#DiarioDeSiria. Minorías acogen con cautela promesas de nuevo gobierno
Varios asesinatos y secuestros prenden alarmas / "Arrestamos a los que abusan", afirman autoridades / Señales de reactivación económica
Videocápsulas #DiarioDeSiria.
Episodio 2: Nos secuestraron en Izaa.
Regresé a Alepo, la gran ciudad del norte de Siria en la que Andoni, Balint y yo fuimos secuestrados durante la guerra, en 2013.
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Alepo, norte de Siria.
Los dos combatientes con los rostros cubiertos, uniformes de camuflaje, fusiles automáticos y pañuelos de tribus del desierto, que sujetan las riendas de un caballo árabe, parecen llegados a la milenaria Ciudadela de Alepo para conquistarla y no para proteger turistas, como es su tarea. Pero sonríen, bromean y se toman fotos con los niños.
Y son los únicos agentes en funciones de seguridad pública que es posible ver en esta gran urbe de 2 millones de habitantes, bastión económico de Siria. La policía fue retirada para depuración después del derrocamiento militar del régimen de 54 años de la familia al-Assad, el 8 de diciembre.
El 29 de noviembre, la entrada a Alepo, completamente sorpresiva, de brigadas de la oposición provocó pánico entre personas de las minorías étnicas y religiosas de la ciudad. Un ingeniero armenio nos compartió que subió a su familia al coche y se preparaba para escapar, “porque la gente dijo que venían a matarnos a todos”, cuando recibió llamadas de amistades que le pedían tranquilizarse y esperar. Al final, se quedó (“pero siempre tengo listo un plan B”, aclaró, “no nos podemos confiar”).
Esta fue la victoria de una amalgama de milicias que poco tiempo antes eran enemigas entre sí, algunas de ellas temidas por sus ideologías islamistas radicales: el gobierno les aseguraba a las minorías, como la alauita, a la que pertenecían los Assad, y otras más pequeñas, como los cristianos, los drusos y los chiíes, así como a las mujeres, que apoyarlo era su única garantía de supervivencia ante el fanatismo de la mayoría suní.
Pero hasta el momento, nos se han comportado como se temía. “Esto fue una revolución”, me dijo Ahmad Rami, un periodista sirio, cuando le mencioné reportes de linchamientos y ataques de venganza en otras zonas, en la costa y en la ciudad de Homs. “¿Cuándo habías visto una revolución que derribara a un régimen con flores? ¿Qué una guerra terminara con abrazos entre los enemigos? Observa que en realidad, la violencia es menor que la que suele haber en situaciones así”.
No es como Libia
No se parece, definitivamente, a Libia. Si allá Muammar Gadafi fue atrapado y asesinado, aquí al Assad escapó a Rusia con sus cercanos y podrá vivir tranquilo con los recursos que haya podido sacar a tiempo. En Alepo, la vida parece la normal en una ciudad que de 2012 a 2016 fue semi-destruida a tiros y bombardeos. Los actos de persecución siguen siendo puntuales.
Los propagandistas próximos al régimen caído y sus protectores -Rusia, Irán- se ocupan de exagerar lo que está pasando aquí. Por ejemplo, los asesinatos y secuestros que sin duda se han producido se presentan como si fueran generalizados y como si el gobierno de al Assad no los hubiera cometido masivamente; algunos casos de agresiones contra mujeres, sirven para crear la impresión de que ahora son menos libres que antes; la crueldad de una dictadura de 54 años, sostenido sobre una represión brutal, capaz de destruir ciudades enteras como Hama en 1982, se oculta en esas versiones.
El nuevo presidente, Ahmed al Sharaa ha declarado que serán procesados judicialmente individuos que cometieron crímenes importantes durante el régimen anterior. De algunos de ellos, que fueron detenidos, se conocen videos en los que aparecen cometiéndolos y jactándose de ello. Pero no se puede juzgar a decenas de miles de personas que de algún modo estuvieron involucradas.

