unidos (las autoridades tenían tanta confianza que dejaron entrar a alguno), atestiguaron el fascinante reto al régimen y pensaron que iba a perder su apuesta. Los resultados tardaron en salir. Pero cuando empezaron a ser publicados, la reacción automática de estos compañeros fue arrojar a un rincón lo que habían visto, sentido y creído, y aceptar lo que afirmaba el órgano electoral: que Ahmadinejad había obtenido un 62% de los votos, el doble que Musavi. A pesar de la extraña forma en que entregaron los datos: primero, la cifra nacional; tres días después, las de las provincias; y en otras 72 horas, las de los distritos. Como si hubieran podido establecer la suma global antes de conocer las cantidades parciales.

Si hubiera tenido la oportunidad de estar ahí, Rubén Espinosa se hubiera muerto de la risa, tanto del fraude como de la candidez de los compañeros occidentales. Una periodista turca se burló porque, dijo, parecían asumir que el órgano electoral iraní era por naturaleza tan fiable como la Cámara de los Lores: “Es una cuestión de reverencia automática hacia la monarquía, creen que el ayatolá Khamenei y la reina Isabel toman juntos el te”́. Los mexicanos hemos visto demasiados fraudes electorales como para aceptar ciegamente lo que nos dicen. Y las irregularidades saltaban a la vista: los centros de votación eran escuelas y mezquitas, y el proceso estaba a cargo de maestros –empleados del Estado- y clérigos –obedientes al ayatolá Khamenei, líder supremo de la República y aliado del presidente-; los candidatos no tenían derecho ni a tener representantes que vigilaran los comicios ni a recibir documentación que amparara los resultados; los votantes podían identificarse con una credencial hecha a mano, fácilmente falsificable. Además, hubo municipios en donde la participación fue mucho mayor que la lista electoral, como en Taft, en la provincia de Yazd, en donde votó el 141% del registro, lo que el alcalde explicó argumentando que la gente se había animado porque “hacía muy buen día”.
El centro de investigación británico Chatham House realizó un análisis de los resultados a nivel municipal, poniéndolos en contraste con los de procesos electorales anteriores, trató de explicar cómo Ahmadinejad había subido de 17 millones de votos en 2005 a 24 millones en 2009, y concluyó que se estaban reportando vuelcos de votación a favor del presidente que eran estadísticamente improbables. Gracias a esto, mis colegas crédulos se dieron cuenta de su error.
Pero ya no les servía de nada porque los habían expulsado del país. Los iraníes tampoco se tragaron el cuento, desde el día siguiente empezaron a protestar, el régimen lanzó a la policía y los temibles milicianos basijis en su contra, el ejército de los Guardianes de la Revolución amenazó con intervenir, empezó a haber muertos y heridos, y el gobierno decidió que a final de cuentas ya no quería presumirles nada a los medios extranjeros. Todos los que habían recibido visado de prensa estaban bajo su control: cada uno tenía a un funcionario dedicado a “facilitarle” el trabajo, lo que era un eufemismo para vigilar sus movimientos y contactos, y que se encargó de hacerle saber que era hora de marcharse, que muchas gracias, adiós. El lujoso Laleh International Hotel fue tomado por la policía secreta. Los camarógrafos regresaban con las imágenes de los enfrentamientos, duramente obtenidas, sólo para ser interceptados justo al entrar al edificio y despojados de su material.







Pero unos pocos volábamos por debajo del radar: habíamos entrado como turistas y nos alojábamos lejos de ahí, en un sitio barato por el Gran Bazar de Teherán. El truco era pasar desapercibidos. Dos holandeses –altos, rubios- fueron detectados de inmediato y apaleados por antimotines, y esa misma noche estaban en un vuelo a Europa. Sólo los que pudimos utilizar nuestro aspecto físico y discreción para pasar desapercibidos, logramos permanecer más tiempo y cubrir las manifestaciones, en las que un pueblo valiente (conducido por mujeres, por cierto: el marcado carácter independiente de las persas ha resistido por más de un milenio a la presión religiosa, y la República Islámica ha sido incapaz de someterlo) confrontó en las calles la violencia de este régimen, a un alto costo en vidas.
Funcionó durante dos semanas, pero como le ocurrió a Rubén, yo sentía la soga al cuello, y se iba tensando. Dos periodistas extranjeros habían sido detenidos y estaban siendo sometidos a tortura. A mi amigo griego Iason Athanasiadis lo encarcelaron durante 18 días. Al canadiense-iraní Maziar Bahari, cuatro meses. Y lo obligaron a comparecer en televisión para dar entrevistas en las que “confesaba” ser un espía pagado por extranjeros, como les hicieron también a jóvenes activistas. Cada vez era más difícil salir a la calle y regresar, la represión se intensificaba. Con otro colega canadiense, entendimos que era tiempo de planear nuestra salida. No podía ser por el aeropuerto de Teherán: ahí habían detenido a Iason cuando trataba de marcharse. Mi amigo pensó bajar a Bandar Abbas, un puerto desde donde podría buscar un bote para cruzar el Golfo Pérsico rumbo a Dubái, o un lugar similar. Yo temía que las embajadas iraníes en los países donde se publicaban mis notas me hubieran detectado y reportado, y que en cualquier frontera estuviera aguardándome una orden de arresto.
No tuve más tiempo para pensarlo. El 26 de junio caí en un control de basiyíes. De nuevo, me sirvió lo aprendido en México: con 120 dólares soborné al comandante de los milicianos. Comprendí que eso sólo serviría para que me dejara ir, que daría aviso de dónde me alojaba. Mis mochilas estaban siempre listas y, por enorme fortuna, los empleados del pequeño hotel –simpatizantes de la insurrección- me ayudaron a evadir a los tres agentes que llegaron por mí, me llevaron a la terminal del oeste y me subieron a un autobús que ya estaba saliendo –para no tener que presentar mi pasaporte en mostrador- e iba rumbo a Tabriz, cerca de Turquía. Les expresé mi gratitud en el libro donde croniqué ese episodio histórico, “La Ola Verde”.
