Netanyahu + Hamás: la histórica alianza de enemigos a muerte
28 años de sincronía mutuamente beneficiosa llegan a su fin / La victoria no será de quien creían / Las consecuencias son terribles para ambos pueblos... más para uno.
Los acuerdos de Oslo de 1993, destinados a ponerle fin al conflicto israelo-palestino mediante la llamada “solución de dos estados”, tenían enemigos en ambos pueblos, decididos a aniquilar la posibilidad de coexistencia como fuera.
Los fanáticos religiosos judíos tomaron la iniciativa. El 4 de noviembre de 1995, Yigal Amir, un terrorista de 21 años, asesinó al primer ministro israelí Yitzhak Rabin, co-autor del pacto de paz. Parecía un crimen contraproducente porque levantó una cresta de solidaridad popular que, con más de 20 puntos de ventaja en las encuestas sobre su opositor derechista Benjamin Netanyahu, llevaba al aliado y sucesor de Rabin, Shimon Peres, a ganar cómodamente las elecciones de mayo de 1996 y revalidar el mandato del diálogo y la reconciliación.
Los fanáticos religiosos musulmanes tomaron su turno. En febrero y marzo, Hamás montó una campaña de atentados con terroristas suicidas que se hicieron explotar con bombas en autobuses repletos de pasajeros y en un centro comercial. Primero mataron a 26 personas, luego a 19, y en otro, a 13. Además de dejar un centenar de heridos, provocaron una marejada de pánico.
Yigal Amir y Hamás cambiaron el curso de la historia, pues el miedo y la indignación en la sociedad israelí invirtieron la tendencia en los sondeos. La ventaja de Peres se esfumó. La noche anterior a los comicios, no se podía predecir el resultado. Horas después, lo inesperado se expresó en un dicho trágico: “Nos fuimos a dormir con Peres y nos despertamos con Netanyahu”.
“La ola de ataques con bombas condujo a la elección de Netanyahu”, escribe el historiador Jacob N. Shapiro en su libro “The Terrorist's Dilemma: Managing Violent Covert Organizations”.
Al paso de 28 años, la ironía es que Netanyahu siempre creyó que él era el genio que controlaba los hilos y podía manipular a Hamás, y ahora, a pesar del enorme desequilibrio de fuerzas en su contra, los islamistas han ganado más respaldo interior y exterior que nunca y el supuestamente poderoso líder judío, responsabilizado por el desastre del 7 de Octubre dentro y fuera de Israel, solo puede prolongar la guerra para retardar el fin de su carrera política, su posible ingreso a la cárcel y su paso a los libros como el peor líder que haya tenido su gente.
A fin de cuentas, en constante colaboración por casi tres décadas, Netanyahu y Hamás lograron descarrilar los acuerdos de Oslo, radicalizar a sus pueblos, imponerse sobre los sectores moderados y favorables a la paz, agigantar el odio y eternizar el conflicto.
A continuación, presentaré la historia, abundante en videos, testimonios y elementos de prueba.
El acceso será liberado para todo público 24 horas después del primer envío de esta actualización, a las 18 hrs de Ciudad de México.
Inicialmente, está solo a disposición de nuestros suscriptores de pago, en agradecimiento por el patrocinio que nos permite lanzar Mundo Abierto.
Todos sabían que Netanyahu fortaleció a Hamás
Que esos mejores enemigos tenían una colaboración sincrónica no era un secreto. Por décadas, investigadores, periodistas, militares de alto rango e incluso altos funcionarios israelíes y estadounidenses presentaron testimonios sobre ello.
El tema llegó al debate público en 2019. Esta nota del Jerusalem Post, de marzo de ese año, da cuenta de que miembros del partido Likud de Netanyahu le reclamaron que permitiera que millones de dólares en efectivo llegaran a Gaza, desde Qatar, a través de territorio israelí. El primer ministro les respondió que “cualquiera que quiera frustrar el establecimiento de un Estado palestino tiene que apoyar que reforcemos a Hamás”, pues “es parte de nuestra estrategia, aislar a los palestinos de Gaza de los palestinos de Cisjordania”.
Pero por lo general, esas denuncias habían sido veladas o tratadas como paranoia conspirativa. ¿Cómo podrían alimentarse mutuamente los enemigos, si se querían destruir mutuamente?
En el gobierno o en la oposición, Netanyahu ha sido la figura determinante de Israel por estos 28 años, en un país que solo tiene 76 de existencia. Fue primer ministro de 1996 a 1999, ministro de Finanzas de 2003 a 2005, de nuevo primer ministro de 2009 a 2021, y otra vez, desde diciembre de 2022, al frente del gabinete más ultraderechista de la historia de Israel, con ministros abiertamente racistas y partidarios de la limpieza étnica y el genocidio contra los palestinos.