Y se están cometiendo venganzas, ahora que se invirtió la rueda de la fortuna. Hay denuncias de toma de poblaciones con represalias graves contra sus habitantes, como en las aldeas de Fahil y Maryamin (provincia de Homs), en donde a finales de enero mataron a unos 20 hombres. Charles Lister, editor de Syria Weekly, revisó las listas de asesinados y encontró que 15 de ellos fueron oficiales del ejército de Al Assad, incluidos 7 generales.
También se registran abusos cometidos por reclutas sin entrenamiento o por unidades que fueron originalmente formadas para combatir contra las fuerzas de seguridad, no para reemplazarlas y ejercer sus tareas.
Es la oportunidad, además, para la actividad de grupos criminales. Y también se registran ataques de lo que llaman “remanentes”, grupos del assadismo que se rehusan a entregar las armas, montan emboscadas y lanzan ataques.
Entre todos los bandos, han cometido al menos 327 ejecuciones extrajudiciales de civiles desde el 8 de diciembre, según la Red Siria de Derechos Humanos.
Las autoridades anunciaron el arresto de “docenas de combatientes” de sus propias filas que han cometido abusos en Homs, lo cual según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, otra entidad independiente, “se produce en medio de crecientes esfuerzos para frenar las tensiones sectarias y restablecer la estabilidad en territorios que alguna vez estuvieron en manos de elementos pro-régimen antes de la caída”.
Hasta el momento -y subrayo de nuevo, hasta el momento-, los nuevos líderes han estado pronunciando las palabras correctas para calmar a la gente. En lugar de un fervor sectario, sostienen un discurso de fraternidad, comunidad nacional y tolerancia entre los distintos grupos étnicos y religiosos del país y la mitad femenina de la población, así como de amistad hacia la vecina Turquía, Estados Unidos y Europa.

Acompañan esta renovación narrativa con la de su imagen pública, tras arrojar al armario los uniformes militares para cambiarlos por impecables trajes de estilo occidental.
A pesar de que algunas comunidades todavía temen que las amables palabras que les dicen sean falsas o acaso imposibles de cumplir, y que el gobierno no pueda o no quiera impedir que se extiendan la violencia extremista y las venganzas.
“Esto va a tomar tiempo, en dos meses no pueden resolver el caos de 14 años de batallas”, dice Jirair Reisian, un alepino que, como parte de la representación de la comunidad cristiana armenia, fue legislador en la Asamblea Popular (parlamento), disuelta al caer al Assad. “El pueblo tiene que respaldar al gobierno y el gobierno tiene que respaldar al pueblo”, afirma.

No es Al Qaeda, es Turquía
Para descalificar al nuevo presidente, sus enemigos se burlan comparando su aspecto anterior, de combatiente islamista, con su nueva imagen.
Por ejemplo, la de una fotografía que publicó en sus redes sociales, en las que aparece con la barba larga pero bien recortada, la cabeza descubierta, chaleco de vestir sobre una camisa de manga larga y un reloj dorado, posando con sus dos hijas pequeñas, cuidadosamente peinadas y ataviadas de fiesta, con atuendos de tonos violáceos.
En otra gráfica, se encuentra con 17 mujeres representantes de la diáspora siria, de las que 10 lucen la cabellera libre y solo siete la cubren con jiyab. Él usa saco azul oscuro y una corbata de tono un poco más claro.
No hay duda de que es una metamorfosis que llama la atención. Como también lo es su paso de comandante de Al Qaeda a presidente de un país. ¿Aprendió entre los rigores del combate? No sería el primer guerrillero que se convirtió en estadista, si se confirma como tal. Pero da lugar a sospechas de que detrás de su renovación está un importante trabajo de asesoría, tan amplio que cubriría desde aspecto personal hasta política exterior, acaso brindado por su principal respaldo internacional, el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan.
Porque este es uno de los elementos clave, que definirán el futuro de su gobierno: su proximidad con Turquía. Sus enemigos se empeñan en resaltar su antigua relación con Al Qaeda -y la que no tuvo con Estado Islámico (antes llamado ISIS)-, para hacer pensar que sigue siendo parte de ese grupo o que obedece sus directrices.
Al Sharaa y su Hayat Tahrir al Sham rompieron con Al Qaeda en 2017, se convirtieron en su enemigo y en 2020, derrotaron definitivamente a su brazo en Siria, Tanzim Hurras al-Din, y también golpearon con severidad a Estado Islámico, como se señala en este reporte de 2021:
Quienes realmente crean la fabricación de que Al Sharaa es parte de Al Qaida, no entenderán sus decisiones porque ya hace ocho años que el hoy presidente -entonces apodado Abu Muhammed Al Julani- cambió de lealtades para recibir el apoyo del turco Erdoğan, empeñado en influir en Siria para destruir la autonomía kurda (hace un par de días profundizamos en este tema en Mundo Abierto).
Los sirios siguen siendo el mismo pueblo
El nuevo presidente y los órganos -incluido un comité legislativo- en los que se apoyará no fueron elegidos democráticamente. Es obvio que no puede ser de otra forma porque son producto de una revolución que derribó a un régimen y dos meses no bastan para organizar un proceso electoral serio. Da igual, los derribados lo denuncian, como si el régimen de Al Assad (su padre, Hafez, dio un golpe de estado en 1970 y desde entonces, más de medio siglo, los únicos gobernantes fueron él y su hijo Bashar) hubiera sido un modelo de libertad política.
No hubo comicios. Al Sharaa es el líder de la milicia más importante y logró que los de las demás -excepto los kurdos y Estado Islámico- lo ungieran en una reunión en Damasco.
En todo caso, y aunque no han aclarado cuánto tiempo va a pasar hasta que el país pueda celebrar elecciones (un punto muy importante), la percepción de que se están llenando los vacíos de poder y de que el nuevo sistema va tomando forma ha tranquilizado a mucha gente.

