#Análisis. Aún si alcanzara la victoria, Israel no sabe qué haría con Gaza
La derecha quiere hasta Líbano / La realidad desmiente el sueño / La única solución tiene que ser política, aunque ahora parezca haberse alejado todavía más
La derecha israelí cree que por fin se abrió la oportunidad de materializar el sueño de un “gran Israel”, con pleno dominio del territorio que hay entre el río Jordán y el mar Mediterráneo. Algunos incluso se dieron a celebrar anexiones inexistentes, como este rabino militar, que el 5 de noviembre les dijo a los soldados en Gaza que"el rabino de mi anterior unidad del ejército dijo que si no fuera por las víctimas israelíes, este serían el momento más feliz de su vida porque se han dado cuenta de que toda la tierra es nuestra. Incluyendo Gaza. Incluyendo Líbano”.
En realidad, esta fantasía es reivindicada por una parte de la sociedad israelí pero no por toda ella, porque la experiencia les ha mostrado que Gaza es imposible de controlar. Podrían encerrar las ciudades y aldeas palestinas de Cisjordania en bantustanes -como en la Sudáfrica del apartheid- pero la concentración de 2.3 millones de palestinos en un minúsculo territorio (menos de la cuarta parte del de Ciudad de México, sin el área metropolitana) densamente urbanizado, representa un reto inasumible.
Israel ocupó Gaza, por primera vez, en la guerra de 1956. El primer ministro Ben-Gurion decidió desocuparla casi de inmediato, el año siguiente, pese a las duras críticas de la derecha. La retomaron en la guerra de 1967. Pero fue gran líder de la misma derecha anterior a Netanyahu, el general Ariel Sharon, quien la volvió a abandonar en 2005, desmantelando los asentamientos judíos y expulsando a sus miembros.
Hoy, la gran pregunta que se hacen ante la anunciada invasión terrestre es qué hacer después con Gaza (en el supuesto de que logren volver a conquistarla).
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Gaza sin limpieza étnica: Cuatro alternativas
No solo es una duda que se plantea desde el exterior. Los propios políticos y analistas israelíes se lo preguntan. Sin optimismo. Por ejemplo, Michael Milshtein, un reconocido experto en temas palestinos, publicó un artículo titulado “¿Qué pasa si Israel derroca a Hamás en Gaza?”, en el que plantea las 4 opciones que tiene Israel. Consideró que todas ellas son malas, y las primeras dos, “desastrosas”.
1. Reocupación de Gaza, con el reestablecimiento de los asentamientos judíos. Sería “un modelo disminuido del Irak de 2003”, administrado por Estados Unidos: “un duro desafío de seguridad, un enorme fardo económico y un golpe para la posición internacional del país”.
2. Invasión seguida por un retiro inmediato y veloz. Esto “dejaría un vacío que sería pronto llenado por extremistas locales, a los que se sumarían otros ‘guerreros sagrados’ de Medio Oriente”. Verían Gaza “como una frontera o puesto de avanzada como Afganistán, Siria o Somalia”, un espacio para la yijad de Al Qaida o Estado Islámico. O sea, algo peor que Hamás.
3. Persuadir a la Autoridad Nacional Palestina (ANP) de que regrese a administrar Gaza. Sin embargo, la ANP es profundamente débil, le cuesta trabajo manejar Cisjordania y tiene una pésima imagen. Además, la juventud de Gaza creció alejada de la ANP, considerándola colaboradora de la “entidad sionista”. A este argumento de Milshtein, añado que se vería terrible que la ANP retomara Gaza de la mano del invasor israelí. Y que el presidente Abu Mazén (Mahmoud Abbas) ya ha puesto como condición que esto se hiciera a través de un acuerdo de paz definitivo que prevea la creación de un Estado Palestino, algo que Netanyahu y los suyos han descartado por completo.
4. Establecer algún tipo de administración civil local, responsable de la gestión cotidiana y del orden público, compuesta por gazatíes con prestigio. Trabajaría de cerca con la ANP, involucrando a Egipto, Estados Unidos y quizás algunos países árabes. Y carecería de legitimidad popular.