No quería salir a ese país, sin embargo: es uno de los pasos más transitados. Mi esperanza era uno pequeño, aislado, remoto, construido poco tiempo antes: el que conecta con Armenia. En efecto: de tan apartado, ni siquiera llegaba la señal de telefonía móvil. Tardé dos días en llegar. Aún así, al oficial de migración que revisó mi pasaporte, le llamó la atención que fuera de México, pareció recordar algo, buscó algo en otra oficina, no lo encontró, volvió conmigo, dudó dos veces antes de poner el sello y por fin lo estampó. Así logré cruzar la frontera por el río Arak.
Quería gritar, feliz. Anunciarles a los míos, a mi país y al mundo que estaba salvo. Pero ya era 27 de junio y se extendía la consternación por la noticia. Pero no era mi noticia: era la de la muerte de Michael Jackson, acaecida el día anterior. No supe de ella porque estaba ocupado escapando. Así que al planeta no le importaban mucho las enormes dimensiones de mi alivio.

La sensación de Rubén de estar a punto de perder la jugada me remitió a aquella, la que experimenté huyendo de Teherán a Armenia. Pero me dejé engañar por la emoción. Yo escapé de un país ajeno a otro país ajeno, y después regresaría a mi propia tierra, donde estaría más allá del alcance de quienes me querían hacer daño.
Rubén tuvo que escapar dentro de su propio México. Y los que le querían hacer daño no estaban muy lejos. Sino a sólo cuatro horas por carretera.
***
30 de junio de 2015. En Poza Rica, una ciudad petrolera del estado de Veracruz, el gobernador les ofreció a los periodistas una comida con motivo del Día de la Libertad de Prensa. Siguiendo la tradición, los asistentes recibirían obsequios para agradecerles que con su libertad apoyen la línea oficial.
Pero esa vez les dieron algo extra: un regaño y una advertencia. Javier Duarte, como el dictador Franco, entiende que una voz aflautada también puede generar temor si el mensaje es el correcto, si se habla desde el poder.
-Se los digo por ustedes, por sus familias, pero también por mí y por mi familia porque si les pasa algo al que crucifican es a mí. ¡Pórtense bien!
Al enfatizar la voz paternal deslizaba la amenaza. Entre los reporteros había risas de incredulidad, de nerviosismo.
-Todos sabemos quiénes andan en malos pasos. Vamos a sacudir el árbol y se van a caer muchas manzanas podridas. No hay que confundir libertad de expresión con representar la expresión de los delincuentes.
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Horas después del discurso del gobernador, 220 kilómetros al sur, en Medellín de Bravo, Juan Mendoza fue arrollado y rematado por un automóvil que se da a la fuga.
Eso dice el reporte oficial, en el que no confía nada Noé Zavaleta, corresponsal de Proceso: “Lo atropelló un vehículo fantasma. No se sabe quién lo mató. Y le apareció un extraño vendaje en la cabeza que nadie sabe de dónde salió, si a tomas abiertas no hay una unidad de paramédicos ni de la Cruz Roja. Cuando lo encuentran las fuerzas públicas, ya el señor no tenía signos vitales. Nunca apareció el taxi que manejaba”.
Mendoza fue amigo de Moisés Sánchez, y los fiscales siguieron el mismo patrón de comportamiento en ambos crímenes. A pesar de que dirigía el portal “Escribiendo la verdad”, aseguraron que Juan no era reportero, sino taxista, y que su muerte no tuvo que ver con el periodismo.
Lo desestimaron como otro accidente en cuya investigación no valía la pena invertir recursos.
Para las organizaciones de defensa de la libertad de expresión, se trata del periodista asesinado número 13 bajo el gobierno de Duarte.
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Sábado por la mañana.
En la ciudad de Puebla, Itzamná esperaba a Rubén para ir a ver a los padres de su novia. No habían tenido comunicación desde el día anterior. Ella había pasado una noche “rarísima, como ese sexto sentido que te dice que algo está mal y no sé qué está pasando, que tu cuerpo de una u otra forma te lo avisa”.
En Ciudad de México, Alma, una de las hermanas de Rubén, volvía a comprobar que la cámara del fotógrafo seguía en su cuarto, como todas sus cosas. No había hecho maleta para viajar a Puebla. Ni había llegado a ver a Itzamná, que estaba llamando para preguntar por él.
En la casa de la familia Espinosa, la preocupación se extendía como el aroma del miedo. La mamá creía que algo le había pasado a su hijo. El padre decía que la noche previa había escuchado algo de un multihomicidio, lo que le pareció “muy raro porque eso no pasa aquí”.
En Medellín de Bravo, Jorge Sánchez recibía la llamada del fotógrafo Felyx Márquez “diciéndome que tiene la impresión de que acaban de asesinar a Rubén”. Coincidía con que Jorge justo estaba observando unas fotos del gobernador Duarte, que le había mandado Espinosa para el siguiente número de “La Unión…”, en el que trataría el caso de la extraña muerte de Juan Mendoza.
En la turística Laguna de Tamiahua, Patricia –la otra hermana de Rubén- y su pareja se enteraban de la desaparición. Interrumpieron su paseo de fin de semana y abordaron una lancha para ir a la terminal de autobuses y viajar a Ciudad de México, a seis horas de viaje.
El fotógrafo que monitoreaba a Rubén no sabía cómo reaccionar. Él era el eslabón final, el último que había tenido contacto con su colega. Lo había hecho por WhatsApp al mediodía de ayer y todo estaba bien. Las casi 24 horas que habían pasado sin noticias suyas deberían activar un protocolo de emergencia… pero nunca habían llegado a establecer uno. ¿Qué se hacía ahora?