Lo sentimos de inmediato, en el tipo de cambio: en cuatro días, la lira siria pasó de cambiarse en las calles de 12 mil por dólar a 6 mil 500, casi la mitad. Esto hace que los precios prácticamente se doblen para quienes llegamos con moneda extranjera. Para los sirios, en contraste, significa que las importaciones se abaratan, y son muchísimas en un país con un sector productivo hecho pedazos.
Lo perciben también los empresarios. El restaurantero Majid Karyem nos contó que hace muchos años un amigo suyo, que tenía un lugar de comida siria en Údine, Italia, le contó que pagaba 15 mil euros mensuales de renta y que no podía comprar el local porque “aquí todo es muy antiguo y cada piedra cuesta un millón”.
Pues Karyem, desde 2004, empezó a adquirir propiedades en los alrededores de la gran Ciudadela de Alepo, cuyos precios además bajaron cuando empezó la guerra. Se acabó y es el momento de abrir: lo conocimos afuera del primero que inaugurará, tras haber invertido, según sus palabras, cuatro millones de dólares. La amabilidad no le quitó una franqueza cínica: “Las revoluciones no las ganan los revolucionarios, las ganan los ricos”.

Una autoridad de otra de las minorías, que pidió guardar su identidad para proteger a los suyos, estuvo presente en una reunión en la que el nuevo presidente al Sharaa les explicó sus planes a líderes de grupos que se sienten vulnerables, en Alepo. “Dice todas las cosas correctas, que en Siria no debe haber sectas, sino solamente sirios. Vamos a creer en él. Pero puede ser que no consiga lograrlo. Hay señales preocupantes de grupos fundamentalistas que hostigan a otras personas, sobre todo en Homs. En los años de la guerra, islamistas cometieron masacres de cristianos en Maloula (una aldea en el sur) y otros lugares”.
Es cauto pero tampoco oculta cierto optimismo, que se entiende después de casi 14 años de guerra civil (empezó en marzo de 2011) e incertidumbre: “Tenemos que darles tiempo, apenas están empezando, y esperar que les vaya bien, para que nos vaya bien a todos”.
Algo parecido manifiesta el ya citado líder armenio Jirair Reisian, con quien hablamos en la Catedral de los 40 Mártires, que fue consagrada en 1491, dañada por opositores en una explosión subterránea en 2015 y reconstruida a partir de 2019.

Su interés fundamental evidente es no dar motivos para que afecten a la comunidad cristiana armenia. Es muy cuidadoso con las palabras al expresar su confianza en la autoridad y en el apoyo que debe darle la gente: ahora están con el nuevo régimen.
Pero su fe se apoya en la historia: gran parte de los suyos desciende de víctimas del genocidio de 2015, de las deportaciones masivas ordenadas por los otomanos. Desde entonces, lograron acomodarse en la sociedad que los acogió.
“Los sirios siguen siendo el mismo pueblo que aceptó recibirnos”, señala. “Gobierne quien gobierne, esto no tiene porqué cambiar”.
Como muchos otros, espera que la revolución triunfante rinda frutos para todos. No solo para los ricos.
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Tu narrativa es la onda, como siempre, bro; y las fotos de la ciudadela son impactantes, pero la sentencia de Karyem de plano me estremeció.