#Análisis. Asesinato de Haniyeh: Israel quiere guerra con Irán… pero que la pelee E.U.
De los líderes de Hamás, Israel suele asesinar a los menos radicales / Incrementa provocaciones para arrastrar a Teherán
Fuimos a cubrir la crisis de Haití.
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La selección del objetivo, el lugar y el momento del crimen vuelven a decir mucho de las intenciones del gobierno de Netanyahu. Si quisiera vengarse de uno de los autores de la ofensiva de Hamás del 7 de Octubre (7-O), no habría actuado contra Ismail Haniyeh. Si quisiera hacerlo de la manera más sencilla, no lo habría asesinado en Irán. Y si quisiera hacerlo con discreción, no lo habría atacado en el contexto de la toma de posesión del nuevo presidente iraní.
Este atentado solo es el más reciente de una serie de provocaciones destinadas a generar una reacción iraní inasumible para Washington. Israel quiere guerra abierta no solo con Hezbollah, en Líbano; con las milicias chiíes, en Siria; y los houthíes, en Yemen: la busca con Irán.
Pero no puede pelearla: Tel Aviv puede realizar bombardeos puntuales contra territorio iraní y tratar de defenderse ante oleadas de misiles, pero su ejército es pequeño, ya está cansado y carece la capacidad de realizar operaciones de alguna envergadura más allá de su entorno inmediato. La maniobra pretende que esa guerra con Irán la pelee Estados Unidos.
Eliminar a los dialogantes
No se cree que Ismail Haniyeh haya participado, ni tan siquiera sido informado, en la decisión, planeación o ejecución del plan de ataque a territorio israelí del 7-O. No solo porque él vivía en Qatar, a 1,800 kilómetros de distancia, y cualquier comunicación fuera de Gaza sería vulnerable a intercepciones.
Sobre todo porque la dirigencia de Hamás en Gaza y la que está en el exilio tienen diferencias de fondo, de carácter político, táctico y estratégico.
En Gaza, Yahya Sinwar y Mohammed Deif viven permanentemente bajo tierra, evadiendo su detección por Israel mediante informantes, drones, satélites y alta tecnología; y en condiciones de privación y estricta disciplina militar. Ideológicamente, son cercanos a los Hermanos Musulmanes de Egipto, cuyo breve gobierno fue destruido por el golpe militar de Al Sisi, apoyado por Estados Unidos; su dirigencia fue torturada y ejecutada, incluido el presidente derrocado Mohammed Morsi; y que tienen una historia de radicalismo. Sinwar y Deif encabezan el ala militar de Hamás.
En contraste, en Qatar, con Haniyeh en vida, él y Khaled Meshal representaban el ala político-diplomática de Hamás. Los Hermanos Musulmanes de Qatar son más moderados, acostumbrados a contemporizar con los grandes compradores del petróleo y el gas de ese emirato, Estados Unidos y otros países occidentales. Haniyeh vivía en peligro, sin duda, pero con las comodidades de ese país extremadamente rico, y se movía entre reyes, presidentes, príncipes y embajadores musulmanes, a los que visitaba en sus países. Mucho más pragmáticos y favorables al diálogo, es posible que Haniyeh y Meshal hubieran presentado objeciones al plan del 7-O. Quizás se enteraron como el resto del mundo, por las noticias, y se sintieron tan sorprendidos como los demás, maravillados por las dimensiones de la operación pero preocupados por las consecuencias que sabían que tendría en la población palestina, en la relación de Hamás con otros grupos y países, y en los propios equilibrios internos de su organización.
El gobierno de Netanyahu ordenó la eliminación no de un líder corresponsable por el 7-O, sino de uno con el que se podía haber negociado un armisticio que le pusiera fin al genocidio.
Es parte de una ya vieja estrategia para fortalecer a las facciones belicistas de Hamás y debilitar a las dialogantes.
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El 22 de marzo de 2004, asesinó al fundador y líder espiritual de la milicia islamista, el jeque Ahmed Yassin, tres meses después de que planteara una tregua de largo plazo con Israel “si se establece un Estado palestino en Cisjordania y la Franja de Gaza”.
Y ese 17 de abril mató a su sucesor, Abdel Aziz al-Rantisi, quien sostenía la propuesta de Yassin.
En 2012, otro alto jefe de Hamás, Ahmed Jabari, discutía con un importante activista israelí por la paz, Gershon Baskin, un borrador de propuesta para implementar otra tregua de largo plazo. Baskin estaba satisfecho con ella y faltaba el visto bueno de Jabari, para después presentársela a Ehud Barak, entonces ministro de Defensa israelí. Pero Jabari fue asesinado horas después de recibir el documento, ese 14 de noviembre. Y la respuesta de Hamás abrió la breve guerra de ese año.
