Documental "No se mata la verdad". In Memoriam, Javier Valdez
A 7 años del crimen, acompáñanos a ver nuestra película sobre la resistencia de Javier y otros periodistas / María Herrera pidió cuidar a Javier
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Javier Valdez Cárdenas, un periodista sinaloense querido en México y respetado a nivel internacional, fue asesinado a mediodía, en una calle concurrida del centro de Culiacán, cuando se dirigía a la oficina del semanario Riodoce.
Desde entonces, acompañamos a su familia, amigos y compañeros para exigir justicia, que el Estado mexicano genere esfuerzos serios y efectivos con el Departamento de Justicia del gobierno de Estados Unidos para lograr que Dámaso López Serrano, alias ‘el Mini Lic’, identificado por las autoridades federales como el presunto autor intelectual del homicidio, sea presentado ante los tribunales en México y juzgado por el crimen.
En Ojos de Perro vs. la Impunidad contamos su historia como parte de un largometraje documental y un libro, ambos titulados “No se mata la verdad”.
Aquí puedes ver la película, dirigida por Coizta Grecko. Y más abajo, un pequeño artículo que escribimos para un libro memorial que editó Riodoce, “Javier Valdez. El Bato”.
María Herrera pidió cuidar a Javier.
Apareció originalmente en el libro “Javier Valdez. El Bato” (Culiacán, Riodoce, 2022).
El público llenó el foro Eduardo Galeano de la Feria del Libro del Zócalo, en la Ciudad de México. Era el 18 de octubre de 2015. “Entrevistar a los niños, platicar con ellos, recoger esos testimonios fue muy espinoso, fue ubicarme en su nivel, es decir empequeñecer en términos de estatura, pero engrandecer, porque son grandes ellos”, dijo Javier en la presentación de su libro “Huérfanos del narco”, con su sombrero panamá, vestido de negro, balanceándose en una silla demasiado pequeña para acomodar el sobrepeso. “Porque ninguno de ellos, de estos hijos que vieron morir a sus padres, que estaban con ellos en el vehículo, en el estacionamiento de su casa, o que esperan el regreso de sus padres, ninguno me planteó la venganza, ninguno, absolutamente. Todos ellos esperan que sus padres regresen. Y ese ejercicio de esperanza, ese testimonio diáfano, noble, honesto, optimista, tierno, amoroso, es lo que a mí me hizo crecer como reportero y como ser humano”.
¿Cómo sobrevive escribiendo sobre temas tan dolorosos?, le preguntó una mujer del público. “No puedo negar que tengo problemas de salud. Padezco insomnio… y sí, soy llorón. Creo que llorar me sirve, cuando escucho las historias me da mucha tristeza y cuando escribo, también. Me pongo a bailar a solas porque bailo muy mal. Y eso me ayuda. Hago el ridículo pero a solas. Me echo mis tequilas. Voy a terapia. Procuro no enfermarme con eso de que si me están siguiendo, si puedo salir o no puedo salir. Sé que cuando ellos decidan, pueden disponer de uno porque ellos mandan”. En México nos estamos acostumbrando a la violencia, siguió el sinaloense, porque “lo vemos tan cotidiano que no nos espanta, no queremos ver porque no queremos sufrir, porque sufrir es comprometerse, y no queremos comprometernos”.
No era su caso. Como tantos otros mexicanos, Javier creía en el valor de su aportación, porque “prefiero asumir la tarea que me toca como periodista en lugar de hacerme pendejo y voltear a otro lado. Yo veo que buena parte del periodismo en este país está besándole las huellas al poder y reproduce el discurso de los poderosos, del gobernador, del alcalde, del jefe de gobierno y del presidente. Yo creo que es cumplir con mi tarea, no es una elección, es mi responsabilidad”. Del otro lado, el de la gente común, no encontraba la misma repuesta, sin embargo: “Matan a alguien y no pasa nada, entonces van a venir por nosotros, y nos van a matar, y no va a pasar nada”.
Doña María Herrera se hallaba entre el público y recogió el reclamo. Con cuatro hijos desaparecidos la mujer morena, pequeña, de cabello entrecano, es un símbolo de tenacidad para el movimiento nacional de búsqueda: “Yo me pregunto: han matado, han asesinado, han callado a tantos periodistas. ¿Y la sociedad? Seguimos como si nada. ¡Y queremos a todos estos periodistas que están callados, que están asustados porque temen por sus vidas! Necesitamos cuidarlos y protegerlos porque nos están callando a muchas voces”.
