María Corina: el Nobel de la Paz se mancha con Machado… todavía más
Navegantes de flotillas, liberados / ¿También sigues a Saleh Aljafarawi? Fue asesinado en Gaza tras iniciar el cese al fuego
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Viernes 17: presentamos “Sangre, armas y dinero”, del periodista Ioan Grillo
Con Marco Daniel Vázquez y el autor, tendré la oportunidad de presentar el excelente libro de Ioan Grillo “Sangre, armas y dinero”, sobre el “río de hierro” que fluye desde Estados Unidos hacia México y América Latina para alimentar la violencia criminal.
A las 15.30 horas en el Foro Calera.
Domingo 19: #AstilleroInforma en la FIL del Zócalo
La Tripulación Astillero llega a la #FILZócalo2025 con Julio Astillero, Fernando Rivera Calderón, Tere Rodríguez de la Vega, Jacaranda Correa, Horacio Franco, Federico Bonasso y yo.
El domingo 19 a las 13 horas en el Foro 1 “Vamos patria a caminar, yo te acompaño”.
Doc Talk: Palestina entre la memoria y el presente
Proyección del documental “Notas sobre un destierro” y al final, diálogo sobre memoria, identidad y resistencia desde Palestina con el director brasileño Gustavo Castro y yo, con la moderación de Pau Montagud.
Entrada gratuita con registro aquí.
Sábado 25 a las 19 hrs. en el Instituto Goethe (Tonalá 43, Roma, CDMX).
Evento del Festival Internacional de Cine Documental de la Ciudad de México DOCSMX (más información aquí).
“Notas sobre un destierro”
Gustavo Castro • BRASIL • 2025 • 80 MIN
Después del 7 de octubre de 2023, lo que iba a ser una película sobre las posibilidades de coexistencia en una tierra ocupada se transforma en una brutal reflexión sobre el apartheid y el genocidio.
Participaciones semanales y redes:
Martes en #AstilleroInforma de 2 a 3 de la tarde, hora CDMX (GMT-6).
Miércoles en Periodistas Unidos de 4.30 a 5.30 de la tarde.
Jueves en Rompeviento TV de 10 a 11 de la mañana.
Encuéntrame en redes como @temoris:
Contenido:
* Video: Más de 600 navegantes regresan a 46 países a brindar testimonio de la crueldad de Israel
* Silenciado por Instagram, Saleh Aljafarawi fue asesinado tras iniciar el cese al fuego
Artículo principal
El Nobel de la Paz se mancha con Machado… todavía más
Video: Más de 600 navegantes regresan a 46 países a brindar testimonio de la crueldad de Israel
Tanto Reyes Rigo, la última prisionera de la Flotilla Global Sumud, como los 145 navegantes de la Freedom Flotilla, han sido liberados.
Esto significa que más de 600 personas de ambas flotillas han regresado a sus 46 países a brindar testimonio de los abusos que Israel perpetra contra personas extranjeras que no cometieron delito alguno.
Abusos que solo pueden servir como pistas para imaginar la violencia con la que tratan a los prisioneros palestinos.
Encuentra aquí la charla completa que tuvimos en Rompeviento TV, ya con Ernesto Ledesma de regreso.
Silenciado por Instagram, Saleh Aljafarawi fue asesinado tras iniciar el cese al fuego
Uno de los periodistas de Gaza más populares en las redes sociodigitales, Saleh Aljafarawi, de 28 años, fue asesinado a balazos este domingo en el sur de la ciudad de Gaza.
Israel apoya a bandas armadas de palestinas que han ayudado a combatir la resistencia, y Saleh estaba cubriendo enfrentamientos entre una de ellas y fuerzas de Hamás.
Una fuente del Ministerio del Interior de Gaza dijo a la cadena Al Jazeera que los servicios de seguridad de Gaza habían rodeado al grupo después de que sus miembros habían matado a palestinos desplazados que regresaban del sur del enclave a la ciudad de Gaza.
Aljafarawi estaba en una lista de periodistas a los que Israel se proponía asesinar, acusándolos de ser parte de Hamás, y algunas versiones indican que los atacantes le dieron siete balazos para asegurarse de que hubiera muerto.
Él fue uno de los periodistas palestinos más reconocidos durante la ofensiva de Israel en Gaza, documentando a través de su cámara y su cuenta de Instagram la destrucción y el sufrimiento civil durante los últimos dos años.
En marzo, Aljafarawi denunció que sus dos cuentas de Instagram, que reunían 9 millones y medio de seguidores, fueron cerradas.
