Israel no conoce límites: ahora ataca la capital de Siria
El pretexto: se autoproclamó protector de la minoría drusa / Omer Bartov denuncia el genocidio
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Contenido:
1- En Estados Unidos, la gente resiste con inteligencia artificial
2- Financiado y armado por EEUU y sus aliados, no hay quién le ponga límites a un ejército mandado por fanáticos de derecha
3- “Soy un experto en genocidio. Lo sé cuando lo veo”. El artículo de Omer Bartov en NYT
4- 'Kiki' Camarena sabía demasiado: "Nos hicieron creer que Caro Quintero lo mató" (tercera de tres partes)
Si andan por Xalapa, Veracruz, este 17 de julio, acompañen a Héctor Adolfo Quintanar en la presentación de su libro “Un ejército de niños armados que corren con sandalias”.
O pásense a ver su expo fotográfica sobre Haití, hasta el 3 de agosto.
En el ágora de la ciudad.
En Estados Unidos, la gente resiste con inteligencia artificial
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Hice este reportaje para Milenio.com (accesible con registro, sin pago).
Financiado y armado por EEUU y sus aliados, no hay quién le ponga límites a un ejército mandado por fanáticos de derecha
Por Témoris Grecko
Ahora es la capital de Siria, Damasco. ¿Por qué? Porque puede. Porque le dan dinero, armas y protección política y diplomática para hacer lo que quiera, sin ataduras de ningún tipo. Porque está gobernado por una coalición de fanáticos religiosos que ven la oportunidad de cumplir sueños mitológicos, encabezada por un criminal con orden de aprehensión internacional que ha metido a la región en una guerra eterna para mantenerse en el poder, salvar su paso a la historia como héroe nacional y evadir la cárcel.
No le pone fin al genocidio en Gaza, con la novedad anunciada de un campo de concentración para dos millones de personas, mucho mayor que los más alucinados proyectos nazis; prosigue la erradicación de los palestinos de las áreas rurales de Cisjordania, para encerrar a la población en bolsones aislados, en bantustanes al estilo del apartheid sudafricano; mantiene invadido el sur de Líbano, atacando la capital a su antojo; provocó y volvió a provocar a Irán, hasta que logró involucrar a EEUU en una guerra breve pero intensa, y seguirá insistiendo; se apoderó del sur de Siria, ha bombardeado la infraestructura militar del país a gusto y ahora, en un nuevo escalamiento justificado con un pretexto risible, golpea directamente edificios de gubernamentales de Damasco, amenazando con asesinar al presidente.
El pretexto: tras la caída del régimen de 54 años de duración de los Al Ássad, en diciembre, quienes lo reemplazaron, encabezados por el presidente Ahmed al Sharaa, no han conseguido aún consolidar su poder ni acomodar adecuadamente a la diversidad de grupos étnicos y religiosos del territorio. Entre ellos, la minoría drusa, con la que ha tenido varios roces sangrientos, sin llegar a una guerra declarada.
Para el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, de pronto, los drusos son muy importantes, se volvieron una causa de su corazón, por lo que se declaró su protector y advirtió que cada movimiento del ejército sirio en la zona drusa, justifica un bombardeo de su capital nacional.
No hay manera de saciar a Netanyahu ni patrones dispuestos a detenerlo.
A manera de explicador, esta es la situación:
¿Qué está pasando ahora en el sur de Siria?
A lo largo de este mes de julio, la provincia de Suwayda, en el sur de Siria y limítrofe con los altos del Golán (una región siria ocupada por Israel desde 1967), la falta de acuerdo con algunos de los distintos grupos de la minoría drusa (unos más dispuestos a acordar con Damasco, otros menos) volvió a facilitar que se encendiera la violencia sectaria, que ha complicado aún más la situación en el país.
El nuevo gobierno de Al-Sharaa pretende consolidar un ejército unificado integrando a las diversas facciones armadas, pero las milicias drusas insisten en conservar su independencia y sus armas.
Los enfrentamientos comenzaron tras el robo y secuestro de un comerciante druso en una carretera hacia Damasco, lo que desencadenó una serie de acciones de represalia entre milicias drusas y tribus de otro grupo étnico, el beduino.
El gobierno interino de Al Sharaa respondió desplegando fuerzas que entraron en combate con las milicias locales en Suwayda, que es predominantemente drusa y durante la guerra civil (2011-2024) logró asegurarse cierto grado de autonomía.
Según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos (SOHR), al menos 200 personas han muerto desde el 13 de julio, incluyendo civiles, niños, combatientes drusos y beduinos, y miembros de las fuerzas de seguridad sirias, y se han cometido abusos de derechos humanos. Además, el gobierno atacó un hospital, asegurando que estaba ocupado por “grupos fuera de la ley”. El SOHR negó que esto sea cierto.
En redes sociodigitales, circulan videos de hombres del gobierno afeitando a la fuerza los bigotes de jeques drusos y pisoteando banderas drusas y fotos de clérigos religiosos, y otros de combatientes drusos golpeando a soldados capturados y posando junto a sus cuerpos.