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Rubén no creía que la condición de exiliado le impusiera esconderse a llorar su desventura en silencio. En la capital, no podía cubrir los temas en los que se había especializado, enfrentaba una vida mucho más costosa, dependía de favores de amigos, estaba lejos de Itzamná y Cosmos… pero en ese ambiente más seguro, el que había ganado al marcharse, podía denunciar el terror de Estado en el que vivían los compañeros que había dejado atrás.
“Me da mucho coraje, tristeza y dolor que una persona decida el rumbo de mi vida, que haya decidido cuándo o en qué momento tengo que irme”, declaró en entrevista en Rompeviento TV.
Pero no sólo eso: aunque decidió no presentar denuncias ni recurrir a la protección de organismos oficiales, “porque no confío en ninguna institución del Estado”, durante julio siguió trabajando en apoyo a los activistas de Xalapa, para desmentir la versión oficial de la golpiza del 5 de junio.
“Sospechamos que los elementos de la Secretaría de Seguridad Pública encubrieron a los atacantes o fueron ellos mismos” -denunciaron en un comunicado que Rubén envió a medios-, a pesar de que los agentes “manifiestan que sólo se presentaron a ayudarnos, lo cual es completamente falso”. Advirtieron que “presentaremos pruebas de cómo ellos están coludidos con un grupo de sujetos que intervienen en la escena”.
Ni el asesinato de Juan Mendoza ni el discurso de Javier Duarte en Poza Rica silenciaron a Rubén, a pesar de que interpretó correctamente el mensaje que enviaba el gobernador: “es una amenaza indirecta contra todo aquél que no esté alineado”. Se sentía perseguido y lo expresó, aunque algunos de sus compañeros tenían la sospecha de que exageraba.
Igual, siguió denunciando esa administración, lo mismo con prensa nacional que extranjera. “Sólo le pido a la gente, a la sociedad y a los periodistas que volteen a ver a Veracruz, porque están matando la libertad de expresión”, le dijo a Shaila Rosagel, del portal Sin Embargo. A Noemí Redondo, de la agencia española Sin Filtros, le explicó que, bajo el duartismo, “se pueden meter a tu casa a matarte y nadie va a hacer nada por temor a también perder la vida”.
Empezaba a dejar ver, no obstante, una reticencia a exponerse demasiado, o a seguirlo haciendo: “Ya basta de mártires y de héroes, hay que ser humanos y entender que hay cosas que no puedes componer de la noche a la mañana, funcionamos mejor vivos que muertos”. Él mismo, incluso, se sentía con posibilidades, a pesar de las limitaciones del exilio: “Inicio de nuevo, con una vida a la que no me acoplo pero al final del día es vida y, si lo veo desde un punto de vista muy realista, soy afortunado al seguir con vida” .
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Sábado después de mediodía.
Ayer, viernes 31 de julio, por la noche, Alma había logrado contactar con alguien que había estado con Rubén, Arturo, un amigo de años, conocido por la familia. Él le había explicado que el jueves habían salido por la noche, ellos dos y Nadia Vera y, al cerrar el bar, se habían dirigido al departamento donde vivía la antropóloga para beber una cerveza más y pasar la noche. Arturo se había marchado al mediodía. Rubén se proponía salir un poco más tarde, para cumplir con la guardia vespertina en la oficina local de AVC Noticias, la agencia veracruzana con la que colaboraba, y además le había prometido a su hermana Patricia que se quedaría esa noche en su casa a cuidar a sus cachorros.
El fotógrafo que lo monitoreaba, vía WhatsApp, y el primer mensaje a la 1.45 pm: “¿qué hiciste ayer?” “Salí con un compa y una amiga”, respondió Espinosa a la 1.58 pm, “me quedé en su casa y apenas voy para la mía”. “Loco te escribo llegando a casa ya voy de salida a la calle”, escribió a las 2.13 pm del viernes.
Es todo lo que sabía Alma a las 3 de la tarde del sábado, cuando iba a la dirección que le dio Arturo, la del departamento 401 del edificio número 1909 de la calle Luz Saviñón, en la colonia Narvarte.
La pesadilla se estaba volviendo real. Encontró el área sometida al control de la policía. Escuchó que ahí cometieron el multihomicidio del que había escuchado su papá. Ella supo que la víctima era su hermano y empezó a llorar. Los agentes le reprocharon su actitud porque, dijeron, tal vez no estaba muerto y era el presunto responsable que había sido detenido. La enviaron a la morgue, entró como en sueños, y de pronto estaba frente a los cadáveres: eran cinco, de un hombre y cuatro mujeres, totalmente desnudos.
Sí era Rubén. Y era Nadia. Y Mile, Alejandra y Yesenia. Lastimados, morados, casi negros: sus cuerpos exhibían las marcas de la tortura.
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Sábado por la noche.
Fotógrafos, escritores y activistas nos reunimos en casa de nuestra compañera Marcela Turati. Cada quien llevaba en el cuerpo mezclas distintas de furia, temor, desconfianza, inconciencia y negación. Cada cóctel era explosivo, y un estallido provocaría el de todos.
Durante los bombardeos sobre Ciudad de Gaza, en agosto de 2014, los periodistas nos escondíamos en los sótanos, en la oscuridad, escuchando en silencio los aviones y los drones israelíes, las explosiones retumbando, hasta que alguien perdía los nervios, vociferaba un reproche y abría un intercambio de acusaciones con o sin sentido. Pero también había quienes aportaban responsabilidad, ideas sensatas que eran acogidas por todos, porque nos sabíamos muy vulnerables.
