#Análisis. La abrupta transición mexicana, ¿llegó a una estabilidad o vienen más sacudidas?
¿Morena llegó para quedarse? ¿Y los demás partidos? / Para explorar: las experiencias de India, Argentina y Sudáfrica
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La escena partidista que se definió en las elecciones de este 2 de junio no podría haber sido imaginada hace solo 9 años, en 2015, con la primera participación del naciente Movimiento de Regeneración Nacional, Morena, de Andrés Manuel López Obrador. El sistema de tripartidismo parecía sólido, bien controlado desde la Presidencia y dando una higiénica apariencia de pluralidad democrática.
Pero era una simulación y por lo tanto, incapaz de canalizar y neutralizar el descontento. Con un PRI semidestruido, un PAN minimizado y un PRD eliminado, bastaron solo nueve años para verlo en ruinas.
La simulación pretendía que una supuesta “transición democrática” nos había permitido pasar de un sistema de partido hegemónico a ese tripartidismo, que solo le había puesto muchos colores al mismo vestido. Un vestido que muy pronto quedó en jirones.
¿Cómo llamamos a lo que tenemos ahora?
De un vistazo, encontramos un fuerte partido dominante, Morena, con dos satélites; un partido mediano en recesión, el PAN; y una “chiquillada” de cuatro bolsas electorales que obtuvieron entre 5% y 11% de la votación, y de ellas solo tres parecen tener buena salud: las dos que dependen de Morena, PVEM y PT; y la que ha apostado con éxito por crecer con independencia, MC. El PRI ya es regional, una sociedad de cacicazgos locales.
Es decir, se prefigura un sistema de partido hegemónico. Pero la hegemonía solo se alcanza si se sostiene. El PRI lo hizo durante 68 años. Morena la acaba de imponer, al conseguir la mayoría calificada en la Cámara de Diputados y ponerla a su alcance en el Senado.
¿Podrá mantenerla en el mediano plazo?
¿Se resignarán los poderes fácticos a asociarse o subordinarse al obradorismo, o escogeran contemporizar mientras nutren una ofensiva?
¿Podrá recuperarse el PAN hasta volver a ser competitivo?
¿Surgirán retos emergentes desde organizaciones por el momento menores o desconocidas?
Y más interesante aún, ¿conservará la unidad el obradorismo?
La verdadera transición política es la que estamos viviendo. Pero al igual que los ideólogos del viejo régimen se equivocaron al dar por concluida la que ellos habían ayudado a simular con contratos y saliva, ahora cometeríamos un error si quisiéramos creer que este proceso ya acabó. El desplome del tripartidismo dejó muchas piezas sueltas que no han sido reemplazadas y el sistema, hoy, se ve incompleto.
Si el vuelco en la escena partidista ha sido enorme en nueve años, no podemos asumir que en otros nueve permanecerá igual.
Propongo imaginar nuevos escenarios, atrevidamente.
De entrada, sobre el futuro de Morena, en la entrega de hoy. Y en la de la semana siguiente, sobre el resto de los partidos.
Para ayudarnos en este ejercicio de imaginación, planteo tres experiencias históricas de otros países que tienen características similares a México (grandes economías emergentes con importante peso regional e inmensas desigualdades sociales), como modelos de exploración.
Se trata del peronismo, en Argentina; el Partido del Congreso, de India; y el Congreso Nacional Africano, de Sudáfrica.
Los auténticos herederos
Empiezo con el peronismo, no porque considere que sería la ruta más probable para el obradorismo sino por que es un fenómeno culturalmente más cercano a México, y más conocido acá.
Además, también fue iniciado por un dirigente carismático que era el eje de todo. Solo que a una escala mucho mayor y más egocéntrica, a niveles que quienes acusan de faraonismo a AMLO deberían estudiar para ser más precavidos. Tanto que llegaron a ordenar que el pensamiento del líder fuera el de la nación: en la ley 14.184 de 1952, establecieron que el peronismo o justicialismo era la “doctrina nacional del Pueblo Argentino”.
Esta diferencia debe hacerse notar. Desde un principio, López Obrador manifestó y sostuvo, contra críticos y simpatizantes, su voluntad de gobernar por un solo mandato y después retirarse de la vida pública, a su rancho donde dice que se dedicará a escribir sin contestar emails ni whatsapps. Unos le creen, otros no, pero hasta el momento ha cumplido y ya hay sucesora votada.
En contraste, tres veces presidente, Juan Domingo Perón se hizo el centro del debate político argentino por tres décadas, desde 1944 hasta su muerte en 1974; las grandes decisiones se tomaban por él o contra él, incluidos ataques revolucionarios y golpes de Estado. Los suyos se llamaban “peronistas” y los rivales, “antiperonistas”.
Esa doctrina peronista, el justicialismo, tomó su nombre del ideal de justicia social del dirigente, que ascendió al poder y a la historia gracias a su alianza con el sindicalismo. Pero terminó siendo algo idelógicamente contradictorio, en la medida en que giraba en torno a los vaivenes de un hombre que tuvo muchos, y que terminó apoyándose en una ultraderecha criminal que asesinó a muchos peronistas de izquierda.
