El responsable de la guerra Israel-Irán es Trump... desde 2018
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Contenido:
1- #DiarioAntiTrump: iniciamos cobertura en Los Angeles, California
2- El responsable de la guerra Israel-Irán es Trump... desde 2018
3- Israel le debe su programa nuclear a Francia
4- Los capos matan, la CIA también: los últimos días de ‘Kiki’ Camarena
#DiarioAntiTrump: iniciamos cobertura en Los Angeles, California
Estaba previsto pero no por eso deja de ser menos impresionante y grave: la ofensiva ultraderechista internacional encabezada por Donald Trump, con sus simpatizantes y aliados, está creando amenazas en un creciente número de ámbitos. Uno de ellos, con gran impacto en estos días, es el de las redadas masivas contra migrantes.
En Mundo Abierto tenemos una sección llamada “Derechas” para darle seguimiento a una diversidad de extremistas. Pero el trumpismo es la más peligrosa de todas y se ha ganado atención particular.
Estamos viajando a Los Angeles para enfocarnos en la resistencia, como primer paso de lo que vamos a llamar #DiarioAntiTrump.
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El responsable de la guerra Israel-Irán es Trump... desde 2018
Por Témoris Grecko
El primer responsable de esta escalada militar es Donald Trump. Israel justifica sus ataques denunciando el avance de un programa nuclear iraní supuestamente militar que, en este momento, ya tendría diez años de haber sido cancelado, pero fue el mismo Trump el que, en 2018, traicionó el compromiso de su país y destruyó el acuerdo que, después de negociaciones muy largas y difíciles y gracias a una inusual coyuntura política, alcanzó Teherán con el llamado P5+1.
Este es un grupo formado por las cinco potencias nucleares “oficiales” (China, Francia, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos) más Alemania, creado para discutir con Irán límites a su desarrollo atómico. Con frecuencia, cuando Irán estaba dispuesto a hacer concesiones, en Estados Unidos había un presidente opuesto a ellas, o al revés. Pero en 2015 coincidían gobernantes favorables al pacto, Barack Obama y Hasán Rohaní, y en julio de ese año, finalmente se firmó el Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA).
El texto buscaba limitar el programa nuclear de Irán a cambio de un alivio significativo de sanciones económicas, con el objetivo de prevenir la proliferación nuclear y reducir tensiones en el Medio Oriente.
Como era uno de los logros de política exterior más representativos de la era Obama, Trump durante su campaña lo convirtió en uno de sus principales blancos de torpedeo. Al llegar a la Presidencia, reventarlo fue una forma de mostrarles a sus seguidores que estaba desmontando el legado de su antecesor: en mayo de 2018, retiró a Estados Unidos del acuerdo, reimpuso sanciones y desencadenó una serie de consecuencias que han impactado la seguridad global, hasta llegar a la ofensiva que vemos ahora.
Un programa a debate
El programa nuclear de Irán ha sido un punto de discusión internacional desde principios de la década de 2000, cuando se descubrieron instalaciones nucleares secretas en Natanz y Arak. Aunque Irán insistía en que su programa era para fines pacíficos (el líder supremo, Alí Jameneí, declaró que El Corán prohibe fabricar armas de ese tipo), Israel y las potencias occidentales dijeron que buscaba desarrollar armas nucleares.
Antes del JCPOA, Irán poseía un stock de uranio enriquecido suficiente para producir entre 8 y 10 bombas nucleares y operaba cerca de 20 mil centrifugadoras, lo que, según Washington, le otorgaba un tiempo de “breakout” (el tiempo necesario para producir material fisible para una bomba) de solo dos a tres meses.
Para forzar a Irán a suspenderlo, Estados Unidos y la Unión Europea le impusieron sanciones internacionales, que costaron más de $100 mil millones en ingresos entre 2012 y 2014.
Una inusual coincidencia: Obama con Rohaní
La República Islámica de Irán es un sistema teocrático en el que el presidente, que es electo mediante procesos de votación controlados por órganos religiosos, se encuentra bajo la autoridad del líder supremo, el ayatolá Jameneí. El poderoso sector conservador se opone a hacer concesiones, y cuando los llamados reformistas logran llegar a la Presidencia, sus decisiones están siempre supervisadas por el jefe de Estado.
