#DiarioDeSiria. “Sin más amigos que las montañas”: los kurdos entre Turquía y la pared… y Trump
Paz o prolongar la guerra, dilema del nuevo gobierno sirio
Regresé a Alepo, la gran ciudad del norte de Siria en la que Andoni, Balint y yo fuimos secuestrados durante la guerra, en 2013.
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Alepo, norte de Siria.
Un hombre bajó de un salto de una motocicleta, tan velozmente que el conductor siguió adelante sin esperar a que el primero hubiera tenido tiempo de poner los dos pies sobre el suelo. Logró evitar la caída y, al interceptarnos a un lado de dos cerros de escombros que alguna vez fueron edificios, se puso a discutir en idioma kurdo con nuestro amigo Givara Haji hasta que acordaron que debíamos ir a la cercana estación de policía a explicar nuestra presencia ahí. Cuando llegamos a esas oficinas, había más hombres armados con actitud de agentes de la autoridad. Aunque solo podíamos saber que lo eran porque era lo que nos decían, no usaban uniformes ni mostraban alguna acreditación, ni había letreros indicativos.
Estábamos en Sheikh Maksoud, un barrio de la ciudad de Alepo habitado por kurdos que ya hace doce años, cuando cubrí la guerra civil, funcionaba como un microestado autónomo al que no podíamos acercanos, ni los grupos rebeldes, ni los soldados del gobierno.
A lo largo del conflicto interno, los kurdos del norte de Siria funcionaron en modo de autoprotección: las batallas entre opositores y oficialistas no les concernían en tanto se dieran fuera de sus territorios. Solo cuando, en 2015, surgió la amenaza de la organización Estado Islámico (aunque ese mismo año abandonó el nombre ISIS, algunos la siguen llamando así), que vencía a divisiones de los ejércitos iraquí y sirio mediante un terror que disolvía sus filas, las fuerzas kurdas en esos dos países se unieron a la coalición multinacional formada contra ese enemigo común y fueron las primeras que lograron infligirle derrotas y detenerlo.
Con un apoyo fundamental: Estados Unidos. Las dinámicas de la región son tan complejas que los kurdos de Siria, que sostienen un discurso marxista, reciben ayuda militar de Washington y reclaman su respaldo ante su mayor enemigo, Turquía… que es socia de Estados Unidos como parte de la OTAN.
Curiosamente, la militancia ideológica kurda no se nota en Sheikh Maksoud. No son pocos los vecinos que llevan el nombre Givara (que pronuncian Guivara, como aquella francotiradora que entrevisté en 2013) en honor del Che Guevara, pero sus paredes no están cubiertas de retratos del panteón revolucionario internacional, ni de escenas épicas o banderas. El resto de Alepo es mucho más profuso en simbología, tanto la que queda del régimen de Bashar al Assad, cuyo sorpresivo final cumplirá dos meses el próximo día 8, como la ahora predominante de los revolucionarios que lo vencieron.
El debate en kurdo, sin traducción simultánea o posterior, se dio frente a nosotros. Esperábamos que nos pidieran documentación, pasaportes, credenciales de prensa, órdenes de cobertura, pero Guevara (checa el Instagram de este joven artista plástico), en 15 minutos los convenció de que no trabajábamos para ninguna entidad temible y solo íbamos a visitar su casa. Amables, nos autorizaron a tomar fotografías pero no video, sin precisar porqué.
En estos años durísimos, los opositores acusaron a los kurdos de ser cómplices de la dictadura, porque no se sumaron a sus campañas militares. Las tremendas cicatrices que plagan el barrio indican otra cosa: en la guerra siria, solo uno de los bandos tenía la capacidad de destruir varios edificios completos con sus misiles Scud y las bombas de la aviación rusa, y ese era el de Assad.
Pero el espectro político-militar ha cambiado radicalmente: los opositores de entonces tienen hoy el poder central.
Todavía más difícil: son muy cercanos a Turquía, que los apoyó durante años, y que les exige ayudarla a destruir a las organizaciones kurdas, a las que califica como terroristas.
El nuevo presidente Ahmed al Sharaa, un islamista aupado por una coalición de grupos rebeldes, debe escuchar al mandatario turco, Recep Tayyip Erdoğan. Pero también tiene que pacificar el país, y esto no se logrará si va a la guerra con los kurdos. Además de que estos son las fuerzas más eficaces para contener el resurgimiento de Estado Islámico.
Al Sharaa exige que los kurdos se integren al nuevo ejército sirio y que sometan sus territorios a la administración central.
Los kurdos, que tienen una historia marcada por las traiciones de quienes dijeron ser sus amigos, no se confían: proponen integrarse a las fuerzas armadas y mantenerse como parte de Siria, pero conservando en ambos casos su autonomía, lo que para el turco Erdoğan es inaceptable.
A toda esta compleja ecuación, además, se suma, o más bien se ha vuelto a sumar, un gran imponderable, incómodo para todos por su imprevisibilidad y falta de escrúpulos: Donald Trump.