En México también nos dimos a los reproches. Pero nuestra fragilidad era mayor de la que sospechábamos.
Y ahí, como en Gaza, después comprobábamos que la sensatez de esas ideas era más un valor asignado que un carácter intrínseco, que su peso relativo era el que queríamos atribuirle, el que nos urgía darle para poder superar el momento en el que todo estaba cayéndose a pedazos.
“Cometieron un error, un grave error”, sostenía una colega, haciéndose escuchar entre las lágrimas y los gritos. “En Veracruz hacen lo que quieren pero en Ciudad de México, se van a dar cuenta de que aquí no mandan”. Admitía que el jefe del gobierno local, Miguel Ángel Mancera, era un sinvergüenza, pero también egocéntrico y patrimonialista, y probablemente querría marcarles su potestad a los de fuera, dejarles claro que no podían ordenar crímenes en la capital como en su casa, que aquí él hacía valer las reglas. Quizás.
De cualquier forma, sólo nos quedaba el recurso de siempre: salir a la calle a protestar frente a un gobierno que sabía ignorar la protesta. Se había especializado en ello. Y retenía su poder.
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Todos somos Rubén. A los pies de la columna de 52 metros, que sostiene una Victoria Alada, decenas de fotógrafos se colocaban sobre el rostro fotografías de Rubén Espinosa, en blanco y negro, y mostraban sus cámaras. Éramos unas 400 personas. Algunos carteles rezaban: “Gobierno duartista / asesino de periodistas”; y el eslogan “No se mata la verdad matando periodistas”. La luchadora social Julia Klug mostraba una bandera de México en la que el símbolo central, un águila que devora una serpiente, estaba enmarcado por palabras escritas en negro: “Periodista honesto / periodista muerto”.
El Ángel de la Independencia es el emblema de Ciudad de México y uno de los más importantes del país. Aquí los aficionados celebran las victorias de futbol. Y los reporteros venimos a protestar por nuestros muertos. Pero no sólo se trataba de uno de nuestros colegas. Un grupo de mujeres hizo énfasis en que hubo cuatro asesinadas. No se podía pedir #JusticiaParaRubén, sino #JusticiaParaLxs5. “¡No más feminicidios!”, proclamaban.
Estaban presentes algunas jóvenes integrantes de la comunidad colombiana. También del sindicato de trabajadoras domésticas. Los compañeros de Rubén y Nadia arribaron de Xalapa, apenas con ánimo para protestar. Si en la capital sentíamos la muerte rondando, allá les había puesto la pata sobre el cuello. Congoja, dolor, miedo. E impotencia. Noé Zavaleta lloraba sobre las escalinatas de mármol del monumento. La moral se le escurría entre las manos: “Ya no sé si vale la pena pedir justicia o no, al final de cuentas yo no voy a volver a ver a Rubén. ¿Para qué? ¿Qué tipo de justicia te van a entregar cuando vemos que lo quieren hacer pasar como un saqueo, robo o un simple delito del fuero común? Para serte sincero, no sé si valga la pena pedir justicia o no en un México impune”.
Con cámaras y lentes, fotos de las víctimas e imágenes captadas por Rubén, y claveles blancos, formaron un pequeño altar sobre un grueso papel ocre. “¡Justicia!”, escribieron en amarillo. “¡Ni uno más!”
Tras el asesinato de Moisés, el número 11 de los reporteros asesinados bajo el gobierno duartista, Rubén marchó con un cartel que decía: “No quiero ser el número 12”.
“Aún no nos cabe en la cabeza que Rubén ya entró en las estadísticas”, cerró Zavaleta. “Es ya el número 14”.
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De regreso en Xalapa, los periodistas enfrentaron la evidencia mortal de que la persecución, estaba claro, no tiene límites. Si las fauces del lobo alcanzaban Ciudad de México, ¿qué esperanza se podía tener cuando se vivía entre sus colmillos?
La que existía, porque a pesar de todo aún se aferraban a ella, no podía perderse con una retirada en estampida a la desmovilización, al aislamiento; con una huida individual hacia la derrota en solitario. Realizaron protestas cada día, en calles y plazas. El 10 de agosto, unos mil manifestantes decidieron llevar sus voces de la Plaza Lerdo, en la que Rubén colocó la placa que la rebautizó como Regina, hasta Casa Veracruz, la residencia oficial del gobernador. “¡Mancera!”, gritaban el nombre del jefe de Gobierno de Ciudad de México, “¡Mancera, no protejas a Duarte!” Rubén -reclamaba la reportera Norma Trujillo- “gritó ‘estoy aquí, no quiero ser el siguiente’, lo dijo ante diputados y autoridades. Nadie lo escuchó”.
En números menores, grupos de periodistas realizaron eventos durante el mes de agosto en distintas partes del país. Ni siquiera en los rincones que más han sufrido la violencia dejó de impactar el multihomicidio cometido en el corazón de la República.
Por ejemplo, en el estado de Sinaloa, donde la mafia política se apoyaba en organización de criminales simbolizada por el Chapo Guzmán, los periodistas hicieron un pequeño mitin en el centro de la ciudad de Culiacán, en el que Javier Valdez, Premio Internacional de la Libertad de Expresión 2011, denunció que “tenemos un gobierno corrupto, que no es capaz de propiciar condiciones para vivir bien en este país. Si no hay condiciones para la vida, tampoco para ejercer el periodismo. No se ejerce el derecho a la libertad de expresión”.
El domingo 16, en una concentración artística en la colonia Narvarte, frente al edificio del crimen, el colectivo Rexiste escribió sobre la calle, con enormes letras blancas: “Fuiste tú Duarte”, y una semana más tarde, Jorge Sánchez presentó el nuevo número de “La Unión…”: Rubén le había enviado unas fotos porque iba a estar dedicado a Juan Mendoza, el asesinado número 13… y ahora también al propio Rubén.