Como argumento electoral central, Netanyahu insistió siempre en que él y solo él era capaz de someter a Hamás y a los palestinos e impedir que le causaran daño a Israel, por lo que no había necesidad alguna de hacerles concesiones y por lo tanto, no había razones para cumplir los compromisos que el país firmó en Oslo. ¿Para qué, si su ejército era absolutamente superior, si sus agencias de inteligencia averiguaban lo que querían hacer los grupos palestinos antes de que ellos mismos lo supieran, y si los muros, los sistemas de intercepción de cohetes y la tecnología de vigilancia más avanzada garantizaba que sus enemigos no les pudieran hacer daño?
La sociedad podía olvidarse del conflicto y disfrutar relajadamente del bienestar de su boyante economía, dejando que la factura la pagaran el pueblo ocupado, sometido a la violencia cotidiana de la ocupación y condenado a la pobreza. A pesar de sus continuos escándalos y sus repetidas mentiras, le creyeron a Netanyahu y votaron por él.
No solo los israelíes, también el mundo le compró el guion: el tema palestino fue marginado de la agenda internacional al grado de que varios reyes árabes, que por décadas no habían tenido mayor temor que el de que sus pueblos los supieran cercanos a los israelíes (el egipcio Anwar el Sadat fue asesinado por sus propios soldados en 1981, en represalia por pactar la paz con Tel Aviv), se sintieron libres de dejarse ver haciendo negocios con ellos y restablecieron las relaciones diplomáticas con Israel o empezaron a hacerlo.
El fracaso histórico de Netanyahu y sus aliados
El 7 de Octubre de 2023, con 1,200 muertos en Israel y la toma de unos 240 rehenes por Hamás, derribó la ficción. Fallaron no solo en controlar a la milicia islamista y prevenir su ofensiva, sino de manera más general en garantizar el blindaje y la tranquilidad de Israel prometidos al sacarlo de la ruta de la paz. Y de izquierda y derecha, le echaron en cara a Netanyahu que hubiera alimentado al enemigo. Se levantó un amargo debate entre los aliados internacionales del país, en la sociedad israelí y también entre los socios del primer ministro, abundante en reveladoras acusaciones.
Al grado de que, el 19 de enero pasado, el español Josep Borrell, Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Seguridad, declaró en la solemne ceremonia en la que la Universidad de Valladolid lo honró con el doctorado honoris causa, lo que los diplomáticos occidentales suelen callar y el gobierno de Israel nunca hubiera querido oír: que este financió a Hamás.
Enfurecido, Netanyahu denunció a Borrell, declarando que no lo reconocía más como interlocutor válido. Pero el español solo se hacía eco de la indignación de los propios ciudadanos israelíes, que todavía hoy siguen reclamando lo que en el día después del ataque empezaron a cuestionar, airados.
“Por años, Netanyahu apuntaló a Hamás. Ahora nos ha explotado en la cara”, tituló The Times Of Israel en un editorial del 8 de octubre. Y también Haaretz, el día 11: “¿Por qué quiso Netanyahu fortalecer a Hamás?”
El veterano analista político Amnon Abramovich, se lo echó en cara al primer ministro el 9 de octubre, en el canal 12 de la televisión local: “Usted dijo con su propia boca que necesitamos fortelecer a Hamás para no negociar con la Autoridad Palestina. Le transfirieron dinero sistemáticamente. Nadav Argaman [jefe del servicio de seguridad interior Shin Bet de 2016 a 2021] le dijo: ‘Es el enemigo’. Y usted dijo: ‘Déjalo ahora, no es apropiado’. Siempre supo quién era Hamás. Lo construyó a sabiendas y a propósito”.
“¡Mentiras!”, respondió en un tweet el partido Likud, de Netanyahu, que por tres días, después de la ofensiva de Hamás, no había publicado nada en sus redes. Pero recibió tantas críticas que a las pocas horas lo borró, tal vez lamentando no haber sostenido el silencio.
La oposición se lanzó al ataque, según reportó en ese momento el ‘Jerusalem Post’: las transferencias de dinero catarí “son cobro de piso”, dijo el partido centroderechista Azul y Blanco. “Es una decisión miserable”, elevó el tono Avigdor Lieberman, del partido Yisrael Beitenu, “es la primera vez que Israel financia terrorismo contra sí mismo”.