Las autonomías kurdas
El de que los kurdos “no tienen más amigos que las montañas” es un dicho alimentado por malas experiencias. Con onstituyen el cuarto grupo étnico más grande de Medio Oriente, después de árabes, turcos y persas, y llevan dos siglos intentado crear un estado propio. Durante la Primera Guerra Mundial, en la que ayudaron a vencer al Imperio Otomano, la promesa de que lo tendrían fue abandonada por Francia y el Reino Unido, que los ignoraron repartiéndose los pedazos.
El territorio que habitan está dividido entre cuatro países: Turquía, con la mayor parte; Irak, Irán y el norte de Siria. En Irak, donde Washington les dio apoyo e incluso cobertura aérea porque peleaban contra Sadam Hussein, lograron formar y estabilizar una región autónoma, para pesar de Turquía, que desde 1984 trata de suprimir la rebelión armada del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK).
En 2012, en plena guerra civil, los kurdos de Siria crearon el PYD (Partido de Unión Democrática), que con apoyo del PKK, formó su propio gobierno autónomo en tres fragmentos del norte del país, Afrin, Kobane y Cizre, para constituir la región que llaman Rojava o, más formalmente, Administración Autónoma del Noreste de Siria. El PYD, a su vez, es el eje de una alianza que incluye a grupos árabes llamado Fuerzas Democráticas Sirias.
Esto fue alarmante para Erdoğan, con ahora dos autonomías kurdas en las fronteras de Turquía, dándoles ejemplo y respaldo a los kurdos dentro de este país.
Más grave fue que Washington, su aliado en la OTAN, comenzó a apoyarlos, como había hecho con los de Irak, cuando la rápida expansión de Estado Islámico por Siria e Irak reventó alarmas en todo el mundo y forzó la creación en su contra de una alianza informal sorprendente: fuerzas de los países occidentales, las monarquías árabes, Turquía, Irán, Rusia y hasta China colaboraron en la lucha contra Daesh (como llaman al EI en árabe).
Proveyeron inteligencia, aviaciones, armamento, logística… pero sobre el terreno, donde los demás fracasaron, solo los peshmergas (milicianos) kurdos fueron capaces de confrontar y vencer a los temidos yijadistas.

La presión de Turquía
El “escudo” que les dio Barack Obama a los kurdos, comprobada tanto su utilidad como reiterada la necesidad de que siguieran conteniendo a Estado Islámico, pareció romperse cuando Trump llegó a su primera presidencia.
A petición de Erdoğan, Trump anunció el retiro de las tropas estadounidenses en territorio kurdo, lo que sonó como campanada de salida para el ejército turco, que ocupó el cantón kurdo de Afrin y tomó una franja de territorio para separar Kobane de Cizre.

Washington, sin embargo, no se llevó a todos sus soldados: como es usual, lo que Trump dice no suele ajustarse a lo que hace, y dejó 2 mil hombres (que apoyan a los kurdos en guardar a sus prisioneros miembros de Estado Islámico y monitorean la región), que fueron también un factor que disuadió a los turcos de profundizar su ofensiva.
En 2018, gracias al apoyo aéreo de Rusia y a las tropas iraníes y de Hezbollah, el gobierno sirio logró recuperar gran parte del territorio y crear la apariencia de que había ganado la guerra. Pero solo controlaba un 60% del país: además de los kurdos en Rojava, Turquía siguió ocupando varias regiones y la oposición siria se hizo fuerte en la provincia de Idlib. En buena medida, gracias al apoyo de Erdoğan.

Y de ahí salieron los islamistas en su ofensiva sorpresa de fines de noviembre (aprovechando que Irán y Hezbollah habían salido muy debilitados de su enfrentamiento con Israel; que Rusia había retirado fuerzas para desplegarlas en Ucrania; y que el régimen sirio estaba muy descompuesto) para tomar Alepo y proseguir al sur hasta la capital, Damasco.
Turquía no solo sostuvo a diversas organizaciones armadas, incluida la del nuevo presidente al Sharaa, Hayat Tahrir al Sham (HTS, Organización para la Libertad del Levante), sino que formó su propio grupo, al que llamó Ejército Nacional Sirio (ENS).
En las últimas semanas, con apoyo militar turco, el ENS logró arrebatarles a los kurdos cuatro regiones (en verde claro), especialmente el estratégico pueblo de Mambij (área verde claro de arriba a la izquierda, a 80 kilómetros al este de Alepo), y con el apoyo de la fuerza aérea turca, que solo en enero lanzó más de 30 ataques contra tropas kurdas y población civil, mantiene la presión con el objetivo de cruzar el río Éufrates -ya se apoderó de la orilla occidental- y avanzar sobre territorio kurdo.

Siria y sus malos amigos
El martes 28 de enero, con los periodistas Ítalo Rondinella y Andrea Lazzaroni, encontramos la plaza principal de Alepo totalmente rodeada por dos filas de combatientes de HTS, actuando como parte del nuevo ejército sirio. Fue una sorpresa porque, salvo dos de sus miembros que vimos cuidando la milenaria Ciudadela días atrás, en esa urbe no había seguridad pública ni presencia visible de grupos armados en las calles.
