#Análisis. Los medios israelíes ocultan el genocidio (y su sociedad prefiere no verlo)
Se esconden las matanzas, se niega la hambruna / Es una gigantesca cámara de eco que amenaza al propio Estado de Israel
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Fue una operación “perfecta”. Así describió la presentadora Daphna Liel en el canal 12, cuyos noticieros son los más vistos en Israel, el enorme despliegue de infantería y fuerza aérea con el que, el 8 de agosto, fueron rescatados cuatro israelíes rehenes de la milicia Hamás. Así animaba la celebración nacional que no quiso saber de las 1,097 víctimas palestinas del bombardeo masivo (283 muertos, incluyendo a 64 niños y 57 mujeres, más 814 heridos). En Mundo Abierto lo contamos aquí.
Se había actualizado una siniestra tasa de cambio: una vida israelí valía más que 274 palestinas. Pero eso fue ignorado en la televisión local, que solo transmitía las imágenes que difundió el ejército: atrevidos comandos que entraban en casas para salvar a cautivos primero aterrorizados y luego felices. El sonido de disparos sin mostrar a los civiles destrozados. El helicóptero que realizó la extracción de los liberados y los liberadores. Las familias llorando y sonriendo al recibir a los suyos. Los discursos de orgullo y satisfacción de los dirigentes políticos.
La muerte masiva no se vio en TV. A lo largo de más de ocho meses desde el 7 de octubre, en la pantalla chica israelí se ha cuidado lo que se muestra y lo que se dice, con pocos casos de salidas de la línea. Las televisoras han añadido banderas nacionales a sus logotipos, acompañándolos de eslóganes como “Israel en guerra” (canal 12), “Fuertes unidos” (canal 13) y “Con la ayuda de Dios, juntos venceremos” (canal 14).
En la televisión y en el discurso oficial israelí, no hay matanzas de inocentes en Gaza. En los casos más extremos, simplemente se niega que existan inocentes en Gaza, pues todo recién nacido crecería para convertirse en un “terrorista”. Por lo general, se explica que los militares toman todas las medidas posibles para asegurar que la población civil se marche hacia un lugar seguro de las zonas que serán atacadas, y si alguien se quedó, sin duda es por una mala razón y es un “terrorista” que merece la muerte, aunque sea mujer, anciano o infante.
Tampoco existe el hambre. Esto es difícil de comprender para quienes han seguido la tragedia y visto el cúmulo de videos periodísticos de la gente desesperada y los niños muriendo de desnutrición, en los huesos como los de los campos de concentración nazis; lo mismo para quienes conocen los informes de agencias de expertos independientes, de la Organización Mundial de la Salud, de grupos como Médicos Sin Fronteras o Save The Children; y para quienes entienden que una invasión como la que presume Israel no puede no tener consecuencias gravísimas.
La tele israelí lo esconde. Los comentaristas, en general, lo niegan, así como un ejército de youtubers dedicados a hacer propaganda (como este que no tiene empacho en asegurar “que no hay un verdadero problema de hambre en ninguna parte de Gaza”). Y quien admite que algo malo ha pasado, niega toda responsabilidad propia. “No conozco otro país que trabaje como Israel está trabajando para llevar ayuda humanitaria a Gaza, así que no nos den sermones de moralidad”, sostuvo, por ejemplo, el ministro de Economía Eli Cohen. “Los residentes de Gaza están sufriendo, pero Israel no tiene la culpa de lo que está sucediendo. Hamás e Irán tienen la culpa”.
La paradoja de la cámara de eco
En los medios impresos, la cobertura es solo un poco mejor. El diario Haaretz cuenta con columnistas que suelen ser muy críticos de la ocupación israelí de los territorios palestinos, como Gideon Levy y Amira Hass. Pero su especialista en temas militares, Amos Harel, no suele tratar a fondo los crímenes del ejército y justifica sus métodos represivos. Ese periódico, que trata de subsistir en un entorno hostil haciendo equilibrios entre sus periodistas disidentes y los alineados con las posturas dominantes en el país, solo es leído por un 5% de la población, mientras que los demás medios reproducen el discurso hegemónico.
Asumen un papel no netamente informativo sino de fortalecedores del patriotismo en tiempos de guerra, y para cumplirlo interpretan y destacan éxitos y heridas: su cobertura se extiende sobre las víctimas del 7 de octubre y los rehenes, con frecuencia haciéndose eco de invenciones y montajes que después son desmentidos; así como sobre el heroísmo y la eficacia de sus tropas, las virtudes de los caídos en combate, y la imperativa necesidad de eliminar por completo a la milicia Hamás.
La información que da el ejército se da automáticamente por verídica. La que dan Hamás y las distintas entidades palestinas rara vez se menciona y se subraya como dudosa o de plano como falsa.
¿Cómo podría entonces el público israelí entender que el mundo rechaza el genocidio en Gaza? ¿Cómo lograría digerir que entre las comunidades judías de la diáspora se expresa con fuerza creciente la desaprobación y la protesta contra la limpieza étnica israelí? Para una mayoría, de entrada, no existe un genocidio, una limpieza étnica ni nada que se les parezca, su ejército “es el más moral del mundo” y obviamente es un inmenso e injusto absurdo que los tribunales de La Haya se atrevan a juzgar a israelíes por crímenes contra la humanidad.
Para todo lo que no se puede comprender, existe una palabra mágica: antisemitismo. Y si se trata de judíos, se usa la palabra “judío que se auto-odia” (self-hating Jew). Sencillamente, se da por hecho que la única explicación para todo lo anterior es un odio irracional contra el pueblo judío, incubado por milenios.
Esto sirve a su vez para justificar la violencia contra los palestinos, pues se cree no solamente que Israel es la tierra prometida por dios a su pueblo, sino también que es el único lugar del planeta donde los judíos pueden estar seguros: desde ese visión, las denuncias, las críticas y los juicios internacionales solo demuestran que la locura antisemita sigue prevaleciendo en el exterior.
Esto no es nuevo: con excepciones como las la parte crítica del diario Haaretz, el sistema informativo israelí ha funcionado siempre como una cámara de eco destinada a asegurar la unidad del pueblo en torno al proyecto sionista. No es algo estático, ha ido evolucionando pero siempre dentro de ese marco: hasta la primera década de este siglo, la televisión israelí era vista como un bastión de la élite sionista secular. Pero el primer ministro Netanyahu -la figura dominante de la política desde su primer ascenso al poder en 1996- ha sostenido una larga campaña contra lo que llama “medios izquierdistas”, lo que ha favorecido un importante crecimiento de las posiciones más a la derecha, siempre dentro del sionismo. Abundan las diferencias de matiz pero pocas voces se escapan de él.
Tras el 7 de Octubre, todo esto se ha radicalizado. Las sanciones sociales y políticas contra la disidencia son más veloces e impactantes. Se ocultan o marginan, por ejemplo, las voces sionistas que alertan de que el extremismo del gobierno de Netanyahu y su genocidio están poniendo en peligro la viabilidad a largo plazo del Estado de Israel, cuya existencia y prosperidad dependen del apoyo que brindan sus aliados internacionales, principalmente Estados Unidos.
El costo político exterior de seguir respaldando a Israel aumenta con cada exhibición de sus atrocidades ante la opinión pública mundial. Pero la israelí no lo ve, no la informan, no quiere enterarse y no tiene cómo entender lo que está pasando. Su propio periodismo la está traicionando.
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