#DiarioDeHaití. El pandillero intelectual
Nuestra visita frustrada a un bidonville se convierte en entrevista con el jefe de una banda… y con el poder detrás del trono
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Texto: Témoris Grecko.
Fotos: Héctor Adolfo Quintanar.
Es una colaboración de MundoAbierto.info con EthnosMedia (vísitalo aquí).
Sobre la ruta al sur de Puerto Príncipe, muy pronto desaparecen los siempre escasos rastros de la policía. Ya no parece zona de combate como la de los alrededores del Champs de Mars (el área del Palacio Nacional que está tan protegido que ni siquiera lo podemos ver), donde está nuestro hostal. Las pandillas arrasaron muchas partes de la ciudad, pero el gobierno solo las confrontó en sitios importantes, como el aeropuerto internacional. Por aquí se ve una sociedad autorregulada, con las normas mínimas necesarias para permitir que las actividades diarias continúen.
Héctor, nuestros colegas haitianos, Mendel y Wismy, y yo corremos en dos motocicletas, el medio de transporte más veloz y peligroso en estas calles efervescentes de personas, vehículos en maniobras inesperadas, carrocerías de automóviles quemados, grandes baches, enormes agujeros de drenaje y terraplenes de basura compactada.
Esperamos llegar a un bidonville, como son conocidas aquí las que en México llamamos ciudades perdidas; en Brasil, favelas; en España, chabolas; y en Argentina, villas miseria. Pero ya cerca del distrito de Martissans, nos detenemos en un control: uno de los escasos topes es el punto estratégico escogido para que un grupo de unos seis adolescentes, algunos de ellos muy, muy jóvenes, quizás hasta de 14 años, vigile el paso apoyándose en la autoridad que les dan tres armas largas.
Al estilo de las bandas locales, llevan sandalias de plástico y, varios de ellos, las bermudas a media asta para lucir bien los calzones de motivos infantiles, como la película Toy Story 3. Para ellos, nuestras cámaras fotográficas no resultan una amenaza sino una curiosidad y un motivo para el juego. Un juego con instrumentos mortales. Son casi niños. Mendel consigue que nos permitan dar una vuelta por las calles más cercanas, por la derecha. Es un barrio que en mi país sería considerado de clase media baja y aquí tal vez tenga una consideración más alta: las casas están bien hechas y pintadas, el pavimento de las calles se encuentra en condiciones no tan malas. Pero el lugar está semiabandonado. ¿Fueron estos chicos quienes lo destruyeron?
Nos enseñan comercios en ruinas, hogares saqueados y más coches acabados por el fuego. Si no lo hacen con el dolor de quien lo padeció, tampoco muestran arrepentimiento ni, por lo contrario, satisfacción. Actúan como si esto siempre hubiera estado así, aunque los signos de la violencia son recientes. Seguramente tienen cuatro meses, son daños de la insurrección general de bandas criminales de marzo. Se siente como si hubiéramos caído dentro de una paranoia racista del cineasta Michel Franco.
Ahora nos hacen cruzar la avenida por la que llegamos. Por el lado izquierdo, nos conducen por callejuelas peatonales cerro arriba, aunque descendemos algunos niveles en clase social. Si bien la intensidad de la destrucción es menor, no deja de ser abundante. Por ejemplo, la de los postes de luz. Están en el suelo, el cableado serpentea sobre el cemento. Estos muchachos viven aquí. A algunos los saludan sus familiares mientras que otros vecinos prefieren pasar inadvertidos. ¿No les importó dejar sus casas sin electricidad? Sospecho que pasarán años antes de que la administración quiera y pueda invertir en obras públicas. Es como lo de los hospitales que arrasaron: los pandilleros están entre los que más los van a necesitar.
Mientras seguimos subiendo, estamos poniéndole atención al camino, en qué esquina damos vuelta, en qué estrecho pasadizo hay una marca que podamos reconocer. Pero no sería fácil regresar solos. Peor aún, si quisiéramos bajar con premura. Y nos sentimos insolados: el sol caribeño de las 9 de la mañana nos baña sin piedad. Solo nos hemos quitado los cascos pues la mejor manera de cargar los chalecos antibalas, con sus diez kilos de peso, es llevarlos puestos, y sobre todo, sabemos que cualquier cosa puede pasar.
Antes de llegar a la cima de este cerro revestido de concreto, una familia sobrelleva el calor sentada fuera de casa. Un par de chicas pasa peines muy cerrados sobre el pelo crespo de otros muchachos. Una bebé está aprendiendo a saludar chocando el puño, como mucha gente hace aquí. Suponemos que es la gente del mandamás. Nos espera un hombre armado, que viste bermudas verdes y playera gris, al que hemos visto varias veces a lo largo de la subida, vigilándonos con ojos tranquilos y atentos. Es mayor que los demás y parece ser el guardia personal del jefe. Nos hace pasar a un pequeño cuarto con tres sillones. Tendremos audiencia.
