La tierra no tiene mayor memoria que el silencio
A un año de la caída del régimen de Al Assad, crónica del momento en que el poeta sirio Nouri al Jarrah supo que lo de siempre había desaparecido
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El 8 de diciembre de 2024 ―por la noche del 7 en México― Bashar al Assad fue derrocado. Estábamos en Guadalajara, Jalisco. Esta es la crónica que escribí hace un año (una versión reducida apareció en la revista Dominga).
Al final, podrán encontrar el video que hice de Nouri al Jarrah justo después de que recibió la noticia: él responde en árabe y Shadi Rohana traduce al castellano.
Poesía: Nouri al Jarrah
Prosa: Témoris Grecko
La tierra no tiene mayor memoria que el silencio
El poeta sirio ante la caída del régimen de Bashar al Assad
Yo soy Odiseo;
y morí
en un barco de vapor.
La medianoche ya había pasado en Europa cuando el poeta, al principio de la velada en México, se colocó el celular junto a la oreja. La sorpresa inicial se acrecentó en su rostro. La amable sonrisa se diluyó en un gesto de incredulidad. Los ojos sensibles se abrieron ante la comunicación de lo inesperado. ¿Sería el espanto? ¿Acaso la tragedia?
Hablaba en árabe. En ese árabe suave y culto propio de al-Sham ٱَلشَّام, del Levante mediterráneo. A su lado, el escritor y editor iraquí Samuel Shimon y el traductor y académico palestino Shadi Rohana pasaron del estupor a la búsqueda casi instantánea, ya exaltada, en sus teléfonos móviles. Shadi, con rostro y cabellera de antiguo altorrelieve persa, musitó mirándome a los ojos: “Bashar al-Assad cayó. Al-Assad cayó en Damasco”.
“Nunca pensé que esto pasaría durante mi vida”, braceó Nouri al Jarrah en una sola línea, como si fuera un verso, en idioma inglés. En sus pupilas oscuras adiviné como reflejos la proa y las velas de un barco solitario buscando el hogar.
Principios del sin final
Sirios que esperáis entre las ruinas de la Acrópolis,
no hay puerto en el Pireo,
ni tampoco barcos, ni siquiera en Rávena.
Todo cuando alcancen a ver los ojos desde aquí, más allá del mar que
huye en el abismo del mar,
es la mortaja teñida de sangre de Poseidón
y sus brazos exangües entre los restos de los navíos.
Exilios más exilios: hacia 2016, la guerra civil en Siria había expulsado de sus hogares a la mitad de sus 22 millones de habitantes. Uno de cada cuatro sirios fue desplazado dentro de su país. Otro uno de cada cuatro —hasta sumar más de cinco millones— tuvo que salir de la patria en busca de refugio extranjero. Muchos de ellos murieron en los pasos marinos que separan Anatolia de Kos, Samos y Lesbos, islas griegas de la Unión Europea al otro lado de estrechos de pocos kilómetros de anchura, casi cinco; casi dos; casi 20, en cada caso. Tan lejos y tan cerca.
¿Quién ha olvidado la imagen del pequeño Alan Kurdi, de tres años, con la camiseta roja, las bermudas azules y los zapatitos cafés, en la que parece adormecido sobre la arena, pero no lo está ni lo volverá a estar?
Duerme, mi pequeño
El sopor se expande y el puerto acoge sus lanchas.
No hay gemidos ni rezos.
Aunque el niño murió en 2015, leer las nanas de Nouri al-Jarrah, escritas ocho años antes, hace sentir que son para Alan, una triste premonición.
Los fusiles presiden la azotea de tu vigilia
Duerme pues.
Los aviones visitan tu sueño. / Duerme.
Es una de esas fotografías que rompen al mundo en un llantoalarido por un instante, hasta que por fin nadie hace nada de nuevo y son arrojadas a los catálogos de las míticas agencias de artistas de la lente.
Duerme, habibi حبيبي, duerme.
Nouri fue a buscar a los suyos a Lesbos y a Kos. No los podría haber encontrado antes, en mejores días, en su país, en Siria, en Suria سوريا, como se pronuncia en árabe, porque él tampoco podía estar más allí. No entonces. No durante 43 años, contando hasta el momento en que recibió la llamada de su hermana, hace solo unas noches, en Guadalajara, México.
