#Análisis. El genocidio no termina: Israel busca culpar a los palestinos para romper el acuerdo
La rendición total exigida por Trump no es suficiente / Netanyahu necesita la guerra para no ir a prisión / Ben Gvir y Smotrich quieren culminar la limpieza étnica
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Viernes 17: presentamos “Sangre, armas y dinero”, del periodista Ioan Grillo
Con Alejandro Celorio, Marco Daniel Vázquez y el autor, tendré la oportunidad de presentar el excelente libro de Ioan Grillo “Sangre, armas y dinero”, sobre el “río de hierro” que fluye desde Estados Unidos hacia México y América Latina para alimentar la violencia criminal.
A las 15.30 horas en el Foro Calera.
Domingo 19: #AstilleroInforma en la FIL del Zócalo
La Tripulación Astillero llega a la #FILZócalo2025 con Julio Astillero, Fernando Rivera Calderón, Tere Rodríguez de la Vega, Jacaranda Correa, Horacio Franco, Federico Bonasso y yo.
El domingo 19 a las 13 horas en el Foro 1 “Vamos patria a caminar, yo te acompaño”.
Doc Talk: Palestina entre la memoria y el presente
Proyección del documental “Notas sobre un destierro” y al final, diálogo sobre memoria, identidad y resistencia desde Palestina con el director brasileño Gustavo Castro y yo, con la moderación de Pau Montagud.
Entrada gratuita con registro aquí.
Sábado 25 a las 19 hrs. en el Instituto Goethe (Tonalá 43, Roma, CDMX).
Evento del Festival Internacional de Cine Documental de la Ciudad de México DOCSMX (más información aquí).
“Notas sobre un destierro”
Gustavo Castro • BRASIL • 2025 • 80 MIN
Después del 7 de octubre de 2023, lo que iba a ser una película sobre las posibilidades de coexistencia en una tierra ocupada se transforma en una brutal reflexión sobre el apartheid y el genocidio.
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El genocidio no termina: Israel busca culpar a los palestinos para romper el acuerdo
Por Témoris Grecko
Lo que Donald Trump y los líderes y prensa occidentales llaman “acuerdo de paz” nunca fue tal: desde el principio se reveló como un ultimátum de rendición, con fecha límite y amenazas explícitas de terribles represalias.
Bajo sus términos, se obliga a todas las organizaciones palestinas a desarmarse completamente y renunciar a todas sus medidas defensivas, incluidos los túneles; se le exige a Hamás ceder la soberanía palestina (para lo cual no tiene autoridad) para que Gaza sea gobernada por el propio Trump, a través del exprimer ministro británico Tony Blair; se deja a Cisjordania y Jerusalén Este a merced de Israel; entre otras medidas inaceptables.
Israel, en radical contraste, a cambio del cese al fuego queda legitimado para seguir ocupando militarmente más de la mitad de Gaza, retener la totalidad de sus capacidades ofensivas y utilizarlas en la Franja cuando crea conveniente; y puede continuar actuando sin limitaciones en Cisjordania y Jerusalén Oriental.
Dos metas: la conseguida con sangre innecesaria y la inalcanzada
El enorme desequilibrio está a la vista: Israel es recompensado por su genocidio, los palestinos son castigados por su resistencia.
Pero eso está muy lejos de satisfacer las ambiciones de los líderes israelíes.
De entrada, porque hace dos años anunciaron dos metas que consideraron irrenunciables y todo el poder que han soltado contra Gaza, con el costo en vidas de sus rehenes y soldados y la exhibición de Israel como estado genocida, no les sirvió para alcanzar ambas.
Una de ellas es recuperar a los 251 cautivos de Hamás: Netanyahu y aliados aseguraron que para eso era indispensable hacer la guerra y solo logró rescatar a 8.
En cambio, mediante acuerdos, regresaron 168 vivos y 47 fallecidos (incluyendo 19 cuerpos aún faltantes). Muchos de quienes murieron, como prisioneros o como combatientes, estarían ahora vivos si Netanyahu hubiera aceptado pactar en la primavera de 2024, como casi ocurrió, o en varias oportunidades subsiguientes.
De manera que la consecución de esa meta queda manchada por la sangre de sus compatriotas que murieron inútilmente (y por la sangre de decenas de miles de palestinos, pero eso no les importa).
