¿Cómo van las cosas en Siria? #Análisis a 4 meses de la caída de Al Ásad.
¿Es cierto que ganaron Al Qaeda y Daesh (ISIS)? ¿Qué pasa con los kurdos y los alauíes? ¿Y los territorios invadidos por Turquía e Israel?

Los combates y las masacres que tuvieron lugar en la región alauí (la minoría religiosa a la que pertenece el clan de la familia al Ásad, que gobernó Siria de 1970 a 2024) a inicios de marzo, son ejemplo de lo difícil que es interpretar lo que ocurre en ese país tras el cambio de régimen, en medio de una intensa guerra de propaganda.
Uno de los lados presentó los hechos como la demostración definitiva de lo que ha sostenido desde la caída de Bashar al Ásad, el 8 de diciembre: que Al Qaeda y Daesh (Estado Islámico, el grupo que dejó de llamarse ISIS en 2016) tomaron el poder y se disponen a aplastar a todos los que no se sometan a sus designios.
Otro sector los utilizó como prueba de que “los remanentes” del viejo régimen son sostenidos por la minoría alauí, seguirán lanzando ofensivas sangrientas y por lo tanto es indispensable practicar una purga profunda, que los encuentre y elimine a todos, so pena de que reinicie la guerra y continúe por muchos años.
Y desde el gobierno actual describieron los sucesos como muestra de que hay riesgos reales de inestabilidad que no permiten bajar la guardia y es necesario enfrentar, y que aunque se cometieron excesos contra civiles, los responsables son individuos y grupos indisciplinados que recibirán el merecido castigo.
Una gran parte de los comentaristas tiene un bando predefinido: la primera versión corresponde a los que fueron derrotados en diciembre y sus aliados, el clan Ásad, Rusia e Irán; la segunda, a los sectores más radicales de la coalición triunfante; y la tercera, como se indicó, a quienes toman las decisiones y necesitan justificarlas.
La realidad, como siempre, está en algún punto intermedio. Buscarla sin prejuicios nos puede ayudar a valorar por dónde va el proceso sirio y qué perspectivas tiene.

Los combates de marzo
En Siria no se produjo un cambio de poder democrático: la guerra duró casi 14 años; dejó más de 650 mil muertos, de los que más de 200 mil eran civiles; expulsó de sus hogares a más de 13 millones de los 22 millones de habitantes; y el bando que llevaba nueve años perdiendo o resistiendo, logró darle la vuelta a la situación y vencer militarmente a su enemigo. Fue una derrota total para el régimen y cuando esto ocurre, vienen las venganzas (esto de ninguna manera es justificación, es una descripción). Bashar al Ásad prefirió abandonar a los suyos y escapar a Rusia antes de correr la suerte del libio Moamar el Gadafi, quien fue perseguido, acorralado, descubierto en un tubo de drenaje, cazado y asesinado cruelmente.
Al Ásad vive cómodamente pero los suyos se quedaron en Siria. Es cierto que los alauíes (el 12% de la población) temen las represalias de la mayoría suní (70%) y que, para tranquilizarlos, el nuevo presidente Ahmed al Sharaa les promete paz y respeto.
Los dirigentes del viejo régimen, en cambio, tienen certeza de que van por ellos. Al Sharaa ha asegurado que serán llevados a juicio. Sobre todo, los que en años y décadas anteriores participaron en la violentísima represión. Ya hizo ejemplo con el arresto de Ibrahim Huweija, exjefe de las Fuerzas de Seguridad General, conocido como el “ingeniero del asesinato” por matar a cientos de sirios e incluso a altos funcionarios libaneses .
Los asadistas están organizados y armados, y encabezan una resistencia cuyos objetivos no están claros, pero pueden ir desde la secesión de la región alauí, que comprende toda la zona costera de Siria, hasta la toma de Damasco y la restauración.
Su líder, Mikdad Fatiha, publicó videos en febrero amenazando al nuevo gobierno, en los que presumió de su brutalidad (“he visto más vísceras y órganos internos humanos que cirujanos”), y anunció la formación de la "Brigada Escudo Costero". Otra figura es el exgeneral Ghaith Dalla, mano derecha del hermano del expresidente Al Ásad, Maher, quien dirigía la Cuarta División del Ejército. Ghaith comandaba la 42ª Brigada de Tanques y además formó las Fuerzas Ghaith, una unidad de aproximadamente 500 mercenarios. También desempeñó un papel clave en el asalto, la masacre y el arresto de miles de civiles en Darayya, al-Moadamiyah, Ghouta Oriental y Daraa. Uno más es el exgeneral Suhayl al-Hasan, líder del grupo Fuerzas Tigre, que usaba bombas de barril: explosivos lanzados desde helicópteros que causan una destrucción masiva y muertes indiscriminadas de civiles.
De diciembre a febrero, se denunciaron casos de secuestros y asesinatos de alauíes, pero parecían puntuales, no generalizados. Al Sharaa informó de arrestos de una docena de perpetradores.
Hasta que, el 6 de marzo, en áreas cercanas a las ciudades de Latakia, Tartús y Homs, grupos de antiguos soldados y milicianos alauíes lanzaron una serie de ataques coordinados contra instalaciones militares y de seguridad de los Ministerios de Defensa e Interior del gobierno de transición, matando a cientos de miembros de las fuerzas de seguridad, de acuerdo con un informe de la Red Siria de Derechos Humanos (RSDH).