Las décadas de exilio le permiten hallar aposentamiento, descanso, un escritorio donde enhebrar palabras en paz. El poeta se encontró con su gente que apenas salía del terror, atravesando el mar en el terror, para encontrarse con campos de internamiento, miles de kilómetros de fronteras alambradas, guardias, soldados y perros sin bozal.
Si el héroe de Homero pasó diez años en el combate en Troya y diez años abriendo olas tras la pista del hogar en Ítaca, Nouri, que habitaba una épica similar pero en un periodo varias veces más largo, encontró a los jóvenes sirios bajo la Acrópolis ateniense, acaso ingenuos ante la longitud espacial y temporal de lo que tendrían que enfrentar.
Ellos estaban en los principios de lo que para él no anunciaba final.
Laboratorio Beirut, poesía y lucha
Qué lejos estaba de mis ojos, sumidos en el tiempo,
Tendido allí, en un suelo de espera,
y las manos,
sangrando.
No, no estaba en Damasco.
¡No estaba en Damasco!
Y ahora,
desde el confín de la tierra,
escucho el llanto de la acequia en los huertos
y el aire que me dibuja el contorno de la
montaña.
En nuestras conversaciones, el poeta sirio abrevó con frecuencia en los paralelismos que hay entre los países árabes y los latinoamericanos. En particular, dada la coyuntura histórica, en lo que han sufrido unos y otros, las dictaduras.
Recordó un momento de 1973, tras el golpe de Estado de Augusto Pinochet en Chile, que segó las vidas del presidente Salvador Allende, del colega de Nouri Pablo Neruda, y del cantor Víctor Jara.
“Tenía 16 años y salimos a la calle con mis compañeros. Éramos siete niños y niñas de la Unión Democrática Juvenil, del Partido Comunista Sirio. Quisimos solidarizarnos con el pueblo de Chile porque escuchamos que al músico chileno Víctor Jara le cortaron los dedos en el estadio, y los que le cortaron los dedos le echaron su guitarra y le dijeron ‘a ver si puedes tocar’. Por eso salimos a la calle y la mukhabarat -la policía secreta- nos arrestó. Les dijimos que el gobierno había dicho que Siria está en solidaridad con el pueblo de Chile. Después de habernos golpeado, los interrogadores nos dijeron ‘nosotros somos los que estamos en solidaridad con Chile. No ustedes’”.
Damasceno. Damascena. El gentilicio de Damasco es uno de los más poéticos que hay en el idioma castellano. ¿Lo sabrán quienes los que no lo hablan? Nouri sonríe cuando se lo digo. No lo parla pero más o menos pesca palabras que sube a su barca para disfrutarlas, repitiéndolas. Y sospecho que sabe que en italiano se escribe igual, pero no me lo dice. Yo replicaría que, sin el sonido sch apenino ni el ibérico de la Z, suena más terso en mexicano.
Distracciones. Lo que importa es el sentimiento de ser de allá, de la urbe cuatro veces milenaria llamada en árabe Dimashq دِمَشق, que para Nouri es tan vivo a pesar de que tuvo que salir de su ciudad natal a los 24 años, y ya tiene 68.
Su segundo hogar es la capital libanesa. Le cuento que acabo de volver tras cubrir la última invasión israelí desde ahí, me cuenta sobre el ambiente de la ciudad a principios de los años 80: “Beirut era como un laboratorio de cómo renovar la poesía, modernizarla, y al mismo tiempo luchar en contra de las dictaduras. Junto con todos los otros poetas, intelectuales árabes, en el Líbano, todos éramos como una suerte de de refugiados en una tienda de campaña palestina”.
Ahí conoció a Samuel Shimon, con quien vino a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, su gran compañero de luchas y de letras. Ambos eran parte de la Organización para la Liberación de Palestina y en los cafés del bullicioso distrito comercial beirutí de al-Hamra, se encontraban con toda una variedad de pensadores de los exilios árabes: aquí y allá, en Irak, en Libia, en Egipto o en Argelia, sobre el nacionalismo se entronizaron gobernantes absolutos que se sumaron a los monarcas de Marruecos o de Jordania en la práctica de encarcelar, asesinar o enviar al exilio a la oposición, especialmente a la que usaba la cabeza para pensar.
