#Análisis. ¿Cambiará Kamala Harris la política hacia Palestina/Israel?
Medios israelíes suenan las alarmas / En E.U., se sienten cambios pero no tan grandes
Fuimos a cubrir la crisis de Haití.
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Si entre quienes simpatizan con la lucha palestina y se oponen al genocidio en Gaza hubo quienes sintieron algo de alivio con el retiro de la candidatura de Joe Biden, fue solo porque reabría las posibilidades de que Donald Trump no regrese al poder. De la reemplazante, Kamala Harris, señalaron que sostuvo con pocas diferencias el apoyo a las políticas de su jefe de respaldo al gobierno israelí y sus campañas militares.
Pero si en ese sector prevalecen las críticas y el escepticismo hacia Harris, en el bando contrario, el del sionismo, están sonando todas las alarmas, activadas por señales que están observando en la candidata presidencial, tan malas desde su punto de vista que de plano advierten que “como presidenta podría ser un desastre para Israel y el pueblo judío”, en palabras del director editorial del diario Jerusalem Post.
En general, están aumentando las voces de quienes creen que Harris tomará una postura no pro-palestina, pero sí más dura hacia el liderazgo israelí y su guerra. Sin embargo, no existe un consenso de en qué medida se podría dar ese cambio, si efectivamente se da.
Pero dos gestos de la candidata pueden ser indicadores significativos. Uno es que prefirió participar en un encuentro con mujeres antes que acudir al Capitolio a escuchar el discurso que el primer ministro israelí Netanyahu dirigió ante el Congreso. Lo cual, como veremos, cayó muy mal en Tel Aviv.
El segundo tiene alcances mucho mayores, pues se trató de la primera decisión de gran importancia que le correspondió tomar tras asumir la candidatura presidencial: la de su compañero de fórmula para convertirse en vicepresidente. E hizo estallar los nervios en el Estado judío.
“Que Harris se siente detrás de Netanyahu”
No es que el viaje de Netanyahu a Estados Unidos haya sido visto con simpatía en su propio país. El primer ministro no solo es responsabilizado porque bajo su mandato no fueron capaces de anticipar y prevenir el ataque de Hamás del 7 de Octubre, sino también porque ha prolongado la guerra por intereses personales y de su coalición ultraderechista, poniendo en segundo plano el retorno de los rehenes.
En momentos en que crece la exigencia de que se marche y dé lugar a elecciones, que Netanyahu decidiera dirigirse a los legisladores estadounidenses fue correctamente interpretado como una maniobra cuyo objetivo no era tanto asegurar el apoyo a Israel sino reforzar su poder interno ante sus opositores, y sostener indefinidamente una campaña militar que amenaza con extender el conflicto a toda la región (seguimos pendientes de la anunciada respuesta militar iraní).
Las críticas, no obstante, pronto cedieron el lugar a una cada vez más agraviada y preocupada sorpresa al constatar que una parte relevante de los congresistas boicotearon el gran evento del 24 de julio. Los aplausos fueron sobre todo republicanos porque la mitad de la bancada demócrata se ausentó.
Esto incluyó a Kamala Harris, ya candidata presidencial anunciada y quien, como vicepresidenta -no deja de ejercer el cargo-, tenía que encabezar la sesión solemne. Pero en lugar de eso, viajó a Indiana para hablar ante una sororidad universitaria negra.
La reacción hizo que se volviera a ver algo de la extraña relación que mantienen Israel y Estados Unidos: el primero depende del segundo para existir y también para ser económicamente viable. Pero a veces los dirigentes de ambos países se comportan como si fuera al revés. Especialmente con Netanyahu, quien se ha aficionado a avergonzar a los presidentes estadounidenses, haciéndoles exigencias al tiempo en que ignora lo que le dicen.
Harris es “incapaz de distinguir entre el bien y el mal” pues ausentarse “no es manera de tratar a un aliado”, dijeron a la prensa autoridades israelíes, sin autorizar la publicación de su identidad. “Me parece indignante e inexcusable que Kamala Harris esté boicoteando” el discurso, declaró el presidente de la Cámara de Representantes, Mike Johnson, republicano.
