#Explicador. India-Pakistán: una enemistad tradicional pero con riesgo nuclear
"India tendrá que sufrir": Pakistán / La escalada puede salirse de control
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#Explicador
India-Pakistán: una enemistad tradicional pero con riesgo nuclear
Pakistán amenaza con una respuesta mucho mayor / La escalada puede salirse de control
El puesto fronterizo de Attari-Wagah separa el estado indio del Punjab de la provincia paquistaní del mismo nombre. Es un ejemplo fascinante de enemistad colaborativa: cada día, a las 18 horas, los militares de ambos países, escogidos entre los de mayor estatura, realizan una ceremonia conjunta de cierre del paso, en la que el clímax se produce cuando dos de ellos, uno de cada lado, corren gritando y haciendo muecas como si fueran a chocar, deteniéndose justo en la línea divisoria.
Cientos de personas rugen entonces, al coro de “¡India!” o “¡Pakistán!”, desde graderíos construidos por las autoridades para que sus pueblos puedan apreciar la gesta épica de todas las tardes.
Al terminar, quienes tienen familiares en el otro lado les mandan saludos y mensajes, sonrientes. Lo he visto en dos ocasiones, en 2005 y 2014, y siempre todo el mundo se va satisfecho porque son partidos en los que ninguno anota pero ambos ganan.
El espectáculo hace pensar que, en el fondo, la rivalidad binacional puede quedarse en eso, en algo para crear emoción deportiva, y que no les cuesta trabajo ponerse de acuerdo para hacerla entretenida.
Pero es un engaño: India se dotó de armas nucleares primero y Pakistán después, en contravención de un Pacto de No Proliferación Nuclear que limita el número de potencias atómicas a cinco (E.U, Rusia, China, Reino Unido y Francia) pero que nunca aceptaron firmar, y lo hicieron para amenazar, inicialmente, y para obtener capacidad de disuasión, después, en un conflicto que ya casi suma 80 años.
Aunque las algaradas de violencia se registran periódicamente, pocas veces han degenerado en guerras y nunca han llegado al enfrentamiento nuclear, el riesgo siempre está presente y nadie querría que se produjera por primera vez.
Se repiten, sin embargo, no solo porque permanecen activos serios puntos de disputa, sino también porque los liderazgos políticos las utilizan para atizar el nacionalismo de sus respectivos pueblos y movilizarlos a su favor.
Situación hasta el momento de publicar (7 de mayo, 19:00 CDMX)
La crisis actual inició este 22 de abril, cuando 25 turistas indios y un guía local fueron asesinados en un ataque en el valle de Baisaran, Cachemira, India. El Frente de la Resistencia, supuestamente vinculado a Lashkar-e-Taiba (LeT, un grupo islamista asentado en Pakistán), reivindicó inicialmente el ataque, pero luego se retractó.
La promesa de venganza hecha por el primer ministro indio, Narendra Modi, se hizo realidad este miércoles 7 de mayo, cuando al menos 26 personas, incluidos varios niños, murieron y 46 fueron heridas después de que India bombardeó lo que dijo eran nueve sitios de “infraestructura terrorista” (marcados como puntos rojos en el mapa de abajo).
En India, algunos observadores afirmaron que Modi le estaba ofreciendo al primer ministro pakistaní Shehbaz Sharif una vía de salida, para quedar aproximadamente parejos en víctimas y saldar el asunto por el momento.
Eso de ninguna manera fue visto así en Pakistán, donde ya antes de los ataques, bajo la tensión de esperarlos, el poderoso jefe del ejército, el general Asim Munir, ya había prometido que su país devolvería con creces cualquier agresión de India. Y después de los hechos, el primer ministro Sharif declaró que India “tendrá que sufrir las consecuencias”. Añadió: “Quizás pensaron que nos retiraríamos, pero pasaron por alto que esta es una nación construida sobre la valentía”.
¿Cómo podrá Pakistán materializar sus amenazas? Del lado indio, no hay campos sospechosos de ser usados por grupos terroristas que puedan ser bombardeados. Y lanzarse directamente contra objetivos del ejército indio será visto como una escalada inaceptable tanto por amigos como por enemigos. En tal caso, Modi se encontraría bajo una gran presión pública para dar una respuesta más dura, en un juego de contragolpes con un final temible.
En 2019, India contaba con entre 130 y 150 ojivas nucleares y Pakistán, de 150 a 160, según estimaciones del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI).
¿Cómo se llegó a esta peligrosa situación?
Los traumas de la partición de India siguen vivos
El Raj, la colonia más rica, extensa y poblada del Imperio Británico, comprendía los territorios de las naciones modernas de India, Pakistán, Bangladesh y Birmania/Myanmar (cinco millones de kilómetros cuadrados en total), en donde convivían hindúes, musulmanes y miembros de muchos otros grupos religiosos.
Para controlarlos, Londres se basó en la táctica de “divide y vencerás”, generando una enorme animadversión sectaria que, hacia la independencia, condujo a una separación sumamente violenta, en la que unos 15 millones de personas fueron desplazadas y hubo entre 500 mil y 2 millones de muertos.