Eso acerca a la memoria lo que se vivía en Ciudad de México en la misma época, enriquecida por las artes, las ciencias y las conspiraciones de exiliados de todo el continente; asiento, como aquel Beirut, de revistas literarias, proyectos organizativos y grandes convocatorias a la lucha común contra las tiranías. Aunque el Líbano era mucho más violento, por la guerra civil y las intervenciones militares extranjeras.
Nouri debió entrar a la clandestinidad y luego marchar al exilio por solidaridad con Palestina, Fallastin فلسطين, y lo salvaron los palestinos. Después de que Hafez al-Assad dio el golpe de Estado de 1970, por el que gobernó por décadas para, a su muerte, ser sucedido por su hijo Bashar, hasta que al final su dictadura se robó 54 años de la historia de su pueblo, su gobierno llegó a un acuerdo con Israel en 1974 y, por muy pro-árabe que se decía, inició una campaña de persecución contra los refugiados palestinos tanto en Siria como en el Líbano para acabar con la resistencia antisionista.
En 1976, el ejército de al-Assad se sumó a las fuerzas cristianas falangistas para perpetrar la matanza del campo de Tel al-Zaatar, en Beirut, matando a más de dos mil palestinos e hiriendo a unos 4 mil. El poeta y sus camaradas difundieron una carta denunciando los crímenes. Pero el Partido Comunista Sirio había optado por la colaboración con el régimen: “A la 1 de la mañana, vinieron los líderes a mi propia casa a amenazarme, dijeron que ‘si este pronunciamiento llega a las manos de la mukhabarat, nosotros vamos a decir que tú no eres parte de nuestro partido y no te vamos a apoyar’. Mi respuesta fue sacar una hoja en blanco para escribir mi renuncia al partido y esa noche escapé al campamento (palestino) de Yarmouk”, en los alrededores de Damasco, donde pasó cuatro años en la clandestinidad.
En 1980, los comunistas palestinos de allá lo recomendaron con sus camaradas de Líbano: “Mi salida de Siria hacia Beirut fue la salida también de mi voz, porque si yo me hubiera quedado en Siria, hubiera terminado o en un manicomio, o en la cárcel o en la tumba”. Fue entonces que pudo difundir sus primeros poemas: “Solo en Beirut porque en mi país, todas las revistas pertenecían al régimen: los intelectuales éramos divididos entre los que escribían en los periódicos del régimen y otros que, bueno, o no decían nada porque fueron silenciados o publicaron sus palabras solamente fuera del país”.
Mis charlas con Nouri y Samuel, en inglés o apoyadas en la invaluable traducción de Shadi al castellano, se dieron en el hotel Barceló y en los pasillos de la feria de Guadalajara, así como en las calles de los barrios Doctores, Roma y Condesa de Ciudad de México; entre la librería Casa Tomada y el Centro Cultural Laguna, donde ofrecieron lecturas bajo los auspicios de la novelista Ximena Santaolalla Abdó, y el Salón Covadonga y la cantina yucateca Xel-Ha, donde el sirio degustó una sopa de lima que —por verdad o por cortesía— le encantó. Todo comodidades, pasión por las literaturas, libertad de decir y decir, y hasta el clima decembrino fue amablemente acariciador. Tan ajeno al mundo real, a México, a Siria…
A la invasión israelí al Líbano, a Lubnan لبنان. La más reciente, apenas.
Cuyas consecuencias llegaron hasta la Damasco de Nouri e impactaron su propia vida.
El exilio en el poeta
¿Qué representa el destierro para quien ha tenido que hacer su vida en él?
Nouri responde por escrito:
“¿Cómo puede resumir la idea del exilio alguien que ha pasado más de cuatro décadas de su vida lejos de su lugar de nacimiento? Repito el viejo dicho de Milya Gros Al- Jidari : ‘Pertenezco a una pequeña aldea llamada Tierra’.