La indignación se extendía, incluso, más allá de las fronteras. En ciudades como Buenos Aires, donde fotógrafos deportivos aprovecharon el partido final de la Copa Libertadores para mostrar la leyenda “basta de genocidio en México”, grupos de periodistas expresaron su solidaridad.
“Este crimen ha sido un parteaguas”, sostuvimos el 15 de agosto más de 500 escritores y periodistas; “la Ciudad de México era considerada uno de los últimos lugares seguros para el ejercicio periodístico, pero ahora no parece haber santuario alguno para los reporteros perseguidos en México”. Promovida por el Pen Club y el Committee to Protect Journalists, dirigimos esta carta al presidente Peña Nieto personas de 40 países, con figuras tan destacadas como Javier Valdez, Salman Rushdie, Margaret Atwood, Diego Luna, Noam Chomsky, Alfonso Cuarón, John Coetzee, Guillermo del Toro, Paul Auster, Seymour Hersh, Alan Rusbridger, Gavin MacFadyen, Arianna Huffington y Christiane Amanpour.
Antes de demandar el esclarecimiento de los crímenes contra periodistas y garantías para la libertad de expresión, la misiva denunciaba que “hoy el periodismo en todo el mundo vive bajo asedio: los reporteros mexicanos, en particular, viven en peligro mortal. Las organizaciones criminales, los funcionarios de gobierno corruptos, y un sistema de impartición de justicia incapaz siquiera de determinar la responsabilidad de los asesinos son causa de la extrema vulnerabilidad de los reporteros”.
Esta carta dio origen a la movilización #NoNosCallarán, en la que más de 700 mil personas añadieron sus firmas y exigieron una investigación independiente de la matanza de la Narvarte, que siguiera la “línea Veracruz” que conduce al gobernador Duarte.
Nunca antes habíamos alcanzado tal nivel de visibilidad y apoyo.
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“La primera garantía que tenemos que dar para resarcir a las víctimas es que no haya impunidad, se debe dar con los responsables, sea quien fuere”, declaró Miguel Ángel Mancera. El jefe de Gobierno de Ciudad de México parecía entender la importancia de esclarecer el crimen, de atajar la ola de feminicidios y asesinatos de periodistas, y le ordenó al titular de la PGJCDMX (Procuraduría General de Justicia de la Ciudad de México), Rodolfo Ríos, actuar con diligencia.
Las autoridades locales no tenían mayores capacidades, mejores intenciones ni más humanidad que las de Veracruz, trágicamente. Eso se hizo ver desde que empezaron a maltratar a los familiares. La primera que lo padeció fue Alma Espinosa, a quien los agentes engañaron haciéndole creer que había un detenido –era falso- y que podía ser su hermano, aún vivo. Después, ese mismo sábado, en la Fiscalía de Homicidios, una funcionaria le pidió callar que Rubén era periodista, “no puedes decir a qué se dedicaba porque eso puede entorpecer las investigaciones”. “Ésa fue la primera amenaza que recibió mi hermana”, me explicó Patricia. Cuando pidió que le entregaran los objetos personales de Rubén, primero le dijeron “que no se los lleve porque están llenos de sangre y que es antihigiénico y que para qué”, y después “que no traía nada, cartera, credencial, teléfono, que por eso está en calidad de desconocido, sólo (tenían) su ropa y estaba llena de sangre”.
A partir de estos gestos iniciales, la familia y sus representantes legales tuvieron que soportar una larga lista de ofensas por parte de las autoridades. Pero lo más grave ha sido comprobar que, como ocurre en otros estados, en la capital nacional tampoco hay interés en aclarar el caso, sino en enterrarlo en el inmenso, inabarcable archivo de los crímenes comunes que no vale la pena investigar. Cuando Ernesto Ledesma, el director de Rompeviento TV, el medio en el que tanto Nadia como Rubén denunciaron la persecución y responsabilizaron a Javier Duarte de lo que les pudiera ocurrir, fue llamado a declarar, “las preguntas no eran los testimonios que nos dieron, no nos preguntaron nada del gobernador ni las condiciones de acoso que tenían en Xalapa. Las preguntas que me hicieron fue ‘¿sabes si Rubén Espinosa y Nadia Vera tomaban (alcohol)? ¿Sabes si fumaban marihuana, si iban a fiestas?’” Para Ledesma era inaceptable que “no sólo no los protegieron en vida, ¡carajo!, ni en la muerte. Ni post mortem los están cuidando, están tratando de manchar su reputación”.
La estrategia del procurador Rodolfo Ríos y de su lugarteniente y encargado del caso Narvarte, Edmundo Garrido, era “estigmatizar y criminalizar” a las cinco víctimas, me explicó Leopoldo Maldonado, oficial legal de Article 19 y abogado de la familia Espinosa, mediante la creación de “una narrativa que si bien no es oficial, porque han cuidado de no decirla en boca del propio procurador o del subprocurador de averiguaciones previas o del fiscal de homicidios, sí lo han hecho a través de sus vínculos con algunos medios a los que les han filtrado datos aislados para generar la percepción” de que “se trató de una fiesta, de narcomenudeo, de prostitución, para incluso justificar el multihomicidio” ante la opinión pública.
Además de Nadia (31 años) y (Rubén, 32), en el departamento fueron asesinadas Alejandra Negrete (40), una trabajadora doméstica con tres hijas que ese día, por infortunio, estaba ayudando con la limpieza; y dos compañeras de piso de Nadia: Yesenia Quiroz (18), originaria de la ciudad de Mexicali, en la frontera con California, y Mile Virginia Martín (31), apodada “Nicole”, nacida en Bogotá, Colombia. El hecho de que estas dos chicas fueran jóvenes, guapas e inmigrantes fue aprovechado para introducir la noción de que prestaban servicios sexuales o vivían de la venta de drogas, y que por lo tanto, los asesinos habrían entrado a la vivienda por invitación de alguna de ellas, quien sería el verdadero objetivo del ataque, y las demás, víctimas colaterales.