Cachemira: la disputa central
El Raj estaba dividido en provincias, gobernadas por los británicos, y estados principescos con mandatarios locales (llamados maharajás, nawabs, etc.), que mantenían autonomía interna bajo la supervisión colonial.
Uno de ellos era Cachemira, en el extremo norte, en el que 3 de cada 4 habitantes era musulmán pero tenía a un maharajá hindú, Hari Singh. Él aspiraba a lograr la independencia pero tanto Pakistán como India se negaron a permitirlo. Cuando tribus provenientes del primer país invadieron, Singh pidió ayuda militar a India, que la prestó a cambio de aceptar la anexión.
La primera guerra indo-pakistaní (1947-1948) terminó con un alto el fuego mediado por la ONU, el 1 de enero de 1949. Cachemira quedó dividida: India mantuvo dos tercios del territorio (Jammu, el valle de Cachemira y Ladakh), mientras que Pakistán dominó Azad Cachemira y Gilgit-Baltistán (tras una breve guerra en 1962, China ocupó una parte de Ladakh, Aksai Chin).
Esto no significó el fin de la disputa: Pakistán sostiene que la mayoría de la población es musulmana y desea vivir en un país musulmán, además de que es víctima de una fuerte represión.
India replica que el Instrumento de Adhesión, firmado por el maharajá Singh, es legal y vinculante, ya que los gobernantes de los estados principescos tenían autoridad para decidir a qué país incorporarse.
El acuerdo de 1948 preveía un referendo popular para que la gente eligiera, pero no se celebró.
Cada país reclama que el otro le entregue la parte que controla.
Cuatro guerras y contando
Los miembros de la religión sikh están muy orgullosos de su rol militar en varios ejércitos. En el británico, son los únicos a los que se les permite usar turbante en lugar de los sombreros reglamentarios. Muy cerca del paso fronterizo de Attari, en el fabuloso Templo de Oro (principal recinto sikh) de Amritsar, capital del Punjab indio, los visitantes veneran las lápidas de oficiales y soldados punjabíes que murieron en las cuatro guerras con Pakistán, que además de la de 1947, son las siguientes:
1965: Pakistán intentó apoyar una insurgencia en Cachemira, pero el conflicto terminó en un estancamiento.
1971: India apoyó a los independentistas de Pakistán Oriental, que gracias a eso derrotaron al Occidental y crearon Bangladesh.
Conflicto de Kargil (1999): Infiltrados pakistaníes ocuparon posiciones en el lado indio de Cachemira, desencadenando un conflicto local que casi escaló a una guerra total entre estas dos potencias, que ya tenían armas nucleares.
Los poderes profundos de Pakistán y el nacionalismo
Pakistán ha sufrido una marcada inestabilidad política, agravada por los conflictos con o en los países vecinos: además de India, Afganistán, con el que comparte la tribu pashtún (en la que se enraizan los talibán); e Irán, desde donde actúan los independentistas baluchis.
El ejército y los servicios de inteligencia (Inter-Services Intelligence o ISI) ejercen un poder descomunal que trasciende lo militar y configura la política, la economía y las relaciones exteriores del país. El ejército, considerado una institución central desde la fundación de Pakistán, mantiene una influencia dominante debido a su rol en conflictos con India, la gestión de crisis internas y su narrativa como garante de la seguridad nacional. Controla sectores clave como el presupuesto de defensa, políticas de seguridad y decisiones sobre Cachemira, a menudo actuando como un "estado dentro del estado".
La ISI, por su parte, es una herramienta poderosa del ejército, con amplia autonomía para operaciones encubiertas, contrainteligencia y apoyo a grupos militantes (como en Cachemira y Afganistán), lo que le otorga un peso significativo en la política exterior y doméstica. Esta influencia se refuerza por intervenciones históricas en gobiernos civiles, golpes de estado (como en 1999) y la capacidad de moldear la opinión pública, limitando la autoridad de los gobiernos electos y perpetuando un sistema donde los militares son actores políticos de facto.
Esto provoca una gran inestabilidad política, ya que socava la autoridad de los gobiernos civiles y perpetúa un ciclo de intervención militar en la democracia. El ejército, que se presenta como el garante de la seguridad nacional, ha orquestado golpes de estado (1958, 1977, 1999) y ha manipulado elecciones o destituido gobiernos mediante presión indirecta, como en el caso de Imran Khan en 2022.

Por lo tanto, ningún gobierno se puede permitir parecer débil ante India, aunque pueden tener relaciones de distinto tipo y grado con los grupos armados islámicos que actúan desde su territorio contra el rival.
India acusa a Pakistán, precisamente, de apoyar a organizaciones como Lashkar-e-Taiba (LaT) y Jaish-e-Mohammed (JeM), responsables de ataques como el de Mumbai (antes Bombay) en 2008, que dejó 166 muertos. Pakistán niega estas acusaciones o las minimiza, mientras señala abusos de derechos humanos por parte de India en Cachemira.