Con más de 270 víctimas en medios de comunicación en dos años, Israel es el mayor asesino de periodistas del mundo.
Hace un par de días, ante el anuncio del cese al fuego, Saleh Aljafarawi celebró con este video en el que agradeció a quienes apoyaron a Gaza durante la guerra y les pidió no abandonarla:
“Cuando les dijimos que toda persona puede dejar una marca de bondad para Gaza, ustedes verdaderamente dejaron esa marca: los equipos de futbol que jugaron un importante rol en llevar el mensaje; la Flotilla de la Libertad, la flota marina de la firmeza; muchos cantantes y actores en todo el mundo; gracias a todos los que apoyaron a Palestina de cualquier forma.
¡Un mensaje muy importante!
Es cierto que la guerra terminó, ¡pero manténganse con Gaza!
Gaza los necesita, especialmente en la etapa que empieza.
La guerra militar terminó pero muchas tragedias van a empezar a emerger en los próximos días.
Sigan siempre con Gaza. Somos los dueños legítimos de esta tierra. Tenemos derecho a vivir en esta tierra. Permaneceremos aquí y la vamos a revivir para que sea mejor que antes.
¡Mis saludos para todos!
Saleh Aljafarawi”.
El Nobel de la Paz se mancha con Machado… todavía más
Solo el hecho de que se tema que Donald Trump pueda ganar el Premio Nobel de la Paz; que la reciente ganadora María Corina Machado le haya dicho que quien lo merece es él; y que sus simpatizantes crean que pueden lograr que se lo otorguen, grita mucho sobre la ya añeja politización del reconocimiento y su consiguiente pérdida de prestigio.
La suya es una historia de claroscuros cuando toda ella debería ser brillante e impoluta, al tratarse de un galardón con tan enorme peso y responsabilidad. El Comité noruego que lo decide ha cometido lo que ya es una cauda de errores y negligencias, de la que el premio a Machado es una mancha más.
Es una medalla, en todo caso, occidental, que se entrega bajo valores occidentales y aún más allá, bajo una perspectiva escandinava, blanquísima, disociada de realidades regionales que no alcanzan a comprender, en el mejor de los casos, sino es que a veces instrumentalizada para normalizar esas realidades de verticalismos, explotación y violencia.
Establecido según el testamento de Alfred Nobel para reconocer a aquellos que hayan “servido a la humanidad de la mejor manera posible” , este Premio de la Paz se presenta como la máxima autoridad moral en el ámbito de la diplomacia y el activismo. A pesar de que su centenaria historia está marcada por decisiones que han generado controversia, oscilando entre el idealismo inherente a su mandato, la necesidad pragmática de influir en la volátil realidad geopolítica y la cesión a presiones de potentes intereses políticos.
La acumulación de galardones impulsados por el timing político, el optimismo diplomático o el deseo de validar cambios de régimen, en lugar de por logros concretos e irreprochables, ha erosionado progresivamente la autoridad moral del Comité. Esta erosión ha llevado a una percepción de alto desprestigio en el ámbito internacional, donde se cuestiona si el premio refleja aún los valores fundamentales de paz y desarme o si se ha convertido en una herramienta más de la Realpolitik.
Henry Kissinger (1973): una recompensa a la Realpolitik
El Premio Nobel de la Paz otorgado a Henry Kissinger, entonces secretario de Estado de Estados Unidos, y al vietnamita Le Duc Tho en 1973, es considerado uno de los más polémicos de la historia del galardón.
El Comité, que pretendía honrar el cese de hostilidades pero terminó premiando la paradoja moral, justificó la decisión señalando que Kissinger y Le Duc Tho habían negociado conjuntamente un alto el fuego en Vietnam en 1973. No obstante, la crítica histórica ha señalado la debilidad inherente de esta justificación: se premió el final negociado de una guerra en cuya escalada y extensión el propio Kissinger había desempeñado un papel protagónico como estratega principal de la administración Nixon.
Los críticos argumentaron que el Comité se enfocó exclusivamente en el resultado diplomático inmediato (el alto el fuego) e ignoró deliberadamente el inmenso costo humano y la brutalidad de las tácticas empleadas para alcanzar dicho acuerdo.
Esta visión postula que el premio normalizó la idea de que los arquitectos de la guerra pueden, sin un periodo de transición o rendición de cuentas, ser transformados en arquitectos de la paz y galardonados por ello, validando así una política exterior que recurre a la escalada violenta como estrategia para obtener concesiones en la mesa de negociación.