“No siento ningún insulto ni hostilidad hacia el exilio o la diáspora, por muy lejos o cerca que esté nuestra existencia geográfica del primer hogar, la primera cama y la primera ventana de la patria perdida. Al contrario, siempre siento que, incluso cuando me veo obligado a abandonar mi patria, elegí lo que soy y en lo que estoy, y elegí mi manera de expresar la distancia y la brecha entre mi realidad actual en el exilio y mi patria original, donde vi por primera vez la luz.
“Por eso, mi poesía se cierne sobre la brecha existencial entre el aquí y el allá. Mi poema evade la brecha entre dos tiempos y dos lugares, creando su propio tiempo. “Duermo en una isla… y me despierto en una isla” y “Mi cuerpo está en una cama, pero mi grito está en una cama”. Hay una grieta sin salvación, sin cura para ella excepto en el poema, como el campo de batalla y su tiempo metafórico.
“La verdad más fuerte, más allá de todas las demás verdades, es que nosotros, como humanos, somos simplemente fantasmas estacionarios en un hermoso planeta llamado Tierra, no más grande que un átomo flotando en el espacio profundo y la existencia.
“A pesar del dolor y el sufrimiento causados por los humanos a sí mismos debido a las guerras, las masacres masivas y los movimientos humanos a través de las geografías para escapar de la opresión y la muerte, debemos pensar con una conciencia que trascienda las diferencias de género , raza, color y todas las demás afiliaciones a través de las cuales las personas expresan su existencia, identidades y culturas distintivas.
“Creo que la expresión del yo y de los grupos que se expresan no debe desmantelar los lazos comunes entre los seres humanos ni apagar la llama de la esperanza, ni romper los puentes que crean los encuentros humanos. En este sentido, la poesía es esencial, pues es la voz más profunda y valiente de la conciencia humana contra los asesinos, los dictadores y los ladrones de vidas.
“El papel del poeta en el exilio es un sesgo total hacia la batalla por la libertad a través de la expresión estética de los valores de libertad, amor, verdad y belleza con los que los humanos están naturalmente dotados, frente a la cultura de la muerte, que ha abierto sus mercados y mataderos a quienes buscan la libertad, convirtiéndolos en refugiados que fluyen a través de cruces fronterizos y alambres de púas, llevándolos a ahogarse en los mares bajo la atenta mirada de un sistema de mercado salvaje y los vicios de la discriminación racial disfrazados de leyes globales.
“El poeta es hijo del mundo, y su poema es la voz de la esperanza por encima de todos los factores desalentadores para el alma, la mente y la imaginación. Finalmente, creo que es una debilidad emocional que un poeta se queje del exilio en nombre de una idea cansada y débil llamada alienación, mientras que la alienación existencial de los humanos contemporáneos es la verdad más dolorosa de la existencia humana. Porque en mi poesía, los invasores y los bárbaros no siempre vienen de fuera de la ciudad; también nacen dentro de la ciudad y la ocupan desde dentro. Son los dictadores.”
La causa palestina
Desde aquí, desde estas profundidades,
he visto mi aullido en un lecho y mi cuerpo, en un lecho.
Sigo sujeto al hechizo,
merodeando por donde perecí.
A lo lejos alguien canta. A lo lejos. Un grupo de tapatíos recorre los pasillos de la feria del libro pidiendo fin al exterminio que lleva a cabo Israel en Gaza. Estamos caminando rumbo a la salida de la Expo Guadalajara, pero escucho el bullicio y quiero que Nouri, Samuel y sobre todo, el palestino Shadi, puedan observar los actos que se realizan desde México en solidaridad con pueblos que sufren del otro lado del mundo. Mis amigos y los manifestantes se encuentran, se abrazan un momento. Veo las banderas que han mostrado en los días anteriores, las de Palestina y el Líbano, de manera obvia, y la de Sudáfrica, que logró que la Corte Penal Internacional someta a Israel a juicio por genocidio.
Pero Nouri no sonríe. Yo esperaba lo contrario, porque si algo es propio de Nouri es una bella sonrisa. No pregunto, no dice nada. Un par de días después, creo encontrar la razón: uno de los activistas publica fotos en las que se ven las tres enseñas junto a otra que no vi, que alguien más trajo y exhibió: la del régimen de los al-Assad. Hay quienes sostienen que su caída es una pérdida para la solidaridad con Palestina.
