#DiarioDeHaití. Citibank se va de Haití después de saquearlo hasta el caos
Hay financieros de Nueva York que creen que los salvajes son los haitianos
Viajamos a cubrir la crisis de Haití
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Puerto Príncipe, Haití. Miércoles 10 de julio-
Al leer las últimas noticias sobre Haití, en el vuelo de Miami a Puerto Príncipe (sobre el océano acerado-plateado, bellas alineaciones de islas de las Bahamas y las Turcas y Caicos, todas paraísos no solo turísticos sino fiscales), la más importante no era sobre la violencia sino acerca del anuncio de Citigroup de que emprenderá su salida de ese país. Para ellos, los negocios que hacen en este adolorido rincón del mundo no producen ganancias que merezcan su atención.
Mientras Washington asegura que trata de ayudar a poner en pie a Haití, “la salida de una institución financiera importante como Citigroup podría tener un efecto dominó en el sector bancario local y en la economía en general”, según un análisis de LatinPost, afectando la “confianza en las perspectivas financieras de Haití, lo que podría desalentar a otros inversores extranjeros”.
Pero hay mucho, mucho más detrás de este “movimiento estratégico”. Una historia casi sin paralelo de saqueo y de responsabilidad criminal histórica sobre el caos del que ahora tan asépticamente se retiran, aunque los expertos de las grandes financieras no lo mencionen o sepan.
Abrir los ojos en Haití
En el aeropuerto, decenas de personas se acercan a los pasajeros para tratar de convencerlos de algo, cualquier cosa, a cambio de lo cual puedan recibir dinero. Quien logra establecer conexión con alguno, enfrenta de inmediato el acoso de otros que tratan de robárselo. El calor cae pesado como un edredón atmosférico, el smog obnubila el olfato y el ruido de los motores se expande por el cráneo, mientras intento concentrarme para superar el acoso hasta llegar al carro que pedí un día antes para que me saque de ahí.
Es Haití, las reglas importan poco en los caminos, de tráfico denso y torpe. Un policía que daba la apariencia de estar tratando de extorsionar a unos motociclistas me ve sentado en el asiento del copiloto, cambia rápidamente de objetivo y grita para que nos detengamos. Gustana, el chofer, lo ignora, acelera, avanza un par de cuadras y se detiene para pedirme viajar en el asiento trasero. Me explica que es peligroso para él venir conmigo, quiere que me oculte con la cobertura polarizada de las ventanillas, para que no vean que ahí viene “un blanco”, una oportunidad de secuestro.
Haití permanece en estado de caos. Se dice que un 80% de la capital está bajo control de diversas pandillas. Han llegado 200 policías de Kenia -o 400, según algunas fuentes- pero más allá de orgullosas declaraciones de su comandante y del nuevo primer ministro Gary Conille, son tan pocos que se limitan a proteger la embajada de Estados Unidos y otras pocas instalaciones que les importan. Las calles están invadidas por una cantidad impresionante de vendedores de casi cualquier cosa, desde sandalias hasta laptops usadas. Después me explicarán que eso no es normal, que entre tantas otras cosas, la insurrección de bandas criminales de marzo arrasó con las zonas comerciales establecidas y los que antes tenían tiendas en locales comerciales, ahora exhiben sus productos sobre mantas y mesitas en donde pudieron colocarlas. Por el centro, cerca del Palacio Nacional, donde me hospedo, pasan monstruos blindados de la Unidad Departamental de Mantenimiento del Orden, que reflejan que es mayor la intención de proteger a los agentes que a la población.
Mi amigo fotógrafo coatepecano Héctor Quintanar me espera. Ya tiene dos semanas aquí, ha aprendido a moverse y ha cultivado amistades valiosísimas con periodistas locales y otras figuras clave. Apenas estoy ordenando las cosas en mi habitación cuando ya tenemos que salir porque ha pasado algo. Tengo que ponerme rápidamente el casco y el chaleco antibalas con dos placas de kevlar, para montarme en una de las motocicletas en las que nos trasladan rápidamente, evadiendo peatones, montecillos de desperdicios y abiertas fosas de drenaje, hasta una esquina en la que encontramos el esqueleto calcinado de un coche caliente que todavía humea. Hace solo unos minutos, ardía. Aún brotan algunas llamas de una pierna del cuerpo que yace en el interior. La parte de sus entrañas que no se quemó, quedó expuesta bajo las costillas como si fuera de un muñeco de la clase de biología. El resto es una confusión ennegrecida de huesos, ropa y las vestiduras de los asientos. El sujeto quedó sobre el asiento del conductor pero recostándose hacia el de la derecha.
Dos horas antes, yo veía islas paradisiacas desde el avión. Hacemos fotos que nunca se van a publicar. Solo podremos mostrar el vehículo. Pero debe quedar la documentación para investigadores académicos y judiciales. Muchas veces se hace solo para eso.
¿Quién era, por qué lo mataron? Nadie lo va a averiguar. No tienen la capacidad y quién sabe si quisieran hacerlo. No llegan ambulancias, bomberos, policía… nadie preserva la escena, las evidencias. La gente mira pero no mucho, tiene cosas qué hacer. Hablando en créole, una mezcla de francés con vocabularios africanos, las personas pasan caminando sin preocuparse porque esto es lo cotidiano. Es la hora de salir de la escuela y un grupo de preadolescentes, niños y niñas en uniformes de camisa azul y blanca, se dirige a casa bromeando y jugueteando, sin dedicarle más que unas pocas miradas a la ejecución recién cometida. Una de tantas.
