#Análisis. 2ª parte: La abrupta transición mexicana no ha llegado a su fin
Todos: Morena, el PAN y la morralla tendrán que aprender a vivir en ausencia de AMLO
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Segunda parte: el resto de los partidos
¿Qué va a ocurrir con los partidos más allá del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena)? En la primera parte de este trabajo analítico-imaginativo, utilizamos como modelos de referencia las experiencias históricas del peronismo argentino, el Congreso Nacional Africano, de Sudáfrica, y el Partido del Congreso, de India, para explorar posibles rutas evolutivas de la mayor organización política de México.
Algunas de ellas podrían incluir escisiones reivindicativas del legado obradorista, es decir, agrupaciones que se separen de la matriz asegurando representar lo “verdadero” del movimiento de Andrés Manuel López Obrador, un supuesto “obradorismo auténtico”. Si los partidos satélites de Morena, el del Trabajo y el Verde Ecologista de México, cedieran a la tentación, y en vista de que fundar y obtener el registro oficial de partidos nuevos en México resulta muy difícil, una opción a considerar por los potenciales disidentes podría ser aliarse con ellos, ya que se han mostrado históricamente abiertos a todo tipo de emparejamientos de conveniencia, o bien infiltrarlos y tomarlos para hacer apuestas por separado.
Pero no todo es el proyecto obradorista (conocido como Cuarta Transformación o 4T), por supuesto. En esta segunda y última parte de este trabajo, trataremos de indagar en el futuro de los partidos de la coalición opositora y del que logró constituirse como tercera vía, Movimiento Ciudadano. Unos pueden desaparecer pero otros probablemente van a aguantar y tal vez incluso ganar competitividad.
Reitero: esto no es de ninguna manera una lista de deseos ni un acto de adivinación, sino tan solo un ejercicio libre de prospectiva, una tentativa de observación a largo plazo.
El PRI en la morralla
Hace solo 10 años, los priístas se regocijaban en el éxtasis de haber recuperado la presidencia y construido la supercoalición legislativa que llamaron Pacto por México. El escándalo de la casa blanca de Peña Nieto, la indignación popular por la desaparición de los 43 de Ayotzinapa y por la matanza de Tlatlaya, y otros casos de corrupción y violencia ya habían arrojado al priismo por el tobogán del colapso. Pero ellos no estaban dispuestos a verlo.
En 2014, gobernaban 20 estados. Hoy solo dos. Y en ese mismo par de entidades, el 2 de junio, fueron vencidos en las elecciones presidencial y de senadurías. El expartido hegemónico sucumbió bajo la inmensa animadversión popular, la caníbal dirigencia nacional de Alejandro Moreno que ha alejado a muchos militantes y la agresiva estrategia para desfondarlo mediante cooptaciones, implementada por López Obrador.
Empequeñecido hasta quedar como tercera fuerza en el Senado y quinta en la Cámara de Diputados, el PRI es ahora parte de lo que antes sus propios miembros solían menospreciar como la “chiquillada” o la “morralla”, la variedad de pequeños partidos que descienden del 11% de votos que recibieron cada uno el PRI y MC hasta el 5% del PT.
En este momento, el sistema de partidos se parece al de los años 80: el PRI era el gran partido dominante, lo seguía de muy lejos un partido mediano, que entonces como hoy es el PAN, y luego quedaba la morralla.
Aunque mantiene una estructura nacional, el PRI en los hechos se está transformando en una confederación de debilitados cacicazgos regionales, con fuerza considerable únicamente en el estado de Coahuila. Gobierna ahí y en Durango, pero en este último depende del PAN. Y los panistas están hartos: muchos atribuyen sus malos resultados a la conflictiva alianza que hicieron con el partido más desprestigiado del país.
En ambas organizaciones, los dirigentes -hoy senadores electos- prolongaron sus mandatos con maniobras que causaron descontento interno, y este año deben dejar sus puestos. Para varios de los panistas con posibilidades, alejarse del PRI es urgente.
Algunos proponen cambiarle nombre y símbolos, renovarlo “ahora sí”. ¿Servirá? Parece demasiado tarde. Los rencores y la división internos, la salida de cuadros y bases, y la fragmentación son tan graves que cuesta ver incluso cómo lograrán mantener la unidad del partido, evitando que los liderazgos locales sigan pactando por su cuenta con el oficialismo, en este naufragio de los que no saltaron a tiempo.
Ya convertido en minipartido, lo que le queda es sobrevivir como el resto de la chiquillada, actuando como rémoras que se pegan a partidos grandes para merendarse los restos que dejan ir. Pero el PAN ya no es grande y además, se quiere librar del PRI.
¿Buscarán adherirse a Morena? ¿O terminarán de desgajarse?