En 2013, cuando el reformista Rohaní ganó las elecciones, coincidió con un Obama en su segundo mandato y logró convencer a Jameneí de que era imperioso llegar a un acuerdo para aliviar las sanciones que asfixiaban la economía iraní. Esto marcó un punto de inflexión.
Las negociaciones comenzaron formalmente con un acuerdo interino en noviembre de 2013, conocido como el Plan de Acción Conjunto, que estableció los parámetros para un acuerdo comprensivo. Durante los siguientes 20 meses, las partes enfrentaron desafíos significativos, como definir límites precisos para el enriquecimiento de uranio, el número de centrifugadoras y el rediseño del reactor de Arak y establecer un régimen de inspecciones robusto por parte del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) para garantizar el cumplimiento, en un contexto de fuerte oposici{on tanto de los republicanos estadounidenses como de los conservadores iraníes: los primeros, por considerar que Obama se mostraba demasiado permisivo, y los segundos, porque denunciaban una capitulación ante Occidente.
A pesar de estas dificultades, el acuerdo fue finalizado el 14 de julio de 2015 en Viena, siendo aclamado como un triunfo de la diplomacia.
Contenido del Acuerdo
El JCPOA impuso restricciones estrictas al programa nuclear de Irán, verificadas por el OIEA. Los puntos clave incluyen:
Enriquecimiento de uranio limitado al 3.67% por 15 años, con 5,060 centrifugadoras IR-1; almacenamiento reducido de 10 mil a 300 kilos de uranio enriquecido al 3.67% por 15 años; centrifugadoras reducidas de 19 mil a 6 mil 104 por 10 años, con límites en investigación avanzada; el reactor nuclear de Arak sería rediseñado para no producir plutonio apto para armas, y sin reprocesamiento; finalmente, inspecciones: acceso sin precedentes del OIEA, incluyendo sitios no declarados.
A cambio, Irán recibió alivio de sanciones de la ONU, Estados Unidos y la Unión Euroepa, permitiendo su reincorporación al sistema financiero global y la exportación de petróleo.
Trump destruye el acuerdo
El JCPOA era “el peor acuerdo jamás negociado”, asegur{o Trump en campaña. El 8 de mayo de 2018, anunció la retirada de Estados Unidos, sin importarle que rompía la palabra empeñada por su país. Se justificó alegando que el pacto no impedía permanentemente que Irán desarrollara armas nucleares, no abordaba su programa de misiles balísticos ni su apoyo a grupos como Hezbollah y Hamas. Dijo además que Irán no había actuado de buena fe, citando supuestos informes de inteligencia que nunca mostró pero que, según él, indicaban que había actividades nucleares encubiertas.
Tras la retirada, Washington reimpuso sanciones económicas, apuntando a sectores clave como el petróleo, la banca y los metales.
Las pésimas consecuencias:
Avance nuclear de Irán: Al principio, Irán siguió cumpliendo los términos del pacto, en espera de que Trump recapacitara. Pero en 2019, empezó a aumentar el enriquecimiento de uranio al 4.5% y luego al 5%, y expandiendo su stock de uranio enriquecido.
Crisis económica: Las sanciones reimpuestas causaron una devaluación del rial -la moneda iraní-, alta inflación y una caída en las exportaciones de petróleo, profundizando la crisis económica en Irán.
Tensiones regionales: Se produjeron incidentes como ataques a petroleros en el Golfo Pérsico y el derribo de un dron estadounidense en 2019, lo que elevó el riesgo de un conflicto militar.
Aislamiento diplomático: La decisión de Trump aisló a Estados Unidos de sus aliados europeos, quienes intentaron mantener el JCPOA, complicando las relaciones transatlánticas.
Oportunidades para Netanyahu
El primer ministro israelí siempre se ha opuesto a cualquier acuerdo con Irán y su aspiración es la caída del régimen. En su juego político de guerra eterna, la continuidad de las tensiones le permite justificar repetidas escaladas, aunque la presente es la mayor de toda su larga hegemonía sobre la política israelí.
No es difícil ver por qué decidió lanzar ahora una ofensiva de la que siempre ha sido un promotor abierto. Por un lado, Irán le dio un pretexto: por primera vez en 20 años, la República Islámica fue acusada de incumplir sus obligaciones de no proliferación. Los inspectores del OIEA detectaron trazas de uranio en cuatro sitios no declarados por Teherán, que no consiguió explicar los hechos. El informe del OIEA del 31 de mayo afirmó que tres de los cuatro lugares “eran parte de un programa nuclear estructurado no declarado llevado a cabo por Irán hasta principios de la década de 2000 y que algunas actividades utilizaban material nuclear no declarado”.