Israel, bajo el argumento de proteger a la comunidad drusa, lanzó ataques aéreos contra las fuerzas sirias en Suwayda y otras áreas del sur, incluyendo Daraa y Damasco.
Estados Unidos, a través de su enviado especial para Siria, Tom Barrack, dijo que la situación era “preocupante” y urgió a Israel a detener los ataques aéreos. Sin embargo, Israel advirtió que intensificaría las operaciones si las fuerzas sirias no se retiraban del sur.
Por la mañana del miércoles 16, el ministro del Interior sirio y un líder druso, el jeque Yousef Jarbou, anunciaron un cese al fuego y el inicio del retiro de sus tropas, pero el jeque Hikmat al-Hajari, otro jefe druso, dijo que los combates debían continuar hasta que Suwayda fuera “completamente liberada”. En una revisión final del presente artículo de Mundo Abierto, a las siete de la mañana de hoy jueves 17, no había combates registrados en Suwayda y el presidente Al Sharaa había declarado que proteger a los ciudadanos drusos es “nuestra prioridad” y acusado a Israel de “erosionar la estabilidad”.
En todo caso, la paz del miércoles no le importó a Israel, que por primera vez en este año atacó el corazón de Siria, el edificio del Ministerio de Defensa, a unos metros del Palacio Presidencial, en el centro de la milenaria Damasco.
El ministro israelí de Defensa, Israel Katz compartió un video en X de un telenoticiero sirio en vivo. Solo escribió: “Los dolorosos golpes han comenzado”.
Aquí hay otro ángulo de la tranquilidad en el centro de Damasco en el momento del ataque:
¿Quiénes son los drusos y por qué dice Israel que los protege?
De etnia árabe, los drusos son una secta religiosa de alrededor de un millón de personas que habita en zonas de Siria, Líbano e Israel.
El grupo se originó en Egipto en el siglo XI, practica una rama del Islam que no permite conversos (ni para entrar ni para salir de la fe) ni matrimonios mixtos.
En el territorio internacionalmente reconocido de Siria, la comunidad drusa está en el sur, en la provincia de Suwayda, así como en los altos del Golán, la parte que conquistó Israel hace 58 años. Unos 90 mil sirios fueron forzados a abandonar sus casas y marchar a territorio sirio. Los 20 mil habitantes drusos que quedan han visto llegar a unos 20 mil colonos israelíes, que construyeron 30 asentamientos que, como en Cisjordania, ocupan las mejores tierras y tienen mejores servicios que las descuidadas aldeas drusas.
Aunque Israel les ofreció la ciudadanía al apoderarse de la región, la mayoría de los drusos del Golán optó por rechazarla y se identifica como siria. Quienes se negaron recibieron tarjetas de residencia israelíes, pero son considerados ciudadanos sirios.
Entre los drusos del Golán y los de Suwayda hay lazos de parentesco, amistad y negocios, a pesar de la separación impuesta por Tel Aviv.
Al igual que la generalidad de la población no judía de Israel, los drusos viven en la marginación.
El 27 de julio de 2024, se abrió una polémica por un cohete que cayó en la aldea drusa de Majdal Shams, en el Golán, matando a 12 niños y adolescentes. Israel responsabilizó a la milicia libanesa Hezbollah, que había dicho que la explosión fue causada por un misil malogrado de la defensa israelí y pidió una investigación internacional.
Lo que el gobierno israelí calló fue que la mayor parte de la población de Israel dispone de refugios para protegerse de los ataques, pero no así muchas comunidades palestinas, drusas y beduinas en el mismo territorio. Ante el anuncio de que varios miembros del gabinete de Netanyahu acudirían al funeral, el Foro de Autoridades Drusas les envió una carta que decía: “No vengan. Dada la sensibilidad de la situación, pedimos que no se convierta esta masacre en un acto político”.
No les importó a los ministros de Protección Ambiental, de Economía y de Energía, y de manera destacada, al de Finanzas, Bezalel Smotrich, que llegaron en sus coches pero fueron expulsados por los familiares, acusándolos de “bailar sobre la sangre” de sus hijos.
Sin embargo, los gobernantes de Israel parecen muy interesados en proteger a los drusos. Por ejemplo, Amichai Chikli, diputado del partido Likud, quien asegura que “esta es una guerra entre el bien y el mal”.
En otro tweet, el diputado Chikli se puso poético y hasta escribió en árabe:
El ministro de Seguridad, Itamar Ben-Gvir, directamente está llamando a asesinar al presidente Al Sharaa:
¿Qué problemas está enfrentando el gobierno sirio para consolidarse?
Tras la caída del régimen de Bashar al Ássad en diciembre de 2024, el gobierno interino liderado por Ahmed al Sharaa, exlíder de Hayat Tahrir al-Sham (HTS), enfrenta múltiples obstáculos para consolidar su autoridad, que se pueden agrupar en cuatro áreas principales: integración de grupos armados, tensiones sectarias, interferencia extranjera y devastación económica.
