#Urgente. Nadie quiere guerra con Irán... pero Netanyahu los empuja a todos
Por interés personal y de socios ultraderecha, no por Israel / Encierra a aliados y enemigos en espiral de provocaciones / Miércoles, gabinete de guerra
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El primer ministro Benjamin Netanyahu es visto en su país, por simpatizantes y enemigos, como “una especie de mago, un brujo político y acróbata cuyas acciones y manipulaciones están cuidadosamente planificadas en detalle y brillantemente ejecutadas”, reflexionaba en marzo el analista israelí Alon Pinkas.
El 7 de Octubre, día de la ofensiva sorpresa de Hamás, su carrera parecía acabada: bajo su responsabilidad, y por su negligencia y arrogancia, Israel había sufrido el peor y más traumático golpe de su historia.
Netanyahu enfrenta, además, tres causas judiciales por corrupción y fraude que, si deja el cargo, lo pueden llevar a la cárcel.
Lanzó a su gente a la guerra de venganza y logró establecer un consenso de mínimos: no se cambia de caballo a mitad del río. Lo primero era alcanzar la victoria y lo demás se vería después.
Así subordinó a todos, a compatriotas y a aliados extranjeros, que lo han visto (en acuerdo solo con sus socios de la ultraderecha) cometer lo impensable: impedir un acuerdo que permitiera la liberación de los rehenes. Ha prolongado las hostilidades indefinidamente, sin que le importaran, por supuesto, las miles de vidas suprimidas de palestinos, pero tampoco las consecuencias que ejecutar un genocidio tiene para la imagen y la seguridad de Israel y de la diáspora judía.
Lo conocen muy bien. Por 28 años, como primer ministro, ministro de defensa o jefe de la oposición, ha determinado la vida política israelí y demostrado que su prioridad inamovible son sus propios intereses - retener el poder-, y muy por atrás viene cualquier otra cosa. Pero ni la sociedad política de su país ni los socios del exterior han podido desplazarlo, o no se han atrevido a intentarlo con seriedad.
Todo tiene un límite, sin embargo, y la invasión de Gaza también. La presión interna ha crecido, con manifestaciones de indignados familiares de los rehenes y de ciudadanos que piden su dimisión, así como la externa, con cada nuevo escándalo de matanzas de civiles hambrientos y trabajadores humanitarios, especialmente cuando estas involucraron a siete ciudadanos de potencias aliadas, empleados de World Central Kitchen. Esa masacre resultó más difícil de aceptar que 34 mil palestinos muertos.
Para conservar el poder y redimirse ante su pueblo, Netanyahu necesita dar un golpe espectacular, obtener un éxito sin precedentes, que compense o que pueda ser manipulado para que parezca compensar el recibido en octubre.
Prometió la aniquilación total de Hamás… pero medio año de bombardeos y lucha terrestre no le han permitido acercarse a esa meta, mientras que el prestigio de la milicia islamista solo aumenta. La prensa israelí abunda en columnas de opinión que se preguntan si ya perdieron la guerra.
¿Qué tal, entonces, poner la mira en otro lado? ¿En una presa mucho mayor, un enemigo más temible e inalcanzable?
Ese es Irán. Israel, en solitario, no podría enfrentarlo. ¿Cómo sería posible forzar a Estados Unidos y sus aliados a involucrarse?
Habría que enredar a aliados y rivales en las contradicciones del estado de conflicto permanente en el que mantienen a la región. Golpear a Irán de una manera en que se viera obligado a responder, y que la Casa Blanca no pudiera desaprobar.
Si Irán no se defendiera, quedaría humillado, su capacidad de disuasión sería hecha añicos, su liderazgo en el mundo musulmán se desvanecería, y Netanyahu saldría fortalecido, poniéndose en situación, además, de lanzar un segundo zarpazo, o más.
Pero si Irán contestara de una manera significativa… Washington y aliados, envueltos en la hipocresía de su doble rasero, tendrían que apoyar una respuesta israelí devastadora. Una guerra con enormes costos para Irán, para Israel, para la región y el mundo… que Netanyahu no tendría que pagar, si el resultado fuese favorable.
Y si no, de todos modos, ya estaba en camino de perderlo todo.
Crónica de un ataque anunciado
Israel rompió las reglas no escritas de la guerra fría-caliente regional al destruir el consulado iraní en Siria, con el pretexto de asesinar a militares. Aunque violó la inmunidad diplomática, el descaro causó estupor pero no condenas de las potencias “democráticas”, que bloquearon cualquier posible sanción del Consejo de Seguridad de la ONU (cuatro días después, el inexperto presidente ecuatoriano Daniel Noboa pareció inspirarse en la impunidad israelí para ejecutar su propio asalto a la embajada mexicana).
