De Alepo a Yenín: primer encuentro desde nuestro secuestro
El 11er aniversario del rapto en Siria llega precedido por una sorpresa en Palestina / Breve crónica con videos de los ataques israelíes contra el campo de refugiados
Si fuimos liberados tras el secuestro que sufrimos el 22 de enero de 2013, en Alepo, durante la guerra civil en Siria, fue porque la francesa Camille Courcy justo ese día no salió con nosotros a verificar los rumores de combates en el frente urbano de Izza. La intención del grupo que nos raptó era vendernos a Al Qaeda, que estaba buscando específicamente franceses porque el ejército galo le acababa de estropear la conquista de Malí y parece que eso le había sentado muy mal. Sin francesa, Al Qaeda no nos quiso y nuestros captores terminaron soltándonos, haciéndonos además el favor de liberarnos del peso de nuestras cámaras, dinero, zapatos y chamarras, además de mis gafas. Éramos un mexicano, un vasco y un húngaro, ¿de qué les servíamos a los yijadistas? Solo para hacer un chiste.
Lo que no es chistoso es que, si Camille hubiera venido, ni ella, ni Andoni, ni Balint ni yo estaríamos vivos.
Croniqué la experiencia en mi libro “Canás. Francotiradores de la Siria rebelde”, que en formato e-book puse a disposición para descarga gratuita aquí (el impreso está disponible en Amazon), así como el cuaderno de fotografías que lo acompaña y se puede bajar aquí.
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Después de eso, no nos vimos en más de 10 años, cada quien en su país y con sus temas. En octubre, empezó la guerra, viajé a Palestina, formé un dueto de cobertura con mi colega colombiano Mauricio Morales. En el campo de refugiados de Yenín, la ciudad más remota de Cisjordania, fuimos al Teatro de la Libertad -foco de cultura en un entorno de opresión y miseria- a conversar con Mústafa Sheta, su productor.
Dos días después, me despertó el fuerte sonido de las sirenas que alertan a la de que hay un ataque israelí en marcha. Mauricio y yo salimos del hotel, cada quien por su lado, pero logramos encontrarnos cerca y caminamos un kilómetro, guiados por el ruido de las balaceras y del dron israelí, que siempre vigila desde los cielos (y a veces mata gente con cohetes). A dos cuadras del Teatro, encontramos un pequeño enfrentamiento.
Cuando los israelíes se retiraron, fuimos a ver a Mústafa. Estaba en la entrada del teatro, conversando con una periodista. ¡Era Camille!
No la llamé por su nombre porque se me atravesó el apodo que le gusta usar: Camikaze… por los pilotos suicidas japoneses. Camille ha trabajado en sitios extremadamente peligrosos, como la República Centroafricana, pero por suerte, no le ha hecho honor a su seudónimo.
Fuera de Gaza, el campo de refugiados de Yenín es el punto más caliente de los territorios palestinos. Un día sí y otro también, el ejército israelí lo ataca para matar lo mismo a milicianos que a activistas, vecinos y niños.
Este video es delicado, no lo vean si son sensibles a las imágenes fuertes. Muestra los momentos en que dos infantes mueren a balazos. Según narraron los padres, las fuerzas israelíes se estaban retirando y los muchachos salieron a verlas. Entonces, sin motivo aparente, un Jeep se detuvo, un soldado bajó y les disparó.
Fue el 29 de noviembre, tres semanas después de tomarnos la alegre foto de arriba. Conocimos a muchos niños: ¿alguno de ellos sería uno de los asesinados?
El propio Teatro de la Libertad no era un lugar seguro, habiendo sido invadido por los soldados en años anteriores. Mústafa nos lo advirtió antes de aceptar rentarnos habitaciones por dos noches, en un departamento adyacente. Habían tenido que ponerle puerta nueva varias veces, dado el hábito de los soldados de romperlas en lugar de tocar.
Al día siguiente, las sirenas advirtieron de una incursión militar nocturna. Las familias del edificio levantaron a los niños y hasta al abuelito y se los llevaron a un refugio subterráneo. Luego vino una ambulancia por ellos. Camille, Mauricio y yo escuchábamos tiroteos, explosiones y el zumbido del dron que vigilaba desde el cielo. No podíamos salir a las calles oscuras porque nos convertiríamos en blanco para los francotiradores. Pasamos unas horas en las escaleras, tratando de interpretar lo que pasaba a través de los sonidos, porque podíamos ver muy poco, antes de encerrarnos en el departamento.