Tras su muerte, la herencia de Perón fue reclamada por todos, de un lado a otro del espectro ideológico. Presidentes argentinos tan opuestos como Carlos Menem y Néstor Kirchner fueron postulados por el peronismo, y algunos políticos de este movimiento están apoyando hoy a Javier Milei.
En realidad, el peronismo es un enorme paraguas de simbolismos, dividido en una multitud de partidos y organizaciones que todavía ahora reclaman ser los verdaderos herederos del patriarca fallecido hace medio siglo.
Este modelo no tiene porqué ser tan dramático en el caso obradorista. Desde estos días vemos ya, por ejemplo, señales de que la ganadora de la presidencia Claudia Sheinbaum desea darle contenidos propios a su mandato, sin apartarse del obradorismo. Quizás veamos un obradorismo-sheinbaumismo en el que, como ha prometido, AMLO se abstenga de interferir.
En cualquier caso, la fortaleza del liderazgo de López Obrador permitió la incorporación al movimiento de todo tipo de fauna política, hasta llegar, con Manuel Espino, al Yunque, una organización clandestina de ultraderecha conocida por su estrategia de infiltrar estructuras ajenas para controlarlas, y a la que le interesa hacerse la desaparecida.
Bajo el lema de no importa de dónde venimos sino a dónde vamos, la escasez de accesos al presupuesto desde la oposición y la abundancia en el nuevo grupo hegemónico propició la creación de una fábrica de nuevos conversos. Que por ahora tienen que someterse a López Obrador.
Claudia Sheinbaum ha demostrado ampliamente tener autoridad, experiencia, exigencia y conocimientos. Aún así, solo los hechos demostrarán si es capaz de mantener alineada a la mutitud de aves, felinos, roedores y dinosaurios que medran en los dominios del rey león.
Desde la oposición, la lucha por el poder unifica; en el poder, el reto de los rivales obliga también. Pero la hegemonía aparente cambia los horizontes de la disputa: ante opositores diezmados afuera, uno los encuentra adentro.
Tras el retiro de AMLO… o tal vez más adelante, quizás tras la presidencia de Sheinbaum, ¿veremos movimientos de escisión para generar nuevos partidos? El obradorismo ya cuenta con dos satélites siempre caracterizados por su ambición y su oportunismo, el PVEM en primer lugar, pero también el PT. E integrantes de Morena que han registrado agrupaciones políticas nacionales, que son legalmente embriones de nuevos partidos, se han visto en problemas para explicarle a la prensa para qué hacen eso si están felices en el que ya tienen.
En el futuro, podríamos encontrar que existen “Morena”, “Morena Independiente”, “Morena Auténtica” y “Morena De Verdad”, en competencia unas contra otras. O un “Partido Obradorista de Liberación”, un “Partido de Liberación Obradorista” y un movimiento “Obradoristas Libres Sin Partido (Aún)”.
No es profecía, solo una hipótesis de trabajo.
El revolucionario enriquecimiento de la élite
Las otras dos experiencias son la del Partido del Congreso, de India, y la del Congreso Nacional Africano, de Sudáfrica. También enarbolan a figuras de inmensa proyección carismática, el “mahatma” Gandhi y Nelson Mandela.
Sin embargo, a pesar de que el alcance de esos líderes fue global, la historia de ambas organizaciones es previa a ellos, como articuladoras de movimientos de liberación nacional, y tras la desaparición de ambos (Mandela, como AMLO, rechazó buscar la reelección -aunque tenía la oportunidad legal; Gandhi fue asesinado en las postrimerías de la independencia), reivindican no tanto una herencia individual como la colectiva de la lucha popular contra la opresión.
Con el Partido del Congreso hay que hacer un matiz: por matrimonio con alguien que no tenía relación con el mahatma, Indira, la hija del gran ingeniero de la república india, Jawaharlal Nehru, tomó el apellido Gandhi, que después pasó a otros familiares como señal de prestigio.
Con raíces ideológicas en la izquierda y promotor del movimiento de los no alineados (ni jugar con EU ni con la URSS) durante la guerra fría, el PC logró repetidas votaciones de alrededor de 45% del inmenso electorado indio para mantener el poder durante un cuarto de siglo (cuando lo perdió por primera vez, en 1977, recibió apenas 65 millones de votos, y lo recuperó en 1980 con 84 millones).
Siempre laico, fue finalmente reducido por los radicales hindúes del BJP, que esta semana refrendaron el mandato que ganaron en 2014. Pero se mantiene con distancia como la segunda organización política nacional, eje indispensable de toda alianza de oposición.
Dejó de ser, no obstante, aquel viejo partido de los campesinos y los trabajadores. Las décadas en el poder transformaron a sus dirigentes, que en los años 80 se convirtieron en instrumentos del neoliberalismo. Solo el calvario de vivir fuera del presupuesto lo ha llevado a recuperar banderas populares que había abandonado.
Los años dorados del PC en India ya estaban lejos cuando Sudáfrica conquistó la democracia y el Congreso Nacional Africano llegó con Mandela a la presidencia. El Nobel de la Paz consiguió un 62% de los votos y tuvieron que pasar 25 años, en 2019, antes de que el CNA recibiera menos que eso, un 57%.