Unificar las facciones que se coaligaron contra al Ássad es difícil. Aunque la mayoría se ha integrado bajo el mando del Ministerio de Defensa, liderado por HTS, persisten tensiones con el Ejército Nacional Sirio (ENS), apoyado por Turquía, y las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), encabezadas por kurdos. Por ejemplo, FDS ha criticado la constitución temporal por “afianzar al gobierno central”, lo que ha generado conflictos con al Sharaa, quien se opone a las demandas de descentralización de los kurdos.
Además, la violencia sectaria sigue siendo una amenaza para la estabilidad. En las zonas costeras, en marzo, ataques de grupos assadistas remanentes provocaron una ola de represalias contra la minoría alauí, que dejó entre mil y 1,500 muertos. Se responsabiliza a grupos asociados con HTS, que a su vez ha asegurado que son facciones fuera de control.
Además, están dos intervenciones extranjeras: Turquía ocupa zonas del norte e Israel las del sur, además de que ha lanzado cientos de ataques aéreos en todo el territorio.
Como contexto, la economía está devastada tras 14 años de guerra civil. El Banco Mundial estima que el PIB de Siria no ha dejado de contraerse, con una caída de 1.5% en 2024 y una proyección de crecimiento modesto del 1% en 2025, limitado por desafíos de seguridad, restricciones de liquidez y la suspensión de asistencia extranjera. La infraestructura, incluyendo energía y agricultura, quedó gravemente dañada, y más de 6 millones de refugiados y 7 millones de desplazados internos representan una carga humanitaria significativa.
¿Por qué está atacando Israel?
Después de la guerra de Yom Kippur de 1973, en la que el ejército egipcio sostuvo fuertes enfrentamientos con los israelíes pero el sirio hizo el ridículo, mostrando graves incapacidades para movilizarse, el régimen de los Al Ássad asumió que para sobrevivir, necesitaba evitar a toda costa más enfrentamientos con Israel.
Aunque parte de su territorio estaba ocupado -los altos del Golán-, se aseguró de que su frontera con Israel quedara en absoluta tranquilidad, neutralizó violentamente a los grupos palestinos que operaban en su territorio e incluso colaboró con fuerzas pro-israelíes en el combate contra las organizaciones palestinas en el vecino Líbano, como en la masacre de 1,500 personas en el campamento de Tel al Zaatar, en 1976 (te lo contamos aquí).
Tras el inicio de la guerra civil, el presidente Al Ássad obtuvo el apoyo militar de Rusia, Irán y la milicia libanesa Hezbollah, gracias al cual evitó la derrota. Pero esto dio lugar a la extraña situación en la que Israel, por años, lanzó con toda libertad ataques aéreos contra fuerzas iraníes y de Hezbollah en territorio sirio, sin que hubiera alguna respuesta de la defensa aérea siria. Eran los aliados vitales de Al Ássad pero este permitía que los bombardearan sin levantar un dedo.
El grave debilitamiento de Irán y Hezbollah por sus enfrentamientos con Israel, y de Rusia por su invasión de Ucrania, resquebrajó la defensa del régimen, que cayó en diciembre de 2024.
Aunque el nuevo presidente Al Sharaa es criticado porque fue militante de Al Qaeda, en realidad rompió con ella en 2016 (y terminó persiguiendo y diezmando a sus antiguos correligionarios) para recibir el apoyo de Turquía, una potencia regional que es parte de la OTAN, aliada de Estados Unidos. El presidente Donald Trump aceptó reunirse con Al Sharaa en mayo y habló elogiosamente de él, se fotografiaron dándose la mano y Washington después levantó las sanciones contra Siria. Al Sharaa entiende que para sobrevivir, su débil gobierno debe aceptar no solo la tutela turca, sino indirectamente la de EEUU, y se ha mostrado dispuesto a pactar con Israel.

Pero Netanyahu no parece interesado en pactar sino en aplastar. Si cuando estaba Al Ássad, atacaba a iraníes y a Hezbollah pero no tocaba a las fuerzas sirias, ahora aprovechó la caída del régimen para arrasar con las instalaciones militares sirias y asegurarse de que el nuevo gobierno sea incapaz de construir un ejército moderno. Además, avanzó desde el Golán para invadir partes del sur.
Finalmente, está bombardeando zonas civiles de Damasco.
Este gráfico de CNN muestra, en verde, el territorio sirio de los altos del Golán, que Israel ocupó en 1967. En amarillo, las zonas tomadas por fuerzas israelíes, al 14 de julio. Y en violeta, el área que Tel Aviv exige declarar zona desmilitarizada.
Es decir, donde el estado sirio carezca de soberanía real.
Además, permite ver lo cerca que les queda Damasco, en caso de que decidieran avanzar hasta la capital.
¿Qué ha hecho la comunidad internacional ante la violación de la soberanía siria?
A pesar de las condenas de Siria, la ONU, Arabia Saudí y otros actores, la comunidad internacional, empezando por Estados Unidos, no ha tomado medidas contundentes para frenar las acciones de Israel.
