#DiarioDeHaití. A vencer apocalipsis
En Haití hay mucho más que el desastre sin remedio que las pantallas venden y el público consume. En este campamento, los desplazados se organizan
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Texto, videos y fotos de Témoris Grecko, excepto las dos fotos señaladas de Héctor Adolfo Quintanar/EthnosMedia.
En una crónica apocalíptica, un muladar de agua, piedras, plásticos, telas y materias indescriptibles pero sin duda infecciosas, de unos 3 x 3 metros, serviría para darle marco y textura a la vida en este campamento de personas desplazadas de Puerto Príncipe, Haití. Después, serviría introducir el contexto de violencia, las actividades que se extinguen con la oscuridad, las cotidianas polifonías de disparos y gritos, las noches de sudor e incertidumbre, las niñas que llegan al alba sin querer recordar lo que les hicieron…
Eso es lo que los vendedores de espectáculos pagan y lo que transmiten las pantallas y las portadas, masivamente. Lo que difunde en la sociedad la impresión de que lugares como Haití no tienen remedio, de que aquí proliferan seres sin futuro, de que el único lugar en el que se los puede colocar es el del consumo mediático de la miseria, y de que fuera de él, no hay motivos para acordarse de ellos, pues carece de sentido perder el tiempo preocupándose por quienes sufren un tiempo que ya está perdido.
Pero la gente vive, más allá de cómo sean tergiversados por la superficialidad televisiva. Quiere vivir y no se deja morir, no se deja. El público suele olvidarlo porque no es a eso a lo que se expone cada día al seguir la información enlatada. Cuando cubrí la guerra en Siria, una mujer que yo quería mucho me reprochó que contara historias de las niñas que querían jugar en la Alepo en combate, a pesar de los francotiradores, porque sintió que banalizaba la tragedia. En realidad, intentaba darle forma, profundidad, movimiento y risas al esfuerzo de las personas por salir adelante en las peores condiciones, a pesar de las extremas violencias de cada jornada.
En este campamento pasa algo parecido. Aquí viven mujeres que fueron heridas de bala por estar en sus hogares cuando la Policía Nacional y las pandillas hacían de su barrio Carrefour-Feuilles un campo de batalla, ancianos que no fueron capaces de defender a sus familias y niños que no entienden porqué han nacido para su única existencia en un mundo que los quiere matar, ni cómo es que antes tenían casa y ahora conviven en hacinamiento gentes mutuamente desconocidas que solo tienen en común esta tragedia.

No es un apocalipsis, sin embargo. Cuando las complejos tejidos de la vida se miran desde arriba, con superioridad, no se aprecian las diferencias, los detalles se aplanan. Mirarlo a pie, desde adentro, revela lo sutil, lo especial y distinto.
Ya se puede observar desde los alrededores del campamento y su entrada, que forman un mercado callejero. Las personas que habitan aquí desde hace casi un año hacen lo posible para sobrevivir, vendiendo de todo, desde frutas y verduras hasta cables y partes de aparatos eléctricos, suelas de zapatos viejos y piezas usadas o rotas de cualquier cosa que con necesidad e ingenio pueden ser reutilizadas para hacer funcionar cualquier otra cosa.
Hace falta insistir en un hecho que es constatable pero se olvida: la economía nunca se para, nunca, nunca. La tele puede hacer creer algo distinto. Pero es falso: hasta en las peores condiciones, la economía jamás se detiene porque la gente debe vivir, no puede esperar a que los señores de las peleas se maten, se cansen o se vayan, y en las ciudades bajo bombardeos y con ofensivas a tiro y machete, casa por casa, hay personas escondidas que se arriesgan a salir en busca de alimentos cada vez que creen que tal vez se puede, porque las niñas y los niños necesitan no solo comer, sino también jugar.
Hacen lo mismo en terremotos y huracanes, e incluso en situaciones extremas en las que todo parece colapsar, y la gente no muere tanto de balas sino de enfermedades, hambre y sed, la persona a la que le quedan algunas energías no dejará de levantarse o arrastrarse a conseguir algo que les permita sobrevivir, a producir, encontrar e intercambiar. Si la economía se detiene es porque la última vida se detuvo.
A principios de marzo, se produjo en Puerto Príncipe el gran motín de las pandillas, que, con el pretexto de no permitir el retorno de Ariel Henry, el entonces primer ministro espurio -y sí lo era-, se apoderaron de la capital haitiana en una avalancha de asesinatos, saqueos y destrucción, de propiedad privada pero sobre todo de representaciones del Estado, como conté en crónicas anteriores: comisarías, prisiones, oficinas públicas, hospitales… hasta los postes de luz.
La violencia gansteril, no obstante, ni era espontánea -tiene un terrible trasfondo político que abordaré en un texto por venir- ni empezó en ese mes, es un fenómeno que ya suma algunos años. Para los vecinos de Carrefour-Feuilles, por ejemplo, empezó hace casi un año, en agosto de 2023, cuando abandonaron sus casas para escapar de los combates.
