#DiarioDeHaití. En un blindado a la cárcel, por territorio bajo control criminal
¿Y los policías kenianos? Nadie los ve por Puerto Príncipe. La lucha urbana continúa sin cambios.
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Puerto Príncipe, Haití. 11 de julio.
Videos y fotos de Témoris Grecko/Mundo Abierto, excepto el video señalado de Héctor AD Quintanar.
En el debate internacional sobre Haití predomina el tema de la fuerza policiaca multinacional, encabezada por Kenia, que el Consejo de Seguridad de la ONU mandató para imponer el orden público, venciendo a las bandas criminales que en marzo forzaron la renuncia del entonces primer ministro Ariel Henry, mediante una sangrienta y muy destructiva toma de Puerto Príncipe.
¿Tendrán éxito donde tantas intervenciones previas fracasaron? Nadie apuesta todo a ello. Muchos cuestionan la idea de que una fuerza de africanos que hablan inglés, suajili e idiomas del este de su continente, pueda entender la complejidad sociopolítica haitiana, en donde se hablan las lenguas francesa y créole. En Kenia, cuyo gobierno enfrenta a balazos cierto descontento popular, el Poder Judicial ha tratado de prevenir la participación de sus fuerzas.
Dentro del camión policiaco blindado al que nos permitieron subir, todo ese barullo resulta incomprensible y muy lejano, lejanísimo. De los 2 mil 200 hombres que compondrán el grupo extranjero, solo ha llegado una fracción cuyo tamaño ni siquiera está claro: unos dicen que son 200 kenianos, otros que 400. Da igual: nadie los ve en las calles. Dicen que solo están cuidando la embajada de Estados Unidos y un par de puntos más. La cantidad total, si alguna vez se llega a desplegar, seguirá resultando muy menor para los 12 millones de habitantes.
El nuevo primer ministro, Gary Conille, les ha puesto un ultimátum a las bandas armadas: “tienen un plazo muy limitado para deponer las armas”. Son un ultimátum y un plazo muy limitado sin fecha ni detalles de qué pasará si los ignoran, de qué podrían hacer y con qué.
En este horno tan imponente como traqueteado, donde la ya limitada visión hacia el exterior se ha reducido porque las sólidas ventanillas están cruzadas por extensas roturas en desarrollo, los agentes de la Unidad Departamental de Mantenimiento del Orden (UDMO) no actúan como quien siente que su posición se ha fortalecido por la ayuda exterior o que hay esperanzas de que las cosas cambien para mejor. Siguen casi igual para ellos… casi porque, a cuatro meses de la insurrección delincuencial de marzo, el gobierno está avanzando en la reconquista de territorio alrededor de los parques del Palacio Nacional.
Ya podemos, por ejemplo, llegar caminando al hospital general y constatar cómo es que lo hicieron pedazos: los mismos atacantes serán heridos y necesitarán atención, sus madres y padres requerirán auxilio médico, pero igual en aquellos días de furia avanzaron por urgencias, farmacia, pediatría o quirófanos rompiendo todo y matando a quien pudieron. El primer ministro visitó un día antes y limpiaron lo posible, pero todavía encontramos restos de acumulaciones hemáticas, ropa manchada… y una quijada humana. Tirada en el piso.
Pudimos avanzar hasta ahí porque las cuadrillas de trabajadores (uniformados con camisas negras que en letras blancas dicen “Gary Conille = sekirite + eleksyon” (seguridad + elecciones) han levantado decenas y decenas de carrocerías quemadas y retirado cerros de desperdicios en los que de pronto aparecen restos humanos. Son apoyadas por palas mecánicas y más o menos protegidas por blindados que tratan de mantener a raya a las bandas, pero cuando suenan los disparos, cada quien corre tanto como puede, sin esperar a los que se retrasan.
Desde Palacio Nacional, son solo tres cuadras hasta el hospital. Es la medida de lo que han podido recuperar. Para llegar a la cárcel, una de las dos que destruyeron en marzo para liberar a 4 mil 700 presos, hace falta ir en blindado, si se quiere llegar vivo. Y solo se encuentra otras tres calles más allá. Totalmente desiertas.
Son cuatro policías de UDMO. En el asiento del copiloto, el comandante no se deja ver mucho, guardado por una khefiyye palestina de color entre amarillo y ocre. El chofer y uno de sus compañeros -al inicio me siento junto a él- llevan pasamontañas. Al cuarto no le importa mucho mostrar el rostro y pasa parte del tiempo jugando en su celular algo como Candy Crush. Estos dos de atrás, serios, robustos, usan largos dreadlocks, el trenzado de cabello estilo rastafari.
Bajo el peso de los chalecos antibalas y de los cascos que cuelgan de ellos, nos cuesta movernos en la parte de atrás del blindado. Claude, nuestro guía haitiano, me está explicando que todas estas son ya cuadras dominadas por las bandas (“no los vemos pero ellos nos ven”) cuando disparan hacia nosotros. La parte más vulnerable del blindado es la torreta de tiro y mi colega Héctor está encaramado justo ahí. No me atrevo a gritarle que se baje, lo único más odioso que te impidan hacer tu trabajo es que lo haga un compañero que ya sabe cómo es esto. Solo quiero estar seguro de que sí se dio cuenta de lo que pasó. Y sí. Responde que los vio. Les dispara de regreso. Con la cámara fotográfica.
Video: Héctor AD Quintanar
Los agentes no se inmutaron. Por radio, dan reportes y reciben instrucciones en créole, que para nosotros es incomprensible. No muestran emociones: en distintos puntos, el blindado se detiene. En algunos, disparan granadas de gas. En otros, balas de alto calibre. Si hirieron a alguien, no lo demuestran.
“¡Ahí está la cárcel, ahí está la cárcel!”, se emociona Claude. Por las dañadas mirillas, solo podemos ver algunos muros dañados, pintados de azul y amarillo. Y eso es todo. Nada de salir a explorar el sitio. ¿Entrevistas? Imposible. Si todo va bien, pasarán semanas antes de que las autoridades reconquisten esta zona. No hay duda de que muchas armas apuntan hacia nosotros en este momento, y si no nos bañan de plomo es porque cada bala les cuesta un dólar, y los tiempos no están como para andar derrochando.
Avanzamos porque, en todo caso, es pésima idea ofrecerse como blanco inmóvil. Tomamos velocidad hasta que topamos con una barricada de bloques de cemento. No hay manera de cruzarla. Tenemos que regresar. Pero el motor del blindado apenas puede mover sus toneladas, abundan las piedras, los muebles rotos, las llantas viejas y lo que podrían ser cadáveres abandonados, y el conductor, pues, no está en su mejor momento. Para que sus compañeros puedan ver qué es lo que está atorando las grandes llantas, a veces tienen que abrir ligeramente las puertas y con ellas, la posibilidad de que nos metan balas por ahí. Nos sabemos patitos de feria en galería de tiro.
Por si hiciera falta, Claude nos recuerda los rumores de que están llegando al país armas medianas, como lanzadores de granadas RPG, de los que se disparan montados sobre el hombro y son buenísimos contra blindados como este. Justo, justo ahora, no sería el momento idea para verificar si es cierto.
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