El nuevo “ejército” de Siria está muy lejos de ser una estructura consolidada, con jerarquías definidas. Ni siquiera es un cuerpo homogéneo: está en vías de organización y sigue siendo una amalgama de grupos armados con patrones extranjeros diversos, como Turquía, Qatar y Arabia Saudí. No solo eso: cientos de yijadistas de otros países, desde Uzbekistán y Chechenia hasta Europa, combatieron del lado de las milicias islamistas contra el régimen de Al Ásad en los años más duros y ahora, no están satisfechos con la moderación declarada por el presidente Al Sharaa y quieren cobrarse con sangre la sangre derramada. Muchos sirios exigen que se vayan del país pero parece que no es tan fácil que ahora, alcanzada la victoria, les den la espalda.
Una ofensiva rebelde como esa, entonces, sirve para que los sectores más radicales se sientan justificados al desatar su furia, bajo el falso argumento de que ser alauí es equivalente a ser asadista, a pesar de que muchos miembros de esa comunidad estaban en la oposición. Y también podría permitirle al gobierno ocultar los extremos de una represión autorizada. No sabemos qué tanto el propio Al Sharaa ordenó o solapó los excesos o si, como él sostiene, ha tratado de contenerlos.
En todo caso, hubo una movilización masiva de tropas y de milicias diversas, desencadenando una represión que pronto se convirtió en violencia sectaria. Milicianos afiliados al gobierno interino, muchos de ellos suníes radicales y algunos identificados como yijadistas extranjeros, llevaron a cabo masacres contra civiles alauíes, acusándolos de haber apoyado al régimen de Ásad. Los testimonios refieren ejecuciones sumarias, saqueos, incendios de aldeas, asesinatos indiscriminados e incluso matanzas de familias enteras , como en las aldeas de Jableh y Baniyas.

El Observatorio Sirio de Derechos Humanos (una organización diferente a las citada RSDH) documentó, entre el 6 y el 17 de marzo, la muerte de:
273 miembros de las fuerzas de seguridad y el Ministerio de Defensa.
259 combatientes alauíes asadistas.
1,557 civiles, que en su mayor parte fueron asesinados por su filiación sectaria.
Además, la prensa libanesa reporta que unos 13 mil alauíes sirios cruzaron la frontera para buscar refugio en Líbano.