Como se ve, ninguno de los escenarios planteados por Milshtein garantiza estabilidad ni control de las milicias radicales, ni mucho menos el fin de la violencia. Desde el asesinato de Yitzhak Rabin, en 1995, que condujo al ascenso de Netanyahu al poder en 1996, el actual primer ministro les vendió a los israelíes la idea de que el status quo les era favorable, porque su superioridad militar, tecnológica y política era tal que podían asumir una indefinida prolongación del conflicto, en la que el costo solo lo pagarían los palestinos.
Le compraron el cuento porque, para una mayoría, fue más cómodo olvidarse del problema y mirar a otro lado.
Esta ilusión se reventó contra la realidad con la ofensiva sorpresa del 7 de octubre. Y ahora, aunque están tomando venganza, les tienen miedo a las consecuencias que tendrá invadir Gaza y derrocar a Hamás.
Yocheved Lifshitz, una mujer de 85 años que fue secuestrada por la milicia islamista y fue de las primeras rehenes liberadas, reclamó que Netanyahu aseguró que los israelíes estaban protegidos y eso resultó falso: “Israel construyó una valla electrónica que costó 2,500 millones de dólares y no sirvió de nada”.
La quinta alternativa: limpieza étnica mediante la expulsión a Egipto
Una quinta alternativa, que Milshtein no abordó, es la que están promoviendo ministros como el de Seguridad, Itamar Ben-Gvir; de Finanzas, Bezalel Smotrich; sectores de ultraderecha, como el Instituto para la Seguridad Nacional y la Estrategia Sionista, dirigido por el exasesor de seguridad nacional de Netanyahu Meir Ben-Shabbat: la expulsión de la totalidad de la población de Gaza al Sinaí, con su posterior dispersión a otros países; y la colonización de la franja con población judía.
Algunos comparten la propuesta (sostenida también el 13 de octubre en un documento del Ministerio de Inteligencia y sostienen que hacer la vida imposible en Gaza terminará forzando la emigración de sus habitantes. Aunque tienen la simpatía de muchos en el gobierno, no han logrado convencer a la mayoría de que es una idea viable.
En general, no se considera posible desplazar a 2.3 millones de personas sin provocar un desastre humano de proporciones gigantescas, mucho mayor que los actuales bombardeos, inaceptable para la comunidad internacional, incluidos Estados Unidos y Europa y tan excesivo que para Hezbollah, Siria e Irán podrían resultar inevitable ir a la guerra.
Lo más importante, en todo caso, es que Egipto no va a permitir que Israel le arroje sus problemas encima, poniendo en peligro su estabilidad política, su economía y su propia seguridad nacional, y lo ha dejado claro tanto con declaraciones oficiales como con demostraciones físicas: ha desplegado más de 100 mil soldados en los 13 kilómetros de su minúscula frontera con Gaza y construido muros y terraplenes para contener avalanchas de refugiados.
La única defensa de largo plazo que puede conseguir Israel es la que Netanyahu lleva 27 años evadiendo: un acuerdo definitivo de paz que les dé a los palestinos lo necesario para ejercer sus derechos políticos y alcanzar bienestar económico, y que elimine así los incentivos que la pobreza, la injusticia y la frustración dan para que prospere el extremismo religioso.
O una solución de dos estados con paz, seguridad y plena viabilidad territorial, política y económica.
Ninguna de ellas se antoja viable por lo pronto… pero a fines de los 80 tampoco parecía posible un acuerdo entre Arafat y Rabin, y lo alcanzaron en 1993.
El mismo que el tándem Netanyahu-Hamás descarriló en 1996.
¡Muchas gracias por acompañarme hasta el final!
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Qué difícil situación la de estos jóvenes y qué importante es conocer que no todo está podrido dentro del pueblo de Israel, así como no existe un signo de igualdad entre judaísmo y sionismo.