Los opinadores pro-israelíes acusaron la ofensa como si viniera de alguien obligado hacia ellos. “La vicepresidenta Kamala Harris debería haber estado sentada en el estrado detrás de Netanyahu en el Congreso para demostrar su compromiso con el principal aliado de Estados Unidos”, escribió a gritos Martin Oliner, presidente del grupo Sionistas Religiosos de América. “Pero, más importante aún, debería haber estado allí para escuchar a uno de los estadistas más veteranos del mundo y aprender de él”.
¿Un vicepresidente judío?
De cualquier forma, todavía tenían esperanzas de que Harris se congraciara con Israel. Grandes esperanzas.
“¿Tendrá Estados Unidos su primer vicepresidente judío?” En esos mismos días, esta pregunta se repetía en los medios de comunicación israelíes casi como si la respuesta afirmativa fuera inevitable. Entre los cinco o seis aspirantes a la candidatura vicepresidencial demócrata, había dos gobernadores judíos, el de Pensilvania, Josh Shapiro, y el de Illinois, J.B. Pritzker. Además, del senador de Arizona Mark Kelly, cuya esposa es judía.
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El mismo día en que Harris decidió irse a Indiana en lugar de quedarse a escuchar a Netanyahu, se dio a conocer que la lista se había reducido a dos opciones: Shapiro y el gobernador de Minesota, Tim Walz. Con la ventaja, para el primero, de que su estado es uno de los que pueden decidir el resultado de la elección presidencial, en tanto que el otro tradicionalmente apoya a los demócratas.
Shapiro les parecía ideal. Ante las protestas estudiantiles contra el genocidio en Gaza, las comparó con el Ku Klux Klan (racistas blancos encapuchados que solían asesinar a negros), se alineó con los republicanos en la exigencia de reprimirlas y aseguró que firmaría un proyecto de ley estatal que retendrá la financiación a cualquier institución que boicotee o desinvierta en Israel. Fue acusado por el Consejo de Relaciones Islámico-Estadounidenses de “ignorar intencionalmente la pérdida de vidas civiles en Gaza”.
En Walz, en cambio, sienten que no pueden confiar, aunque en el pasado, cuando era congresista, apoyó en distintos momentos a Israel. Al respecto del Movimiento Nacional de los No Comprometidos (Uncommitted: delegados electos en las primarias demócratas que no quisieron darle su apoyo a Biden ni ahora a Harris, pues a cambio les exigen oponerse a la venta de armas a Israel), que fue acusado dentro del Partido Demócrata de facilitar un triunfo de Trump, Walz dijo que "esta cuestión es una crisis humanitaria, tienen todo el derecho a ser escuchados. Estas personas están pidiendo un cambio de rumbo, están pidiendo que se ejerza más presión".
Walz se ha declarado a favor de un cese al fuego. En marzo, por ejemplo, sostuvo en la Radio Pública de Minesota que “se pueden sostener cosas contrapuestas: que Israel tiene derecho a defenderse y que las atrocidades del 7 de Octubre son inaceptables, pero que los civiles palestinos estén atrapados en esto... tiene que terminar".
Entre los No Comprometidos, lo reconocen como un político que ha mostrado que su pensamiento puede cambiar, sobre todo porque, de ser contrario a toda limitación a la posesión de armas de fuego, tras un tiroteo escolar que dejó varios niños muertos pasó a apoyar la regulación.
"Si bien sus posiciones anteriores como congresista pueden haber entrado en conflicto con los votantes pacifistas, esperamos que pueda evolucionar en este tema como lo ha hecho en otros", dijo Elianne Farhat, de los No Comprometidos. "Como candidato a vicepresidente de Harris, es crucial que continúe esta evolución apoyando un embargo de armas a la guerra y la ocupación de Israel contra los palestinos, en un esfuerzo por unir a nuestro partido para derrotar al autoritarismo en el otoño".