Quienes conocen la historia no pueden coincidir.
“Aunque, como sabemos, hay un gran pedazo de Siria bajo ocupación israelí, el Golán, durante cincuenta años, no hubo ni un balazo desde el lado sirio hacia Israel. Y ni Hafez al-Assad ni Bashar pidieron la devolución del Golán al territorio sirio. El precio de la permanencia del régimen fue estar en silencio frente a la ocupación del Golán”: Nouri explica que los al-Assad se justificaban con dicotomías: representaban la lucha del secularismo contra el islamismo, o de la resistencia contra el sionismo, pero todo eso era mentira. Una muestra es que la fuerza aérea de Israel se acostumbró a bombardear posiciones iraníes y de Hezbollah en Siria sin respuestas militares ni políticas del gobierno, a pesar de que tenía con qué derribarlos, pues Rusia desplegó sofisticadas plataformas antiaéreas S-400, y sin atacar directamente al ejército sirio.
“Para nosotros, como sirios, la causa palestina es una parte fundamental de nuestra construcción como seres, existencial, cultural. Personalmente, he vivido la experiencia palestina y me considero a mí mismo como palestino”, reivindica el poeta. “Pero durante los últimos 13 años, el vecino israelí protegió al régimen sirio frente la revolución. Israel nunca atacó los arsenales de armas (del ejército) porque sabía que esas armas estaban siendo usadas en contra del pueblo sirio, destruyeron ciudades en su totalidad. Y ahora, una vez que cayó el régimen, vemos al Estado de Israel bombardeando las fábricas de armas, las bases militares, los barcos, todo lo que tiene que ver con las armas que ha tenido Siria, porque este régimen dictatorial se comportó por muchos años como una muralla defendiendo al Estado de Israel de los opositores o de otros. ¿Por qué Israel no atacó a Siria y esos lugares específicos antes de la caída de al-Assad? Porque antes estas armas no iban a ser usadas en contra de Israel y ahora no se sabe”.
Árabe-mediterráneo
Sirios fraternos, sirios zarandeados por las olas, sirios muertos en las
orillas, vosotros que procuráis ardorosos, con rostros de luz, las sombrías
costas de aquí, de Lesbos, la que tantas veces por Troya llorara…
¡Aquí! ¡Venid, sí, que os beses esas pálidas mejillas de angustia.
¿Por qué las referencias helénicas, tan repetidas? Leyendo a un autor árabe, asumía que las habría distintas, más remotas, propias de los desiertos de África y Asia, de las aguas del Índico y de las batallas de los herederos del profeta. Me sorprendo tropezando con mi propia forma de orientalismo. Cae sobre mí la mirada de Said.
“Khalas! خلص”, suficiente, me detiene afablemente Nouri. “Soy un escritor árabe-mediterráneo”. En silencio, me pregunto cómo es que damos por hecho que el Mare Nostrum de los romanos, la historia mediterránea, es exclusivo de Occidente. Que Grecia misma es raíz cultural solo de los pueblos al oeste del Monte Olimpo.
Los antiguos fenicios llevaron el comercio, el alfabeto y la cultura hasta las Columnas de Hércules, hoy Estrecho de Gibraltar, desde las costas de Levante. Sour (صور, Tiro), Saida (صيدا, Sidón), Jbeil (جبيل, Byblos) y la propia Bayrut بيروت son ciudades vivas de los legendarios fenicios, que hoy forman parte del Líbano y que para los sirios son parte de su origen ancestral. El griego fue lingua franca de toda la región. La isla de Creta está a dos mil kilómetros de la costa de España pero solo a 900 de la siria. El Mediterráneo, de Algeciras a Estambul, es de Serrat tanto como lo es de Nouri. Poseidón, Troya, Helena y Menelao conforman la tradición preislámica que sigue alimentando la poesía árabe contemporánea pese a la inconformidad de los fundamentalistas.
Y Ulises puede ser reflejo de nuestro poeta sirio tanto como lo puede ser de cualquier lector exiliado de Homero.