La administración Trump le pidió detener los ataques en julio de 2025, pero no impuso sanciones ni otras medidas significativas. Más aún, pone la responsabilidad en Damasco: la vocera del Departamento de Estado, Tammy Bruce, dijo el miércoles que “hacemos un llamado al gobierno sirio para que retire sus fuerzas militares para permitir que todas las partes puedan reducir la escalada”.
Este apartado es breve porque la respuesta es sencilla: nada.
Los motivos de Netanyahu
Antes hemos explicado la situación de Netanyahu (es responsabilizado por el fallo de seguridad que permitió el mayor ataque sufrido por Israel y además puede ir a la cárcel porque tiene tres procesos judiciales abiertos por fraude, por lo que mantenerse en el poder es la forma de seguir en libertad y de tratar de pasar a la historia como héroe y no como villano) y cómo es que persigue la guerra eterna para seguir como primer ministro. Este sábado (te lo contamos aquí) el New York Times publicó una extensa investigación que lo demuestra.
Por si hubiera dudas todavía, este mismo miércoles, mientras enviaba aviones a bombardear otro país vecino, le tocaba presentarse ante la corte, se presentó y al estar testificando, les pidió a los jueces suspender el juicio porque tenía importantes asuntos de seguridad nacional que atender. Se lo concedieron.
Así logró además conjurar una crisis que estuvo a punto de hacerlo caer: el partido Shas, de judíos ultraortodoxos, abandonó la coalición en protesta porque quieren obligar a sus hombres a hacer el servicio militar. Pero para no ser visto como un traidor que derriba el gobierno en momentos de crisis bélica, anunció que no votará en su contra.
Los grandes expertos en genocidio denuncian un genocidio en Gaza
Nacido en Israel en 1954, Omer Bartov es un profesor de estudios alemanes en la Universidad Brown (Rhode Island, Estados Unidos) y es considerado como uno de los principales historiadores en la investigación del genocidio nazi y de los crímenes del ejército alemán. Este martes, el New York Times publicó un artículo suyo de gran importancia, que no ha sido traducido al castellano aunque es de lectura indispensable.
Además del valor intrínseco del texto, es importante destacar que el Times abre una brecha en la línea establecida en los principales medios anglosajones y occidentales, que pueden dar cuenta de los múltiples crímenes de guerra que comete Israel pero tienen como tabú la palabra genocidio.
Como servicio para la comunidad de Mundo Abierto, presentamos una traducción libre.
Por Omer Bartov
Un mes después del ataque de Hamás contra Israel el 7 de octubre de 2023, creía que existían pruebas de que el ejército israelí había cometido crímenes de guerra y, potencialmente, crímenes de lesa humanidad en su contraataque contra Gaza. Sin embargo, contrariamente a las quejas de los críticos más feroces de Israel, las pruebas no me parecían suficientes para calificar de genocidio.
Para mayo de 2024, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) habían ordenado a cerca de un millón de palestinos que se refugiaban en Rafah —la ciudad más meridional y la última que quedaba relativamente intacta de la Franja de Gaza— que se trasladaran a la zona costera de Mawasi, donde apenas había refugio. El ejército procedió entonces a destruir gran parte de Rafah, una hazaña prácticamente consumada para agosto.
En ese momento, ya no parecía posible negar que el patrón de operaciones de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) coincidía con las declaraciones de los líderes israelíes, que denotaban intenciones genocidas, realizadas en los días posteriores al ataque de Hamás. El primer ministro, Benjamín Netanyahu, había prometido que el enemigo pagaría un alto precio por el ataque y que las FDI reducirían a escombros partes de Gaza, donde Hamás operaba, e instó a los residentes de Gaza a abandonar el lugar inmediatamente, ya que operaremos con fuerza en todas partes.
El Sr. Netanyahu instó a sus ciudadanos a recordar «lo que les hizo Amalec», una cita que muchos interpretaron como una referencia a un pasaje bíblico que exige a los israelitas «matar por igual a hombres y mujeres, bebés y lactantes» de su antiguo enemigo. Funcionarios gubernamentales y militares afirmaron que luchaban contra «animales humanos» y, posteriormente, pidieron la «aniquilación total». Nissim Vaturi, vicepresidente del Parlamento, declaró en X que la tarea de Israel debe ser «borrar la Franja de Gaza de la faz de la tierra». Las acciones de Israel solo podían entenderse como la implementación de la intención expresa de convertir la Franja de Gaza en inhabitable para su población palestina. Creo que el objetivo era, y sigue siendo, obligar a la población a abandonar la Franja por completo o, considerando que no tiene adónde ir, debilitar el enclave mediante bombardeos y una grave privación de alimentos, agua potable, saneamiento y asistencia médica, hasta tal punto que a los palestinos de Gaza les resulta imposible mantener o reconstruir su existencia como grupo.
Mi conclusión ineludible ha sido que Israel está cometiendo genocidio contra el pueblo palestino. Habiendo crecido en un hogar sionista, vivido la primera mitad de mi vida en Israel, servido en las Fuerzas de Defensa de Israel como soldado y oficial y dedicado la mayor parte de mi carrera a investigar y escribir sobre crímenes de guerra y el Holocausto, esta fue una conclusión dolorosa de alcanzar, y a la que me resistí todo lo que pude. Pero llevo un cuarto de siglo impartiendo clases sobre genocidio. Puedo reconocer uno cuando lo veo.