Netanyahu no inventó nada nuevo: divide y vencerás
Hamás fue fundado en 1987 por el jeque Ahmed Yassin (miembro de la poderosa Hermandad Musulmana, una organización presente en Egipto, Catar, Turquía y otros países) a partir de varias sociedades religiosas de beneficencia dedicadas a atender necesidades básicas de los refugiados y los pobres palestinos.
Hasta entonces, el representante reconocido del pueblo palestino era la Organización para la Liberación de Palestina, de Yasir Arafat: con base en los acuerdos de Oslo, se proponía crear un Estado laico y democrático que coexistiera en paz con Israel.
Hamás quería exactamente lo contrario: destruir a Israel para establecer una monarquía religiosa o teocracia.
La dirigencia israelí lo apoyó económicamente, según declaró a ‘The New York Times’ el general brigadier Yitzhak Segev, quien fue gobernador militar de Gaza bajo la ocupación: “El gobierno israelí me daba un presupuesto y el gobierno militar se lo daba a las mezquitas”.
Esto fue confirmado en 2009, en ‘The Wall Street Journal’, por Avner Cohen, que durante más de dos décadas fue el responsable israelí de asuntos religiosos. “Hamás, para mi gran arrepentimiento, es creación de Israel”, dijo al explicar que, en aquella época, advirtió en un informe para sus superiores del peligro de apoyar a los islamistas para debilitar a los laicos. Escribió: “Yo sugiero que nos enfoquemos en encontrar cómo romper este monstruo antes de que la realidad nos salte a la cara”.
Originalmente, la idea no fue de los políticos sino del Shin Bet, la Agencia Israelí de Seguridad cuyo lema es “El escudo invisible”.
Se lo confesó al canal francoalemán Arte Ami Ayalon, el director del Shin Bet de 1996 a 2000, hace unas semanas, ya considerando el golpe del 7 de Octubre. Corté un segmento de tres minutos que es muy revelador porque reconoce no solo lo que hicieron, sino que fue un error, porque “no entendimos las consecuencias de largo plazo”.
Después, la extrema derecha adoptó la táctica aplicada por sus espías para convertirla en una estrategia de Estado. Para Netanyahu, “La idea era evitar que [el presidente palestino Mahmoud] Abbás, o cualquier otro en la Autoridad Nacional Palestina, avanzara hacia el establecimiento de un Estado palestino”, explica el ‘Times of Israel’. Así que “Hamás fue elevado de un mero grupo terrorista a una organización con la que Israel mantenía negociaciones indirectas, vía Egipto, y luego a una a la que se le permitía recibir infusiones de efectivo desde el extranjero”, particularmente desde Qatar. “La mayor parte del tiempo, la política israelí era tratar a la Autoridad Palestina como una carga y a Hamás como un activo”.
En 2007, Hamás y la Autoridad Nacional Palestina se enzarzaron en una guerra por el control de Gaza, que ganó la primera. Poco antes, según revelaron cables expuestos en el escándalo de Wikileaks, el director de Inteligencia Militar, mayor general Amos Yadlin, le dijo al embajador estadounidense Richard Jones que Israel estaría "feliz" si Hamás gobernara ese pequeño territorio porque entonces podrían tratar a Gaza como un estado hostil y confrontarlo con el gobierno de Cisjordania.
Se trataba de "crear un animal cuyas partes del cuerpo no coincidieran, tanto en Gaza como en Cisjordania. Como una forma de crear una Palestina A, gobernada por el partido Al Fatah en Cisjordania, y una Palestina B, dirigida por Hamás en Gaza", escribió el periodista Zvi Barel, en ‘Haaretz’. Le ordenaron al ejército “que garantizara que nuestro socio en Gaza no solo pudiera sobrevivir sino florecer, para instigar a una Palestina contra la otra. En la imaginación de nuestros líderes políticos, no había contradicción entre luchar contra una organización terrorista y apoyar, alentar y financiar esa organización si hacerlo frustraba cualquier proceso diplomático”.
La división de los palestinos fue utilizada por Netanyahu y los líderes israelíes para culparlos de no poder formar el Estado previsto en los acuerdos de Oslo.
Además, el presidente Abbás tenia y tiene un gran problema de legitimidad porque la milicia Hamás es más popular que él y, en caso de elecciones, que debieron celebrarse en 2009, las podría ganar. Todos coincidieron en no tomar ese riesgo.
De los 20 años que Abbás lleva en el poder, por 15 no ha tenido el respaldo del voto. Además, él y su camarilla son vistos como colaboracionistas con la ocupación israelí que se han enriquecido mediante la corrupción.
¿Quién podría ser un interlocutor de Israel si uno de los territorios de los palestinos está controlado por los fanáticos que quieren destruirlo y que son los enemigos de los corruptos ilegítimos que mandan en el otro?