Pero si algo no le falta al primer ministro israelí son justificaciones reales. En cualquier momento suele inventar lo que le convenga. Más significativo es que, por un lado, la muralla de aliados de Irán está desecha, con Hezbollah y Hamás fuertemente golpeadas; los houthíes llegando a acuerdos directamente con Washington; mientras que el régimen de al Assad en Siria fue derrocado y los nuevos gobernantes también tratan de congraciarse con Donald Trump.
Por el otro lado, el presidente estadounidense estaba deshaciendo sus propios pasos al buscar un nuevo acuerdo con Irán, sin consultar a Netanyahu, y este puede haber querido adelantarse a tirar el tablero antes de toparse con hechos consumados.
Además está el frente interno: hace un par de semanas, los pequeños partidos ultraortodoxos amenazaban con derribar la coalición de gobierno israelí. Ahora han quedado advertidos de que en medio de una guerra con Irán, su defección los haría ser vistos como traidores.
Más descarrilamientos de los que ya se ven
El problema para los israelíes es que pueden causar mucho daño y caos en Irán pero no destruir el programa nuclear, que se desarrolla en instalaciones subterráneas pensadas precisamente para resistir ataques como estos y mayores.
Además, la naturaleza de esas actividades es precisamente materia de fuertes debates en Irán: aunque el líder supremo crea que El Corán no lo permite, la violencia israelí puede terminar por convencerlo, junto con otros sectores políticos, de que deben asumirlas como un proyecto militar.
Para ellos, pesarán los ejemplos de otros países que se han visto en dilemas similares: el libio Muamar el Gadafi aceptó abandonar su programa nuclear y ahora está muerto; Ucrania se resignó a renunciar a las armas que había heredado de la Unión Soviética y cedérselas a Rusia, solo para terminar invadida por ella.
En cambio, Corea del Norte rechazó las presiones extranjeras, construyó sus bombas y ahora nadie la toca.
El problema es que no solo son los iraníes los que están valorando sus posibilidades. Arabia Saudí y Turquía también podrían decidir que un futuro en el que se vean rodeados de vecinos nuclearizados -en ese barrio del mundo, Pakistán e India también tienen la bomba- no es viable y que la ruta norcoreana sería dolorosa pero necesaria.
Al final de cuentas, la venal decisión de Trump de destruir el pacto nuclear iraní logrado por Obama puede tener las peores consecuencias para la región y el planeta, mucho más allá de los duelos de misiles que estamos viendo.
Entre tantos otros descarrilamientos que está provocando el aún joven segundo mandato de Donald Trump.
Francia condensa el doble rasero y la hipocresía occidentales
El viernes 13, tras el inicio del ataque israelí contra Irán, el presidente francés Emmanuel Macron publicó un tweet en el que recordó que “Francia ha condenado repetidamente el actual programa nuclear de Irán y ha adoptado todas las medidas diplomáticas apropiadas en respuesta” y declaró que “Francia reafirma el derecho de Israel a defenderse y garantizar su seguridad”.
Esto, a pesar de que dos pequeñas crisis de ataques recíprocos, cada una de ellas iniciada por Israel y concluida porque Irán respondió de manera intencionalmente débil para no justificar otra andanada de su enemigo -lo que en los hechos solo lo envalentonó-, había abierto un periodo de calma relativa que Tel Aviv volvió a romper con una nueva ofensiva, esta vez de mucho mayor escala.
Francesca Albanese, la relatora de la ONU para los territorios palestinos ocupados, exhibió este doble rasero al retuitear a Macron: “El día en que Israel, sin provocación alguna, atacó a Irán, matando a 80 personas, el presidente de una gran potencia europea finalmente admite que en Medio Oriente, Israel, y solo Israel, tiene derecho a defenderse”.
Esto es más grave aún porque Israel sí posee armas nucleares, en violación del Tratado de No proliferación Nuclear; porque Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Alemania siguen sin reconocerlo abiertamente y de esta forma lo apoyan sin una objeción, profundizando la hipocresía; y porque la responsable inicial de que Israel tenga esta tecnología es, precisamente, Francia.