La odisea de Nouri continuó después de Beirut. Sometida a la presión combinada de las milicias falangistas y las fuerzas sirias, y de una invasión israelí, la Organización para la Liberación de Palestina fue expulsada del Líbano en 1982, rumbo a Túnez. Samuel y los intelectuales del exilio árabe se marcharon también. Solitario, Nouri todavía reportó como periodista, junto a una colega italiana, las masacres de los campamentos palestinos de Sabra y Shatila, cometidas por una milicia cristiana libanesa bajo control del ministro de Defensa de Israel, Ariel Sharon. “Tenía una cámara pero no fui capaz de tomar fotos de ningún cadáver porque sentí que eran mis hermanos, mis familiares. Las condiciones de los cuerpos eran horrorosas porque entramos tres días después de la masacre y estaban expuestos al sol. Solo escuchaba un zumbido en mis oídos, no podía escuchar nada más. Solamente veía la gente caminando. Una mujer se estaba agarrando el cabello, estaba llena de sangre porque se lo arrancaba de la cabeza”.
Marchó a Chipre, donde tuvo un hijo, pero intentó regresar a Beirut, donde Siria seguía asediando campamentos palestinos a través de la milicia chií Amal. Hasta que, en represalia por sus escritos críticos, ametrallaron su casa mientras su familia estaba adentro. Con la fortuna de no haber sido heridos, decidieron salvar la vida estableciéndose en Londres, en 1986, donde él trabajó como corresponsal de una revista árabe. Pero los recuerdos no se esfumaron: “Esas imágenes me han perseguido por mucho tiempo, se desintegraron dentro de mi propio cuerpo y obviamente entraron en mi poesía, que en aquel entonces era muy oscura, muy turbia”.
Ahí refulgió su carrera, dirigió revistas, publicó poesía y se convirtió en una figura central de la literatura árabe contemporánea.
Papeles latentes
Treinta años después, en la isla de Kos, Nouri conoció a un joven sirio que le contó que él y su compañero habían sido los únicos sobrevivientes al naufragio del frágil bote en el que intentaron cruzar el estrecho desde Turquía. Le presentó a una muchacha. Era griega. Aunque no hablaban un idioma común, ella dijo que, por amor al nuevo exiliado, cuando terminara la guerra regresaría con él a Siria.
En Lesbos, sobre una colina, encontró un árbol que la gente llamaba de las esperanzas, porque los refugiados que habían sobrevivido al mar escribían pequeños mensajes, que insertaban en el tronco y las ramas.
¿Con quién sincerarme aquí,
a quién narrarle cuanto he visto
en este monte en el que no hay más que latidos de papeles
al viento,
misivas abandonadas por muchachos y muchachas sirias,
y kurdos y yazidíes
y palestinos desesperados
y musulmanes y cristianos y otros muchos,
fugentes de ciudades que han ardido o sucumbido a la peste?
Diversidad en la tragedia… pero también en la construcción de una nueva Siria, de nuevos países para todos. Nouri acusa que entre diversos actores en pugna, entre tantos que han metido la mano en Siria, se coincide en pretender representar el conflicto como una lucha sectaria entre las minorías alauí -a la que pertenecen los al-Assad-, cristiana, drusa y otras, contra la mayoría suní, pero esto es falso.
Señala como evidencia que, en 2011, al principio de la revolución, el régimen abrió las cárceles para dejar salir a militantes extremistas islámicos que se incorporaron a las filas rebeldes para imbuirles una ideología radical, al mismo tiempo en que combatía a los sectores laicos y moderados. Pero esto fue, continúa el poeta, una intoxicación del movimiento, que sostenía la consigna de que “el pueblo sirio es solo uno”.
En esa etapa, su propio hijo, Rami Jarrah, participó reportando la represión del régimen desde adentro de Siria hasta que tuvo que escapar con su mujer y su hija -al igual que el padre de Beirut-, y luego siguió actuando desde el exterior bajo el seudónimo Alexander Page.
Tuvo más suerte que el hijo de la hermana gemela de Nouri, Fadi, quien fue detenido en 2012, para ser desaparecido en los calabozos de la mukhabarat.
Criar la esperanza
La tierra no tiene mayor memoria que el silencio.