En países como este, no beber agua de fuente inverificada es demanda de la prudencia. Hoy le damos vacaciones: nos dan agua embolsada como la que venden en las calles, heladísima, y la estamos bebiendo en éxtasis cuando entra el gran señor: tendrá unos 25 años, es alto y macizo, y su estatus se declara con una gran cantidad de collares, pulseras y tobilleras de cuentas de colores, y brillantes anillos en cada dedo. Los ojos y la inocente sonrisa, en contraste, delatan la placidez de un denso estado cannábico. Nos parece muy bien: mejor así que con un exceso de alcohol, cocaína o cristal. Tras sentarse, en solo unos momentos su esfuerzo inicial de guardar la compostura desaparece y desparrama el cuerpo. Solo se volverá a incorporar, emocionado, cuando llega el guardaespaldas para mostrarle la nueva adquisición: ¡Le nouveau kalash! ¡El nuevo Ak-47! Sus armas se ven muy viejas y probablemente no ofrezcan un rendimiento ejemplar. No queremos pedir que nos regalen una exhibición pero la felicidad que les produce este Kalashnikov nos ofrece un buen indicio.
¿Cómo se llega a ser jefe de una de las temibles pandillas haitianas? Seguramente ni con los mejores modales ni con la poesía más sublime. La entrevista que el jefe amablemente accedió a darnos sirve de poco más que para saber que se llama Tim, que el nombre de su grupo es tan simple como Tim y sus asociados, y que es independiente, pues no pertenece a la coalición de bandas formada por el famoso Jimmy Cherizier “Barbecue” (se dice que lo llaman así porque le gusta pasar a sus enemigos por la parrilla) ni se somete al capo del poderos grupo de la cercana comuna de Grande Ravine, quien es apodado Ti Lapli (nombre curioso para un criminal: en créole, Ti Lapli significa “lluviecita”).
Consciente de sus limitaciones… o más bien, deseoso de disfrutar la pachequez, Tim nos indica que hablemos mejor con Jim, a quien presenta como su “responsable de comunicación”. Se trata del guardaespaldas… quien, hablando un francés comprensible -¡cómo se agradece!-, resulta ser capaz de usar con elocuencia un discurso nacionalista y antimperialista para enmarcar políticamente las acciones de su banda. Mutó de su actitud silenciosa, discreta y vigilante a la gestualidad de un dirigente político bastante convincente.
Jim se lanza contra la intervención de la fuerza policiaca multinacional, encabezada por Kenia, que está llegando al país bajo el mandato de la ONU de imponer el orden, pues se ha anunciado que va a desarmar por la fuerza a las pandillas que no lo hagan voluntariamente y eso va a provocar más violencia y derramamiento de sangre. “El problema no es la gente de Haití”, repite, “es la hipocresía de los políticos y de las organizaciones internacionales”.
Habla durante 15 minutos que nos dejan impresionados, a los cuatro. Nadie imaginó que íbamos a subir a ese cerro a ver la transformación de un pandillero guarura en intelectual crítico del sistema. Se lo decimos. A mi pregunta de si cursó algún tipo de estudios universitarios, responde que “no pude ir a la escuela pero amo leer”. Tiene 36 años y se nota que le agrada sentirse reconocido por nosotros, que nos preguntamos qué hubiera podido ser de él si no hubiera nacido en una sociedad a la que se le niegan todas las oportunidades.
Se ofrece a encabezar el grupo que nos llevará cerro abajo de regreso a la avenida y a las motos. El que vigiló nuestro ascenso con severidad ahora nos guía feliz. De súbito, me detiene a medio camino para pedirme que grabe el mensaje que les envía a las organizaciones internacionales: “Vienen con armas a este país donde no podemos alimentar a nuestras familias, donde sufrimos la miseria que el Estado ha creado, la falta de seguridad que el Estado ha creado. Lo que hace falta es diálogo entre los haitianos para construir nuestro futuro. Ayúdennos a lograrlo. Muchas gracias de antemano”.
Un rato más tarde, de regreso en Champs de Mars, donde ondea una gran bandera haitiana, comento que el hombre es muy interesante, pero que, a final de cuentas, el poder lo tiene el pacheco del Kalashnikov. Héctor disiente. Piensa que el intelectual tiene el poder detrás del trono. Y que si no es así aún, lo va a tomar.
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Con Wimsy, Héctor y Mendel en la parte vudú del Gran Cementerio de Puerto Príncipe.
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Sigo impresionado por lo que sucede en Haití. Sus crónicas nos aclaran un poco la gram problemática que ahi se tiene. Gracias por compartir.
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