Las acciones de Kissinger previas a la concesión del premio fueron una fuente inmediata de controversia. La “sombra más oscura” de su historial fue su rol en la expansión secreta del conflicto en el sudeste asiático.
En particular, Kissinger fue acusado de ordenar los bombardeos masivos y secretos sobre Camboya, una nación neutral, que resultaron en la muerte de miles de civiles. Estas acciones fueron ejecutadas precisamente mientras él participaba en las negociaciones de paz, creando una profunda y cínica contradicción: usar la fuerza militar ilegal para presionar un acuerdo de paz que luego sería galardonado.
Además, ha habido acusaciones de que Kissinger saboteó las negociaciones de paz de la administración de Johnson en 1968 para asegurar que el fin del conflicto ocurriera bajo la presidencia de Nixon, extendiendo inútilmente la guerra. Al premiarlo, el Comité desvinculó implícitamente estas tácticas brutales del ideal de la paz que supuestamente celebraba.
El comportamiento posterior de Kissinger cimentó la percepción de que el premio fue un error ético. Pocos meses después de la concesión, en el mismo año 1973, Kissinger impulsó activamente el golpe de Estado militar de Augusto Pinochet en Chile contra el presidente democráticamente electo Salvador Allende, llegando a indicar a Pinochet: “Queremos ayudarte”. Posteriormente, Kissinger también tuvo un papel importante en el apoyo al ascenso de la Junta Militar de Jorge Rafael Videla en Argentina en 1976, un régimen responsable de la muerte y desaparición de 30 mil personas. Estas acciones, caracterizadas por el apoyo a golpes de Estado e intervenciones de inteligencia en Latinoamérica, contradicen directamente cualquier noción de promoción de la paz y la democracia.
La controversia escaló hasta convertirse en un “fiasco total” cuando Le Duc Tho se convirtió en el primer laureado en la historia del premio en rechazarlo. Además, Kissinger no acudió a la ceremonia de entrega. El premio no solo fracasó en redimir el historial de Kissinger, sino que, de forma inversa, la mancha moral del estratega de la Realpolitik se proyectó sobre la integridad del propio Premio Nobel de la Paz.
Kissinger fue el primer criminal de guerra honrado por el Comité noruego del Nobel de la Paz.

Aung San Suu Kyi (1991): la traición moral
En 2012, puede ver a Aung San Suu Kyi en Yangón, la mayor ciudad de Myanmar, en su casa, en un mitin de celebración de una gran victoria electoral, en unos comicios parciales, que alcanzó después de ser liberada por la dictadura militar. Su sonrisa era toda una representación de esperanza.
A diferencia de Kissinger u Obama, la justificación original de su premio en 1991 era sólida e incuestionable: fue galardonada por su heroica “resistencia prodemocrática no violenta” frente a la junta militar. La controversia no reside en el momento de la concesión, sino en el dramático colapso ético posterior de la laureada.
Tras su liberación del arresto domiciliario y su ascenso al poder como Consejera de Estado de facto (2016-2021), Aung San Suu Kyi fue objeto de críticas internacionales por su “silencio dramático” y su “inacción” ante la campaña de persecución y violencia desatada por el ejército contra la minoría musulmana rohingyá.
La investigación de las Naciones Unidas de 2018 concluyó que las acciones de las fuerzas armadas equivalían “sin duda a limpieza étnica y genocidio”. El informe de la ONU criticó específicamente el “papel pasivo” de Aung San Suu Kyi, afirmando que el genocidio ocurría bajo su supervisión.
La traición a los valores democráticos y de derechos humanos que Aung San Suu Kyi había defendido durante décadas fue tan marcada que instituciones de derechos humanos tomaron medidas. Amnistía Internacional, por ejemplo, le retiró en 2018 su máxima distinción, el Premio Embajadora de Conciencia, citando su “vergonzosa traición” a los valores que una vez defendió y su “aparente indiferencia ante las atrocidades”.
Esta crisis moral provocó que varios premios Nobel de la Paz, como Desmond Tutu y Malala, la condenaran públicamente, señalando que “El silencio es un precio demasiado alto” y que el mundo esperaba que actuara.
En casos como este, el Comité noruego puede ser dispensado por no tener una bola mágica que le permitiera ver y juzgar el futuro. No es la primera vez en que una persona premiada solo provoque decepción: la guatemalteca Rigoberta Menchú, por ejemplo, ha buscado poco más que un beneficio personal tras haber recibido ese reconocimiento.