Navegad pues en todas las direcciones,
ganaos el estruendo de vuestras almas.
Y tras las tormentas, alzaos en cada lengua,
en cada libro, en cada plazo y cada imaginario;
agitaos en cada tierra y alzaos
como se alza el trueno sobre los árboles.
Hacia la noche del sábado 7 de diciembre de 2024, en el bar del Hotel Barceló de Guadalajara, México, el poeta sirio Nouri al-Jarrah recibió la llamada de su hermana mayor, para informarle que el régimen de Bashar al-Assad había caído, que los guardias habían abandonado las cárceles y que los presos habían salido a las calles.
Nouri preguntó por su sobrino Fadi. No hay rastros de él. El poeta no sabía qué hacer con las emociones que se le acumulaban encima: “No vamos a dormir en varias noches, ningún sirio lo hará, no queremos despertar al día siguiente para descubrir que no es cierto”.
Le pedí que me diera sus primera impresiones, ante la cámara del celular, ante la que aparece de pronto serio, luego sonriente, por momentos incrédulo: “Lo que siento son cosas muy mezcladas. Es más que una felicidad porque este régimen es el peor que la parte oriental del mundo árabe ha conocido, y es una de las peores dictaduras que el mundo ha conocido. Ha torturado no solamente a los sirios sino a los palestinos y a los libaneses, a través del terror, de las cárceles”.
“Yallah! يلا ”, ¡vamos! ¿Retornará? “Soy un poeta que ha vivido en el exilio por 43 años y siento que por fin tengo la oportunidad de visitar mi primera casa, mi primera ventana, mi primera cama y voy a reunirme con mis amigos que ahora son viejos, y recordaré a mis amigos muertos, los que perdieron su vida dentro de las cárceles”.
Si el poeta no debe quejarse de su exilio, entonces ¿qué representa para él que de pronto se le abra la posibilidad del retorno?
Me responde después, dándole aire a la reflexión:
“Me encuentro en una encrucijada, con dos preguntas en mi bolsa: la primera: Assad ha caído, pero ¿qué pasa con el bosque?. La segunda pregunta: ¿Quién seré mañana en el mundo, ya sea que esté en Londres o en Damasco, ahora que el camino para regresar a la primera casa, que llamamos (la patria), está abierto, y el exilio ha hecho de todo el planeta mi patria? (Mi exilio / Mi patria), (Mi exilio y mi patria). Oh, qué pensamiento tan angustioso... ¿Quién seré mañana?
“La preocupación por la idea del retorno ha estado siempre presente en mi poesía. Mi poesía no se aparta de este sentido, sino que surge del crisol de la dolorosa experiencia de la humanidad contemporánea en su lucha existencial, ya sea en el enfrentamiento con asesinos y dictadores o en el enfrentamiento con el enigma de la existencia humana y su batalla con las preguntas existenciales para resolverlo.
“Y la pregunta ahora es: ¿Podemos hablar del futuro con excesiva confianza en una época en la que el mundo está dirigido por un puñado de tiranos e individuos obsesionados que desean dominar cada vez más, no solo sus países de origen sino el planeta entero, tratando incluso de extender su control a otros planetas? Algunos de estos individuos obsesionados también quieren ocupar el tiempo, eternizando su existencia a través de refrigeradores inteligentes, mientras los tiranos infernales que trabajan para amos cósmicos derraman la sangre de los pueblos, excavando fosas comunes cerca de los mercados de consumo que han drenado sus mentes y sangre, dejándolos con nada más que cuerpos débiles, destinados a los mataderos de la muerte, ya sea en campos de detención o en camas monótonas, por igual.
“La cuestión, entonces, ya no es el futuro de la poesía, del poeta en el exilio, de la patria o de cualquier parte del mundo. Se trata del futuro de la humanidad en el planeta, y casi diría del futuro de la existencia humana”.
Esperanza sin cura
No abandoné Damasco para morir como un extraño
en el camino a Damasco.