Aunque no hay evidencias para sostener hipótesis de este tipo, y a pesar de que el gremio periodístico ha interpretado correctamente el crimen como una advertencia para el conjunto de sus miembros, las filtraciones sin fuente fueron prestamente recogidas por medios y columnistas que solían replicar las posturas gubernamentales, y que acostumbraban utilizar los titulares de sus artículos para asentar una idea, aunque después, en el cuerpo de sus textos, no la sustentaran: “Fue un vulgar robo, nada implica a Duarte”, “Se refuerza la línea de crimen por narcomenudeo” (Ricardo Alemán); “El departamento de la Narvarte era también una casa de citas. Cinco personas muertas, el daño colateral de una desafortunada visita” (Ciro Gómez Leyva); En el multihomicidio de la Narvarte hay “un deplorable tufo a prostitución y drogas” (Carlos Marín).
Entre los medios, el exponente más conspicuo de la narrativa del gobierno capitalino fue el diario La Razón, dirigido entonces por el periodista cubano Rubén Cortés. Es un tabloide que suele regalar ejemplares porque vende muy pocos, y que no vive de su circulación, sino del impacto de los grandes titulares de sus portadas, que potencia asegurando su exhibición en lugares destacados de los puntos de venta. Es decir: su táctica no es proporcionar información verídica, sino dar golpes con cabezas espectaculares para influir en la opinión pública. Gracias a que desde el primer día le concedieron acceso exclusivo al expediente en la Fiscalía de Homicidios (según presumió en una nota sin firma), en sus ochocolumnas fue apuntalando la versión oficiosa, que se fue enfocando en generar sospechas sobre Mile: la joven reunía las características de ser mujer, joven, inmigrante y colombiana. Esto la hacía el eslabón más débil del grupo de víctimas. Además difundieron dos fotografías que alimentaban las sospechas de actividades ilícitas: en una de ella posa, vestida con un sexy vestido negro, junto un Mustang rojo y blanco de su propiedad; en la otra aparece luciendo un bikini azul que hace resaltar sus senos.
Las personas que pasaban frente a los puestos callejeros de periódicos recibían, cotidianamente y a golpe de gruesas letras, las versiones que le presentaban vía La Razón: “Víctimas de la Narvarte conocían a sus homicidas” (2 de agosto); “PGJCDMX detiene a violador que ya confesó: sí estuvo ahí” (5 de agosto); “Asesinos se ensañaron con Mile, la colombiana: detenido” (6 de agosto); “Rubén Espinosa, positivo en marihuana y cocaína” (13 de agosto); “Víctima de la Narvarte usaba múltiples identidades: Mile, Nicole” (17 de agosto); “Indagan compras que hacía Mile sin trabajar” (18 de agosto); “Detenido por el caso Narvarte sólo iba por sexo al departamento” (19 de agosto); “A departamento de Narvarte iban a arreglar un asunto de drogas” (1 de septiembre); “Sólo íbamos por Nicole, a los demás no los conocíamos” (2 de septiembre); “Los asesinos de la Narvarte fueron a matar a Mile un día antes pero no estaba” (3 de septiembre).
La PJGDF detuvo a tres personas, a las que describió como un albañil, un trabajador de valet parking y un malabarista callejero, sin explicar cómo es que, además de sus ocupaciones, supuestamente son expertos en el uso de armas de fuego y en técnicas de tortura. Presentó también fragmentos de grabaciones de cámaras de seguridad, muy borrosas, en las que se ve cómo uno de los hombres se lleva el Mustang, que más tarde fue abandonado en otro sitio. Según La Razón, la base de sus notas son exámenes periciales y declaraciones de los inculpados que forman parte de la investigación oficial, a pesar de que los abogados de las familias de las víctimas han denunciado que todo eso es falso. Para hacer creíble esta narrativa, se filtró el dato de que el cuerpo más dañado era el de Mile, a pesar de que tanto Alma Espinosa como Indira Alfaro, madre de Yesenia, constataron que los de Nadia y Rubén mostraban las huellas de un ensañamiento superior al que sufrieron las otras víctimas.
Menos de una semana después del crimen, el 6 de agosto, siete importantes organizaciones de derechos humanos ya estaban alarmadas porque las autoridades estaban sembrando datos para manipular a la opinión pública y, en un pronunciamiento conjunto, denunciaron “las filtraciones de información contradictoria” que “propician un inadecuado manejo de la información, desacreditando, discriminando y estigmatizando a las víctimas por su nacionalidad, sexo, ocupación o hábitos”. Además, la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, un organismo público autónomo, inició una queja de oficio por la violación de garantías fundamentales de las víctimas; y el 2 de septiembre, una jueza resolvió a favor de la familia Espinosa y le ordenó a la Procuraduría de Justicia que detuvieran la filtración de datos sobre el caso.
“Censura por orden judicial”, reclamó Ricardo Alemán en otro título de su columna. A pesar de que el sembrado de información prosiguió durante tres meses hasta que, en diciembre, el procurador Rodolfo Ríos anunció que un funcionario había sido detenido e indiciado por “el tema de las filtraciones”. Pero “los detalles no los puedo dar a conocer”, explicó, precisamente a causa de la prohibición judicial. Y nada de esto detuvo a La Razón, que siguió publicando las “revelaciones” que no dejaban de llegar a manos de sus reporteros: “Huellas, fotos, videos, llamadas, inculpan a asesinos de la Narvarte” (31 de enero de 2016); “Con técnicas de E.U., Canadá y Alemania, PGJ resolvió el caso” (4 de febrero).