Pero el caso de Suu Kyi es mucho más grave, por la dimensión de los crímenes que fueron cometidos por los militares antes su inacción.
A pesar de los numerosos llamamientos para revocar el Premio Nobel, la Fundación Nobel se encuentra limitada por sus propios Estatutos, que prohíben categóricamente la revocación de un premio ya otorgado.
Esta rigidez estatutaria constituye una paradoja de la perpetuidad: la reputación de la institución queda permanentemente ligada a la conducta de sus laureados, incluso cuando estos cometen o toleran atrocidades.
El exmiembro del Comité Nobel Noruego, Gunnar Stålsett, explicó que el Comité no emite condenas ni censura a los laureados después de la decisión. Esta incapacidad de autocorrección obliga al Comité a delegar la “responsabilidad moral” de honrar el premio enteramente en el laureado. Cuando esta responsabilidad se incumple, como en el caso de Suu Kyi, la autoridad moral de la institución se ve gravemente comprometida.

Arafat, Rabin y Peres (1994): una esperanza fugaz
El Premio Nobel de la Paz de 1994, otorgado al palestino Yasser Arafat y los israelíes Yitzhak Rabin y Shimon Peres por los Acuerdos de Oslo, representó la esperanza de un final al conflicto israelí-palestino. Sin embargo, esta decisión ilustra el peligro de utilizar el premio como una herramienta política para acelerar un proceso diplomático incipiente.
El Comité justificó el premio por los esfuerzos conjuntos de los tres líderes para alcanzar la paz en Oriente Medio. No obstante, la principal debilidad de esta justificación fue el timing. Al premiar un acuerdo tan frágil e incipiente, el Comité priorizó la intención y la esperanza por encima de la estabilidad y la paz duradera. El premio se utilizó como una palanca institucional para solidificar el proceso de paz.
Cuando estos acuerdos colapsaron, como ocurrió con Oslo, la credibilidad del Comité se vio directamente afectada por la subsecuente violencia, que treinta años después llegó a limpieza étnica y genocidio. La institución corrió un riesgo inherente al validar una “paz” que nunca llegó a materializarse plenamente en el largo plazo, poniendo en evidencia la superficialidad con la que se evaluó la sostenibilidad del acuerdo.
Los tres galardonados compartían un historial profundo de participación en el conflicto armado, lo cual contrastaba fuertemente con el ideal de pacifismo del Nobel.
Yasser Arafat: el líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), era una figura históricamente asociada con actos de resistencia armada a la invasión y la opresión colonial, que en la narrativa occidental eran llamados terroristas. El Comité fue acusado de ignorar un extenso historial de militancia violenta.
Yitzhak Rabin: fue un general clave en el desplazamiento 700 mil palestinos en 1948, como en las operaciones para expulsar a los habitantes de Lydda y Ramle, calificadas como limpieza étnica. Como ministro de Defensa (1984-1990), implementó la política de “fuerza, poder y golpes” durante la Primera Intifada (1987-1993), ordenando a soldados romper extremidades de manifestantes palestinos para suprimir protestas, ganándose el apodo de “Rompehuesos”. Esta táctica resultó en miles de heridos y violaciones de derechos humanos documentadas por organizaciones como Amnistía Internacional. Tras recibir el premio, Rabin fue asesinado el 4 de noviembre de 1995 por Yigal Amir, un extremista judío opuesto a Oslo.
Shimon Peres: ya era reconocido como el “padre de la bomba atómica de Israel”, habiendo sido el responsable de organizar el programa nuclear del país. Premiar a una figura directamente responsable del desarrollo de armas de destrucción masiva constituye una profunda contradicción con el espíritu de desarme y paz global que Alfred Nobel buscaba honrar.
El colapso progresivo de los Acuerdos de Oslo, marcado por el asesinato de Rabin y el recrudecimiento del conflicto israelí-palestino, demostró que el optimismo del Comité fue prematuro. En los años posteriores, el aumento de las rondas de violencia y atentados evidenció que el premio no pudo sostener la paz que intentaba celebrar.
El Premio de 1994 se convirtió en un recordatorio de una oportunidad fallida y un símbolo del fracaso del proceso político que el Comité había intentado cimentar con su prestigio.

Barack Obama (2009): el Premio al wishful thinking
El premio al presidente de Estados Unidos fue lo que en inglés se llama wishful thinking (pensamiento de deseos o de ilusiones) o lo que en Latinoamérica sería un pago adelantado por milagros solicitados.