Alepo estaba en alerta roja: a partir de un enfrentamiento en el que los kurdos habían matado a un combatiente del ENS y herido a dos o tres más, una columna había llegado a la ciudad con la intención de atacar y tomar Sheikh Maksoud. La guerra amenazava con regresar a la sufrida urbe.
Pero HTS detuvo el convoy militar. En estos momentos, aunque subido de tono y con algunas amenazas, el diálogo entre al Sharaa y los kurdos prosigue.
Igualmente importante es que Alepo es el principal bastión económico del país, al gobierno le urge reactivarlo y eso no va a ocurrir si persiste la violencia o la percepción de que puede haberla.
El día siguiente, una reunión de jefes de las diversas milicias nombró presidente provisional a Al Sharaa, quien insistió en su posición de exigir que los kurdos se sometan sin condiciones a su autoridad.
Como desea Erdoğan. Excepto por un detalle: el nuevo jefe de Estado anunció que su primer viaje al extranjero no será a Turquía, para rendirle cuentas al mandatario turco, sino a uno de sus principales rivales en la disputa por la hegemonía regional, la muy rica Arabia Saudí, cuyos petrodólares financiaron a varias de las organizaciones armadas que intervinieron en la guerra.
El desaire fue después corregido con un viaje relámpago de Al Sharaa a Turquía, anunciado hoy lunes 3 de febrero para efectuarse el martes. Pero el gesto fue interpretado como indicio de que al Sharaa querría actuar con cierto grado de independencia, una forma de decirle a Erdoğan que tendrá límites. Lo cual podría abrir espacios para llegar a un acuerdo con los kurdos.
Otro factor a considerar son los intereses personales del presidente de Turquía, que en 2028, cuando termine su mandato actual, cumplirá 25 años en el poder y que agotó los límites de reelecciones que él mismo amplió, para beneficio propio, en una reforma constitucional anterior. Ya ha dicho que buscará otro periodo de cinco años, para completar 30, “si la nación me lo demanda”… y para lograr que el pueblo se lo pida, necesita convencer al 60% de los legisladores necesario para volver a cambiar la carta magna.
Esto implica a los diputados kurdos. Abdullah Öcalan, el líder venerado por el movimiento kurdo, encerrado desde 1999 en la cárcel de la isla de İmralı, ha respondido a los gestos negociadores de Erdoğan con mensajes de que podría llamar a la disolución del PKK, si su gente obtiene ciertas garantías.
Un diálogo entre el PKK y Turquía podría reducir la presión sobre las partes en Siria, facilitando su propia discusión.
Y falta, por supuesto, el factor Trump, quien no ha anunciado todavía cuál será su política hacia los kurdos. Con Erdoğan tiene la sintonía que suele encontrar con otros autócratas, como él mismo. A petición suya, podría terminar de retirar las tropas estadounidenses y abrirle al ejército turco las rutas para la invasión definitiva de Rojava.
El general Mazloum Abdi, comandante en jefe de las Fuerzas Democráticas Sirias, declaró que los atentados de año nuevo en Estados Unidos, inspirados en Estado Islámico, deberían hacerle ver a Trump la importancia de seguir apoyando a los kurdos.
También en el Departamento de Estado en Washington hay voces que recuerdan que necesitan a los kurdos ante la amenaza de Daesh, que persiste y que encuentra, en los vacíos creados por el cambio de régimen en Siria, espacios para crecer. Señalan ya, por ejemplo, que el súbito y drástico corte de la ayuda internacional estadounidense elimina los fondos destinados a los campos de internamiento para miles de miembros de Daesh, resguardados por los kurdos, con el riesgo de que escapen, se reagrupen y vuelvan a atacar.
Para los kurdos, las amenazas que representan Turquía y Estado Islámico, así como el alejamiento de Washington, son tan reales que están buscando aliados hasta en Israel: los columnistas de ese país dan cuenta de acercamientos kurdos que, creen, Tel Aviv debería aprovechar para mantener al nuevo gobierno sirio ocupado y hostigar al de Erdoğan. A cambio, dicen, los israelíes podrían facilitarles a los kurdos apoyos de tipo económico, tecnológico-militar y de inteligencia.
Así como hacerles el favor de convencer a Trump de no abandonarlos.
El diario The Jerusalem Post publicó una entrevista con Ilham Ahmed, co-directora del Departamento de Relaciones Exteriores de la administración autonómica kurda, quien declaró que “La crisis en Medio Oriente requiere que todos entiendan que sin que Israel y el pueblo judío desempeñen un papel, no habrá una solución democrática para la región”.
En caso de que algo resulte de esto, la falta de murales revolucionarios en Sheikh Maksoud será una anomalía mucho menor que la de ver al marxismo anticolonialista kurdo haciendo migas con el fascismo colonialista israelí.
Así es Medio Oriente: las visiones simplistas, binarias, son totalmente inadecuadas para encontrarles sentido a las complejísimas dinámicas de la región.
Pero todavía es posible que, más allá de los intereses de los actores externos, los sirios de Damasco y de Rojava privilegien sus necesidades -sus urgencias- comunes y encuentren una forma de acomodarse y colaborar, más allá de lo que se quiera en Ánkara, Riad, Tel Aviv o Washington.
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