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El caso ya estaba “resuelto”, según la PGJCDMX, el 27 de noviembre de 2015, a casi 4 meses del crimen. En entrevista con el portal noticioso Animal Político, eso aseguró Edmundo Garrido, el subprocurador a cargo del caso: responsabilizó a Daniel Pacheco (detenido el 5 de agosto), Abraham Tranquilino (30 de agosto) y Omar Martínez (11 de septiembre), y explicó que “hay tres personas que privaron de la vida a estas cinco personas que estaban en el interior, y que estas tres personas tenían un vínculo de amistad y afectividad con una de las personas que estaban en el interior”, la colombiana Mile Virginia Martín.
De ser supuestamente amigos de una joven al asesinato con tortura de las cinco víctimas hay bastante distancia. ¿Por qué lo hicieron? ¿Por prostitución? ¿Por diferencias sobre tráfico de drogas?
La PGJCDMX no tenía los “elementos suficientes para confirmar al cien por ciento el motivo”, admitió Garrido, quien adujo que los inculpados confesaron y que, si bien había contradicciones entre ellos, resultaban superfluas porque las pruebas eran suficientes para demostrar su participación. Y habrían cometido el crimen en tres horas, entrando a las 12 del día y saliendo a las 3 de la tarde.
A pesar de que Rubén le envió un mensaje de WhatsApp a su amigo fotógrafo, todavía a las 2.13. Y todo parecía tranquilo: “Loco te escribo llegando a casa ya voy de salida a la calle”.
Para que la versión oficial coincida con este dato, los asesinos deben haber estado escondidos en algún rincón del edificio desde las 12 hasta al menos las 2.14, y realizado en silencio –los vecinos no oyeron nada- las torturas y ejecuciones de las cinco víctimas en apenas 40 minutos, dándose seis minutos para marcharse.
El único cuerpo que no presentaba señales de violencia, además del tiro de gracia, fue el de la trabajadora doméstica Alejandra Negrete. A un año del multihomicidio, la abogada Karla Michelle Salas, representante de las familias de Nadia Vera y Mile Virginia Martín, sostenía cuestionamientos a los que la PGJCDMX no ha dado respuesta, y a dos años, la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal emitió una recomendación que enumeró “errores e irregularidades” en la investigación oficial.
Hay huellas dactilares, rastros de ADN y la huella de un zapato que corresponden, al menos, a otro hombre no identificado; hay evidencias faltantes o mal preservadas (el propio comandante de los policías investigadores contaminó la escena del crimen); las necropsias no establecen con precisión la causa del deceso de las víctimas ni describen las lesiones que sufrieron; no se siguieron los protocolos de investigación para feminicidios ni para delitos contra la libertad de expresión; no se investigaron las numerosas llamadas telefónicas que recibieron y realizaron los acusados; y éstos desconocieron sus declaraciones porque, según denunciaron, les fueron arrancadas mediante tortura.
Aunque los cinco cuerpos presentaban tiros de gracia, la Procuraduría no estableció quién disparó ni cómo lo hizo, ni halló el arma relacionada. Tampoco explicó el crimen ni sus motivos, aunque los supuestos dichos de los inculpados sirvieron para generar la impresión de que sí estaban claros los porqués: Abraham Tranquilino habría asegurado que la joven colombiana recibía cargamentos de cocaína en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, y que fueron a buscarla para robarle un paquete de droga, sin que los otros dos inculpados o alguna prueba lo confirmen; y Daniel Pacheco habría dicho: “fuimos a tener relaciones sexuales, entonces después de tener relaciones sexuales, Alejandra, que es la señora de la limpieza, me pide que me salga y yo los esperé afuera”. Los estudios periciales, no obstante, demostraron que ninguna de las 4 mujeres había tenido intercambios sexuales, consentidos o no.
En todo caso, si el objetivo del ataque era la colombiana, la abogada Salas preguntó: ¿Por qué matar a los demás? ¿Por qué estrangular a Nadia y Yesenia? ¿Por qué torturar a Nadia y Rubén?

***
Los reclamos porque la PGJCDMX no estaba siguiendo líneas de investigación relevantes, como las que surgían de las actividades de Nadia y Rubén en Veracruz y de las amenazas y agresiones que habían recibido, y conducían hasta las autoridades de ese estado, estaban ganando resonancia. La Procuraduría aseguró que la inconformidad era injustificada y solicitó interrogar al gobernador Duarte. Quien anunció prestamente que aceptaba responder. Pero no se presentaría en las oficinas judiciales en Ciudad de México, sino que exigió que los agentes acudieran a sus oficinas en Xalapa, con un cuestionario escrito. Se hizo a su gusto, el 11 de agosto, con la presencia de los representantes de las familias de las víctimas pero sin permitir que repreguntaran.
No se lo hicieron difícil. Duarte pudo leer y asimilar las 37 preguntas de la PGJCDMX, y dar respuestas como las siguientes:
Cuestionario: ¿Considera que actualmente las condiciones son idóneas para ejercer actividades periodísticas en el estado de Veracruz?
Javier Duarte: Sí.
Cuestionario: ¿En su gobierno se ha implementado alguna política pública que garantice los derechos humanos de periodistas y reporteros con motivo de sus actividades?
Duarte: Sí.
Cuestionario: ¿Cuál es su opinión sobre la fotografía en la que usted aparece, tomada por Rubén Espinosa y publicada en la portada del número 1946 de la revista Proceso.
Duarte: Es buena foto.
Cuestionario: ¿El trabajo de Rubén Espinosa incomodaba de alguna manera a usted en su carácter de gobernador?
Duarte: No
Cuestionario: ¿Considera usted que el Gobierno de Veracruz respeta los derechos humanos de periodistas y manifestantes?
Duarte: Sí.