El segundo objetivo era la eliminación absoluta de Hamás, de sus capacidades bélicas, administrativas y políticas, y de todos sus miembros reconocibles. El acuerdo que Netanyahu aceptó prevé la exclusión de Hamás del gobierno de Gaza, pero no el fin de esa organización que sobrevive y mantiene estructuras operativas, como demostró tras el cese al fuego anunciando el despliegue de funcionarios civiles y combatiendo a bandas criminales de palestinos que sirven a Israel.
La promesa incumplida de Trump
Más allá de los fines planteados hace dos años, con el tiempo adquirieron otros objetivos que hoy atesoran y a los que no se resignan a renunciar.
Como ha señalado el famoso historiador israelí sionista Yuval Noah Harari, hasta fines de 2024 en su sociedad todavía era tabú hablar abiertamente de la anexión de Gaza. Parecía un sueño de fanáticos como Ben Gvir y Smotrich.
Trump lo hizo asequible y deseable en enero de 2025, cuando planteó su fantasía ya no de reconstruir, sino de recrear Gaza como una “Riviera de Medio Oriente”, robando sus 42 kilómetros de bellas playas para convertirlas en resorts de lujo, mediante la expulsión de sus dueños y habitantes a Sudán, Somalia, Somalilandia u otro de los países de los que solo en casos como este se acuerdan.
El sueño mesiánico de pronto pareció tan materializable que empezó a tintinear como monedas de oro: israelíes y árabes, cada cual por su lado, presentaron mapas y proyectos para el increíble negocio, buscando asegurarse grandes tajadas del pastel; sin embargo Trump, famosos por sus desarrollos inmobiliarios, no pensaba cederles la oportunidad y difundió sus propios planes, en los que él decidía quién se sentaba a la mesa.
A Israel, solo le dejaba lo que el propio Israel había pedido hasta antes de imaginar ese paraíso para súper-ricos: encargarse de la seguridad de Gaza. Ser el guardia de los millonarios que beberían cocteles en las lujosas piscinas junto al mar.
Si eso les parecía decepcionante, el nuevo “acuerdo de paz”, que Trump forzó a Netanyahu a aceptar, fue como un bofetón en la cara asestado por quien les había prometido golosinas: no habrá limpieza étnica de Gaza.
Trump encaró en septiembre una ola de indignación internacional que fue alimentada por el sorprendente e insensato ataque israelí contra Qatar, un aliado regional clave para Washington (la base aérea de Al Udeid, establecida en 1996 al suroeste de Doha, Qatar, es la instalación militar estadounidense más grande en Medio Oriente) y mediador en los conflictos de Israel, que además tiene mucho dinero que emplea para conseguirse aliados poderosos. Entonces, varios de los mejores amigos de Israel (Reino Unido, Francia, Australia, Canadá y otros) mostraron su hartazgo anunciando que reconocen al Estado de Palestina, mientras las protestas populares crecían y se multiplicaban en Occidente.
La “Riviera Trump” se hizo demasiado escandalosa. Entonces Washington volteó el tablero anunciando su “acuerdo de paz” sin limpieza étnica; doblando la mano israelí; y poniendo en Hamás la responsabilidad de perder lo que se presentaba como la mejor oportunidad de detener la guerra.
Tras aceptar el plan de Trump, en su visita a Washington, Netanyahu difundió un video que grabó en hebreo en el que celebró:
“En lugar de que Hamás nos aislara, le dimos la vuelta a la tortilla y aislamos a Hamás. Ahora todo el mundo, incluyendo el mundo árabe y musulmán, está presionando a Hamás para que acepte los términos que establecimos junto con el presidente Trump”.
Netanyahu y sus aliados no pretenden detenerse
En realidad, el presidente estadounidense presentó un plan lleno de vacíos, en el que solo pudo acordarse la primera fase, que con la entrega de los rehenes israelíes y la liberación de una parte de los rehenes palestinos fue proclamada como la paz definitiva (Trump incluso dijo que había puesto fin a 3 mil años de conflictos en la zona).
Las siguientes fases están abiertas. Israel, de hecho, tiene una historia de acuerdos con fases subsecuentes abiertas que luego se asegura de impedir que se cierren. Los Acuerdos de Oslo, de 1993, por ejemplo, continúan así. Y más recientemente, en enero, también se pactó un cese al fuego que Tel Aviv rompió unilateralmente en mayo, antes de terminar la primera fase.
Es aquí donde los líderes israelíes ven oportunidades para proteger sus intereses.