El PRD, por su lado, apenas merece una mención. Del grupo que se apoderó de él para perderlo, “Los Chuchos” o Nueva Izquierda, solo da la cara el presidente del partido, Jesús Zambrano. Jesús Ortega y Carlos Navarrete no se dejan ver en el desastre. Quizás saltaron ya. Zambrano habla de refundación, de “abrirse a la sociedad”… ¿qué sociedad querrá entrar al PRD?
Otros en la misma ruta son los que inventaron la fábula de la “Marea Rosa” ciudadana que le iba a dar a la coalición opositora los millones de votos que los partidos eran incapaces de conseguir. No pasó y los mismos políticos a los que supuestamente iban a salvar mostraron desde un principio que ni ellos les compraban el cuento, pues ni siquiera les dieron candidaturas. La marea se quemó.
Derechas: Sufren los políticos, algo menos sus patrones
Con su 17% de votos en la elección de diputados federales de 2024, el PAN retrocedió a su resultado de 1991, el mismo. Después de entonces, había subido hasta un máximo de 38% en 2000, montado en la ola del cambio que canalizó Vicente Fox. Después se mantuvo siempre por encima de los 22 puntos, mientras que en estados, si en 2017 gobernaba 11, ahora solo le quedan cuatro. En tres de ellos perdió, el 2 de junio, las elecciones para la presidencia y senadurías, y en dos el control de los congresos locales.
También ha padecido liderazgos internamente divisivos y excluyentes, además de una sangría de cuadros hacia Morena. Pero mantiene algunos bastiones de importancia en la región del Bajío (en los pequeños pero estratégicos estados de Aguascalientes, Guanajuato y Querétaro), así como en el norteño Chihuahua, en algunas ciudades medias y unas pocas demarcaciones del área metropolitana capitalina.
Hasta el momento, se mantiene como la esperanza de resurrección de las derechas. Pero no de todas: la derrota ha alimentado los cuestionamientos por su cercanía con el PRI, por haber escogido como candidata a Xóchitl Gálvez (una figura ambigua que se declaró extrotskista y simpatizante del aborto y del matrimonio gay) y por la adopción o aceptación de algunas posturas moderadamente liberales en lo social. Aumentan las voces que desde hace años llaman a hacer con el PAN lo mismo que en España hizo Vox con el Partido Popular: escindirlo para darle vida a un partido de extrema derecha, uno que no sea, como repiten en México a partir del eslogan ibérico, “una derechita cobarde”.
El fracasado precandidato presidencial independiente Eduardo Verástegui, quien ha anunciado que intentará formar un partido, aspira a representar esas posturas. Parece poca cosa pero en 2022, con patrocinio de la poderosa organización estadounidense pro-Donald Trump Conferencia de Acción Política Conservadora, reunió en Ciudad de México a caras muy visibles de las derechas radicales de los continentes americano y europeo, como el argentino Javier Milei y el estrepitoso europarlamentario de Vox Hermann Tertsch, y por videoconferencia el propio Trump y su ideólogo Steve Bannon.
El ultraliberalismo de Atlas Network, el trumpismo y la extrema derecha europeas han establecido una alianza abierta, con frecuentes encuentros públicos, para intervenir en el futuro político de México, como lo han hecho en Argentina, Chile, Brasil, Venezuela y otras naciones.
Cuentan con el patrocino de grandes fortunas, como por ejemplo, la de Ricardo Salinas Pliego, un extremista de derecha que controla tres grandes cadenas de televisión y un banco, y que está financiando la expansión mexicana y latinoamericana de Atlas Network.
Algunos creen que Salinas está construyéndose una candidatura presidencial, al estilo Trump. ¿Querrá encabezarla él mismo? ¿O preferirá mandar a alguno de sus empleados?
El PAN enfrenta ajustes de cuentas internos por la barrida electoral y también por agravios acumulados, pero no hay señales de colapso o implosión. Sus bastiones regionales están bajo asedio morenista pero resisten con algún éxito. No puede dar por hecho, sin embargo, que seguirá hegemonizando el conservadurismo. Deberá cuidar que no lo rebasen por la diestra.
En todo caso, el escenario de casi tierra arrasada en el que quedó la derecha no debe alimentar un exceso de confianza en el polo opuesto. Fueron derribados los políticos, no sus patrones.
MC, la bisagra senatorial
Finalmente, Movimiento Ciudadano es la única organización fuera de la alianza oficialista que se puede dar por satisfecha con su desempeño del 2 de junio. Su candidatura presidencial empezó dando tumbos por el exitoso chantaje que le hizo la oposición a la apuesta emecista, el gobernador de Nuevo León Samuel García, y porque su relevo, Alberto Alvarez Máynez, tuvo un despegue accidentado. Pero este último supo aprovechar los debates para generar conocimiento público y proponerse ante el electorado de oposición como una alternativa más fresca, seria y elocuente que Xóchitl Gálvez.