"Respondí a todas sus preguntas y dejo claro que me deslindo totalmente de los acontecimientos”, afirmó Duarte en un comunicado de prensa. Aseguró que no cree en el fuero que por ley protege al gobernador y por lo tanto, aceptó declarar ante el Ministerio Público, lo que valoró como “un hecho inédito de la historia política y jurídica de México”. Criticó además “los linchamientos públicos que, lejos de crear valor, alejan de la verdad y encubren a los verdaderos culpables”. Cerró el documento con la frase “La verdad nos hará libres”.
Otros cinco funcionarios estatales contestaron cuestionarios una semana después, con los mismos resultados. Entre ellos, el secretario de Seguridad Pública, Arturo Bermúdez, acusado de dirigir un escuadrón de policías secuestradores y asesinos, es precisamente el hombre cuyo brazo alcanza a Ciudad de México: es el dueño de seis compañías de personal armado que operan en la capital del país: Grupo Profesional de Resguardo; Seguridad Privada GPR; Grupo Profesional de Alarmas; Profesionales en Seguridad Privada Integral; Profesionales Privados en Custodia y Resguardos Empresariales y Guardias Empresariales en Seguridad Privada. Estas empresas tienen sedes en las calles Luis Spota 151, colonia Independencia, y Centenario 29, colonia San Simón Ticumac: ambas están a entre 6 y 9 minutos en coche del departamento donde asesinaron a Nadia, Rubén, Alejandra, Mile y Yesenia.
Pero la PGJCDMX no consideró necesario preguntarle nada sobre ellas, ni realizar alguna acción para investigarlas.
Tampoco llamó a declarar a los amigos de Rubén y Nadia, a los reporteros que podrían describir los riesgos de ejercer el periodismo bajo el gobierno duartista, los que desmentirían al gobernador en su afirmación de que había “condiciones idóneas” para la libertad de expresión, los que darían detalles de las agresiones y amenazas que obligaron a Nadia y a Rubén, como a muchas otras personas, a dejar Veracruz para salvar sus vidas.
Más aún: la PGJCDMX ni siquiera tiene interés ni cree necesario explicar -si los tres procesados son efectivamente los responsables- por qué lo habrían hecho, cuáles fueron los motivos para asesinar a cinco personas y ensañarse torturándolas antes de matarlas. A los familiares, me confió Patricia Espinosa, “nos dijeron que ellos no tienen la obligación de esclarecer el móvil, simplemente tienen a los tres detenidos y no tienen la obligación de decirnos algo más”.
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Tenemos grandes problemas en cuestión de compañerismo, también hay que decirlo. Es complicado por intereses de muchos compañeros que decidieron trabajar bajo paga gubernamental. Hay otros que no lo hacen así, y los que no lo hacemos así somos el grave problema, de ahí el conflicto que hay entre nuestra labor y el gobierno
Pero aún así aquí estamos, y aquí estamos muchos que en realidad creemos que podemos hacer las cosas bien, que en realidad podemos llevar a cabo bien la ética de lo que se trata esto. Insisto, somos muy pocos pero tenemos mucha fuerza porque tenemos la verdad de nuestro lado.
Rubén Espinosa
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Rubén siempre andaba desconfiado y tenía razones para ello. Su muerte horrible, su tortura, la de Nadia, la de Yesenia Quiroz y las de las otras dos mujeres me persiguen… murieron por pensar, lo que parece estar prohibido en este país porque premian a los idiotas. Bien haríamos todos en sacudirnos a los parásitos. Esos que son pocos, pero cómo friegan. Al resto, que somos muchos, nos hacen creer que estamos fregados. Ellos son nuestros empleados. Nosotros, usted y yo, mandamos. A mandar pues. A mandarlos…
Pedro Canché
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A Nadia Dominique,
la mujer…
que soy
Se están volviendo margaritas los huesos de la niña
Que se consume como una lámpara olvidada
Una piel transparente la seduce
Para bordar en sus cabellos los pétalos de muerte
Y mis manos quietas no la tocan
Y mis ojos tristes no la miran
Y mi alma inerte no la siente
Se están volviendo secos los ojos de la madre
Que se consume como una lámpara olvidada
Una piel transparente se le escapa
Para bordar en sus cabellos el llanto de la muerte
No te vayas de mí niña de azúcar
A deshacerte entre la piel del llanto
No te vayas de mí pájara libre
Hacia el páramo frío de la ausencia
Entre tus venas danza mi silencio
Y hay un sonido mío en tus palabras
No te vayas de mí niña de azúcar
A plantar margaritas en tus huesos
No me dejes sin tus ojos
Ciega
No me dejes sin tu voz
Silente
No me dejes sin tu luz
A oscuras
No me dejes sin tu piel
Desnuda
No me dejes sin ti
Niña de azúcar
Mirtha Luz Pérez Robledo (madre de Nadia).
San Cristóbal de las Casas, 10 de agosto de 2015.
***
Extraño tu voz. Tu mirada. Tu abrazo fuerte. Verte editar. Tomar fotos. Las horas eternas nuestras. Nuestras distracciones. Nuestros juegos. Tus mensajes. Hacerte de cenar. Cenar. Ver series. Pelis de terror. Tus abrazos. Tus manos. Que me digas que soy yo. Tus Te Amo. Mis Te Amo.
Cuando creo que ya no tengo lágrimas, lluevo.
Cuando pienso que no volverás, no lo acepto.
Te nombro. Te pienso.
Te mantengo vivo dentro de mí. Usaré mi cuerpo y mi voz para mantenerte presente.
Mantener la memoria viva. Mantener la memoria viva.
Mano arriba, frente en alto.
Mano arriba, frente en alto.
Dale sentido.
Darle sentido.
Itzamná Ponce (pareja de Rubén).
Xalapa, 31 de agosto de 2015.
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