El premio, otorgado por los “esfuerzos extraordinarios para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos” cuando Obama tenía menos de nueve meses de haber llegado a la Casa Blanca, generó incredulidad inmediata en la escena global.
Ante las críticas de precipitación, el director del Comité Nobel, Thorbjoern Jagland, defendió la decisión argumentando que el premio se otorga en ocasiones para “realzar lo que muchas personalidades estaban tratando de hacer”, citando ejemplos de reconocimiento temprano como Willy Brandt (1971) o Mijaíl Gorbachov (1990).
Sin embargo, figuras como el expresidente polaco Lech Walesa, también laureado, calificaron la concesión como “precipitada”. El periódico noruego Verdens Gang reveló que la mayoría de los cinco miembros del Comité Nobel se opusieron inicialmente, señalando serias objeciones sobre la guerra en Afganistán y considerando que era “demasiado pronto”.
Esta discrepancia interna confirmó que la decisión de 2009 fue impulsada por la voluntad del Comité de Oslo de reconocer y validar rápidamente el cambio de tono diplomático de Estados Unidos tras la era Bush, priorizando el simbolismo político sobre un historial comprobado de logros concretos.
La principal contradicción, sin embargo, fue el hecho de que Obama era el comandante en jefe de un ejército que estaba invadiendo dos países, Afganistán e Irak.
El propio Obama reconoció la “considerable controversia” generada por esta situación. Más aún, en su discurso de aceptación en Oslo, en lugar de adoptar una postura puramente pacifista, Obama defendió el derecho a usar la fuerza para proteger a su país y articuló la doctrina de la “guerra justa”. Este discurso fue interpretado por muchos como una justificación de la acción militar, en directa oposición al pacifismo que el galardón supuestamente representa.
¿Concedió los milagros pedidos? Las políticas implementadas por la administración Obama después de 2009 terminaron por frustrar las grandes esperanzas que el premio había suscitado. La significativa expansión de los ataques con drones fue fuertemente criticada por la falta de transparencia, ya que a menudo se gestionaba bajo el Título 50 (programas de inteligencia), lo que significaba que no estaban sujetos a una rendición de cuentas pública.
Al final de cuentas, el premio sirvió para legitimar la continuidad de una política exterior militarista bajo un nuevo liderazgo.

Otras premiaciones cuestionadas
Óscar Arias (1987)
Presidente de Costa Rica (1986-1990 y 2006-2010), el Comité lo galardonó por sus esfuerzos diplomáticos en promover la paz en una región marcada por guerras civiles en Nicaragua, El Salvador y Guatemala. Sin embargo, se critica que ignoró aspectos controvertidos de su presidencia, como políticas económicas neoliberales con alto costo social y violaciones constitucionales. Posteriormente, fue acusado de acoso sexual y corrupción.
Rigoberta Menchú (1992)
Justificado por su activismo indígena, el premio fue controvertido por inexactitudes en su autobiografía, reveladas por Stoll, lo que debilita la argumentación basada en su testimonio personal. Previo, no hay conductas cuestionables destacadas, pero las exageraciones narrativas fueron vistas como manipuladoras. Posteriormente, Menchú fracasó en sus intentos de ganar la presidencia de Guatemala y es mal recordada en México cuando en mayo de 2015 visitó el país a invitación de las autoridades, que enfrentaban una enorme ola de indignación popular por la desaparición de 43 estudiantes de la escuela de Ayotzinapa, y la Nobel de la Paz intentó aleccionar a sus madres y padres acusándolos de mentir: “Yo exhortaría a los familiares a que traten de explicar la razón de sus seres queridos sin ocultar la verdad, porque la verdad nos dignifica a todos”.
Abiy Ahmed (2019)
El Comité le entregó el galardón al presidente de Etiopía por lograr la paz con Eritrea, pero ignoró por completo sus acciones ante tensiones internas de su país. Previo al Premio, Ahmed gobernaba en un contexto de autoritarismo y conflictos étnicos. Posteriormente, inició la guerra en la norteña región del Tigray (2020-22), lanzando una invasión militar que dejó entre 160 mil y 380 mil muertos y 600 mil desplazados.
Y ahora: María Corina Machado (2025)
El Comité justificó otorgarle el premio a Machado destacando su “trabajo incansable en la promoción de los derechos democráticos para el pueblo venezolano y su lucha por lograr una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia”, enfatizando su rol como campeona de la paz que unifica la oposición y resiste la militarización sin vacilar en el apoyo a una transición no violenta.