En este video, mostré cómo emplean los temibles bulldozers blindados D-9 -uno de ellos llegó hasta justo bajo la ventana de mi habitación- para destrozar calles, monumentos, tiendas, casas y sistemas de drenaje solo para hacerle la vida difícil a la población.
Teníamos planeado salir esa mañana rumbo a Ramallah pero como fuimos a ver los daños, nos atrapó otro ataque.
Lo último que supimos de Camille fue que estaba atrapada en el hospital, que el ejército lo había bloqueado para impedir que las ambulancias entraran y dejar que los heridos murieran, que habían matado a un simple peatón y herido a una joven paramédica, y que incluso habían disparado contra el vestíbulo del lugar.
Mauricio y yo tuvimos que volver a encerrarnos en el departamento, a cal y canto porque los combates eran mucho más intensos. A causa de la intensa actividad de los francotiradores, no podíamos abrir la puerta ni asomarnos a las ventanas. Las fuerzas ocupantes cortaron la electricidad y el internet, y no había comida, pero nos tranquilizaba tener agua. Mústafa llamó para advertirnos que no nos resistiéramos si los soldados tiraban la puerta (otra vez) y nos arrestaban o rompían el equipo.
Tratando de ser discretos, oteábamos hacia la parte de atrás del edificio y las calles que se dirigían al norte, por donde la noche anterior habíamos grabado el bulldozer, porque se veía tranquilo y nos preguntábamos si sería posible escapar por ahí. Un fuerte intercambio de disparos y unas explosiones suprimieron el debate.
Pasaron horas, oscureció. De pronto, escuché que unas mujeres discutían en el patio trasero del edificio: una estaba afuera y trataba de convencer a las otras, que hablaban desde las ventanas de sus hogares, de que era el momento de marcharse. La primera se dio por vencida, dio media vuelta, levantó las manos y caminó hacia la dirección por donde habíamos escuchado enfrentamientos. Se me salió un ahogado jadeo de angustia porque pensé que la iban a acribillar.
Pero no pasó nada. Se fue. Corrí a la puerta principal y escuché ruido de gente. Abrí: decenas de personas se precipitaban a la calle con niños, bolsas, paquetes. ¡Vámonos! Mauricio y yo tomamos nuestro equipaje y salimos. Había un caos en la oscuridad. Con sus cámaras y mochilas, vi a mi colega tratando de ayudar a una mujer que iba demasiado cargada y a la vez jalaba a un niño pequeño. Me empujaron, lo perdí de vista.
Camille, Mauricio y yo nos reencontramos en el Hotel Alcinema, el mejor de la ciudad y único abierto. Por encima del presupuesto pero… ¡qué maravilla poder descansar!
A la mañana siguiente, cubrimos la intensa procesión funeraria para los 14 muertos de la jornada previa, entre disparos al aire, milicianos enfurecidos pidiendo justicia o venganza, y familias destrozadas. Observando a los hombres que cargaban los cuerpos, era posible darse cuenta cuáles de los fallecidos eran combatientes y cuáles, civiles que tuvieron la mala suerte de toparse con el invasor.
Al día siguiente, por fin salimos a Ramallah, con dos jornadas de retraso sobre el itinerario. Camille se quedó otra noche. Dejamos Yenín atrás, bajo un asedio que se fue haciendo más intenso conforme pasaban las semanas.
Un mes después, el 13 de diciembre, el ejército israelí allanó el Teatro de la Libertad, destruyó oficinas y equipo, así como muros para entrar por ahí a casas vecinas.
Se llevó a Mústafa y dos compañeros del teatro (junto a alrededor de un centenar de personas). Más de una semana después, liberó a los dos últimos pero, hasta hoy, mantiene a nuestro amigo bajo “detención administrativa”, que es una figura ilegal bajo la legislación internacional: a la víctima no le informan cuál es la acusación en su contra, si es que la hay; no la presentan ante un juez; no le dan oportunidad de defenderse, ¿qué cargos tendría que combatir? Así mantienen a personas presas por días, meses y años.
A principios de enero, la organización israelí HaMoked calculaba que había 3 mil 291 palestinos en detención administrativa, algunos posiblemente ligados a las milicias armadas pero la mayoría ajena a ellas.
En México, el grupo Artistas Mexicanos por Palestina también ha pedido la libertad de Mústafa.
Camille grabó un video sobre aquella cobertura de Siria, el secuestro y lo que vivió mientras estábamos desaparecidos.
Este lunes 22 de enero por la noche, al cumplirse 11 años, lo compartiré en la siguiente publicación de Mundo Abierto.
¡Gracias por acompañarme hasta aquí!
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