Para refugiarse, invadieron esta escuela primaria sobre la avenida Jean Paul II, a unos 700 metros del Palacio Nacional, en la que viven 1,078 familias, o más de cinco mil personas, incluyendo a unos 600 niños y niñas, en pésimas condiciones sanitarias, con mínima asistencia médica, sin acceso a educación, a empleos. El gobierno no les presta atención ni para expulsarlos del lugar ni para mejorar su situación. Dicen que no han recibido respuesta a las solicitudes de apoyo que les han presentado a la Organización Internacional de la Migración y al Fondo de Naciones Unidas para la Infancia y la Educación (UNICEF).
De cualquier forma, se han puesto las pilas. La autorización para recorrer el lugar, hacer fotografías y hablar con la gente no la concede un capo de aspecto torvo rodeado de gigantes armados, sino un hombre y una mujer de alrededor de 30 años que fueron designados presidente y vicepresidenta del campamento, y nos atienden en un escritorio dentro de uno de los desvencijados salones de clase, anotando todo en un libro grande, con caligrafía ovalada, muy cuidadosa.
Ellos explican que su objetivo es regresar a sus casas en Carrefour-Feuilles -los que no perdieron las suyas por el fuego y el saqueo-, pero que como entienden que la inseguridad no acabará pronto, han planteado cuatro demandas de corto plazo para hacerle al nuevo primer ministro, Gary Conille: educación por delante de todo, porque la chiquillada ya perdió el curso académico que está terminando en estos días y en dos meses iniciará el nuevo; luego, salud, que urge para los niños y los enfermos, y también para las personas que fueron heridas en los combates que las expulsaron de su barrio; en tercer sitio alimentación: estas niñas y niños crecen sin los nutrientes indispensables para desarrollar sus cuerpos y sus cerebros, las consecuencias las sufrirán siempre; y finalmente, ayudas económicas para retomar las actividades productivas.

No tienen idea de cuándo serán escuchados, si es que lo serán. Igual, se han organizado para resolver algunos asuntos fundamentales: me presentan al encargado de seguridad y a los chicos de protección civil, y sin pregunta de mi parte, me explican que una de sus preocupaciones principales es impedir que haya violencia sexual, garantizar que la niñez y las mujeres puedan tener seguridad.
La envejecida y lastimada estructura de lo que fue esta escuela -un Lycée de Jeunes Filles- no es homogénea y produce sorpresas a cada vuelta, con nuevos usos que los habitantes les dan a los espacios: cabinas para venta de lotería, cocinas, minipeluquerías, tiendititas… la economía de la más intensa lucha por salir adelante.
Eso es lo que se ve en Puerto Príncipe: no la ciudad sometida, aplastada total y resignadamente por las gangs como están contando los medios internacionales con vergonzosa insistencia, donde no se puede salir a la calle sin traerse de vuelta un tiro, en la que todo hombre joven es un seguro pandillero con un temible récord criminal. Port-au-Prince es una de esas villes de résistances, ciudades en las que la gente sale y lucha y ríe y hace suyas las calles a pesar de los riesgos y de los que la amenazan.
No es difícil observarlo. Después caminamos, por ejemplo, a una calle en la que hay varias de las escuelas que sí están funcionando, en donde están aplicando el examen llamado Neuvième Année Fondamentale, el de ingreso al bachillerato. A nivel nacional, los estudiantes lo realizan durante tres jornadas, de lunes a miércoles. Hoy es martes a mediodía, o sea, justo a la mitad del empeño académico, y tenemos la suerte de que ahora les han permitido salir a disfrutar de un descanso en la calle.
Esta nunca quiso ser una crónica apocalíptica que pintara todo con gruesos trazos de sórdidos matices rojo sangre. Quizás por eso no encontraría lugar en los medios corporativos: no vende dolor, quiere encontrar la realidad. Y para la gente que vive en los lugares que las pantallas declaran hoyos sin esperanza, la realidad es desmentirlas con el diario esfuerzo y el disfrute pese a todo.
Nos acercamos a un grupo de la Ecole Nationale Republique du Bresil, parte de un sistema de educación pública que, a pesar de todo, se sostiene. Son más chicas que chicos, alegremente dispuestas a conversar y bromear. El video que hice no engaña, aunque sorprenda a quien imaginaba que en Haití solo hay encapuchados con kalashnikovs.
Enfermería, contaduría, negocios… tienen sueños, disposición y capacidad. Esta juventud, que no es muy distinta de la de cualquier otro país, merece apoyo y se lo sabe ganar. Y se prepara para construirse un futuro.
Derrotando apocalipsis.
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Increíble reportaje ... terrible situación, dolorosa
Qué bonito el texto y tus hallazgos, broder. Mucha salud y felicidades.