#Análisis. EU advierte que Israel se vuelve un "paria internacional". ¿Qué significa?
Aunque llega muy tarde, con un genocidio a toda marcha, el manotazo del senador Schumer anticipa cambios en la relación con EU
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Ante un genocidio que ya lleva más de cinco meses en marcha, todas las iniciativas y todos los movimientos llegan tarde y son insuficientes. Lo que urge -detener la violencia, liberar a los rehenes de ambas partes y llevar ayuda suficiente- no está pasando.
Sin embargo, las transformaciones que se están produciendo en las relaciones entre la figura que le ha dado forma a la vida política israelí desde 1996 -Netanyahu, con sus cambiantes alianzas- y otros actores determinantes dentro y fuera de su país, y sobre todo, en la manera en la que Israel es percibido por sus aliados en Occidente, podrían finalmente romper el larguísimo bloqueo del proceso de paz y abrirle camino a la solución política del conflicto que debió haberse alcanzado hace décadas.
Por fin se están empezando a dibujar nuevos escenarios y no necesariamente son todos pesimistas, a pesar de que las vidas aniquiladas y las destrozadas son una cuota apocalíptica que no se debió pagar.
No toquen a Israel… haga lo que haga
Netanyahu es una anomalía que hizo de Israel y del conflicto con los palestinos otra anomalía. Y que solo pudo existir gracias al auxilio inestimable que le dio una anomalía extra, la milicia Hamás. El primer ministro y sus enemigos islamistas, ambos protagonistas del descarrilamiento del proceso de paz, se han retroalimentado exitosamente por décadas, colaborando en los objetivos comunes de hacer imposible la solución de dos estados y de someter, descalificar y neutralizar a los moderados, tanto israelíes como palestinos, como expliqué en este artículo.
También concluí en ese texto que la ofensiva sorpresa de Hamás del 7 de Octubre terminó esa larga sincronía, al forzar una situación extrema en la que solo uno de los dos mejores enemigos va a quedar de pie en el ring.
Netanyahu siempre tuvo la plena seguridad de que él terminaría imponiéndose a Hamás, dejando vivir a la milicia mientras le siguiera siendo útil para exterminarla al final.
Se equivocó.
Pero vayamos más atrás para recordar que, desde el principio, Netanyahu nunca fue del agrado de Estados Unidos. Washington estaba comprometido con la materialización de los acuerdos de Oslo, mediante el que obtenía una victoria histórica: al aceptar la creación de un estado palestino, laico y democrático, Israel iba a consolidarse estratégicamente, a legitimarse políticamente y a convertirse en líder de la región, al tiempo en que se aseguraba el control de todo el territorio y mantenía a los palestinos sometidos a su influencia. Era 1993. La Unión Soviética acababa de implotar pero los pueblos que luchaban por su liberación podían encontrar en EU al auténtico aliado que no habían querido ver. O así percibían las cosas en la Casa Blanca
Un judío fanático intentó tirar el proyecto al asesinar al primer ministro israelí Yitzhak Rabin, en 1995. Pero había un sucesor igualmente vinculado al pacto, Shimon Peres, que además iba a nuevas elecciones reforzado por la ola de indignación y solidaridad por el magnicidio. Las encuestas indicaban que el mandato por la paz sería ratificado y fortalecido en los comicios de mayo de 1996.
Pero en febrero y marzo, Hamás desató una ola de atentados, con suicidas que se hicieron explotar en autobuses repletos. La indignación y la solidaridad cambiaron de dirección. Solo así pudieron reventar la tendencia de la historia. El electorado israelí votó por Netanyahu, a quien nadie había tomado en serio hasta entonces, pero prometía venganza.
En Washington, pensaron que podían contemporizar con él, una anomalía, esperando que no dañara demasiado el proceso de paz y que Shimon Peres o uno de los suyos recondujera el proceso por donde estaba previsto. Pero eso no ocurrió: desde entonces, Netanyahu, varias veces como primer ministro y otras como opositor, y fortalecido cada vez que Hamás atacaba o que había una nueva guerra, convenció al país de que él era capaz de protegerlo y de hacer que el costo de no cerrar el conflicto fuera pagado exclusivamente por los palestinos.
Le echó a perder su acuerdo de Oslo a Estados Unidos. Y lo avergonzó al ponerlo en situaciones incómodas en las que debía brindarle su apoyo cada vez que cometía abusos, excesos y crímenes, mientras imponía un sistema de apartheid y robaba más tierras palestinas.
Del otro lado del Atlántico, en Nueva York y otras regiones, la mayor parte de la comunidad judía es liberal y simpatizante del Partido Demócrata. Y sus aliados deberían ser, por lo tanto, los sectores progresistas y liberales, de mujeres y minorías étnicas, sexuales y religiosas, que estaban cada vez más escandalizados por el Israel de Netanyahu. Además surgieron nuevas agrupaciones judías disidentes, que con más fuerza denunciaron el fascismo de la coalición de Netanyahu.