Los de Netanyahu son conocidos por todo el mundo, dentro y fuera de Israel: evitar ir a la cárcel por alguno de los tres juicios activos en los que es acusado de fraude y corrupción, para lo cual debe mantenerse a la cabeza del gobierno. Y para hacerlo, le es indispensable retener el apoyo de Ben Gvir y Smotrich, sin el cual perdería la mayoría parlamentaria y el poder.
Estos dos extremistas, por su parte, habían amenazado con abandonar a Netanyahu si aceptaba un acuerdo que no asegurara la eliminación de Hamás, y también quieren lograr ya la limpieza étnica y la anexión de los territorios palestinos.
“Mi partido abandonará el gobierno si Hamas continúa existiendo después de la liberación de los rehenes.”
Ben Gvir, 5 de octubre.
“La guerra debe continuar hasta erradicar a Hamás.”
Smotrich, 9 de octubre.
“Habrá asentamientos judíos en Gaza, porque sin asentamientos no hay seguridad. Tenemos paciencia, determinación y fe.”
Smotrich, 14 de octubre.
Las declaraciones de Netanyahu en hebreo, de que ahora la presión estaba sobre Hamás, fueron parte de una operación para convencerlos de que la primera fase del plan solo es una jugada para contener la molestia internacional y contentar a Trump, y que después reactivarán los esfuerzos militares hasta alcanzar sus máximos objetivos.
“En la segunda fase del acuerdo, Hamas será desarmado, y el ejército israelí cambiará el Medio Oriente.”
Netanyahu, 10 de octubre.
Para esto es necesario aferrarse a la senda marcada desde Washington: que la parte palestina sea responsabilizada por la continuación de la violencia, de manera que Israel vuelva a mostrarse como la víctima que se ve forzada a hacer algo que no quiere. En este caso, un genocidio.
La maniobra para culpar a los palestinos de su propio genocidio
A lo largo de dos años de bombardeos, los familiares de los rehenes israelíes alertaron en todos los tonos que la continuación de la ofensiva militar estaba matando a los suyos. La policía los golpeó y reprimió sin miramientos.
Hoy, cuando gran parte de Gaza está barrida por las explosiones y por los equipos de demolición israelíes, miles de cuerpos están bajo las ruinas. Entre ellos, los de unos 22 de los cautivos.
Hamás dice que no saben dónde se encuentran, pues los que sabían, los guardias, murieron con ellos.
Además, Israel exterminó al personal de rescate civil que sacaba a la gente de entre los edificios derrumbados, y destruyó todos sus vehículos y la maquinaria que empleaban.
Ahora, alega Hamás, para encontrar y recuperar los cuerpos de los rehenes, hace falta una investigación en zonas devastadas, donde ya no es posible distinguir qué había dónde.
Solo que Trump advirtió que las fuerzas israelíes podrán reanudar los combates con apoyo estadounidense si Hamás no respeta el acuerdo, y Tel Aviv denuncia que si no le entregan todos los cuerpos de inmediato, eso representa una violación grave.
De esta forma, por lo pronto, justifica sus incumplimientos: ha seguido matando a civiles, porque “son sospechosos” o “se acercaron demasiado” a sus tropas; solo está dejando entrar la mitad de los 600 tráileres de alimentos que se comprometió admitir; considera mantener cerrado el cruce fronterizo de Rafah, con Egipto, a pesar de que se acordó que lo abriría; y planea establecer “zonas seguras” bajo su control militar, entre otros asuntos.
Además, si Hamás no acepta comprometer la soberanía de Gaza para que la gobierne Trump; si las organizaciones palestinas no ceden sus armas defensivas además de las ofensivas; si no destruyen los túneles y no aceptan quedar totalmente a merced de las fuerzas israelíes; si realizan cualquier acción de resistencia o protesta ante los continuos abusos y ataques israelíes, entre otros puntos, Tel Aviv adelantó que estarán rompiendo el acuerdo y reanudará sus operaciones ofensivas.
Trump se ha entregado, como pocas veces en la historia, a celebrar una paz que no está ni siquiera cerca de quedar consolidada.
El ensalzamiento de su enorme vanidad, sin embargo, no es la única razón de sus festejos; también lo es crear globalmente la ilusión de que el acuerdo es bueno, real y tangible, y de que si se echa a perder el ensueño, no será por culpa de nadie más que de los palestinos, pues no tienen remedio y deben ser apartados del camino.
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