Comparando sus resultados en los comicios de 2021 a 2024 casi dobló sus caudales, al pasar de 3.4 millones a 6.5 millones de sufragios, y de 7% a 11% de la votación. Y aunque, a pesar de este crecimiento en apoyo, una mayor dispersión de sus votantes hizo que sus bancadas federales se encogieran, tuvo la fortuna de que la variación de los otros actores -el crecimiento de Morena a costa de sus rivales- hace que su fracción adquiera un peso determinante en caso de reformas constitucionales: el oficialismo necesita al menos a dos senadores emecistas para alcanzar la mayoría calificada, y la oposición requiere cuatro para bloquearla.
Es decir que por fin, tras varios intentos, MC se convirtió en un partido bisagra, en la tercera fuerza a tener en cuenta.
No obstante, para eso necesita que la alianza opositora se mantenga unida y además que evite deserciones hacia el oficialismo, lo que parece difícil dados el colapso perredista y el hartazgo panista con el PRI.
Y a MC le hace falta decidir cómo jugar sus fichas, tanto si se sostiene el escenario en el que puede funcionar como bisagra como si no: ¿qué tanto jugar con la 4T y qué tanto en contra?
Se le acusa de ambos pecados. Y no tiene claro a quién representa: ¿a los jóvenes progresistas, como pretende su excandidato presidencial? ¿A bloques de expriistas como los que le han dado votos en Jalisco, Campeche y otros sitios? ¿A expanistas como su aspirante en Ciudad de México, Salomón Chertorivski? ¿A figuras de redes sociales como el gobernador de Nuevo León y su esposa?
La política mexicana es un gran barril de reciclaje donde las lealtades partidistas son débiles (cuando existen), los políticos se han acostumbrado a cambiar de siglas según sus intereses y MC ha crecido absorbiendo a muchos de ellos. Gran parte de sus votos son prestados por grupos regionales, que en cualquier momento pueden abandonarlo y llevárselos. Como botón de muestra: este sábado 22 de junio, los emecistas del estado donde su partido tiene mayor poder, Jalisco, mostraron su descontento boicoteando la reunión del Consejo Nacional. No fue ninguno de ellos, ni el ganador de las elecciones de gobernador, Pablo Lemus, ni el mandatario saliente, Enrique Alfaro.
A falta de una doctrina partidaria en la que puedan coincidir las distintas facciones, sus prácticas de gobierno y de legislación se ajustan a consideraciones locales y de coyuntura, distorsionando el discurso que el partido desea proyectar.
No se sabe bien qué quiere MC, aparte de seguir ganando parcelas de poder y del presupuesto. Además de que un análisis de la politóloga Viridiana Ríos muestra que MC creció con votos que antes fueron de la alianza opositora. No puede contar con que siempre podrá extraer la sangre de ese contendiente más grande pero más débil, porque se está cayendo a pedazos.
Y sin poder articular un discurso claro, ¿cómo logrará salir de la morralla y aumentar su competitividad para presentarle un reto significativo a la narrativa política más poderosa de este siglo en México, la construida por López Obrador?
Amloístas y antiamloístas sufrirán la partida de AMLO
Los grandes retos que enfrentan los partidos de oposición pueden, por ahora, favorecer la estabilidad del sistema y de la coalición oficialista, bajo el liderazgo de la presidenta Sheinbaum.
La 4T naturalmente buscará asegurar la unidad de Morena y la subalternidad de sus partidos satélites, reforzándose con el apoyo puntual de MC en el Senado, o con los subproductos del caos en la alianza opositora. No le faltarán opciones en la legislatura que se integrará en septiembre.
No queda claro, sin embargo, que la enorme fluidez que ha mostrado el sistema de partidos receda para darle paso a la consolidación bajo una fuerza hegemónica. El PRI y el PAN abusaron del poder e indignaron a la población, pero el eje y catalizador del descontento fue Andrés Manuel López Obrador. Es difícil sostener que, sin su liderazgo, el tripartidismo peñista hubiera sido barrido hasta las ruinas como lo fue.
AMLO se va el 1 de octubre. No solo de la Presidencia, también de la vida política, según ha repetido por años. Insiste en que no influirá en el gobierno ni en el movimiento. Y aunque no se puede descartar que intervenga de alguna forma discreta, su sola ausencia de la vista pública tendrá un impacto muy difícil de valorar ahora pero sin duda enorme: López Obrador ha sido la figura determinante por veinte años, tanto para quienes lo admiran como para quienes lo rechazan. La conformación actual de la política mexicana se articula alrededor del todavía presidente.
La sólida campaña que hizo Claudia Sheinbaum fortaleció su imagen pública y su autoridad, lo que favorecerá que tome con firmeza las riendas del gobierno.
Pero hemos olvidado cómo es México sin AMLO y no sabemos cómo será. Si el peronismo es la referencia más próxima, Perón hizo todo lo posible para mantener su invasiva centralidad por décadas. En cambio, Andrés Manuel se oculta.
El sistema de partidos tendrá que empezar a moverse sin él como aglutinador de propios y extraños. Tendrá nuevas dinámicas que lo volverán a transformar. Esta historia no ha llegado a su fin.
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