19 meses más tarde
Sobre la pared del edificio de la Secretaría de Gobernación, antes del crepúsculo del 17 de mayo de 2017, proyectamos fotografías de Javier, de sus trabajos, el video de su discurso en Nueva York. Llegó un grupo de vecinos de Los Pedregales de Coyoacán encabezado por Doña Fili, una mujer de la tercera edad, muy pequeña, de rasgos indígenas y piel morena, de talla recia y combativa. “Hay que gritar justicia, sí”, nos decía, “pero sabemos que de ellos –del gobierno- no la vamos a tener”. Su gente enarbolaba antorchas y pancartas con la imagen de Javier. Se veían hermosas en la creciente oscuridad.
“No son hechos aislados”, advertía un cartel colocado en el piso entre veladoras y fotografías de Miroslava Breach y Javier. No se contenía el llanto. “¡No se mata la verdad matando periodistas!”, coreaba la multitud.
Tres mujeres que habían conocido a Valdez –las tres, ejemplos de fortaleza-, se estremecían. La sentida advertencia de doña María Herrera se había convertido en un hecho trágico, irremediable. "Esta sangre que derramó Javier nos salpica a todos nosotros”, espetó. El reportero había sido "ese ser humano que estuvo con nosotros en medio del dolor y del sufrimiento, que entendió al 100 esta lucha que hemos llevado a cabo durante años para encontrar la paz, la justicia. Y vemos con mucho dolor, tristeza e indignación que esto no bastó para respetar su vida, y que al llevárselo se llevan parte de nuestro ser. No tengamos miedo, no nos dejemos amedrentar. Con esto nos están diciendo mucho, que le paremos. Pero vamos a seguir con más fuerza, con más ímpetu, porque la muerte de Javier la tenemos que llevar junto a nosotros, porque sigue con nosotros el compañero, el amigo, el hermano”.
“Estas son las palabras de Javier”, declamó la periodista Lydia Cacho, al comenzar la lectura de un texto del reportero caído. “También podría pensarse para qué escribir, para qué salir a buscar la nota, a exponer la vida, si todos tenemos familia, hijos, padres, si tenemos, aunque sea sólo retazos, ilusiones, esperanza, para qué carajos salir al puto miedo, a ver los cuerpos en las carreteras, maniatados, con el plomazo en la cabeza, para qué reportear la manifestación, si los de arriba ordenaron a policías y granaderos que fueran sobre el fotógrafo, sobre el periodista, sobre esa joven reportera que ‘cómo chinga la madre’, para qué llegar a casa a medianoche a hacer la guardia, a indagar sobre el paradero de aquel estudiante, aquel maestro, el obrero, el migrante, algún día el hermano, la novia, la hija, nuestra jodida sangre. Pero aún así hacerlo, salir al terror y a la cerveza bajo el gruñido del sol, a tomar la foto incómoda y avanzar con la denuncia, a aferrarse de un pellejo de esperanza para crear un poco de conciencia, una arena de sensibilidad, en los ojos y en el alma. Escribir un reportaje, correr por la nota, decir con miedo la verdad, sí, aunque nos acompañe la angustia, decir el nombre y la ocasión, la hora y el motivo, reportear en el abismo, tener un pedazo de voz, lo suficiente para decirle al lector que también esto es la vida”.
“¡Justicia, justicia!”, reclamó esa pequeña muestra representativa de la nación, la que esa noche no se quedó en casa a comerse tres capítulos de la narcoserie del momento. “¿Quién es quién, hoy, en Sinaloa? ¿Quién es quién, hoy, en el país? ¿Quiénes son los delincuentes y quiénes son el gobierno? ¿Quiénes son la autoridad y quiénes mandan en serio?” Carmen Aristegui, ya entrada la noche, apuntaba el dedo hacia la élite política. “Javier Valdez y todos los demás y todas las demás que han perdido la vida en este camino, deben significar un motor para nosotros”. Entonces recuperó la consigna que lanzó Javier, que sostuvo en su tweet sobre el asesinato de Miroslava, y que debía prevenir el retroceso del periodismo y su derrota: “No al silencio. No a la autocensura. No al miedo. Aquí, juntos, tenemos que darnos valor para seguir informando. Para seguir informando, para seguir reportando, para seguir denunciando, para seguir opinando, para decir, decir y decir”.
“¡No al silencio!”, gritamos todos, “¡no al silencio! ¡No al silencio!”
Con motivo de su aniversario, en Culiacán llevarán a cabo los siguientes actos:
Puedes buscar el libro “No se mata la verdad. El peligro de ser periodista en México” (México, HarperCollins, 2020), en librerías digitales.
En países anglosajones, incluimos la historia de Javier en el libro “Killing The Story. Journalists Risking Their Lives To Uncover The Truth In Mexico” (New York, The New Press, 2019).
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