Sin embargo, se trata de una líder de extrema derecha que, para conseguir un cambio de régimen en Venezuela, llama a una intervención armada estadounidense que dejaría muertes y destrucción entre sus compatriotas; que en las semanas recientes se ha rehusado a condenar los ataques contra lanchas venezolanas que han matado a muchos venezolanos bajo acusaciones no demostradas y que en todo caso no justifican el asesinato, y que al presentar adulatoriamente a Trump como el verdadero merecedor del premio, invita a más agresiones contra Venezuela.
En 2002, Machado firmó el Decreto con el que se quiso justificar un intento de golpe de Estado (ella dijo después que se trató de un malentendido porque creyó que era una hoja de firmas); en 2024, incitó a las fuerzas armadas a derrocar al gobierno; y ha apelado directamente a Trump para que intervenga en su país.
En 2018, Machado publicó en Twitter una misiva pública que les envió a Mauricio Macri, entonces presidente de Argentina, y Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, pidiendo “el apoyo necesario para dar el cambio de régimen” en Venezuela mediante “un reforzamiento de la seguridad internacional”. En otro momento, Machado dijo que si llega al poder reconocerá a Jerusalén como capital indivisible de Israel, lo que violaría la misma legalidad internacional que invoca.
El presidente colombiano Gustavo Petro cuestionó:
“¿Por qué usted solicita ayuda a un criminal contra la humanidad, con orden de captura internacional, para llevarle democracia a Venezuela?
¿Qué significa que la gente de Noruega que entrega ese premio, estimule ese tipo de alianza mundial que no podría ser más que de barbarie y guerra y no de paz?
¿Cómo un genocida puede ayudar a hacer la paz en Venezuela?”
Petro, como la generalidad de quienes criticaron el Nobel a Machado, recibió acusaciones de que eso equivalía a apoyar al gobierno de Nicolás Maduro. Replicó:
Yo no defiendo a Maduro, solo le pregunto a María Corina Machado si puede apartarse de Netanyahu y sus amigos nazis, y si es capaz de ayudar a detener una invasión a su país y promover el diálogo con todas y todos.
Ningún ciudadano decente de Venezuela puede desear la invasión extranjera a la Patria de Bolívar, si ocurre, toda Latinoamérica y el Caribe vivirán entonces otros cien años de soledad.
Colombia ayudará con todo al diálogo entre venezolanos, jamás a una invasión a nuestra Patria grande.
La politización del Comité noruego del Nobel
La recurrencia de decisiones cuestionadas a lo largo de las décadas ha dejado tres patrones claros que, en conjunto, han debilitado la autoridad moral del Comité Nobel Noruego.
Recompensa del timing y de aspiraciones: El Comité tiende a premiar procesos incipientes (Oslo, 1994) o gestos políticos iniciales (Obama, 2009). Estas decisiones, tomadas con la esperanza de catalizar la paz, a menudo resultan prematuras y vinculan la reputación del galardón al fracaso posterior de dichos procesos.
Validación de estrategas militares y políticos de poder: Se ha premiado a figuras profundamente inmersas en el conflicto y la violencia (Kissinger, Obama, Arafat/Rabin/Peres), confundiendo la gestión de crisis y la Realpolitik con la promoción fundamental de la paz y el desarme. La nominación de figuras abiertamente militares, como el Secretario General de la OTAN, o de líderes en medio de guerras activas, como Volodímir Zelenski en 2022, y de un presidente marcadamente belicoso, como Trump, refuerza la percepción de que el Comité tiene una perspectiva excesivamente pro-occidental y de pronto hasta militarista del galardón.
Incapacidad de rectificación ética: La rigidez estatutaria, que prohíbe la revocación, impide que el Comité se desvincule de las atrocidades cometidas por un laureado (Aung San Suu Kyi). Esta ausencia de mecanismos de autocorrección es un factor clave en la erosión de la confianza.
Estos patrones son la raíz de una renuncia a la imparcialidad ética, de que el Premio Nobel de la Paz es cada vez más un instrumento de la política internacional, pues el Comité antepone la política a la paz y que se ha normalizado que lo reciban enemigos de la paz.
Como reflejo del grado de desprestigio que están sufriendo las instituciones internacionales que aspiran a representar a la humanidad, el Premio Nobel de la Paz se encuentra en el centro de una crisis de credibilidad que explota en la línea de flotación de la autoridad del Comité.
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