El CNA no solo aglutinó a la mayoría negra, también a minorías discriminadas como los llamados Coloured (mulatos o mestizos), indios y árabes, además de algunos blancos liberales o de izquierdas. El peso político de la primera es, en todo caso, aplastante.
El presidente posterior a Mandela, Thabo Mbeki, propuso reformar a fondo las estructuras de la opresión social con un programa denominado BEE (Black Economic Empowerment o empoderamiento económico negro), que estableció un sistema de cuotas para elevar a hombres no blancos y a mujeres en general.
Por ejemplo, las empresas tenía que integrarlos de abajo a arriba, hasta los órganos directivos y los cuadros de propiedad. ¿Y qué pasó? Las más grandes empresas del país, como las mineras y los bancos, calcularon que les convenía incorporar a gente de influencia política… algunos de los más avezados líderes del CNA. Que de un momento a otro se volvieron magnates. El presidente actual, Cyril Ramaphosa, es uno de ellos. En mi libro “Asante, África”, conté que la gente le había cambiado el significado a las siglas BEE: Black Elite Enrichment o enriquecimiento de élite negra.
Este año, México, India y Sudáfrica coincidieron en celebrar elecciones en paralelo. El tercer país, el 29 de mayo. El rival tradicional del CNA es DA, Alianza Democrática, un partido liberal que gobierna en la provincia de El Cabo pero, aunque es multirracial, padece el estigma de ser considerado blanco, lo que le dificulta crecer. Se mantiene alrededor del 21% que obtuvo ahora.
La competencia que sí preocupa al partido dominante son sus dos grandes escisiones. Una de 2013, Economic Freedom Fighters (EFF, luchadores por la libertad económica) es extremista y exige no tener contemplaciones al momento de expropiar tierras de los blancos. Aunque le dio una buena mordida al electorado del CNA, no ha logrado subir del 10%.
La otra disidencia viene del partido que fundó el expresidente Jacob Zuma, que llevó la corrupción del CNA a sus más altas cimas, al ser expulsado del partido tras su condena de cárcel por fraude (se las ha arreglado para pasar poco tiempo a la sombra). Para formar su organización, Zuma se robó el legendario nombre del brazo guerrillero del CNA, uMkhonto we Sizwe, y siendo zulu, trata de agitar a su tribu para atraer votos confrontándola con las demás. La jugada no le ha salido tan bien como espera pero obtuvo casi el 15% de los votos.
Todo a costa, naturalmente, del CNA, que ya ve como historia añeja los días en que solía llevarse dos terceras partes de los sufragios: del 62% del 2014, bajó a 57% en 2009 y hace dos semanas, a 40%.
La votación conjunta de EFF y uMkhonto we Sizwe es de 25%.
Morena, ¿aristopolítica o matriz dominante?
Un poder casi completo y muy duradero corrompió al PC indio y al CNA sudafricano. En sus distintos momentos de clímax, ambas organizaciones actuaron de manera opaca, carente de autocrítica y dada a descalificar a quienes señalaban sus errores y excesos. El desarrollo de élites con influencia las ligó a los mismos poderes económicos que habían combatido.
En el Partido del Congreso, no se mantuvieron como en el peronismo girando en torno a la figura de un hombre, pero crearon una dinastía con un apellido que los impulsó tanto como ahora les pesa.
¿Podría suceder algo parecido en Morena, que surja de ella un modelo de corte dinástico o aristopolítico de familias de la Regeneración Nacional?
La corrupción neoliberal se abrió paso en el CNA muy tempranamente, cuando Mandela fue sucedido por Thabo Mbeki. No le dieron tiempo a la organización para empezar a envejecer en el poder. Luego vino el tremendo Zuma, y ahora Ramaphosa.
Tanto Zuma como los jóvenes de EFF -las dos escisiones- representan de alguna forma el contenido ideológico tradicional del CNA. No son como el peronismo en el sentido de que no están formando un paraguas de contradicciones ideológicas entre quienes dicen formar parte de una herencia común.
Esa es otra posibilidad: que Morena se mantenga como una matriz fuerte, dominante, cuestionada por disidencias en sus costados que le dan algunos problemas, pero de las que podría echar mano si sobreviniera algún reto de mayor envergadura. Como ejemplo, el de 2022 en Brasil, cuando el Partido Socialismo y Libertad, que había roto con Lula 17 años antes, acudió a su llamado para confrontar al bolsonarismo. Solo unidos lo vencieron y ahora los críticos forman parte del gobierno lulista.
No son profecías, solo unas hipótesis de trabajo.
Por supuesto, estas tres experiencias no nos sirven más que como plataformas de especulación.
Y no podemos descartar que el obradorismo, obradorismo-sheinbaumismo o como termine llamándose, logre consolidar su hegemonía por un buen tiempo, mantenga la unidad, no se corrompa y logre llevar a cabo la cuarta transformación del país, como ideó su fundador.
Todavía estoy buscando una experiencia histórica en otros países para ilustrar algo así.
No dejen de leer la segunda parte de este artículo, la semana siguiente.
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