En Guadalajara (del árabe wadi l-hijara وَادِي الْحِجَارَة, “río entre piedras”), el 8 de diciembre, para abrir su charla en la Feria del Libro, Nouri hizo un chiste que mostró que avanzaba en la digestión de la nueva realidad: “Al escuchar sobre la caída del dictador de Damasco, me pregunté ¿he tenido yo que viajar hasta México para que el dictador cayera?”
Tres días más tarde, en la librería Casa Tomada en Ciudad de México, las reflexiones se siguen asentando:
“Durante estos últimos días sentí que todo el libro de mi vida ha sido abierto en todas las páginas, de repente, y las preguntas que me estoy haciendo ahora son: ¿Puedo volver a Damasco? ¿Y cómo va a ser esta ciudad, cómo la voy a ver? ¿La voy a poder reconocer? ¿Voy a poder llenar este vacío de un medio siglo? ¿A dónde voy a ir primero? ¿Voy a visitar la tumba de mis padres, de mi hermano, de todos aquellos que se han ido de este mundo sin que yo tuviera la oportunidad de despedirme de ellos? ¿Por qué calles voy a pasear, en esta ciudad donde pasaba horas durante el día nada más caminando? Muchos pensamientos me están atacando ahora”.
El viejo régimen cayó… ¿qué viene ahora? Hay cualquier cosa menos certidumbres, en un proceso tan sorprendente como veloz, como reconoce Nouri: “Me estoy preguntando quiénes son aquellos que han derrocado al dictador de Siria, no los conozco. Siria, durante muchos años, ha estado en el corazón de lo que podemos llamar el juego de las naciones y el pueblo sirio, es víctima de ese juego. Si los nuevos gobernantes de Siria van a cambiar una dictadura secular por una dictadura islamista, la tragedia siria va a seguir”.
No ve razón para anticipar el pesimismo, sin embargo. Regresamos al momento inicial, a las primeras preguntas que le hice, tras la explosión de la noticia que anticipa el regreso a casa de Odiseo: A pesar de que sabes que muchas manos han intervenido, ¿te sientes esperanzado?
“Como fuerzas democráticas, hoy empieza nuestra lucha por una nueva Siria. Las cosas no son fáciles. Hay muchas fuerzas en este movimiento pero todos son sirios y si creemos en la democracia, tenemos que escucharlos a todos. Ya’ni… یانی”, Nouri emplea una muletilla que se usa en árabe para llenar un vacío, una pausa, ya’ni. Toma aire y continúa: “Siria ha aprendido la lección de la opresión y la lección de la desesperanza, de la decepción, en las fuerzas occidentales que nos vendieron la idea de democracia. Los sirios fueron abandonados. Vamos a juzgar al opresor y vamos a hacer una Siria multicultural y multiétnica para los cristianos, para los musulmanes y para todos los que forman parte de la diversidad”.
¿Te sientes esperanzado?
“En estas condiciones, solo puedo tener esperanza. El poeta escribe su poema solo para criar la esperanza. ¿Cómo puedo escribir un poema y criar la esperanza? La esperanza es incurable, es una enfermedad de la que uno no puede curarse”.
Primeros sentimientos de Nouri al Jarrah:
En castellano, la madrileña Verbum publicó el poemario “Los siete días del tiempo”. Además, en su edición española, la revista Banipal (otoño-invierno 2022) incluyó un dossier especial sobre Nouri al-Jarrah.
Los fragmentos de sus poemas incluidos en este texto forman parte del libro “Barca a Lesbos”, que está actualmente bajo consideración en una importante editorial mexicana y fueron traducidos por Ignacio Gutiérrez de Terán.
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E-mail: ojosdeperromx@gmail.com
Vías de pago alternativas o donaciones:
Transferencia (por favor, avísanos a ojosdeperromx@gmail.com porque la mayor parte de las veces el banco no nos da el nombre de la persona):
Témoris Grecko Berumen Alegre
Banco BBVA (México)
Cuenta 1275656486
CLABE: 012 180 01275656486 4
Código SWIFT BCMRMXMMPYM
O vía Stripe (acepta tarjetas bancarias, Google Pay, Apple Pay y Oxxo)
(Para Stripe, puedes seguir este QR)
O vía Paypal (haz clic aquí paypal.me/temorisg )
Puedes encontrar nuestra cobertura de Líbano aquí.
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