Esta no es solo mi conclusión. Un número creciente de expertos en estudios sobre genocidio y derecho internacional ha concluido que las acciones de Israel en Gaza solo pueden definirse como genocidio. Así lo han hecho Francesca Albanese, relatora especial de la ONU para Cisjordania y Gaza, y Amnistía Internacional. Sudáfrica ha presentado una demanda por genocidio contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia.
La continua negación de esta designación por parte de Estados, organizaciones internacionales y expertos jurídicos y académicos causará un daño inmenso no solo a la población de Gaza e Israel, sino también al sistema de derecho internacional establecido tras los horrores del Holocausto, diseñado para evitar que tales atrocidades se repitan. Constituye una amenaza para los cimientos mismos del orden moral del que todos dependemos.
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El delito de genocidio fue definido en 1948 por las Naciones Unidas como la «intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal». Por lo tanto, para determinar qué constituye genocidio, debemos establecer la intención y demostrar que se está llevando a cabo. En el caso de Israel, dicha intención ha sido expresada públicamente por numerosos funcionarios y líderes. Pero la intención también puede derivarse de un patrón de operaciones sobre el terreno, patrón que se hizo evidente en mayo de 2024 —y que desde entonces se ha vuelto cada vez más evidente— a medida que las Fuerzas de Defensa de Israel han destruido sistemáticamente la Franja de Gaza.
La mayoría de los estudiosos del genocidio se muestran cautelosos al aplicar este término a acontecimientos contemporáneos, precisamente debido a la tendencia, desde que fue acuñado por el abogado judío-polaco Raphael Lemkin en 1944, a atribuirlo a cualquier caso de masacre o inhumanidad. De hecho, algunos argumentan que esta categorización debería descartarse por completo, ya que a menudo sirve más para expresar indignación que para identificar un crimen en particular.
Sin embargo, como reconoció el Sr. Lemkin, y como posteriormente acordaron las Naciones Unidas, es crucial distinguir el intento de destruir a un grupo específico de personas de otros crímenes de derecho internacional, como los crímenes de guerra y los crímenes de lesa humanidad. Esto se debe a que, mientras que otros crímenes implican la matanza indiscriminada o deliberada de civiles como individuos, el genocidio denota la matanza de personas como miembros de un grupo, con el objetivo de destruir irreparablemente al propio grupo para que nunca pueda reconstituirse como entidad política, social o cultural. Y, como señaló la comunidad internacional al adoptar la convención, todos los Estados signatarios tienen la obligación de prevenir tal intento, hacer todo lo posible por detenerlo mientras ocurre y castigar posteriormente a quienes participaron en este delito, incluso si ocurrió dentro de las fronteras de un Estado soberano.
La designación tiene importantes ramificaciones políticas, jurídicas y morales. Las naciones, políticos y militares sospechosos, acusados o declarados culpables de genocidio son considerados inhumanos y pueden comprometer o perder su derecho a seguir siendo miembros de la comunidad internacional. Una constatación de la Corte Internacional de Justicia de que un Estado en particular está involucrado en genocidio, especialmente si es aplicada por el Consejo de Seguridad de la ONU, puede dar lugar a severas sanciones.
Los políticos o generales acusados o declarados culpables de genocidio u otras infracciones del derecho internacional humanitario por la Corte Penal Internacional pueden ser arrestados fuera de su país. Y una sociedad que consiente y es cómplice del genocidio, independientemente de la postura de sus ciudadanos, llevará esta marca de Caín mucho después de que se extingan las llamas del odio y la violencia.
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Israel ha negado todas las acusaciones de crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad y genocidio. Las FDI afirman que investigan denuncias de delitos, aunque rara vez han hecho públicos sus hallazgos, y cuando se reconocen infracciones de disciplina o protocolo, generalmente han impuesto leves reprimendas a su personal. Los líderes militares y políticos israelíes describen repetidamente a las FDI como actuando legalmente, afirman que emiten advertencias a la población civil para que evacue los lugares a punto de ser atacados y culpan a Hamás de utilizar a civiles como escudos humanos.
De hecho, la destrucción sistemática en Gaza no solo de viviendas, sino también de otras infraestructuras (edificios gubernamentales, hospitales, universidades, escuelas, mezquitas, sitios de patrimonio cultural, plantas de tratamiento de agua, zonas agrícolas y parques) refleja una política destinada a hacer muy improbable la reactivación de la vida palestina en el territorio.
Según una investigación reciente de Haaretz, se estima que 174 mil edificios han sido destruidos o dañados, lo que representa hasta el 70 % de todas las estructuras de la Franja. Hasta el momento, más de 58 mil personas han muerto, según las autoridades sanitarias de Gaza, incluyendo a más de 17 mil niños, que representan casi un tercio del total de fallecidos. Más de 870 de estos niños tenían menos de un año.