“El gobierno sirio debe garantizar que los autores de una oleada de asesinatos en masa contra civiles alauíes en zonas costeras rindan cuentas y adoptar medidas inmediatas para garantizar que ninguna persona o grupo sea atacado por su secta”, declaró Amnistía Internacional.
El presidente dijo entender que se cometieron crímenes injustificables y aseguró que perseguirán a los responsables: “Luchamos para defender a los oprimidos y no aceptaremos que se derrame sangre injustamente o quede sin castigo o rendición de cuentas, incluso entre los más cercanos a nosotros”, declaró Al Sharaa a la agencia Reuters. “Muchos grupos entraron en la costa siria y se cometieron numerosas violaciones”, añadió. “Se convirtió en una oportunidad para la venganza”.
Siria no es Suecia
Toda esta violencia debe ser denunciada y condenada, y son los nuevos titulares del Estado a quienes se les debe exigir que tomen las medidas necesarias para que no se repita, para llegar a la paz.
Pero un análisis que juzgue estos hechos como si se produjeran después de unas elecciones en Suecia, y no como resultado de una guerra en la que los que fueron aplastados vencieron a los que los aplastaban, no es honesto, es propaganda.
También se tiene que tomar en cuenta que el país sigue fraccionado entre muchas fuerzas de poder considerable, que amenazan la estabilidad y pueden provocar que la guerra efectivamente no acabe de terminar, que se reavive y prolongue.
Hablamos no solamente de kurdos, drusos, células de Daesh (que solo en marzo efectuaron 18 ataques) y otros grupos descolgados, sino de Turquía e Israel: todos controlan amplias zonas del territorio sirio.
Al Qaeda y Al Sharaa
Describir al presidente Ahmed al Sharaa y a su milicia Hayat Tahrir al Sham (que se está convirtiendo en la columna vertebral del nuevo ejército) como expresiones o asociados de Al Qaeda y de Daesh es, por lo menos, ignorancia.
Al Sharaa (con el nombre de guerra que ya abandonó, Abu Mohammad al Jolani o al Golani) fue parte de Al Qaeda. Pero nunca de Daesh: al revés, porque este grupo se escindió y se convirtió en el peor enemigo de su matriz. Por más millones que Estados Unidos ha invertido en combatir a Al Qaeda, nadie ha matado a más de sus miembros que Daesh.
No sería la última división del grupo fundado por Osama bin Laden: los de Al Sharaa se separaron en 2016 y de 2017 a 2019, también persiguieron a sus excompañeros hasta vencerlos.
De manera que es dolosamente falso afirmar que Al Qaeda y Daesh tomaron el poder en Siria, pues ambos son enemigos del nuevo gobierno.
Cuyo protector, en realidad, es Turquía: Al Sharaa cambió el patrocinio de Al Qaeda por el del presidente turco Recep Tayyip Erdoğan, que lo financió, armó y otorgó apoyo militar directo durante ocho años.
En realidad, la derrota de Al Ásad significa la pérdida de un aliado para Rusia e Irán y una ganancia para Turquía, que ya negocia instalar bases militares y que sean empresas turcas las que se lleven el gran negocio de la reconstrucción.
Minorías y la cuestión kurda
Al Sharaa no solo abandonó su apodo Al Jolani, también tiró las vestimentas de yijadista para ponerse traje y corbata, y cambió el discurso radical por el de jefe de Estado. Si se me permite introducir una sospecha, la transformación fue tan profunda y veloz que podría deberse a asesores especializados, acaso relacionados con Turquía.
Apenas tomar el poder, el nuevo líder empezó a hablar con las palabras correctas para colocarse al frente de una nación diversa y compleja, en la que nadie quiere verse en el espejo de Libia, no tanto por el destino trágico de Gadafi sino por el del país, que desde febrero de 2011 está partido y confrontado, sin que haya final a la vista.
Este 30 de marzo, se dio a conocer el gabinete que deberá gobernar por cinco años, hasta que se realicen elecciones. Entre los 23 ministros hay una mujer cristiana (solo una, Hind Kabawat, en el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales), un alauí (Transporte), un druso (Agricultura) y un kurdo (Educación).
La inclusión de las minorías parece confirmar (eso parece, el tiempo confirmará la confirmación) el éxito de las charlas con las mismas, aunque en realidad la de los kurdos, que controlan casi la tercera parte del país, además de parte de la ciudad de Alepo, se sigue haciendo difícil: si el 10 de marzo, Fuerzas Democráticas Sirias (de predominio kurdo) firmó un acuerdo para integrarse en la administración y el ejército nacionales, ahora se dice no representada en el nuevo gabinete y por lo tanto, no sujeta a sus decisiones.
La consolidación del pacto con el liderazgo kurdo es fundamental para avanzar en otro de los grandes problemas de Siria: el ejército de Turquía y grupos sirios bajo su dominio ocupan partes del norte del país. La condición para negociar su retirada es garantizar que los kurdos sirios no apoyen a los kurdos que viven en Turquía y luchan por la independencia.
En trazos gruesos, las alternativas son dos: o los kurdos se integran a la autoridad central -aunque conserven un margen de autonomía- o Turquía los atacará militarmente, exigiendo el apoyo del ejército sirio.
El presidente turco Erdoğan, no obstante, tiene que considerar también la presencia de tropas estadounidenses entre los kurdos, a partir de la alianza creada para combatir a Daesh. ¿Qué hará Trump? Si en su primera presidencia, facilitó que los turcos conquistaran algunos bastiones kurdos, pero de manera limitada, en esta segunda gestión, todavía no ha dado señales de lo que va a hacer.
Israel: que Siria se divida o sea Estado fallido
Finalmente, está el único tema que une a los sirios: la resistencia ante Israel. Al caer el régimen de Al Ásad y a pesar de que los vencedores aseguraron que se atendrían al acuerdo binacional de no agresión de 1974, el primer ministro Netanyahu simplemente lo desconoció.
Desde el territorio sirio de los altos del Golán, ocupado desde 1967, fuerzas israelíes se apoderaron de poblaciones y zonas montañosas del sur, hasta quedar a poca distancia de Damasco. Además, sostienen una intensa campaña de bombardeos de instalaciones militares sirias (en el pasado, solo atacaba a fuerzas de Irán y la milicia Hezbollah) con el propósito declarado de desarmar completamente a su vecino.
Todo esto, en violación abierta de todo principio de legalidad internacional.