La alianza de Pakistán con China y la de India con Estados Unidos, Japón y Australia, han añadido tensiones geopolíticas (aunque Donald Trump no ha dejado claro cuál será su actitud hacia India, más allá de incluirla en su guerra comercial global, pesará la necesidad de aislar o contener a China).
Narendra Modi: el fascismo hinduista
En Varanasi, una de las ciudades de mayor valor simbólico para el hinduismo, pude cubrir las elecciones que ganó en 2014 Narendra Modi, un carismático líder que en su juventud militó en la Rashtriya Swayamsevak Sangh (RSS), una organización hindú de carácter fascista fundada en 1925.
En 2002, el incendio de un tren en Godhra, que mató a 59 peregrinos hindúes, provocó extensos disturbios que dejaron 1,044 muertos (790 musulmanes, 254 hindúes), 223 desaparecidos y 2 mil 500 heridos, aunque informes independientes, como el del Concerned Citizens Tribunal, estiman hasta 1,926 fallecidos, mayoritariamente musulmanes. Como gobernante de Gujarat, Modi fue acusado de complicidad por no frenar la violencia e incluso de fomentarla, según testimonios como el del oficial Sanjiv Bhatt, quien afirmó que Modi permitió a sus huestes “desahogar su ira”. Modi apoyó una huelga general y permitió exhibir los cuerpos de las víctimas, decisiones criticadas por avivar el odio antimusulmán.
Ya como primer ministro, Modi ha alentado más actos de agresión contra musulmanes y otros grupos, así como contra sectores de población sin documentos a los que considera migrantes extranjeros ilegales.
Entre la mayoría hindú, que siente que el gobierno pone su fe religiosa por delante y enfrenta sus temores, esto le ha dado una gran popularidad, que en varios momentos ha sido la mayor entre los gobernantes del mundo.
Pero no le resulta suficiente y también ha recurrido a las tensiones con Pakistán, para activar el nacionalismo indio como otra fuente de legitimidad y apoyo social.
2016: La ofensiva de Jaish-e-Mohammed
En 2016, Jaish-e-Mohammed (JeM) lanzó dos ataques sangrientos contra India, el de la base áerea de Pathankot (Punjab), de enero, con ocho muertos; y el de una base militar en Uri, en el estado de Jammu y Cachemira, con 19 bajas. Las represalias indias no causaron daños significativos confirmados.
En febrero de 2019, un atentado suicida de mucho mayor tamaño en Pulwama (Jammu y Cachemira), mató a 40 miembros de la Fuerza Central de Reserva Policial.
Era un momento delicado para Modi, que buscaba ganar los comicios nacionales para mantenerse como primer ministro, y ordenó bombardeos contra un supuesto campo de entrenamiento de JeM en Balakot, Pakistán. Fue la primera incursión aérea india en territorio paquistaní desde 1971. Pero le salió cara: Pakistán logró derribar un avión caza indio MIG-21 y capturar al piloto (que después fue liberado).
A pesar de que el saldo fue negativo para India, Modi contó con el apoyo de los medios para presentarlo como una gran lección para Pakistán y pudo alcanzar la victoria electoral.

2019: Cerca de la guerra nuclear
En la crisis de 2019, Donald Trump cumplía su primer periodo como presidente. Mike Pompeo, su secretario de Estado, reveló en su libro de memorias que durante la noche del 26 al 27 de febrero, recibió información creíble de que Pakistán estaba preparando sus armas nucleares para un posible ataque contra India. Según él, Pakistán creía que India estaba planeando una escalada militar significativa, más allá del bombardeo de Balakot, y estaba dispuesto a lo peor.
“No estoy seguro de dónde estaba exactamente esa noche, tal vez en Hanoi... pero me despertaron para decirme que India y Pakistán estaban al borde de una guerra nuclear”, dijo Pompeo, quien se atribuyó haberla evitado pues, con el asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, habrían contactado a autoridades de Nueva Delhi e Islamabad para instarlas a la contención.
2025: Echándole leña al fuego
El primer ministro Modi aprovechó su éxito electoral de 2019 para hacer avanzar su agenda hinduista y nacionalista, imponiendo una dictadura militar en toda forma sobre los musulmanes del norte.
En agosto de ese año, sin previo aviso, hizo revocar el artículo 370 de la Constitución que garantizaba la autonomía especial del estado de Jammu y Cachemira, para dividirlo en dos territorios, Jammu y Cachemira, gobernados directamente por su oficina. De esa manera, impuso el estado de sitio en la zona, bloqueando el acceso a internet y ejecutando arrestos masivos.
Pakistán condenó la medida como una “injusticia grave”, suspendió el comercio bilateral y redujo las relaciones diplomáticas.
El resultado es la continuación indefinida del conflicto, con el peligro de que la respuesta pakistaní continúe la escalada y en 2025 vuelva a generar un escenario apocalíptico.
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