Más de 2 mil familias han sido aniquiladas, según las autoridades sanitarias. Además, 5 mil 600 familias cuentan ahora con un solo superviviente. Se cree que al menos 10 mil personas siguen enterradas bajo las ruinas de sus hogares. Más de 138 mil han resultado heridas y mutiladas.
Gaza tiene ahora la triste distinción de tener el mayor número de niños amputados per cápita del mundo. Una generación entera de niños, sometida a continuos ataques militares, pérdida de padres y desnutrición crónica, sufrirá graves repercusiones físicas y mentales de por vida. Un número incalculable de miles de personas con enfermedades crónicas han tenido escaso acceso a la atención hospitalaria.
El horror de lo que ha estado sucediendo en Gaza todavía es descrito por la mayoría de los observadores como guerra. Pero este término es inapropiado. Durante el último año, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) no han combatido a un cuerpo militar organizado. La versión de Hamás que planeó y llevó a cabo los ataques del 7 de octubre ha sido destruida, aunque el grupo debilitado continúa combatiendo a las fuerzas israelíes y mantiene el control de la población en zonas que no están bajo el control del Ejército israelí.
Hoy en día, las FDI se dedican principalmente a una operación de demolición y limpieza étnica. Así describió en noviembre el exjefe de Estado Mayor y ministro de Defensa del Sr. Netanyahu, el intransigente Moshe Yaalon, en el canal israelí Democrat TV y en artículos y entrevistas posteriores, el intento de despoblar el norte de Gaza.
El 19 de enero, bajo la presión de Donald Trump, quien estaba a un día de asumir la presidencia, entró en vigor un alto el fuego, lo que facilitó el intercambio de rehenes en Gaza por prisioneros palestinos en Israel. Sin embargo, tras la ruptura del alto el fuego por parte de Israel el 18 de marzo, las FDI han estado ejecutando un plan ampliamente difundido para concentrar a toda la población gazatí en una cuarta parte del territorio, en tres zonas: la ciudad de Gaza, los campos de refugiados centrales y la costa de Mawasi, en el extremo suroeste de la Franja.
Utilizando un gran número de excavadoras y enormes bombas aéreas suministradas por Estados Unidos, el ejército parece estar intentando demoler todas las estructuras restantes y establecer el control sobre las otras tres cuartas partes del territorio.
Esto también se ve facilitado por un plan que proporciona, de forma intermitente, suministros limitados de ayuda en unos pocos puntos de distribución custodiados por el ejército israelí, atrayendo a la gente hacia el sur. Muchos gazatíes mueren en un intento desesperado por obtener alimentos, y la crisis de hambruna se agrava. El 7 de julio, el ministro de Defensa, Israel Katz, anunció que las FDI construirían una «ciudad humanitaria» sobre las ruinas de Rafah para albergar inicialmente a 600 mil palestinos de la zona de Mawasi, quienes serían abastecidos por organismos internacionales y no se les permitiría salir.
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Algunos podrían describir esta campaña como limpieza étnica, no como genocidio. Pero existe un vínculo entre los crímenes. Cuando un grupo étnico no tiene adónde ir y se ve constantemente desplazado de una supuesta zona segura a otra, bombardeado sin cesar y privado de alimentos, la limpieza étnica puede convertirse en genocidio.
Este fue el caso de varios genocidios conocidos del siglo XX, como el de los herero y los nama en el África Sudoccidental Alemana, hoy Namibia, que comenzó en 1904; el de los armenios en la Primera Guerra Mundial; e incluso el del Holocausto, que comenzó con el intento alemán de expulsar a los judíos y culminó con su asesinato.
Hasta el día de hoy, solo unos pocos estudiosos del Holocausto, y ninguna institución dedicada a investigarlo y conmemorarlo, han advertido de que Israel podría ser acusado de crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad, limpieza étnica o genocidio. Este silencio ha convertido en una burla el lema «Nunca más», transformando su significado de una afirmación de resistencia a la inhumanidad dondequiera que se perpetre a una excusa, una disculpa, incluso una carta blanca para destruir a otros invocando el propio victimismo pasado.
Este es otro de los muchos costos incalculables de la catástrofe actual. Mientras Israel intenta literalmente aniquilar la existencia palestina en Gaza y ejerce una violencia creciente contra los palestinos en Cisjordania, el crédito moral e histórico del que se ha valido el Estado judío hasta ahora se está agotando.
Israel, creado tras el Holocausto como respuesta al genocidio nazi de los judíos, siempre ha insistido en que cualquier amenaza a su seguridad debe considerarse como una posible causa de otro Auschwitz. Esto le da a Israel la licencia para retratar como nazis a quienes percibe como sus enemigos, un término utilizado repetidamente por figuras de los medios israelíes para describir a Hamás y, por extensión, a todos los gazatíes, basándose en la afirmación popular de que ninguno de ellos está «desvinculado», ni siquiera los bebés, que crecerían para convertirse en militantes.