Sin embargo, prevalecía la disciplina impuesta por las grandes organizaciones judías tradicionales, indispuestas a hacer pública cualquier duda sobre Netanyahu, bajo el dogma de que criticar al gobierno de Israel es poner en peligro la existencia de Israel.
A Schumer no lo pueden ignorar… ni llamar antisemita
Este jueves 14, en el pleno del Senado en Washington, el senador Chuck Schumer dio un manotazo sobre la mesa. Fue un manotazo histórico.
Porque es el presidente del Senado -además de jefe de la mayoría demócrata de senadores- y por lo tanto, el tercer cargo político en importancia en Estados Unidos, después del presidente y del vicepresidente.
Porque el presidente Biden había hecho cada vez más visible su molestia con Netanyahu y al día siguiente, lo validó al describirlo como “un buen discurso” que planteó “preocupaciones” de “muchos estadounidenses”.
Porque Schumer ha sido siempre un sólido aliado de Israel y es sumamente respetado y apreciado en todos los círculos pro-israelíes en Occidente.
Y porque es el judío estadounidense que ha llegado al cargo político de mayor importancia en la historia, al encabezar el Senado.
Su voz pesa como un mastodonte. Y es también la voz del presidente.
Schumer dijo que Netanyahu es un “obstáculo para la paz”, que perdió el rumbo y no puede terminar esta guerra. Sostuvo que los israelíes deben ir a elecciones inmediatas, de las que emerja un gobierno capaz de ganar la paz. Y advirtió que, con Netanyahu y sus crímenes, Israel está perdiendo aliados y “no puede sobrevivir si se convierte en un paria internacional”.
Así de duro. Con esas mismas palabras, otro líder político hubiera sido aplastado de inmediato, lo hubiesen llamado “antisemita”.
Pero a Schumer, ni los más fanáticos le pueden hacer eso
Las consecuencias políticas del genocidio
Eso no significa que no causó descontento en Israel. Obviamente, hubo reacciones de indignación. Entre Netanyahu y su banda, por supuesto: “Israel no es una república bananera”, respondió su partido Likud. También entre sus opositores: la intervención abierta de este líder extranjero es evidente y difícil de defender ante un pueblo que está convencido de que lucha por su existencia. El nacionalismo evervesce en Israel.
Pero solo los necios y los tontos no se dan cuenta de lo que esto significa. En la intimidad y no tanto, políticos, intelectuales y analistas israelíes se preguntan lo que el extremismo radical de la coalición de Netanyahu y el genocidio van a traerle a Israel.
Tienen que aguantar los gestos de Schumer, Biden y otros porque Israel depende de Estados Unidos para poder existir. Y para hacer negocios, para recibir miles de millones de dólares de ayuda, para tener cobertura diplomática… pero sobre todo, para existir.
Por eso, aunque además de primer ministro, Israel tiene un presidente (se llama Isaac Herzog), cuando en el círculo rojo se habla de El Presidente, se refieren al de Estados Unidos.
¿Qué pasa si la relación continúa deteriorándose y, en el Partido Demócrata, ya no son solo los árabes y los izquierdistas quienes exigen ponerle a un alto a Israel, sino Biden, Schumer, la dirigencia y en general los que siempre han sido aliados con los que cuenta Israel?
¿Qué pasa si par Israel las consecuencias políticas del genocidio siguen creciendo a lo largo de los años, sepultando lo que queda de su prestigio y desertificando el campo de sus amigos?
¿Cómo van a mantenerse sólidamente fieles a Israel aliados como Londres, Berlín, Roma, París, si Washington está enojado?
El manotazo de Schumer se va a escuchar en Tel Aviv y Jerusalén por mucho tiempo.
No quieren solo la salida de Netanyahu. Schumer mencionó también a sus socios fascistas, los ministros Itamar Ben-Gvir y Bezalel Smotrich, quienes le han dicho al primer ministro que si cede, ellos lo reemplazarán. E indica que Estados Unidos ya se cansó de que Israel se siga alejando del cumplimiento de los acuerdos de Oslo, que Netanyahu ya había dado por muertos: demanda que se acerque a ello y Biden ha expresado que esta crisis es la oportunidad para que lo haga ya.
De nuevo, en Israel se preguntan por qué las guerras les salen mal. Son mucho más poderosos, matan a muchísima gente y destruyen todo lo que pueden, pero al final, Hamás gana en la percepción pública.