Más tarde, en el hotel caro cercano al nuestro -el que tiene WiFi, cerveza y precios en dólares-, deberíamos apresurarnos a hacer las tareas indispensables y marcharnos antes de que oscurezca. El alumbrado público no funciona, la zona sigue siendo abundante en tiroteos, los extranjeros nos cotizamos bien en el mercado de secuestros. Pero nos descuidamos: Héctor - un gran tipo, siempre afable, sonriente, generoso, atento, solidario- necesita conversar, compartir lo que ha estado acumulando en quince días como este que acabo de vivir, de noches en las que le cuesta dormir porque los disparos retumban constantemente en las cercanías, porque a veces son aislados, porque otras delatan combates en las sombras.
Las coberturas como esta nos queman a los periodistas, físicamente; mentalmente; emocionalmente. Trato de confortarlo compartiendo lo aprendido y lo aprehendido, hurgando en la experiencia. No tenemos porqué ser reporteros de hierro, piratas de parche en el ojo, comandos de cámara y pluma que ponen el pecho ante las balas. El riesgo no es solo salir con heridas visibles, pues las que sangran convulsionando las dendritas son más frecuentes y manan sin que las podamos ver, a veces por meses o años antes de que nos demos cuenta.
CitiGroup: nada personal
Las explicaciones de las crisis haitianas suelen categorizarse en dos géneros: uno culpa de todo a los haitianos, el otro a las potencias extranjeras. Me hace falta conversar con gente de aquí para entrar un poco en esta ruda dicotomía y entenderla mejor.
Pero sí en un país puede resumirse la violencia del capitalismo, Haití es gran candidato a hacerlo. De manera muy breve y concentrándome solo en un aspecto, compartiré que aquí se dio la escandalosa anomalía histórica de que la potencia colonial le impuso el pago de una inmensa compensación económica a la excolonia por haberse independizado; y los esclavistas les cobraron a los exesclavos el perjuicio que les causaron al haber dejado de ser de su propiedad.
Los volvieron a esclavizar sin tener que hacer el trabajo del látigo ni soportar la malaria.
Haití se independizó de Francia en 1804. En 1825, el rey Carlos X envió 14 buques de guerra con 528 cañones a Puerto Principe, a exigir 150 millones de francos como compensación por las pérdidas causadas, además de privilegios para sus importaciones. Con eso condenaron al joven país a existir para pagar su libertad: tardaron 122 años en cubrir una deuda que representaba hasta el 80% del presupuesto público cada año. Haití no podía invertir en su desarrollo.
Ni siquiera controlaba sus propios ingresos: para empezar, tuvo que contratar enormes préstamos de un banco francés, el Crédit Industriel et Commercial (el que después financió la torre Eiffel: algunos consideran que ese gran emblema de Francia fue pagado por los haitianos), bajo cuyo control se creó el Banco Nacional Haitiano.
Pero luego cambió el mega-acreedor: por petición del National City Bank de Nueva York, que exigió garantizar el pago de créditos que dio para pagar la llamada “deuda de independencia”, en diciembre de 1914 Estados Unidos invadió para “trasladar” (es decir, robar) la reserva de oro del tesoro nacional haitiano, se la entregó al banco, le dio financiamiento para comprarles el banco haitiano a los franceses y ocupó el país durante 19 años.
Los pagos de la “deuda de independencia”, que se comían el 40% del ingreso nacional mientras la población moría de hambre, pasaron a serle entregados al National City Bank, hasta 1947.
En un reportaje, el New York Times lo contó así: “Bajo una fuerte presión del National City Bank, el predecesor de CitiGroup, los estadounidenses hicieron a un lado a los franceses y se convirtieron en la potencia dominante en Haití en las siguientes décadas. Estados Unidos disolvió el parlamento de Haití a punta de pistola, mató a miles de personas, controló sus finanzas durante más de 30 años, envió una gran parte de sus ganancias a los banqueros de Nueva York y dejó atrás un país tan pobre que los agricultores que ayudaron a generar las ganancias a menudo vivían de una dieta 'cerca del nivel de inanición', determinaron funcionarios de las Naciones Unidas en 1949, poco después de que los estadounidenses soltaran las riendas”.
En efecto: el National City Bank cambió de nombre, ahora se llama Citibank y es la columna principal de CitiGroup.
Del mismo que ahora, bajo argumentos puramente técnicos que dejarán satisfechos a los accionistas, se retira del país que saqueó.
Por baja demanda de sus servicios y una débil actividad bancaria regional, que se desmarcan de la “revisión estratégica más amplia centrada en los mercados principales” de CitiGroup: los argumentos son fríos, racionales, nada personal, it’s business.
CitiBank es corresponsable de lo que pasa ahora en Haití, que no se ha recuperado de la invasión, la ocupación y los robos que pidió ese banco. Pero el capitalismo se auto-explica en cálculos financieros, sin acordarse de sus consecuencias humanas.
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"Pero el capitalismo se auto-explica en cálculos financieros, sin acordarse de sus consecuencias humanas."
Uf... genio.
Fuerte abrazo, para calmar la convulsión de las dendritas.