Este no es un fenómeno nuevo. Ya durante la invasión israelí del Líbano en 1982, el primer ministro Menachem Begin comparó a Yasir Arafat, entonces refugiado en Beirut, con Adolf Hitler en su búnker de Berlín. Esta vez, la analogía se utiliza en relación con una política destinada a desarraigar y expulsar a toda la población de Gaza.
Las escenas diarias de horror en Gaza, de las que el público israelí se protege gracias a la autocensura de sus propios medios de comunicación, revelan las mentiras de la propaganda israelí, que afirma que se trata de una guerra defensiva contra un enemigo de corte nazi. Uno se estremece cuando los portavoces israelíes pronuncian sin pudor el eslogan hueco de que las FDI son el «ejército más moral del mundo».
Algunos países europeos, como Francia, Gran Bretaña y Alemania, así como Canadá, han protestado débilmente contra las acciones israelíes, especialmente desde que este rompió el alto el fuego en marzo. Sin embargo, no han suspendido los envíos de armas ni han tomado medidas económicas o políticas concretas y significativas que puedan disuadir al gobierno de Netanyahu.
Durante un tiempo, el gobierno de Estados Unidos pareció haber perdido interés en Gaza. El presidente Trump anunció inicialmente en febrero que Estados Unidos tomaría el control de Gaza, prometiendo convertirla en «la Riviera de Oriente Medio», para luego permitir que Israel continuara con la destrucción de la Franja y centrar su atención en Irán. Por el momento, solo cabe esperar que Trump presione de nuevo a un reticente Netanyahu para que al menos alcance un nuevo alto el fuego y ponga fin a la matanza incesante.
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¿Cómo se verá afectado el futuro de Israel por la inevitable demolición de su incuestionable moralidad, derivada de su nacimiento sobre las cenizas del Holocausto?
El liderazgo político israelí y su ciudadanía tendrán que decidir. Parece haber poca presión interna para el urgente cambio de paradigma: el reconocimiento de que no hay solución a este conflicto más que un acuerdo entre israelíes y palestinos para compartir la tierra bajo los parámetros que ambas partes acuerden, ya sean dos estados, un solo estado o una confederación. También parece improbable una fuerte presión externa por parte de los aliados del país. Me preocupa profundamente que Israel persista en su desastroso rumbo, transformándose, quizás irreversiblemente, en un estado de apartheid autoritario en toda regla. Este tipo de estados, como nos ha enseñado la historia, no perduran.
Surge otra pregunta: ¿Qué consecuencias tendrá el cambio moral de Israel para la cultura de conmemoración del Holocausto y las políticas de memoria, educación y erudición, cuando tantos de sus líderes intelectuales y administrativos se han negado hasta ahora a asumir su responsabilidad de denunciar la inhumanidad y el genocidio dondequiera que ocurran?
Quienes participan en la cultura mundial de conmemoración y recuerdo construida en torno al Holocausto tendrán que afrontar un ajuste de cuentas moral. La comunidad más amplia de estudiosos del genocidio —aquellos que estudian el genocidio comparativo o cualquiera de los muchos otros genocidios que han empañado la historia de la humanidad— se acerca cada vez más a un consenso sobre la descripción de los sucesos en Gaza como un genocidio.
En noviembre, poco más de un año después del inicio de la guerra, el experto israelí en genocidio Shmuel Lederman se unió al creciente coro de opiniones que afirmaban que Israel estaba involucrado en acciones genocidas. El abogado internacional canadiense William Schabas llegó a la misma conclusión el año pasado y recientemente describió la campaña militar de Israel en Gaza como un genocidio absoluto.
Otros expertos en genocidio, como Melanie O’Brien, presidenta de la Asociación Internacional de Académicos del Genocidio, y el especialista británico Martin Shaw (quien también afirmó que el ataque de Hamás fue genocida), han llegado a la misma conclusión. Por otro lado, el académico australiano A. Dirk Moses, de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, describió estos sucesos en la publicación holandesa NRC como una mezcla de lógica genocida y militar. En el mismo artículo, Uğur Ümit Üngör, profesor del Instituto NIOD para Estudios sobre la Guerra, el Holocausto y el Genocidio, con sede en Ámsterdam, afirmó que probablemente haya académicos que aún no creen que se trate de genocidio, pero «no los conozco».
La mayoría de los académicos del Holocausto que conozco no comparten, o al menos no expresan públicamente, esta opinión. Con algunas excepciones notables, como el israelí Raz Segal, director del programa de estudios sobre el Holocausto y el genocidio en la Universidad de Stockton en Nueva Jersey, y los historiadores Amos Goldberg y Daniel Blatman de la Universidad Hebrea de Jerusalén, la mayoría de los académicos dedicados a la historia del genocidio nazi de los judíos han mantenido un silencio notable, mientras que algunos han negado abiertamente los crímenes de Israel en Gaza o han acusado a sus colegas más críticos de discurso incendiario, exageración desmedida, envenenamiento de pozos y antisemitismo.