Todos sabían que Irán no podía permitirse una falta de respuesta, como lo había hecho otras veces. ¿Cómo podría dar una que fuera lo suficientemente dura como para salvar cara y restaurar la disuasión, sin provocar una escalada fatal hacia la guerra abierta?
Teherán se tomó dos semanas. Emitió todas las señales de que preparaba algo. Dio tiempo para que se prepararan Israel, las tropas estadounidenses y británicas en la zona, y hasta los países árabes aliados de Washington. Lanzó su ataque no desde la vecindad de las fronteras israelíes, lo que podría haber hecho (tiene fuerzas asociadas en Líbano, Siria y posiblemente en Jordania), sino desde su propio territorio. Y lo hizo sobre todo con drones, que volaron lentamente hacia su objetivo.
Tres horas antes de que llegaran, las cadenas de noticias ya habían informado al mundo de que los aparatos iban en camino. No tomaron por sorpresa a nadie. El cielo nocturno se llenó de luces de estallidos, mientras los aparatos iraníes eran destruidos por misiles interceptores de varios países.
Solo se reportó una niña herida por los restos de un cohete reventado en el aire. Era de una aldea beduina, de los pocos lugares que carecen de refugio.
“El ataque de Irán pareció planeado para minimizar las víctimas y maximizar el espectáculo”, fue el titular que emitió la CNN.
En 33 años, era la primera vez que Israel era atacado directamente por el ejército de otro país, no por milicias. Esto le sirvió a Teherán para proclamar que había restaurado su prestigio y disuasión
Israel se atribuyó el éxito completo, como si solo sus fuerzas hubieran “derribado al 99%” de los drones enemigos.
Se dejó en un plano marginal que nueve misiles balísticos golpearon la base área de Nevatim… justo de la que salieron los aviones que bombardearon el consulado. Irán sí pudo llegar a donde le interesaba. El mensaje es: no se confíen.
En México, en incidentes de tráfico, diríamos “cada quien su golpe”. Teherán dijo en todos los tonos que con eso consideraba superada la crisis. El presidente Biden llamó a Netanyahu para decirle, de nuevo en mexicano, “ahí muere”, proclama tu gloria y disfrútala en calma. Los europeos repitieron el llamado a evitar una respuesta.
En Israel, los analistas advirtieron que su gobierno ya había cometido un error en octubre, al dilapidar la enorme solidaridad internacional recibida tras el ataque de Hamás, y que ahora no debería volver a cometerlo, que había logrado que se formara una coalición de apoyo de occidentales y árabes, y que debía cuidarla en lugar de volver a provocar su disolución con nuevas provocaciones.
Jugando con mediocres
Pero Netanyahu tiene agenda propia. En su gabinete de guerra, formado por cinco figuras, tanto su ministro de Defensa Yoav Gallant como el ministro sin cartera y líder opositor Benny Gantz han declarado que debe haber represalias contra Irán… a su debido tiempo. Con calma, que las cosas se enfríen un poco.
Este lunes y martes, ese grupo especial sostuvo reuniones sin llegar a acuerdos. Algunos medios reportan que lo único que detiene a Netanyahu es que Biden ha advertido que EU no apoyará una venganza israelí, y sus colegas se rehusan a actuar en esas condiciones. El primer ministro cree, en todo caso, que aunque Israel vaya en solitario en el siguiente ataque, una represalia iraní -que Teherán dice que será mucho mayor- obligará a Washington y a sus aliados a involucrarse de lleno en una guerra.
Este miércoles, Netanyahu espera imponer una decisión. No solo a su gabinete de guerra, sino también a Biden y demás asociados.
Lo absurdo es que todos se dejen manipular por él. “Aquí estaba un maestro político sofisticado que pensaba y jugaba ajedrez en cuatro dimensiones, mientras que sus rivales a lo largo de los años eran pigmeos políticos que, en el mejor de los casos, eran mediocres jugadores de backgammon”, describió Alon Pinkas. En Washington, Londres y otras capitales, tampoco parece haber gente grande.
Nadie que le ponga un alto a ese Netanyahu que solo juega para sí mismo. Y cuyo talento, siguiendo a Pinkas, no es el de un jefe de Estado, pues “nunca ha enunciado una visión para su país. Puede explicar sombríamente los riesgos, pero nunca presentar oportunidades”.
Así llevó a Israel a la insostenible situación de conflicto perenne que provocó el golpe de Hamás. Y ahora, empuja a la región y a sus aliados a una guerra con Irán. Sin visión, sin cálculos, dispuesto a causar las muertes y los daños que sean, para todos. En interés personal.
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