Harris, “amenaza para Israel”
Tim Walz le ganó la candidatura a Josh Shapiro, el 6 de agosto. Dos días después, el director editorial del Jerusalem Post, Zvika Klein, resumió, en el titulo de su columna, la decepción que se tornaba en alarma: “Harris como presidente podría ser un desastre para Israel y el pueblo judío”.
En ese mismo periódico, uno de sus propios articulistas criticó a su editor por haberse quedado corto, y lo corrigió: “Una presidencia de Harris no sólo ‘podría ser un desastre para Israel y el pueblo judío’, sino que sería la mayor amenaza existencial que Israel haya enfrentado jamás”.
En esos términos.
Opinadores y comentaristas en medios pro-israelíes han estado haciendo una selección de todo lo que odian en Kamala Harris, al punto de hacerla parecer casi una terrorista: “Los votantes estadounidenses deben despertar y darse cuenta de que Kamala Harris es una radical peligrosa que quiere derribar a Estados Unidos tal como lo conocemos. Su simpatía no está con Israel, sino con el pueblo de Gaza que invadió Israel”, advierte Martin Oliner. Su victoria “persuadiría a Irán a intensificar su programa de armas nucleares, a sus representantes a intensificar su lanzamiento de cohetes y a Qatar a seguir albergando a terroristas”.
Las exageraciones son evidentes. Ante las acusaciones que le hacen Trump y el Partido Republicano, que aseguran que Harris marginó a Shapiro “por ser judío”, cediendo “ante la presión de los antisemitas”, ella ha llamado a la calma desmintiendo que les haya dicho a los No Comprometidos que considerará el embargo de armas a Israel, al tiempo en que reitera que es tiempo de un alto al fuego y del retorno de los rehenes, y de darle fin al sufrimiento en Gaza.
Video: Students for Justice in Palestine
Señales de cambio
Ante los protestantes que han acudido a algunos de sus mítines (“Kamala, Kamala, you can’t hide, we won’t vote for genocide”: no puedes esconderte, no votaremos por el genocidio), Harris ha reaccionado a veces con molestia, otras tratando de demostrar que los escucha.
Algunos están comparando este tema con una cuerda de equilibrista. El problema con esta imagen es que presupone que existe una línea, aunque sea muy delgada, por la que la candidata tendría que avanzar sin caer hacia los pro-israelíes o hacia los anti-genocidio. En trazos gruesos, el ala pro-empresarial del Partido Demócrata está con los primeros y el ala pro-trabajadores y minorías, con los segundos. Necesita a ambas para ganar.
Pero la agresividad de la postura sionista está dejando muchas heridas y generando inconformidades. En su esfuerzo por barrer a la disidencia, están pasando lo mismo por encima de las libertades de prensa, expresión y manifestación, que sobre los derechos de estudiantes y académicos. Además de que sus campañas multimillonarias para vencer en las primarias a los aspirantes progresistas (en Mundo Abierto contamos cómo derrotaron a Jamaal Bowman, al que ya se sumó Cory Bush), amenazan con provocar una rebelión entre políticos demócratas que no quieren vivir bajo la amenaza de ser aplastados si se tropiezan con las palabras al mencionar a Israel.
Entre el público estadounidense, que siempre había apoyado a Israel, la evidencia del exterminio también está provocando cambios. En mayo, una encuesta mostró que el 56 por ciento de los demócratas cree que Israel está cometiendo genocidio; una de junio indicó que el 64 por ciento de los posibles votantes apoya un alto el fuego y la retirada de las tropas israelíes de Gaza; otra, de ese mismo mes, reveló que el 55 por ciento de los estadounidenses rechaza el envío de tropas para defender a Israel si es atacado.
De manera que, si bien el nerviosismo de los pro-israelíes resulta escandaloso y exagerado, sí hay señales de cambio que los políticos y los analistas están notando. Por eso AIPAC y lobbies similares están haciendo inversiones sin precedentes en campañas contra demócratas progresistas. Sienten que las mareas se mueven y quieren levantar diques para contenerlas.
Mareas que podrían tener un impacto en las decisiones de Kamala Harris. Falta por ver.
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