Doble provocación, doble ganancia
Para un país acostumbrado a ejecutar a sus enemigos en países extranjeros, Ismail Haniyeh no era un objetivo especialmente difícil. Los agentes israelíes ya habían matado a otros dirigentes palestinos en Qatar, y además, en lugar de observar un protocolo de discreción y ocultamiento muy estricto, Haniyeh solía viajar a eventos públicos y privados en naciones como Turquía, que visitaba frecuentemente. Irán -el mayor estado enemigo de Israel- presentaba importantes obstáculos, en particular en el marco de la toma de posesión de su nuevo presidente, que ocurría después de la extraña muerte accidental en helicóptero de su antecesor.
Israel humilló a Irán de nuevo, al ejecutar en su capital, en un momento de festejo, a uno de sus invitados especiales. Está arrojándole en la cara que no puede proteger ni siquiera sus lugares, momentos y amigos más preciados.
Además, descarrila los planes del nuevo presidente iraní, Masoud Pezeshkhian, uno de los llamados reformistas que ganó las elecciones extraordinarias por sorpresa, venciendo a los conservadores con una agenda que pretendía disminuir las tensiones en Medio Oriente, buscar el restablecimiento del diálogo y alejar el espectro de la guerra. Ahora, Pezeshkhian tuvo que proclamar que Irán hará que sus agresores lamenten sus actos.
O sea, de un solo golpe, Netanyahu eliminó a un líder de Hamás que podría haber facilitado la ruta hacia la paz y arrinconó al presidente iraní que quería seguirla.
Después de la cadena de provocaciones que ha lanzado Israel, con el reciente ataque al consulado iraní en Beirut para matar a altos oficiales iraníes, y el asesinato de un alto líder de Hezbollah en esa misma ciudad, Teherán se vuelve a ver en la necesidad de lavarse la deshonra infligida y recuperar capacidad de disuasión devolviéndole el golpe a Israel.
Y esta vez, de manera que sí sea creído. Después del ataque a la sede diplomática beirutí, escogió responder con un espectáculo de fuegos artificiales: el sistema de defensa antimisiles israelí “Cúpula de Hierro” no es imbatible, Hamás lo superó el 7-O con andanadas de cohetes mayores que las que era posible interceptar. Pero Irán no lo quiso poner a prueba: aunque podía ordenar algo parecido desde las fronteras de Israel con Líbano y Siria, y tal vez con Jordania, escogió lanzar misiles desde su propio territorio, a 1,700 kilómetros.
Hasta en México, supimos horas antes de que se acercaran que los aparatos iban en vuelo. Israel solo tuvo que destruir en el aire una minoría de esos proyectiles: de la mayoría se encargaron baterías y buques estadounidenses y británicos. Solo uno llegó a causar daños en Israel. Pero Irán se dijo satisfecho con su venganza.
Ahora no será tan fácil.
Invitaciones envenenadas
Netanyahu y sus aliados han estado tratando de aprovechar el contexto abierto por la ofensiva del 7-O para aniquilar a los enemigos de Israel. En gran parte, por interés propio: las responsabilidades israelíes por permitir o no prevenir el duro golpe de Hamás son atribuidas a la cúpula gubernamental y militar, y ellos calculan que la manera de evadirlas e incluso salir como héroes es continuar las hostilidades hasta obtener una o varias victorias que sean, si no indiscutibles, al menos manipulables para presentarlas ante su propia gente como éxitos de dimensiones históricas.
Su problema es que el ejército israelí está exhausto. Son fuerzas armadas de un país con escasa población, que siempre habían peleado en guerras poco duraderas: unas de seis días, como la de 1967, o de 51 jornadas, como la de 2014. Si en la indignación de octubre, lograron movilizar rápidamente a 300 mil reservistas, gran parte de estos ya está agotada, la economía y sus familias han sufrido su ausencia del trabajo y se multiplican los casos de daños de salud física y mental, relajamiento, indisciplina, objeción y rebeldía.
Washington provee armas pero no tropas. Por lo que, ¿qué tal si Estados Unidos tiene que pelear directamente contra los enemigos de Israel?
El gobierno de Biden y los líderes iraníes han encontrado coincidencias en el esfuerzo por disipar las tensiones más graves de las que crea Israel, y mantener los enfrentamientos a través de proxies (de terceros, como Hezbollah y las milicias en Siria) en niveles de baja intensidad.
La Casa Blanca, no obstante, ha insistido en que intervendrá directamente en caso de que Irán o Hezbollah les den un golpe grave a los intereses, el territorio o la población israelíes (y propios, obviamente).
Los ataques que Netanyahu ordenó en estos días son una nueva invitación a que Teherán responda con dureza. Y cada vez hace más difícil rechazarla.
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