En diciembre, el experto en Holocausto Norman J.W. Goda opinó que «acusaciones de genocidio como esta se han utilizado durante mucho tiempo como tapadera para cuestionar la legitimidad de Israel en general», expresando su preocupación de que «han devaluado la gravedad de la palabra genocidio». Esta “difamación genocida”, como la describió el Dr. Goda en un ensayo, “utiliza diversos tropos antisemitas”, incluyendo “la vinculación de la acusación de genocidio con el asesinato deliberado de niños, cuyas imágenes son omnipresentes en ONG, redes sociales y otras plataformas que acusan a Israel de genocidio”.
En otras palabras, mostrar imágenes de niños palestinos destrozados por bombas estadounidenses lanzadas por pilotos israelíes es, desde esta perspectiva, un acto antisemita.
Recientemente, el Dr. Goda y un respetado historiador europeo, Jeffrey Herf, escribieron en The Washington Post que “la acusación de genocidio lanzada contra Israel se nutre de profundos temores y odios” presentes en “interpretaciones radicales tanto del cristianismo como del islam”. “Ha trasladado el oprobio de los judíos como grupo religioso/étnico al Estado de Israel, al que describe como inherentemente malvado”.
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¿Cuáles son las ramificaciones de esta división entre los estudiosos del genocidio y los historiadores del Holocausto? No se trata de una simple disputa académica. La cultura de la memoria creada en las últimas décadas en torno al Holocausto abarca mucho más que el genocidio de los judíos. Ha llegado a desempeñar un papel crucial en la política, la educación y la identidad.
Los museos dedicados al Holocausto han servido de modelo para la representación de otros genocidios en todo el mundo. La insistencia en que las lecciones del Holocausto exigen la promoción de la tolerancia, la diversidad, el antirracismo y el apoyo a los migrantes y refugiados, por no mencionar los derechos humanos y el derecho internacional humanitario, se basa en la comprensión de las implicaciones universales de este crimen en el corazón de la civilización occidental en la cúspide de la modernidad.
Desacreditar a los investigadores del genocidio que tachan de antisemita el genocidio israelí en Gaza amenaza con erosionar los cimientos de los estudios sobre el genocidio: la necesidad constante de definir, prevenir, castigar y reconstruir la historia del genocidio. Sugerir que este esfuerzo está motivado, en cambio, por intereses y sentimientos malignos —que está impulsado por el mismo odio y prejuicio que fue la raíz del Holocausto— no solo es moralmente escandaloso, sino que también abre la puerta a una política de negacionismo e impunidad.
Del mismo modo, cuando quienes han dedicado sus carreras a la enseñanza y conmemoración del Holocausto insisten en ignorar o negar las acciones genocidas de Israel en Gaza, amenazan con socavar todo lo que la investigación y la conmemoración del Holocausto han defendido en las últimas décadas. Es decir, la dignidad de todo ser humano, el respeto al estado de derecho y la urgente necesidad de no permitir nunca que la inhumanidad se apodere de los corazones de las personas y dirija las acciones de las naciones en nombre de la seguridad, el interés nacional y la pura venganza.
Lo que temo es que, tras el genocidio de Gaza, ya no sea posible seguir enseñando e investigando el Holocausto como antes. Debido a que el Estado de Israel y sus defensores han invocado el Holocausto con tanta insistencia como encubrimiento de los crímenes de las FDI, su estudio y conmemoración podrían perder su pretensión de justicia universal y replegarse en el mismo gueto étnico en el que se originó al final de la Segunda Guerra Mundial: como una preocupación marginalizada de los restos de un pueblo marginado, un acontecimiento étnicamente específico, antes de que, décadas después, encontrara su legítimo lugar como lección y advertencia para toda la humanidad.
Igualmente preocupante es la perspectiva de que el estudio del genocidio en su conjunto no supere las acusaciones de antisemitismo, dejándonos sin la crucial comunidad de académicos y juristas internacionales que nos ayude a contrarrestar la situación en un momento en que el auge de la intolerancia, el odio racial, el populismo y el autoritarismo amenaza los valores que fueron la base de estos esfuerzos académicos, culturales y políticos del siglo XX.
Quizás la única luz al final de este oscuro túnel sea la posibilidad de que una nueva generación de israelíes afronte su futuro sin refugiarse en la sombra del Holocausto, aun cuando tengan que soportar la mancha del genocidio en Gaza perpetrado en su nombre. Israel tendrá que aprender a vivir sin recurrir al Holocausto como justificación de la inhumanidad. Esto, a pesar de todo el horrible sufrimiento que presenciamos actualmente, es valioso y, a la larga, podría ayudar a Israel a afrontar el futuro de una manera más sana, más racional y menos temerosa y violenta.
Esto no compensará en absoluto la asombrosa cantidad de muertes y sufrimiento de los palestinos. Pero un Israel liberado de la abrumadora carga del Holocausto podría finalmente aceptar la ineludible necesidad de que sus siete millones de ciudadanos judíos compartan la tierra con los siete millones de palestinos que viven en Israel, Gaza y Cisjordania en paz, igualdad y dignidad. Ese será el único ajuste de cuentas justo.
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