(Tras rechazar nuevas elecciones, acudir al chantaje –“¿tan rápido olvidaron el 7 de octubre, la masacre de judíos más horrible desde el Holocausto?”- y tirarle una flor a Donald Trump –“valoro su tremendo apoyo a Israel”-, Netanyahu les recordó eso a los israelíes: “si paramos la guerra ahora significará que Israel la ha perdido, así que no podemos ni vamos a sucumbir a esa presión”.)
¿Cómo sería un futuro bajo los términos de Oslo? ¿El de un Estado Palestino con plena soberanía y capacidades, o el de un régimen controlado tal vez ya no por Israel -les perdieron la confianza-, pero sí por Estados Unidos? ¿Realmente sigue siendo viable la solución de dos estados o no les quedará más remedio que renunciar a la idea del estado judío y establecer uno común para los dos pueblos, con igualdad de derechos?
Eso queda muy lejos, todavía.
Y también hay que preguntarse qué pasará del otro lado del tablero, quién será el interlocutor o si lo habrá, cuando se ve que Hamás saldrá fortalecida en términos políticos y de popularidad, y que después del genocidio, menos que nunca querrá ser vista como aquiescente a las pretensiones de Washington.
Sale Netanyahu. Crece Hamás. La posición internacional de Israel se debilita. Estados Unidos intervendrá más directamente.
Estos son lo ecos del manotazo de Schumer.
En el diario israelí Haaretz, la periodista Iris Leal publicó un artículo que resumo y extracto aquí, porque ayuda a entender cómo están viendo las cosas allá.
Se refiere a los “kahanistas”, que son los herederos, confesos o no, del rabino terrorista y fascista Meir Kahane, asesinado en 1990. Y con Masada recuerda una fortaleza judía en la que, sitiada por los romanos, los defensores optaron por suicidarse.
Iris Leal da cuenta del estupor de muchos israelíes que están convencidos de que son las víctimas de esta historia, al descubrir que aquí y allá protestan contra el genocidio. Comparte ejemplo tras ejemplo de reacciones de todo tipo, colectivas, individuales e incluso íntimas, de rechazo experimentado por judíos en distintos sitios, a consecuencia de esta guerra.
“Puede verse como otro paseo con el perro desatado del antisemitismo”, comenta.
Pues sí, eso es lo que suelen decirse los israelíes y los judíos que no aceptan la gravedad de lo que está ocurriendo, para explicarse esta locura de toda la humanidad, menos de ellos. Pero Leal no se traga ese cuento. Estos son algunos fragmentos que extraigo de su artículo:
Cada vez está más claro que el mundo ha perdido la paciencia. La reacción ante la conducta de Israel ha cambiado en todos los niveles.
¿Qué piensan en todo el mundo sobre los judíos que impiden que lleguen alimentos a los niños hambrientos, y sobre el rabino religioso sionista que afirmó que la ley religiosa judía exige el asesinato de bebés y ancianos en Gaza?
Se puede entender que sea difícil lidiar con las relaciones públicas de 13.000 niños muertos y fotografías de civiles hambrientos.
Es difícil explicar un incidente en el que seres humanos hambrientos se abalanzan sobre camiones que transportaban ayuda humanitaria y son atropellados y asesinados a tiros. Y es difícil vender al mundo a los kahanistas y mesiánicos infractores de la ley de Israel. El rostro del país es el rostro de quien está en la cima. Y las personas que llevan a Benjamín Netanyahu por la nariz son Itamar Ben-Gvir y Bezalel Smotrich.
Incluso los izquierdistas más sobrios citan el dicho de que "quien es misericordioso con los crueles, al final será cruel con los misericordiosos" para justificar su frialdad.
Si ese es el estado mental de la sociedad, ¿cómo podemos entender la agresividad hacia los israelíes en todo el mundo? Ha sucedido algo profundo, y ahora no involucra a los poscolonialistas de la izquierda global. La mitología israelí –o lo que en el ámbito publicitario se conoce como “branding”– está desparramada como un pollo desplumado.
Somos los nuevos malos del mundo. Los líderes de los países, en particular aquellos que se enfrentan próximamente a la reelección, no pueden ignorarlo. Los aliados de Israel cambiarán sus políticas. Es inevitable.
Es posible que Netanyahu esté a punto de encarcelarnos en un aislamiento diplomático, con los kahanistas en el papel de guardianes de la cárcel. Ese es el final necesario para sus delirios de persecución.
Entonces será libre de hacer que el ejército israelí entre en Rafah, de renunciar a un acuerdo para la liberación de los rehenes y de abrir otro frente completo con Hezbolá sin apoyo ni asistencia estadounidense, y concluir el trabajo de su vida, que es destruir nuestras vidas.
Estamos a un paso de “Masada: La Secuela”. ¿Nos suicidaremos juntos o nos rebelaremos?
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