En un acceso de sinceridad, el 13 de marzo, el ex jefe de la Dirección de Inteligencia Militar de Israel, Tamir Hayman, expresó en la Radio del Ejército su beneplácito por la “lucha de poder” en Siria, pues “el caos es beneficioso. Que se peleen entre sí. Un acuerdo con los kurdos el primer día, una masacre contra los alauíes el segundo y una amenaza contra los drusos el tercero... Todo este caos, sumado a un ataque israelí al su, beneficia a Israel”.
Los observadores sirios creen que el objetivo israelí es provocar que Siria se divida en varios países, empezando por uno alauí en la costa y uno kurdo en el noreste, además de imponerles un protectorado de Tel Aviv a los drusos del sur.
Una opción más modesta es mantener la situación actual de fragmentación del territorio entre los distintos competidores armados en un estado fallido.
Fin del sectarismo o división y guerra
El nuevo gobierno sirio y las distintas minorías y facciones saben que prolongar las diferencias tendrá como mayor beneficiario a los ultraderechistas de Jerusalén y sobre todo, que mantendrá al país en un estado de violencia.
En mi visita a Alepo, en enero pasado, miembros de la comunidad cristiana me compartieron su esperanza de que las palabras que les dijo el presidente Al Sharaa, en una reunión que había sostenido con ellos unos días antes, efectivamente reflejaran tanto sus intenciones como su capacidad de materializarlas: que no hay sirios de tal religión ni de aquel grupo étnico, sino solo sirios.
La única manera de ponerle punto final al conflicto interno, y de empezar a recuperar el territorio nacional invadido por Turquía e Israel, es garantizar procesos judiciales imparciales y transparentes para castigar a quienes cometieron crímenes de guerra y abusos de derechos humanos -antes y después del 8 de diciembre-, terminar con el sectarismo y verdaderamente incorporar a todas las facciones -especialmente a la minoría kurda- al gobierno y al proceso de redacción de un nuevo texto constitucional.

Al terminar de redactar este análisis, el viernes 4, la prensa siria informó de nuevos eventos que indican que el diálogo entre Fuerzas Democráticas Sirias y el gobierno está rindiendo frutos: 250 prisioneros de ambos bandos en Alepo y su provincia fueron liberados mientras combatientes kurdos abandonaron los barrios alepinos de Sheikh Maksoud y Ashrafiyeh, que controlan, para dirigirse al este del río Éufrates, bajo la supervisión del Ministerio de Defensa y la protección del ejército sirio.
Se acordó que las fuerzas de seguridad interna de ambos lados -kurdos y autoridades nacionales- permanecerán en la región y se coordinarán.
Este es un paso importante hacia la reintegración pactada de la autonomía kurda en la administración del país, y hacia la estabilidad. Veremos si continúan así.
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