Israel le debe el desarrollo de su programa nuclear. Desde finales de los años 40, científicos israelíes fueron invitados al Centro de Investigación Nuclear de Saclay, donde colaboraron con expertos franceses, algunos de los cuales habían participado en el Proyecto Manhattan. Esta cooperación incluyó el intercambio de conocimientos sobre la construcción de reactores de producción de plutonio, como el G-1 en Marcoule. Científicos israelíes también observaron pruebas nucleares francesas en el Sáhara en 1960.
En octubre de 1957, los dos países firmaron un acuerdo secreto para la construcción del reactor nuclear de Dimona, en el desierto del Néguev, que se completó en 1963. Este reactor, diseñado para producir plutonio, fue fundamental para el programa nuclear israelí. Francia también acordó construir una planta de reprocesamiento para extraer plutonio.
La guerra de Argelia colocó a Francia en una posición de antagonismo con los países árabes, y por lo tanto de coincidencia de intereses con Israel. Esto empezó a cambiar con la llegada de Charles de Gaulle a la presidencia en 1958, preludio de la independencia de Argelia, de 1962, lo que redujo la hostilidad franco-árabe. De Gaulle limitó la cooperación nuclear con Israel y eventualmente, le impuso un embargo de armas en 1967, antes de la Guerra de los Seis Días.
El daño estaba hecho: Israel ya había logrado avances fundamentales en su programa nuclear. Y después tuvo otros socios: en 1955, Israel fue el segundo país (tras Turquía) en firmar un acuerdo de cooperación nuclear pacífica con Estados Unidos bajo el programa Átomos para la Paz, lo que incluyó la construcción de un pequeño reactor de investigación en Nachal Soreq, que sirvió como fachada para encubrir el reactor verdaderamente importante, el de Dimona.
Bajo la administración de Richard Nixon (1969-1974), se consolidó un entendimiento informal con la primera ministra israelí Golda Meir, conocido como el "régimen de ambigüedad deliberada": Estados Unidos acordó no presionar públicamente a Israel sobre su programa nuclear, mientras Israel mantenía su política de no admitir ni negar la posesión de armas nucleares. Este acuerdo permitió a Israel continuar su desarrollo sin sanciones o inspecciones internacionales.
Después vino el régimen racista del apartheid, en la década de 1970: Israel y Sudáfrica desarrollaron una estrecha cooperación militar y nuclear. Ambos países, aislados internacionalmente, compartían intereses estratégicos. Se cree que intercambiaron tecnología nuclear y materiales fisibles, como uranio sudafricano a cambio de conocimientos israelíes en diseño de armas nucleares. Sudáfrica proporcionó uranio, mientras que Israel aportó experiencia técnica. Esta relación se mantuvo hasta finales de la década de 1980, cuando el régimen del apartheid comenzó a desmantelarse.
También Noruega, el país orgulloso porque entrega el Premio Nobel de la Paz: en los 50, vendió a Israel agua pesada, un componente esencial para la producción de plutonio en reactores nucleares como el de Dimona. Además de que hay indicios de que el Reino Unido proporcionó ciertos materiales nucleares, como uranio, a Israel en los primeros años de su programa. Sin embargo, esta cooperación fue mucho menos significativa que la de Francia y se mantuvo en un nivel discreto. Londres siguió a Washington en su política de simular desconocimiento sobre el programa nuclear israelí.
De manera que las mismas potencias que condenan a Irán por su programa nuclear supuestamente bélico, y que justifican los ataques sin provocación de Israel como “derecho a la autodefensa”, son las que ayudaron a Israel a desarrollar clandestinamente sus propias armas atómicas y a ocultarlas.
Se estima que posee un arsenal con entre 75 y 400 ojivas.
Los capos matan, la CIA también: los últimos días de ‘Kiki’ Camarena
Con la presentación de Caro Quintero ante el juez, hace unas semanas, la DEA quiso enviar el mensaje de que, aunque tarde 40 años, terminará atrapando y juzgando a quien dañe a sus agentes.
A pesar de que, en realidad, cerró su propia investigación sobre el asesinato de Camarena para ocultar el papel del gobierno de Estados Unidos en el crimen y dejar impunes a sus operadores, empezando por el de la CIA.
Encuentra aquí la primera de tres partes de mi reportaje para la revista #Dominga, en Milenio (solo hace falta registrarse).
Video realizado por Luis Alberto Castillo.
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