Esto pudo haber cambiado en 2014: por primera vez, Hamás y la Autoridad Nacional Palestina del presidente Abbás habían logrado vencer décadas de enemistad y acordado la formación de un gobierno de unidad nacional.
Parecía que el problema iba a ser resuelto y se acabarían los pretextos para no cumplir los acuerdos de Oslo.
El primer ministro no lo iba a permitir. El 1 de junio de 2014, Netanyahu declaró que no toleraría la participación de Hamás porque “pide la destrucción de Israel”, llamó a la comunidad internacional a no reconocer el gobierno de unidad y advirtió que, si seguían adelante, cortaría todos los lazos con la Autoridad Palestina y cerraría todas sus fuentes de ingresos. El proyecto murió.
Alianza con final inesperado
En palabras que hoy día parecen proféticas, durante el debate de 2019 sobre el apoyo gubernamental a Hamás, un argentino-israelí miembro del Knesset (parlamento), Haim Jelin, acusó a Netanyahu de no tomar en serio la amenaza desde el territorio controlado por la milicia: “Nosotros, los residentes de la frontera de Gaza, estamos pagando el precio por la falta de políticas y la arrogancia al enfrentar el terror”.
Cuatro años después, atacaron precisamente esa zona. El no haberlo detectado, previsto y detenido se atribuye directamente al primer ministro y a los servicios de inteligencia. La popularidad de Netanyahu se desplomó. Se considera que su carrera política durará tanto como la guerra, porque todavía, aunque con cuestionamientos, se sostiene el consenso de no cambiar de gobierno a media batalla. Todos los observadores coinciden en que el primer ministro tiene un interés personal en prolongarla.
Es la forma de contener el tsunami que se le viene encima: al terminar, será expulsado de la política, las distintas causas judiciales en su contra avanzarán tal vez hasta llevarlo a prisión, y no pasará a la historia como quería ser recordado, el gran protector de Israel, sino como el negligente que por soberbia permitió que le dieran el golpe más sangriento y traumático de su historia.
Se rehusa al cese al fuego porque, asegura, no detendrán la ofensiva sin haber destruido a Hamás, va por “la victoria total” cueste lo que cueste en vidas y destrucción en Gaza (a la que, de paso, sus aliados pretenden despoblar, anexar y colonizar, como informo aquí) y también en daños a la economía y la imagen de Israel, que está siendo juzgado por genocidio por la Corte Internacional de Justicia de La Haya, como expliqué aquí.
Los observadores, sin embargo, dudan que esté logrando ese objetivo. Cuatro meses de intensos bombardeos e invasión no parecen haber causado un debilitamiento militar significativo de Hamás. Por lo contrario, pese a la inmensidad de la violencia que la milicia atrajo sobre su propia gente, la percepción de que logró reivindicar el deseo de retribución de su pueblo hacia Israel, de que ha logrado resistir, y de que consiguió sacar el tema palestino de la marginación y devolverlo a la agenda internacional, volviendo a avergonzar a los monarcas árabes que coquetean con el enemigo, le ha dado un estatus heroico y más poder simbólico y político que nunca.
En un artículo posterior, abordaré las gravísimas responsabilidades de Hamás en este juego perverso.
Por ahora, baste decir que esta alianza de los mejores enemigos pronto llegará a su fin con la caída de uno de ellos.
Y no será el que Netanyahu y los suyos daban por hecho que fracasaría.
¡Gracias por acompañarme hasta aquí!
La censura -mediante el shadow banning (prohibición oculta)- tiró el tráfico de mis cuentas de redes sociales, haciéndolo caer en 80 y hasta 90%, como expliqué aquí (además, lo reporteé más a fondo aquí).
Para combatir esta censura, te convoco a actuar.
Sígueme en Instagram, X, Facebook, Tik Tok, YouTube, Threads, vía @temoris.
Comparte. Recomienda. Comenta. Platica sobre lo que te interesó.
Suscríbete a Mundo Abierto gratis.
Y si está entre tus posibilidades, toma o regala una suscripción de pago.
Para sostener este proyecto de difusión abierto para toda la audiencia, contamos con el apoyo de quienes aportan una pequeña cantidad mensual y lo hacen posible.
Solo una sociedad que apoya a su periodismo goza de un periodismo que la sirve a ella ✊
Los otros periodismos sirven a quienes les pagan: poderes económicos, políticos, religiosos y otros…
¡Muchas gracias por tu valioso y solidario respaldo!
Témoris 💛 💜
Agradezco a quienes se han comprometido con una suscripción de pago, en particular el Patrocinio Destacado de Ximena Santaolalla Abdó y José Luis Aguilar Carbajal.